jueves, 27 de junio de 2013

Advertencia


Si te casas, te arrepentirás; si no te casas, también te arrepentirás. Te cases o no te cases, lo mismo te arrepentirás. Si te ríes de las locuras del mundo, las sentirás; si las lloras, también lo sentirás. Las rías o las llores, lo mismo las sentirás. Si te ahorcas, te pesará; si no te ahorcas, también te pesará. Te ahorques o no te ahorques, lo mismo te pesará. Este es, señores, el resumen de toda la filosofía de la vida.
Soren Kierkegaard



En el iPod de ella sonó, Te lo Agradezco Pero No, un dueto cadencioso de Alejandro Sanz y Shakira. Una canción audaz, que aun cuando de apariencia inofensiva, es una obra dolorida, conmovedora. Una pieza musical de ritmo suave y pegajoso, hermosa. En ella él empieza con voz ronca, agradable.

Acércate, que a lo mejor,
no te das cuenta que mi amor
no es para siempre
porque hay noches que se apaga cuándo duermes.
Díselo a tu corazón.
No habrá más fuente de dolor:
no digas que no pienso en ti,
no hago otra cosa que pensar.
Acércate un poco más,
no tengas miedo a la verdad.
Y cuándo llegue la mañana y salga el sol
tú volverás a mi lado y ya no yo.
Y ahora vete, vete, vete, vete;
vete y pásatelo bien,
con nosotros dos.
No, corazón.
Te lo agradezco, pero no.
Te lo agradezco, mira niña, pero no.
Yo ya logré dejarte aparte,
no hago otra cosa que olvidarte.
Te lo agradezco pero no.
Te lo agradezco, mira niña, pero no.
Te lo agradezco corazón, pero no,
tú sabes bien qué.

Era una noche estrellada con algunas pocas nubes y la luna llena parecía un adorno puesto allí para la felicidad exclusiva de Juan y Andrea. Desde hacía algunos días la parejita estaba en conversaciones, en el sentido romántico de la expresión, claro está. Los había presentado un matrimonio amigo, sin que fuera una cita a ciegas propiamente, sucede que ella necesitó que él le ayudara a resolver algún problema personal. Desde entonces, con el paso de las horas y los días, se acercaron cada vez más el uno al otro, de manera sutil, suave, como por arte de magia se volvieron indispensables el uno para el otro. Por supuesto mediante la ayuda invaluable del progreso en las telecomunicaciones mediante la Internet, así como de incontables llamadas por el teléfono fijo y el celular, complementadas con mensajes de texto y, en ocasiones, extensos correos electrónicos febriles que describían poéticamente hasta las trivialidades más insignificantes de la cotidianidad de Juan, porque era un hombre de aspiraciones literarias. En todo caso, comunicaciones que a la luz de esta relación romántica naciente se volvieron verdaderos acontecimientos que disfrutaban juntos. Desde el primer momento fue evidente la tensión sexual que había entre ellos.  

Y sonaba la hermosa balada.

Acércate un poco más
no ves que el tiempo se nos va,
da rienda suelta a lo que sientes.
Si no lo haces mala suerte.
Porque al final, si no lo ves,
puede que no me escuches, pero lo diré.

Entonces intervino suavemente la cantante.

Ay, cuando salga el sol y llegue la mañana
yo volveré a tu lado, a tu lado, con más ganas.
Y ahora vete, vete, vete, vete;
vete y pásatelo bien,
con los dos.
Te lo agradezco pero no.
Te lo agradezco, mira niño, pero no.
Yo ya logré dejarte aparte,
no hago otra cosa que olvidarte.
Te lo agradezco pero no.
Te lo agradezco, mira niña, pero no.
Yo ya logré dejarte aparte,
no hago otra cosa que olvidarte.

Estaban sentados en la mesa de la cocina del apartamento suntuoso de Andrea, junto a la ventana, desde donde podían contemplar a sus anchas la silueta de la ciudad iluminada sobre el trasfondo de la noche veraniega. ¡Qué belleza de paisaje!

El hijo de ella dormía apacible en su alcoba. Y la parejita tomaban vodka en las rocas -sobre todo él, ella fue moderada en el consumo de licor, a decir verdad, ella siempre era mesurada en todo, en cambio él era voraz-. Esa noche mágica también degustaron algunos cuadrados de galletas de soda sobre los que reposaba, en cada uno, un filete de arenque ahumado traído desde Rusia. Un descubrimiento que hizo Juan esa tarde en el supermercado. Cuando vio la lata negra, redonda, bellamente marcada con las letras doradas de ese alfabeto ininteligible y hermoso, supo que quería compartirla con Andrea.

Estaban entregados a los suyo como si estuvieran solos en el mundo. Conversaron incansables sobre asuntos personales de suma importancia. El aire grávido de deseos inconfesables podía cortarse con un cuchillo. Y, desde luego, este diálogo animadísimo incluyó algunos aspectos de sus vidas pasadas, presentes y futuras, permitiéndoles encontrar muchas más afinidades y coincidencias felices. Compartían gustos y preferencias, historias y pretensiones. Eran dichosos. Todo se veía bien aspectado, como dicen los expertos en astrología.

Mientras tanto, al fondo todavía se escuchaba la canción henchida de sabiduría, solo que Juan y Andrea no se habían percatado de ello. Ni siquiera cuando prosiguió la cantante de voz nítida en un solo maravilloso.

Tengo conciencia del daño que te hice.
Pero al mismo tiempo
no me siento responsable
de lo que pudiste pensar que fue coraje.
No fue nada más que miedo, miedo.

Y luego, en coro, el par de artistas legendarios continuaron con su interpretación maravillosa.

Te lo agradezco pero no.
Te lo agradezco, mira niña, pero no.
Yo ya logré dejarte aparte,
no hago otra cosa que olvidarte.
Te lo agradezco pero no.
Te lo agradezco, mira niño, pero no.
Yo ya logré dejarte aparte,
no hago otra cosa que olvidarte.

Pero, de repente, se enturbiaron los ojos románticos de Andrea. Parecía inminente que llorara. Entonces Juan, galante, y verdaderamente preocupado, le preguntó qué sucedía. A lo que ella respondió seca:

-Nada.

-Pero te pusiste triste, muy triste –dijo él al borde del pánico-.

Hasta que por fin, luego de un silencio incómodo que a él le pareció eterno, y lo angustió tanto que hasta se le aplacó inexplicablemente la leve euforia que el vodka le había causado, ella atinó a decir:

-Lo que pasa es que los hombres no tienen el carácter para ser fieles. Solo son capaces de dedicarse a una mujer cuando son ancianos, y ya no funcionan en la cama. El amor es un sentimiento pasajero: todo el mundo empieza enamorado hasta el fondo del alma, pero, al cabo de unos años, el uno termina tratando de matar al otro. Al principio todos somos amantes estupendos, incansables, creativos, pero con el tiempo nos volvemos pan viejo. Por eso los hombres siempre buscan nuevas conquistas y emociones. A ustedes les encanta la novedad.

-Pero, Andrea, eso es una generalización, hay muchas parejas que sí lo logran.

-Es posible –respondió ella pensativa, mientras servía un poco de hielo en el vaso de Juan, con la llegada de este tema espinoso el vodka se le terminó rápidamente-. Pero también es cierto que uno no sabe de la vida privada de la gente. Es imposible imaginarse la cantidad de problemas y humillaciones que tienen que sobrellevar las parejas para llegar a tener éxito a largo plazo.

-¿Y nosotros qué, mi amor? –fue lo único que Juan pudo decir, tratando de evitar que ella notara que estaba aterrorizado: le ardía la boca del estómago, tenía agrieras.

-Quiero darme la oportunidad de estar contigo. Pero me preocupa que me aburro de los hombres. Ningún amor me ha durado más de tres años. Me canso, empiezo a detestar la rutina, y hago hasta lo imposible para que se vuelvan locos y se vayan de una vez por todas. Inclusive eso me sucedió con mi exesposo. A los tres años de matrimonio, yo ya estaba que salía corriendo, entonces decidimos tener un hijo. Y tres años más tarde estábamos sentados en una notaría firmando los papeles que finiquitaron el divorcio. Por eso me he dedicado a educar a mi muchacho, a servir a mi familia y al trabajo que tantas satisfacciones me trae. El amor dejó de interesarme hasta que te conocí.

Juan no pudo ser más feliz:

-Te adoro Andrea. Sé que es raro decírtelo así, con tan poco tiempo de conocernos, pero no puedo evitarlo. Te volviste el centro de mi universo el día en que te vi por primera vez. Creo que se trata de un caso de amor a primera vista, a mi edad, cosa que me parece increíble, y estupenda al mismo tiempo.

A lo que Andrea respondió con voz casi imperceptible:

-Tú le das luz a mi vida, como nunca me había pasado. Por eso, aun cuando me muero del miedo, quiero darme la oportunidad de tener una relación rica contigo.

Y en el fondo se oía la voz ahogada del célebre cantante.

No hago otra cosa que olvidarte, corazón,
por la mañana temprano,
y luego en la tarde, en la noche
cuando estoy en el vacilón.
No puedo na' más que olvidarte, corazón.

Luego continuaron juntos los dos artistas reconocidísimos.

Te lo agradezco, pero no.
Te lo agradezco, mira niño, pero no.
Yo ya logré dejarte aparte,
no hago otra cosa que olvidarte.

Juan besó con fruición la boca de Andrea. Ella suspiró. Él insistió. Acariciaron sus cuerpos en llamas. Fueron silenciosos a la alcoba de ella, para no despertar al niño, y en su cama enorme, del tamaño de un ring de boxeo, hicieron el amor por primera vez en sus vidas, y con toda la entrega y la pasión que sus corazones atesoraron durante tantos años de soledad. Un penar silencioso que duró décadas. Tiempos terribles en que se extrañaron, el uno al otro, sin siquiera sin saber que existían. Un hambre que nunca habían podido saciar. Una sed terrible que apenas esa noche estelar se vino a calmar. Bástenos decir que durmieron juntos, entrelazados, agotados, aun cuando insatisfechos, tibios, en medio del estupor feliz del amor consumado a todo dar, después de haberse entregado a sus anchas, de haberse amado con la meticulosidad de un artesano.

Entre tanto, en el iPod de ella, que se había quedado olvidado en la cocina, el cantante terminó de interpretar la canción.

Te lo agradezco, corazón, pero no.
Pero ya te he dejado aparte
ahora ya no necesito más de ti.
Ya así estoy bien corazón,
no me vale que me vengas así llorando.
Una vez más,
te lo agradezco.
Tus ojos lindos, tu cuerpo bello,
lo siento niña pero no.
Al lado mío, siempre corazón.
Que cuando salga el sol
yo estaré ahí.
Y ahora vete, vete, vete,
vete al vacilón.

Después de la primera noche de amor entre Juan y Andrea una persona razonable habría dicho, como en la canción, “te lo agradezco pero no”, alejándose de la posibilidad de una relación romántica entre ellos. ¡Es indudable después de la advertencia de esa noche! Un hombre prudente, estoy seguro, habría reflexionado: “ella es escéptica del amor, no subestimes la tenacidad de las obsesiones, ten cuidado, vete antes de que la relación se afiance más, y todo sea más doloroso, simplemente dile: te lo agradezco pero no”. Por otro lado, una mujer equilibrada habría pensado, también estoy seguro: “es enamoradizo y elocuente, es romántico como un adolescente, es peligrosísimo, es un encantador de serpientes; en cambio tú eres delicada y sincera, necesitas de la alegría de un amor tranquilo, déjalo seguir adelante con su vida desordenada, simplemente dile, te lo agradezco pero no”. Incluso un psicoanalista recientemente graduado habría analizado: “esta relación surgió de las necesidades sadomasoquistas inconscientes de esta pareja neurótica: la primera noche de amor fue más una advertencia de lo que vendría adelante, que un encuentro amoroso; precisamente la certeza de que sufrirán fue los que los unió, de modo que les hace falta unas sesiones psicoanalíticas, habría sido más maduro que se dijeran, te lo agradezco pero no”. Sea lo que sea, para Juan y Andrea ya era tarde, estaban poseídos por la idiocia del enamoramiento, siguieron adelante con su relación sin considerar admoniciones: él caviló, “conmigo recuperará la fe en el amor”, mientras ella especuló, “me adora, me acepta como soy, su paciencia es ilimitada”.

Así que la parejita siguió adelante apasionada como ninguna. Se idolatraban. Pero, en la medida en que ella lo amó cada día más, al mismo tiempo se llenó de terror y de desconfianza. Amarlo la hacía vulnerable. Estaba fuera de control, como suspendida de las manos de él. En cualquier momento la dejaría caer, y se estrellaría catastróficamente contra el suelo. Y, como es natural, crecía en ella la certeza de que él era infiel. Hasta que llegó el día en que aseguró que él tenía una amante, una amante imaginaria, pues nunca logró confirmar ni rechazar la posibilidad de su existencia. En todo caso, se enraizó en ella una sospecha cada vez más arraigada y destructiva que originaba discusiones inacabables, circulares, al fin y al cabo era la palabra de él contra la de ella. Se parecían mucho a los debates prolongadísimos que tenían en Bizancio los doctores de la Santa Madre Iglesia sobre el sexo de los ángeles, o sobre cuántos de ellos cabrían en la cabeza de un alfiler. La relación se hizo fatigante. Cualquier cosa que él hiciera podía dar lugar a suspicacias.

Entre tanto él cada día la extrañaba más, y se entristecía más. Se volvió impaciente. Lo invadían sentimientos de futilidad y de impotencia. Entonces nació en él la noción de que algún día todo acabaría cuando menos lo esperara. Empezó a apreciar su privacidad, y a valorar su autonomía, mientras se preguntaba, “¿y cómo se hace para acariciar a un tigre?”.

Andrea, por su parte, notaba la ausencia de su mente. Oía incrédula sus explicaciones. Especulaba que el fresco estaba de cuerpo presente con el corazón en las manos de la otra, seguramente más joven y más bella, más fácil y más rica. Así transcurrieron los tres años que predijo ella que duraría la relación sentimental con Juan.

Una noche sucedió algo completamente indeseable. No vale la pena recrear la totalidad del combate vergonzoso y muy ruidoso que tuvieron en esa oportunidad. Cualquiera que haya estado en una relación de pareja desesperada y desgastada y agonizante sabe de sobra que luego de años de batallas estériles e inconclusas, sin vencedor ni derrotado, de los rencores que acarrean estas situaciones tan trágicas, todo motivo se vuelve un buen pretexto para un pleito doméstico con gritos y palabras cuidadosamente escogidas para herir al otro de la manera más despiadada. Y esta reyerta entre Juan y Andrea fue de antología. Hasta el punto que en el apogeo de riña, en medio del fragor, ella llegó al extremo de estrellar contra el muro frente a su cama enorme el control remoto del decodificador de la televisión por suscripción, lo lanzó llena de ira con la esperanza de matarlo de un solo golpe en la cabeza. No lo logró. Providencialmente Juan se salvó del atentado.

Él se quedó inmóvil, en silencio, desconcertado, contempló impotente, y muy triste, el control remoto que yacía en el suelo, sobre el tapete, como el cadáver de un animal disecado. Se abrió la carcasa. Al lado podía ver la tapita de las pilas y las dos baterías pequeñas y estilizadas que rodaron unos metros. Esa noche funesta Juan conoció la lámina de plástico verde con alambritos y algunos pocos puntos de soldadura que en los programas científicos televisados llaman circuitos integrados. Reconoció la hoja de goma transparente y flexible a donde figuran los botones con los números de los canales de televisión, así como los que se utilizan para operar el decodificador, para subir y bajar el volumen, para cambiar el canal, así como apagarlo o prenderlo, según sea el caso. Los demás botones nunca entendió Juan para qué servían, a decir verdad, nunca le interesaron. En todo caso, le pareció esta escena macabra un signo ominoso. Después de todo, no es natural para un mortal común y corriente, sin entrenamiento en ingeniería, conocer las entrañas del control remoto del decodificado de la televisión por suscripción luego que la señora lo haya destruido al lanzarlo iracunda contra la pared tratando de asesinarlo.

A la mañana siguiente Juan abrió los ojos antes de que saliera el sol. Solo escuchaba la respiración de Andrea y el trinar de los pajaritos, pensó:”hoy comienzas una nueva vida, no lo olvides”. En sus sueños había tomado la decisión de dar al traste con la relación. Por fin logró resolver la contradicción de cómo estar sin ella, recordarla, y siempre pensar en ella, a la vez que, por el otro lado, tenía muy presente por qué todo debía acabar. Sentía el coraje que exige una decisión de esta envergadura. Había dormido muy mal. Siempre le sucedía luego de una disputa de estas. Eventos muy desagradables que en su mayoría se presentaron en la alcoba de ella, en su cama de tamaño olímpico. Y entre más violentas eran, peor dormía, más avergonzado se sentía.

Esa mañana amaneció fatal. Estaba amargado, con opresión en el pecho y dolor en la nuca. En madrugadas como esa odiaba la vida. El desgaste de tratar de apaciguar sin éxito a Andrea le quitaba la alegría por completo. Para él era el tercer matrimonio, mientras que para ella, el segundo. Eran personas maduras con experiencia en el amor, gente mundana que sabía lo que quería. Ya habían superado la etapa reproductiva -que según los libros de autosuperación es un factor de riesgo para el romance, y en general para la vida en pareja-, y, como si fuera poco, cada uno tenía resuelto el problema económico por su lado, de manera independiente, de modo que en la teoría, la pareja de Juan y Andrea era de buen pronóstico. Al principio creyeron con sinceridad que juntos serían felices, a pesar de las reservas de ella. Pero no fue así. 

Rápidamente los momentos gloriosos de la relación se transformaron en un desastre, y lo que los mantuvo unidos fue el amor profundo que se profesaban, pero llegó el punto en que estar juntos era terrible, y alejarse era peor todavía. Hasta el extremo de que Juan, luego de vivir con Andrea, después de Patricia y de Sandra, sus otras dos exesposas, se sintió ahíto de mujeres, además le despertaban terror, ahora solo anhelaba la suerte de una muerte pacífica y solitaria. Ideas que surgieron entre su cabeza en esa madrugada quieto entre la cama junto a ella, hasta que por último se dijo: “desde que empecé a vivir con ella no oigo el Triple Concierto de Beethoven, ni leo un libro completo, jamás preparo un pan, a decir verdad, tampoco me acuesto a la hora que quiero, ni siquiera tomo leche entera como me gusta, solo bebo la deslactosada y descremada de ella”. Entonces Juan llegó a la conclusión tremenda de que todo estaba perdido entre ellos. Ya no valía la pena hacer ningún esfuerzo. Estaban frente a un problema de pareja que no tenía solución.

Por último Juan se paró de la gran cama. Se arregló y se fue a trabajar, mientras Andrea siguió durmiendo como un muerto. Intentó hablar con ella en varias oportunidades a lo largo de la mañana. No lo logró. No contestó a sus llamadas al celular de ella. Entonces le escribió el mensaje de texto que figura a continuación.

“Anoche cruzamos el umbral del no retorno. Cosa que me avergüenza, y lamento mucho. Tú ganas, yo pierdo muy para mi pesar porque sigo adorándote, pero tienes razón: el amor tiene una tendencia universal, y muy desesperante, a degradarse. En tus palabras tan características: acabemos ya con esto. Te doy las gracias por todo lo bueno que me diste, y te pido perdón por los incontables pesares que te causé.
Adiós, mi amor.”

Dos horas más tarde Andrea no daba señas de vida. Juan especuló que estaba enfurecida y ofendida porque él terminó con la relación de esa manera tan escueta. Ya la conocía, podía anticipar sus reacciones, ella se había vuelto conmovedoramente predecible. Entonces le escribió otra nota desde su teléfono inteligente.

“También perdóname por despedirme de ti con un mensaje de texto luego de tantas cosas maravillosas que vivimos juntos durante estos años, pero qué hago, a ti no te gusta hablar sobre esto, como sueles llamar a nuestra relación con gesto de asco, mucho menos comentas nuestros problemas, te parecen pequeñeces, ni siquiera contestas al teléfono.”

Desde entonces el silencio fue sepulcral. Nunca más volvieron a saber el uno del otro, como si la tierra se los hubiera tragado.

Y ahora un comentario para terminar. Esta historia de amor desdeñado acabó trágicamente luego de que la fatiga los agobiara. No hubo engaño alguno, la advertencia estaba ahí desde el principio. Cuando empezó la relación apasionadísima entre Juan y Andrea, antes de que cualquier agresión, insulto o afrenta se hubiera pronunciado, en la época en que los dos estaban nuevecitos con toda la ilusión y el deseo de ser felices juntos, ya se había puesto en marcha el plan maestro para destruir esta relación inolvidable. De manera que aun cuando hicieron todo lo que pudieron para estar juntos, la relación se les escapó de las manos inevitablemente. Se olvidaron el uno del otro, y pronto aprendieron a vivir por separado, luego dejaron de necesitarse, y, sobre todo, se odiaron entrañablemente. No creo que hayan vivido un minuto de paz mientras estuvieron juntos; eso sí, ratos inolvidables de satisfacción y alegría, tanto como de tristeza y dolor.

Tal vez lo que puede extraerse de este relato melancólico es que la relación amorosa no tiene vocación terapéutica ni pedagógica. Es más probable tener éxito cuando las personas tienen objetivos semejantes. Cuando las parejas caminan por el mismo sendero son una buena yunta. De manera que hay necesidad de reconocer y respetar todas las advertencias desde el principio. ¡Hay que poner atención! Claro que, por otro lado, algunos comentaristas podrían afirmar categóricos que no hay que pensarlo mucho, simplemente el destino de Juan y Andrea estaba escrito desde el principio, los dioses siempre supieron que la historia de este amor sería trágica, porque así es el destino, y había que vivirlo, era ineludible. No lo sé. Me parece que al final seguramente lamentaron haber compartido sus vidas, y si no lo hubieran hecho, también lo habrían lamentado. Te enamores o no te enamores, igual te pesará, esto es una ironía.