viernes, 28 de noviembre de 2014

Verdi y el Parricidio


En las veintisiete óperas de Giuseppe Verdi (1813-1901), uno de los grandes compositores de este género, el motivo dominante es que la tragedia empieza cuando aparece el padre. La desgracia proviene de su intervención en la vida de los hijos, y, lo más interesante, en medio del conflicto edípico el parricidio no es concreto como sucedió con los personajes de Fiodor Dostoievski, en una suerte de vendetta Verdi condena a la figura paterna a sobrevivir con todo el peso de las consecuencias terribles de sus actos nefandos. Castigo mucho más severo que la muerte. Este trabajo de psicoanálisis aplicado que aquí empieza gira alrededor de la noción de que el público de las óperas de Verdi se conmueve al identificarse a partir de su propia tragedia edípica, al fin y al cabo, el arte comunica porque el usuario de la obra se identifica con ella, por así decirlo, se ve reflejado como en un espejo. Y para el neurótico promedio el parricidio es un acto simbólico, acto mucho más terrible y complejo que el parricidio material, después de todo, si no se elaboran los conflictos inconscientes el penar perdurará durante toda la vida, y en virtud de la compulsión a la repetición sus consecuencias se reflejarán en las relaciones objetales venideras, pues el complejo de edipo es la experiencia central a la hora de estructurar el pensamiento.

En Rigoletto, por ejemplo, el Duque de Mantua es un soltero empedernido entregado a la regularidad de sus hábitos irregulares, un tipo de ambiente. Resulta que inadvertida e inesperadamente se enamora de la muy dulce e inocente Gilda, la hija única y la alegría de Rigoletto, el bufón de la corte, un sujeto amargado y deforme y envidioso. Cuando el padre descubre que la niña de la casa está en conversaciones con Mantua, de quien sospecha ya la ha despojado de su honra, se lamenta del infortunio, canta Ah! solo per me l’infamia, en esta aria maravillosa el bufón consternado se pregunta por qué la infamia solo le toca a él. Enloquecido de dolor decide tomar cartas en el asunto: evitará que el indeseable se convierta en su yerno, contrata al sicario Sparafucile para liquidar al atrevido. Además le muestra a Gilda, desde la distancia, cómo el Duque, por una parte, seduce a Maddalena, la hermana del asesino a sueldo, quien además funge como su asistente, y por otra, canta un aria estupenda, machista y cínica, sí, pero también inolvidable y hermosa, se trata de La donna e mobile, es decir, la mujer es voluble. En ella divaga risueño sobre cómo las damas son veleidosas como una pluma al viento, cambian con facilidad de estado de ánimo y de manera de pensar: así como son bellas y adorables, son confusas, lloren o rían, de manera que siempre sufrirá quien las tome demasiado en serio, y jamás será feliz quien no haya probado sus delicias. Pero resulta que Mantua era un consentido de las mujeres, entre muchos encantos tenía el don de la elocuencia y era divertido, entonces en Maddalena empieza a florecer cierto cariño hacia él, está enamoradisca. Y mientras Rigoletto enceguecido de la ira le da instrucciones precisas a Sparafucile, no se da cuenta de que Gilda lo está oyendo tramar el atentado en contra del Duque. Ella, enamoradísima, decide secretamente tomar el lugar de su amado para salvarlo, así él sea un desalmado, y a expensas de su vida propia. Mientras Maddalena, al rato, le implora a su hermano que no mate a Mantua, que más bien engañe a Rigoletto fugándose, al fin y al cabo, ya le pagó. Pero el asesino a sueldo tiene ética, se niega a aceptar la propuesta. En cambio conciben la idea de matar a la primera persona que entre en la taberna a la hora acordada y luego le entregarían ese cadáver al bufón entre un saco. Llegado el momento de la acción, Sparafucile no nota, ni le importa, que Gilda ha llegado en lugar del Duque de Mantua, sigue adelante con el plan, y la apuñala. Pero casi de inmediato Rigoletto descubre que el ardid ha fallado al escuchar al Duque cantando despreocupado La Donna e Mobile. Tiene un mal presagio. Destapa el saco que le entregó Sparafucile. Descubre horrorizado que se trata del cuerpo agonizante de su hija, quien ahora canta entre los brazos incrédulos del padre filicida, V´ho ingannato, copeovole fui, o sea, te engañé, la culpa es mía. Un aria tremenda en la que con el último hálito de vida le pide perdón y la bendición a su papá para poder ir al cielo. Hasta que por último cae el telón señalando el final de la ópera, mientras Rigoletto llora inconsolable sobre el cadáver tibio de su hija asesinada a manos del sicario que él mismo contrató.

Elegí Rigoletto como ejemplo inicial en este ensayo, porque es la ópera de Verdi que más me gusta. No tanto porque según los expertos se trata de una producción de 1851, en la que hubo progreso decisivo en cuanto a la coherencia formal. Puso el énfasis en las arias por encima de los recitativos -es decir, las secciones de diálogo semejantes a una conversación que contribuyen al progreso de la narración-, el logro técnico consistió en que les dio nuevas cualidades desde el punto de vista lírico y melódico, además las aligeró y les quitó rigidez formal, articulándolas sin que se les noten las costuras con el resto de la obra. Pero también en esta ópera hizo que el interés musical girara sobre una serie de dúos cuyo apogeo es el famosísimo cuarteto, o mejor, la coincidencia dos dúos, Gilda y Rigoletto, por un lado, y el Duque de Mantua y Maddalena, por el otro. ¡El ingenio de Verdi es innegable!

Al aplicar el lente psicoanalítico a la trama de esta ópera puede verse que el compositor se fascina con la moral y las buenas costumbres, tema edípico por excelencia. Experimenta con la noción de qué sucedería si desafiara el establecimiento, qué pasaría al poner a prueba la ansiedad de castración. La figura de Rigoletto, el padre, es de contrastes: es un hombre sufrido, bondadoso y bien intencionado, solo quiere proteger a su familia, pero es ambivalente, está poseída de un egoísmo ilimitado y una tendencia destructiva poderosa, ejerce la tiranía de los buenos motivos y es incapaz reconocer en el otro un individuo independiente y autónomo, irrespeta a los demás. En esta ópera es evidente la necesidad de amar y ser amado, puede reconocerse la capacidad de sacrificio: el Duque Mantua está enamorado por primera vez en su vida,  ama a Gilda, quien a su vez es capaz de dar su propia vida a cambio de la de su amorcito, además Maddalena, en medio de todo, es una mujer de buenos sentimientos, mientras que Sparafucile tiene moral. Por otro lado, en su faceta tanática, también comparten el escenario elementos violentos, homicidas y egoístas, con una sexualidad polimorfo perversa, narcisista, promiscua y fálica, aun cuando en pleno proceso de búsqueda del reposo de la madurez en pos de una sexualidad genital, adulta, entregada, exclusiva, definitiva, tolerante de la diferencia, con las angustias que supone elegir un objeto de amor que, aun cuando exogámico, es de raíz edípica. Por último, figura la epistemofilia, esta tragedia está ligada al descubrimiento de la verdad, la búsqueda del conocimiento de la adultez. Conjeturo que Verdi tuvo esta misma lucha interna, como cualquier otro neurótico, de modo que su tendencias amorosa, destructiva y el deseo de saber, también se translucen en esta ópera, después de todo, como es sabido, en su personalidad había elementos de sadomasoquismo, pues era irritable, rencoroso, vengativo y muy exigente, pero también tenía una vida emocional intensa que se debatía entre la disposición perversa y el don artístico. Sentía culpa, no renunciaba del todo a la contrición ni a la creación, en últimas, pecaba simbólicamente en su obra. Los personajes de Verdi no son completamente buenos ni malos, él era un estudioso de la condición humana, y seguramente por eso llegó a ser el maestro del drama musical..

Por el otro lado, en Il Trovatore -es decir, el trovador, una ópera de 1853-, la acción ambientada en España es violenta y heroica, cuenta con música poderosa. Esta es una obra interesante desde el punto de vista del análisis que traemos hasta acá, porque toca el tema de la madre a la vez que mantiene la rivalidad con el padre vengativo y tiránico. La trama se desenvuelve ante la mirada impávida de la figura materna pasiva, sometida, rencorosa, una gitana senil y enferma y manipuladora de nombre Azucena. El Conde de Luna, padre, aseguró que una gitana embrujó e incineró a su hermano menor, por ello la condenó a la hoguera, y en el momento de la inmolación ella le ordenó a su hija, Azucena, que vengara su muerte, lo cual hizo raptando al hijo menor del Conde, y luego lo convenció de que también lo había quemado. Entonces en su lecho de muerte el Conde le pidió a su hijo mayor que vengara la muerte del niño. Con los años, se llega a saber la verdad a través de las vicisitudes de un triángulo amoroso entre el trovador, Manrico, y el Conde de Luna, hijo, los dos aman a Leonora, aun cuando ella se inclina definitivamente por el tierno y desposeído Manrico, sus únicas posesiones mundanas son su laúd y sus trovas fascinantes. Mientras los gitanos cantan el bellísimo coro del yunque, Vedi le fosche notturne, en español, ved, el cielo infinito lanza su oscuridad, Azucena yace en su lecho mientras le cuenta a Manrico que no es su hijo, que es el menor del Conde de Luna, padre, y que accidentalmente incineró a su propio hijo. El trovador ama a Azucena como si fuera su madre biológica, siempre fue leal y amorosa, pero también descubre que su hermano mayor, el vicario del padre por ser el primogénito y el heredero del título, ahora es su enemigo a muerte a causa de un lío de faldas, lo cual explica la fuerza sobrenatural que le impidió matarlo. Además se entera de que su amada cree que ha muerto, y se recluirá en un convento esa misma noche para ofrecer lo que le queda de vida, poco o mucho, al servicio de dios. Azucena le ruega a Manrico que la olvide, pero no tiene fuerzas suficientes, y él, terco, enamorado, corre a buscarla. Y llega oportunamente para impedir que el Conde de Luna y a sus esbirros secuestren a Leonora, mientras el villano canta el aria Il balen del suo sorriso per me ora fatale, es decir, la luz de su sonrisa, hora fatal de mi vida. A continuación el Conde opta por la alternativa de raptar a Azucena para luego quemarla en la hoguera, convencido de que ella mató a su hermano menor y es la madre de Manrico. Entre tanto, Leonora y Manrico saborean la dulzura de sus románticos amores, nada más en el mundo les interesa, hasta que le cuentan al trovador todo lo que ha sucedido, la situación se vuelve tensa, Leonora se desmaya, un patatús a causa de las emociones tan fuertes, y él va a rescatar a Azucena. Pero todo sale mal. Entonces el Conde captura a Manrico. Ahora es Leonora quien intenta liberarlo. Le implora piedad al Conde de Luna, y le ofrece entregársele a cambio del trovador, aun cuando en secreto bebe el veneno que lleva en su anillo para morir antes de consumar el matrimonio. Esperando la ejecución,  Manrico calma a Azucena. Cuando por fin la anciana se duerme, Leonora se le acerca a él, y le dice que está libre. Pero no quiere irse sin ella, la ama. Entonces ella le cuenta que ha tomado veneno para mantenerse fiel a él. Hasta que, entre sus brazos, agoniza mientras canta Prima che d’altri vivere, que significa, antes que vivir como la mujer de otro. Ahora el Conde encuentra a su amada muriendo abrazada de su rival. Lo manda matar. Y para cuando Azucena despierta, el malvado le muestra con aire victorioso el cadáver de Manrico,  a lo que la anciana responde cantando extasiada y triunfante, Egli era tuo fratello, era tu hermano, vengando así la muerte de su madre, y el Conde contesta con el aria final de la ópera, E vivo ancor, es decir, y debo seguir viviendo.


Según la nota introductoria que James Strachey redactó para Dostoievski y el Parricidio, este artículo está dividido en dos partes: la primera tiene que ver con las ideas de Sigmund Freud sobre la personalidad de Dostoievski, además de los ataques epileptoides, toca su actitud ambivalente hacia el complejo de edipo y su pasión por el juego, al fin y al cabo este artículo se publicó en tiempos de psicología monopersonal, cuando el psicoanalista era experto en la mentalidad del paciente. También incluye la primera discusión sobre histeria desde sus publicaciones más tempranas, y plantea su perspectiva tardía a propósito del complejo de edipo. Pero, sobre todo, Strachey insiste en que con este artículo Freud tuvo la oportunidad de escribir sobre un novelista que admiró enormemente. De todos modos, las reflexiones de este trabajo de psicoanálisis aplicado que usted tiene ante sus ojos en este momento, surgen de ese texto freudiano y luego seguirán la ruta teórica postkleiniana, inglesa, del siglo XXI, al fin y al cabo, el conocimiento psicoanalítico ha seguido en continuo desarrollo. Así que con este mapa conceptual terminado solo resta redactar el artículo completo.

jueves, 9 de octubre de 2014

Elogio de la Vida a Solas


La vida a solas es grata, apacible, no es igual que ser solitario, por el contrario es disfrutar del placer de encontrarse consigo mismo, es deleitarse con la intimidad propia. Y no son puras mañas, como lo leí hace ya algún tiempo en un libro, o tal vez en una revista, es un asunto trascendental. Un día un filósofo profesional aseguraba que amaba la soltería porque el matrimonio era una paradoja de la democracia: mientras este modelo de organización social promulgaba la libertad, la igualdad y la fraternidad, el matrimonio no, era todo lo contrario. Pero no se trata simplemente del terror a la intimidad de un hombre. Una mujer profundamente espiritual y sensible afirmó en una oportunidad, así como así, sin siquiera pensarlo dos veces, el amor es el arte de la distancia.

Hay quienes conjeturan que los que viven solos se pasan los días y las noches del timbo al tambo en pos de aventuras inconfesables entre sábanas ajenas sin que nadie pueda decirles nada. Pero según he podido constatar en relatos de gente que vive sola, este estado de cosas no es lo mismo que la promiscuidad, estas personas también sienten placer con muchas cosas, son polifacéticos, unos se entusiasman con la lectura y la escritura, otros gozan con la pintura, y algunos más oyen música, incluso no falta quien prefiere dormir como un muerto. Por otro lado, sin querer decir que esta es una observación científicamente justificada, en la actualidad hay cierta tendencia a que las mujeres sientan aversión por los oficios domésticos, lo cual no tiene ningún problema, viven solas, mientras que entre ellos sucedió lo contrario, apareció una fascinación por los oficios domésticos, y tampoco hay problema, viven solos. De modo que ahora es común encontrar más cocineros que cocineras, y hasta prefieren preparar los alimentos en privado a la hora de confeccionar recetas experimentales antes de ponerlas a prueba con algún comensal. O simple y llanamente el que vive solo puede dedicarse con facilidad a lo que los italianos llaman il dolce far niente, es decir, pueden abandonarse al dulce encanto de hacer nada. Hay gente de todos los pelambres. Una vida contemplativa y recogida propicia la reflexión y la introspección, actividades como la creatividad y la meditación requieren privacidad, no pueden realizarse en medio de la muchedumbre. No en vano los monasterios son lugares quietos que satisfacen necesidades profundas del espíritu humano.

Se me viene a la cabeza una mujer de edad intermedia quien me contó inconsolable, al calor de una taza de café, que una noche le dijo a su pareja, un señor que vivía solo, ¡tú no quieres comprometerte, haces lo que te da la gana!, a lo que él respondió lleno de paciencia con la perogrullada que acababa de escuchar, claro, de eso se trata. Y no es cierto que quienes viven solos se entregan a juergas bestiales. Ni creo que sea correcta la especulación de ciertos sectores de la opinión femenina, en especial ahora que se casó el madurísimo George Clooney con la joven Amal Alamuddin, en el sentido de que a los que viven solos les llueven propuestas matrimoniales por parte de solteras esperanzadas en un hogar divino y apacible sin los sobresaltos de casarse con un muchacho veleidoso.

El psicoanalista inglés Donald Winnicott (1896-1971) escribió extensamente sobre la capacidad de estar solos como uno de los logros del desarrollo de la personalidad, un aspecto central de la madurez. Y no solo se refería a la habilidad de estar sin nadie más, aludía a que esta destreza abre la puerta para que el adulto sea capaz de ser quien es, y al mismo tiempo que acepta su individualidad, reconoce la diferencia con los demás. No siente urgencia de trasformar a nadie, ni, en el peor de los casos, de liquidar al otro cuando no funciona como quisiera. Se trata más bien de desarrollar la flexibilidad que le permita funcionar con satisfacción dentro de la colectividad sin perder de vista la individualidad, mantiene la autonomía sin desdibujarse en el grupo. El ser humano es gregario, y la tensión entre lo individual y lo colectivo es central en la vida del hombre desde que nace hasta que muere, mientras que la mente se desarrolla en medio de la relación dialéctica con los demás, y tenga en cuenta que el mínimo grupo es de tres personas, padre, madre e hijo.

Como decía arriba, Winnicott es uno de los pioneros de la idea revolucionaria de que la seriedad del juego infantil es crucial en la estructuración de la mente del adulto que llegará a ser. Al principio, en la fantasía, el bebé toma el objeto como si fuera parte de sí mismo mientras la mamá amorosa y devota lo acompaña en su subjetividad; pero con el tiempo el niño aprende, el juego se hace más complejo,  toma y deja el objeto, y vuelve a tomarlo y a dejarlo, todo esto ante los ojos cariñosos de su mamá, quien de esta manera participa en su exploración del universo, en ese ir y venir, en ese aparecer y desaparecer, y si ella logra estar allí sin romper la ilusión durante un tiempo suficiente, este proceso natural le da confianza al bebé, y llega a disfrutar de su capacidad de gobernar los objetos del mundo, pero siempre con el trasfondo de la madre confiable en medio de las vicisitudes de su habitualidad, incluso del amor y el odio que entrañan todas las relaciones humanas, y así crean juntos un espacio virtual que sirve de escenario para esta experiencia fascinante del niño; entonces poco a poco logra la capacidad de estar solo, concibe a su mamá, con quien juega, a quien ama y está disponible, puede recordarla tranquilo cuando ella está ausente, vuelve a descubrirla entre su mente; hasta que, por último, el niño llega a construir la noción de que él y ella no son un solo cuerpo, a través del juego ha encontrado el ser y el no ser, entonces puede aceptar que ella también aporte y tenga iniciativa en el juego, y él feliz.ismo, mientras la mama que sera seriedad del juego infnatil es uesto, no es lo mismo que vivir solitario.promueve e

Así que la capacidad de estar solos es un paso fundamental tanto en la construcción de la identidad como en la manera de estar con los demás. Abre la puerta para explorar el mundo sin terror a la libertad, tolerando la incertidumbre que la existencia implica y la angustia que produce el espacio vastamente grande de las posibilidades que ofrece la vida. Estas experiencias tempranas devienen en modelos para las relaciones venideras, están en la raiz del amor, la amistad, el sentido del humor, y muchas otras actividades. Hacen parte de la forma en que cada cual ocupa su espacio vital, si es intrusivo o módico, xenofóbico o acogedor, en fin, hay incontables maneras de estar en el mundo según la mentalidad de cada cual.

Y, como la mente es tan móvil, la capacidad de estar solo continuamente se está forjando en relación con los demás, no se queda fosilizada entre la mente del niño que una vez fue, antes por el contrario siempre es actual en medio de los avatares de los vínculos con los demás. Es por eso este enfoque teórico también es un modelo para pensar en la relación psicoanalítica, ya que este proceso promueve la capacidad de estar solo con satisfacción, así como la de lograr una vida más grata y equilibrada con los demás. El psicoanálisis es un discurso de liberación que se dedica al estudio del continuo que va desde lo biológico hasta lo social.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Ser el Padre, o la Madre, de un Adolescente, y Sobrevivir en el Intento

          La adolescencia es una etapa ineludible, un imperativo biológico y psicológico, que idealmente se da en el momento oportuno, ni muy tarde, ni muy temprano, un periodo que suele presentarse entre los doce y los dieciocho años, aun cuando no hay una edad exacta, y algunos pueden ser precoces, así como también los hay tardíos y hasta prolongados, incluso, en sentido figurado, en cuanto a la actitud, algunas personas nunca la superan, son adolescentes perpetuos. Pero en sentido estricto esta es una época del desarrollo psicosomático que trascurre, como la infancia y la latencia, en relación con los padres y el ambiente, ya sea porque están presentes o ausentes, para bien o para mal, de modo que así como puede ser un periodo feliz, interesante, constructivo, también pueden ser años tremendos y siniestros y trágicos, así es la condición humana. Trasformaciones mentales que van acaballadas sobre los cambios físicos propios de esta etapa del desarrollo normal: tenga en cuenta que termina de madurar y de crecer el sistema nervioso, en lo relacionado con las regiones vinculadas a la regulación del sistema endocrino, en particular con las hormonas que tienen que ver con los rasgos sexuales secundarios masculinos y femeninos, según sea el caso, pero también se modifican las áreas motora y sensitiva, después de todo, el cuerpo del adolescente cambia sus proporciones casi a diario, y por esta razón, en ocasiones, parecen un poco descoordinados; así mismo en el cerebro terminan de organizarse las áreas ligadas a los procesos cognitivos, lo cual se relaciona con la nueva manera de representar el mundo entre sus cabezas.

          En la humanidad no hay dos personas iguales, y esto también es cierto para los adolescentes, pero de todas maneras sí es posible describir algunas regularidades en sus mecanismos psicológicos. Las raíces de su mentalidad están en la infancia, de manera que las manifestaciones psicológicas de este período, por así decirlo, son reediciones de las vicisitudes psíquicas del pasado, y en este sentido la adolescencia se parece a otras etapas de la vida, como la menopausia, por ejemplo. Así que habitualmente el desarrollo del muchacho no se descarrila, mantiene su carácter aun cuando adquiere dimensiones mucho más amplias y eficaces en el mundo exterior, dentro y fuera de la casa; por eso es tan angustiosa esta época para los padres, los hace sentir la inmensidad de su impotencia y de su incapacidad para controlar. Así que la adolescencia también es una crisis que supone poner a prueba el fundamento de su personalidad, y trae al presente duelos pasados que siguen vigentes. La mente del joven es móvil y dúctil, sí, y ahora tiene nuevos recursos físicos y psíquicos para expresar sus debilidades y fortalezas, empieza a hacer consciencia de que el mundo en nada se parece a lo que pensaba, que la realidad siempre es más rica que la fantasía, y así pierde la inocencia infantil, descubre poco a poco que nada es totalmente bueno ni malo, las cosas tienen matices. Es un tiempo feliz y despreocupado, pero también enlutado y nostálgico, además de una oportunidad para construir un nuevo modelo para explicarse a sí mismo y a los demás, pues el que traía hasta ese momento se ha vuelto obsoleto. El adolescente es paradójico: quiere ser libre y cuidado por sus padres al mismo tiempo, es grande y quiere ser niño, tiene momentos razonables y otros que no lo son, se vuelve estratégico, y hasta manipulador, tiene cosas espontáneas y privadas, como la sexualidad genital y la vida social; requiere respaldo y que lo dejen suelto al mismo tiempo, y sin conflicto aparente, desafía todo, la lógica, la autoridad, los temores, las prohibiciones, adquiere posiciones y opiniones sobre todo lo humano y lo divino. En última instancia trata de habitar su propio cuerpo, y estar cómodo en él. Construye la capacidad de estar solo, busca ser un individuo autónomo con gustos y teorías particulares, mientras descubre la incertidumbre que supone crecer y la angustia que produce la libertad. Pero también es la época del alto riesgo de los embarazos indeseados y de la drogadicción, así como de la depresión y del incremento de las tazas de suicidio. 

          Mi muy personal opinión es que sobrevivir es el secreto del éxito de la paternidad, y la maternidad, del adolescente. No me refiero a sobrevivir en el sentido biológico de la expresión, aludo a que el muchacho debería sentir que los padres siempre están ahí, disponibles mental y emocionalmente, teniendo en cuenta que, en últimas, el joven busca confirmar que tiene una base firme y flexible en la familia, el universo a donde nació. Pero, por el otro lado, en el siglo XXI la familia es una estructura dinámica, para bien o para mal, así como hay viudeces, también hay divorcios y nuevas uniones, eventos que intervienen en el desarrollo mental de los muchachos, y nótese que no digo que sea bueno ni malo, todo depende del caso por caso, así como hay divorcios escandalosos y antihigiénicos, también los hay decentes y de común acuerdo; y de la misma manera, hay padrastros y madrastras que tienen relaciones ejemplares con los hijos de sus parejas, porque no siempre estas situaciones devienen como en los cuentos de los hermanos Grimm, pero también las hay tremendas, abusivas y psicóptícas. En todo caso, y tal como sucedió en la infancia, el adolescente está interesado en conocer la vida íntima de sus padres, y está bien darle una cierta cantidad de información, lo suficiente como para que conozca sobre su momento emocional actual, pero definitivamente no tienen por qué conocer la totalidad los detalles de la vida sexual del papá, o de la mamá. De manera que así como los avatares de la vida familiar pueden enriquecer la perspectiva del muchacho, también pueden empobrecerla. La relación padres e hijos es el marco de referencia para el adolescente, y, como suele suceder con todo, la experiencia incide más que las palabras, así que, en el mundo ideal, los padres deberían ser coherentes y confiables; pero en la práctica no es fácil, la vida está llena de desafíos, verbigracia, el matrimonio siempre está a prueba. De manera que la existencia es un continuo movimiento. Es una búsqueda de equilibrio así sea transitorio, un aprendizaje continuo a partir de las experiencias que la vida trae.


          La personalidad del padre y de la madre, tal como la del muchacho, tienen rasgos y peculiaridades con raíces que datan de la infancia, de modo que los hijos se desarrollan en relación con esos sistemas de valores, conflictos y miedos, los adolescentes acrisolan esas experiencias haciéndolas propias al desarrollar su versión personal. Los muchachos, en primera instancia, ven el mundo a través de los ojos de sus padres, así que entre más saludables y satisfechos sean los mayores, mejor para los hijos. Un ideal bastante persecutorio. Soy de los psicoanalistas que piensan que basta con ser un padre, o una madre, suficientemente bueno, no perfecto, porque la frustración dosificada que recibe el hijo es pedagógica y desarrolla su mente siempre y cuando no sean eventos traumáticos, ni abrumadores, y logren darle contención emocional y continuidad al muchacho, o la muchacha. De manera que padres y madres deben cuidar de su salud mental. Empeñarse en ser lo mejor que puedan llegar a ser, de esta manera tendrán mucho más para compartir con su adolescente, y no me refiero a las posesiones mundanas, esta no es una invitación al hedonismo, más bien quiero decir que así se logra ser una persona más satisfecha consigo misma, mejor compañía para los demás. Y tenga en cuenta que los hijos son los hijos, no son amigos, confidentes, ni enfermeros, tampoco sirvientes, encargados de satisfacer todas las necesidades emocionales de los padres, ni mucho menos son sus terapeutas, simplemente son los hijos. Observe a su adolescente, auscúltelo, trate de comprender su carácter, sus contradicciones y angustias, lo cual también implica duelos para los padres, puesto que en la medida en que crece el muchacho pierden al niño, además mientras el joven se desarrolla exige que progresivamente acepten que se trata de persona diferente que no necesariamente cumplirá con las metas y expectativas de los progenitores. Pero si no logra asimilar los desafíos que plantea el adolescente porque toca temas sensibles para usted, no se asuste, con la intención basta, para el muchacho lo fundamental es que esté ahí, necesita que lo acompañe en su duelo de la infancia y a encarar anticipación y la incertidumbre de la adultez que vendrá. Los padres no tienen que ser los dueños de la verdad. Ya no es un niño, pero tampoco un adulto, y, por supuesto el adolescente lo hará recordar sus propias vicisitudes personales, pondrá a prueba sus valores y explicaciones de las cosas. Se trata de una relación apasionada, de manera que los padres tienen más influencia y poder en ella de la que sospechan, así al hablarle al adolescente sienta una intensa sensación de vacío. La mejor manera de enseñar ideales y valores es a través del ejemplo, se trata de la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Pero, en últimas, el padre y la madre deben aprender a confiar en él, o en ella, pues no es posible controlar todas las variables de sus vidas, y ese sentimiento de que los padres los respetan y confían en ellos los hace responsables, importantes, aun cuando hay necesidad de dosificar la autonomía monitoreándola a través de la respuesta del muchacho, y su eficacia en el mundo. Hay necesidad de permitirles cometer sus propios errores, y luego repararlos, responsabilizarse de sus actos, pero también, hay que protegerlos, claro, procurando que estos errores sean riesgos calculados que no lleguen a ser catastróficos. Por último, lo que llamo “el éxito en la educación del adolescente” es que al final del proceso, al entrar en la adultez temprana, sean personas que vivan cómodas consigo mismas, que sean capaces de tomar decisiones coherentes con lo que son y de acuerdo a sus capacidades y circunstancias, que encuentren cómo sacar el mayor partido de sus fortalezas, a la vez que logren encarar sus debilidades, que puedan ser autónomos, éticos, consideradas con los demás, ciudadanos de bien.

domingo, 31 de agosto de 2014

El Furor de los Diagnósticos Mentales y los Psicofármacos


Todo el mundo busca equilibrio, satisfacción y tranquilidad, armonía, solidaridad y seguridad, incluso amor, paz y conocimiento para predecir y controlar situaciones desafiantes. La Fundación DANA, organización que promueve la investigación del cerebro y la conducta a través de financiación, publicaciones y programas académicos, tiene un pequeño periódico mensual que divulga artículos que ya han salido en revistas y diarios, se llama Brain In The News. Resulta que a fines del 2013 apareció en él un artículo titulado, Anormal es la Nueva Normalidad. Esta publicación es pertinente para estas meditaciones de un estudioso de la salud mental sobre los diagnósticos mentales y los psicofármacos, los de uso terapéutico quiero decir, porque el diagnóstico es la base para el tratamiento de las enfermedades según el modelo biomédico.

Resulta que en 1952 se publicó el primer DSM. Con este libro apareció oficialmente una inclinación en el universo de la salud mental, llamémosla hegeliana, se trata de la iniciativa norteamericana para desarrollar un sistema sólido de pensamiento que clasifica los trastornos mentales. Le da un lugar a cada cosa, lo lógico, lo natural, lo humano y lo divino. Un método que describe todas las conductas concebibles, diferenciando las saludables de las enfermas. Una taxonomía que establece criterios diagnósticos para luego iniciar el tratamiento, y además barrunta la historia natural y el pronóstico del trastorno. Pues el año pasado apareció la quinta versión de este volumen luego de 60 años de pruebas, adiciones y correcciones.

Lo primero que llama la atención de esta nueva versión del  manual diagnóstico es que la probabilidad de que cualquier persona cumpla con los criterios de algún trastorno mental está por encima del 50% -en los tiempos del DSM IV se estimaba en un 46.4%-, de modo que ahora es mucho más probable que cualquiera tenga algún padecimiento psiquiátrico, aun cuando menos del 6% de los adultos tienen formas severas de patología mental.

Cada vez más gente recibe nuevos diagnósticos mentales. ¿¡Pero cómo es posible que la mayoría tenga trastornos mentales!? ¿A caso siempre fue así, solo que antes no se diagnosticaban, o tal vez la salud mental ha decaído con el progreso, o será que ahora se consideran como trastornos conductas que antes no lo eran? Es probable que la respuesta correcta sea que todas las anteriores son ciertas.

Ahora se es más eficiente a la hora de diagnosticar, se hace más tempranamente, se tratan los pacientes más rápido con la esperanza de moderar la intensidad y la frecuencia de los síntomas. La comunidad está más dispuesta a encarar los trastornos mentales. Personas con déficit de atención e hiperactividad, con depresión y abuso de sustancias, por ejemplo, ahora se diagnostican con más facilidad, creando la ilusión óptica de que su incidencia ha aumentado.

Pero también es posible que en efecto ahora seamos más enfermos que hace una generación. Los índices de suicidio crecieron en casi todos los paises. Los puntajes de ansiedad aumentaron en las pruebas aplicadas en niños al compararlas con los de 1957, además en adultos crecieron los niveles de ansiedad e impulsividad entre 1963 y 1993, y el narcisismo también proliferó entre 1982 y 2006. Así que varios autores sugieren que hay más diagnósticos porque en efecto hay más trastornos mentales. Es más, entre más joven se es, es más probable que desarrolle alguno a lo largo de la vida.

Además hay elementos culturales que intervienen al establecer el límite discontinuo entre salud y enfermedad mental: mientras la hipertensión arterial sistémica es transcultural, por ejemplo, los síntomas mentales no lo son. Además lo que antes era sano, ahora no lo es, y lo contrario, lo que era enfermo, ahora es saludable. Las cosas han cambiado. Hay muchos casos, como la homosexualidad y la histeria, al igual que los trastornos alimenticios la anorexia y la bulimia. Antes los gordos eran sanos, ahora los flacos son saludables y bellos. Ya no son normales conductas, pensamientos y sentimientos que antes sí lo eran. Pero este no es un argumento que debilite el enfoque de la salud mental, al fin y al cabo, los conflictos emocionales surgen en relación con los demás, y uno de los desafíos de la madurez es la dialéctica de la relación entre yo y no yo. De manera que la cultura y la historia, los valores y los ideales tienen un papel preeminente en este asunto de los diagnósticos mentales.

De manera que la definición de ‘trastorno mental’ ha crecido. Es así como en 1952 el DSM I tenía 106 diagnósticos, luego el DSM III, en 1980, incluyó 265, y el DSM IV, 297. Aun cuando el DSM V mantiene el mismo número de diagnósticos de la versión anterior, tiene más subtipos. Este incremento de los grupos diagnósticos surge de que peculiaridades que antes no eran patológicas ahora sí lo son. En el DSM IV no había síndrome de Asperger, por ejemplo, una persona con este diagnóstico se clasificaba como autismo de alto funcionamiento; en el DSM V sí incluye este diagnóstico, con la pretensión de resaltar las diversas formas del autismo dirigiendo el interés de la investigación hacia estos pacientes. Pero también, siguiendo el enfoque materialista de la mente -la noción monista de que hay una unidad psicosomática, con una relación recíproca, innegable e indivisible entre la mente y el cuerpo-, el DSM V incluye diagnósticos físicos, como el trastorno del sueño relacionado con la apnea obstructiva que se presenta cuando los músculos faríngeos se relajan hasta el punto de obstruir la vía aérea; o el trastorno por intoxicación con cafeína, que incluye agitación, alteraciones gastrointestinales y del sueño, nerviosismo y taquicardia luego de tomar al menos 2 tazas de café, síntomas que afectan el funcionamiento habitual de la persona. Y también menciona el trastorno por abstinencia de cafeína.

Así que se ha replanteado qué es normal. El DSM V bajó el umbral diagnóstico. La timidez y preocuparse por la percepción de los demás, por ejemplo, afectando la habitualidad al impedir algunas actividades, se clasifica como trastorno evitador. O el trastorno de ansiedad generalizada en el DSM IV requerían más criterios y que fueran más duraderos, ahora son laxos, en la actualidad estar preocupado por las finanzas, o por algún familiar enfermo durante al menos 3 meses puede considerarse un trastorno. Antes no era así.

Cada vez hay menos gente sana. El infortunio y las tribulaciones, la tristeza y la preocupación, la ansiedad y los ratos insomnes, pueden llegar a ser trastornos mentales. Más pensamientos, sentimientos y conductas se consideran anormales, y las peculiaridades se tratan como enfermedades mentales. La salud mental es cada vez es más estrecha. ¿Pero, qué necesidad hay de volverlo todo enfermedad, a caso por razones económicas? Las aseguradoras pagan los tratamientos, y para poder cobrarlos debe haber un diagnóstico, no es suficiente con tener un conflicto emocional. Claro que, por el otro lado, si se trata un problema antes de que se vuelva un trastorno mental, ahorrará el sistema de salud. Los diagnósticos mentales abren la puerta a exigir beneficios del estado, incapacidades, indemnizaciones y otros derechos civiles. De modo que también hay consideraciones de salud pública.

Además, la industria farmacéutica, como cualquier otra industria, necesita ampliar su mercado. Si más gente tiene diagnósticos mentales crecerá la demanda de sus productos. De hecho, los psicofármacos ahora se usan más liberalmente para una mayor variedad de problemas. Suspicacias que surgen de que hay nexos económicos entre muchos autores del DSM V y la industria: se estima que el 70% de los participantes en la confección del manual tienen relaciones comerciales con fabricantes de drogas, lo cual sugiere un conflicto de intereses.

Pero el uso de psicofármacos también surge de una sociedad consumista, y dominada por el deseo de satisfacciones inmediatas y fáciles, así como por la búsqueda curas sencillas y radicales. Elementos que se ajustan al estilo de vida actual a la carrera, digital, industrial. En estos tiempos de culto a lo desechable, de acceso universal a la Internet, de entretenimiento a libre demanda y de soluciones prefabricadas para que lo haga usted mismo, también se aspira a curas milagrosas para aliviar los pesares y tribulaciones de la condición humana. Pero también la vida laboral es demandante, las compañías contratan la menor cantidad posible de personas. Es un mundo competido y despiadado. Entonces se vuelve atractiva la posibilidad de que un diagnóstico justifique las dificultades en general, y las laborales en particular, y que un remedio pueda arreglar todo el problema. Predomina la suposición de que los psicofármacos harán más llevadera la existencia, aligerarán los pensamientos y sentimientos molestos, modificarán las conductas fastidiosas. Mientras la vida se hace más vertiginosa, la cotidianidad se ha vuelto un asunto médico, el diagnóstico da nombre al sufrimiento con la esperanza de encontrar alivio en un psicofármaco. La fe es fundamental, en especial en tiempos difíciles, falta saber si la mejor manera de dar esperanza es enfermar a la mayor parte de la humanidad.

Tal vez todo depende de la aplicación responsable y cuidadosa de los diagnósticos mentales, sin perder de vista el enfoque pragmático del asunto. Cuando se diagnostica a alguien se debe tener en cuenta la relación costo beneficio, clasificar al paciente orienta el tratamiento de manera eficaz, por ejemplo, en la esquizofrenia y de las ideas suicidas estructuradas. De lo contrario diagnosticar es simplemente innecesario, exagerado y iatrogénico, es decir, es nocivo y abusivo, porque va en contra de la dignidad y la privacidad de las personas. En últimas, es un lenguaje de los médicos y el sistema de salud que muy poco tiene que ver con el caso del paciente en particular.