jueves, 25 de febrero de 2016

Sobre el poder de la palabra


Pura Vida cumplió su primer año el 2 de julio del 2009. Por así decirlo, este blog es cáncer, dato que seguramente tiene implicaciones que van mucho más allá de lo que alcanzo a vislumbrar. Y me refiero a él con signo zodiacal y en tercera persona, porque el blog, en general, es un invento prodigioso que tiene vida propia. Viaja por su cuenta y riesgo. Además recorre el mundo entero creando vínculos virtuales, lo cual no es desdeñable pues en muchas ocasiones son estrechos y estables, incluso románticos, y se dan de una manera muy peculiar que solo por este medio puede lograrse. El blog tiene voluntad propia. Como en otras formas de la palabra escrita, el lectores utiliza los textos según sus gustos, apetencias e interpretaciones, dándoles autonomía, un destino impredecible que el autor es incapaz de anticipar.
Octavio Paz llamaba al hombre “El Mono Gramático”. Su tesis lúcida era que la humanidad, otra especie más dentro de la gran familia de los primates, se diferenciaba de los demás animales en la sintaxis. Así que en la Tierra, el hombre es único por su capacidad de emplear el lenguaje escrito y hablado. Dos instancias muy distintas del idioma, puesto que hablar es algo que se hace presente, mientras al escribir el texto queda en el pasado. La palabra está presente en toda operación mental: surge al pensar, al narrar, al investigar, al sufrir, está en la esencia humana.  Con ella se construyeron organizaciones sociales, aumentando las posibilidades de sobrevivir. Incluso la probabilidad procrear se incrementó con el uso de la palabra. La habilidad verbal se volvió definitiva en la vida amorosa, de modo que la elocuencia superó el duro tamiz de la selección natural y la evolución de la especie.
Los temas esenciales del ser humano no cambian, ni son muchos, permanecen inalterados aun cuando la ciencia y la tecnología progresen. La muerte y el amor casi siempre están presentes, por ejemplo. Así puede explicarse por qué algunos vocablos fundamentales, como mamá y papá, angustia y felicidad, enemigo y odio, hombre y mujer, día y noche, rojo y azul, sin olvidar sal, pimienta y albahaca, tienen etimologías con más de 6,000 años de historia. Sus orígenes pueden rastrearse hasta el indoeuropeo, idioma anterior al griego y al latín, de  donde surgió la gran familia lingüística de donde nacieron la mayoría de idiomas europeos y algunos asiáticos, unos 150 idiomas en total, incluyendo al español. Idiomas empleados en la vida cotidiana la mitad de la humanidad, con ellos narran alegrías y tristezas, aciertos y desilusiones, esperanzas y frustraciones.
La palabra transforma la perspectiva sobre la experiencia y la manera de relacionarse con el mundo al simbolizar. Al representar la cosa en sí es posible meditar sobre ella y transformarla. Se trata de representaciones cerebrales mediadas por la actividad metabólica de las neuronas estimuladas en el momento de recibir los estímulos sensoriales, ya sea al escuchar, leer, hablar o escribir. Y esta misma  propiedad, llamada neuroplasticidad, explica el efecto terapéutico del psicoanálisis, la cura mediante el habla, como la llamaba Sigmund Freud.
Incluso el aséptico lenguaje matemático está sujeto a la condición humana, y la paradoja de Zenón de Elea es una hermosa ilustración de ello. Aquiles retó a la tortuga a una carrera. El hombre, seguro de su velocidad insuperable, razonó que era bueno darle alguna ventaja al animal. Que, para simplificar este planteamiento, digamos que fue de 10 metros. La tortuga arrancó primero. Luego nuestro héroe, y para cuando recorrió los primeros 10 metros, la tortuga ya no estaba ahí, se había desplazado 5 metros más, y cuando Aquiles cuando avanzó este nuevo trayecto, tampoco la alcanzó porque una vez más se había movido a la mitad de la distancia. Y así sucesivamente hasta el infinito. En resumen, el hombre jamás alcanzó a la tortuga. Contra todo pronóstico, Aquiles perdió la carrera. Y de esta experiencia algunos pensadores llagaron a la conclusión de que el movimiento es una imposibilidad. Sin embargo, todos sabemos, esta conclusión es errónea, el espacio no es infinitamente divisible. A mi manera de entender esta discrepancia: las matemáticas son símbolos que sirven describir fenómenos, pero la naturaleza se reserva su independencia de ellos.
Por último, las palabras tienen significados según su contexto. Así las apropiamos, hacemos combinaciones con ellas, les damos usos novedosos. Hasta pueden extravasarse de otros idiomas. Como en el caso de la terminología inglesa empleada en el universo de la Internet y los computadores, que en la actualidad forma parte del español más castizo. Entonces mientras alguien hable y escriba las palabras, no se gastan, por el contrario, se enriquecen, se embellecen, adquieren nuevos sentidos, crecen al vincularlas con recuerdos. Resplandecen.
Las palabras no son de las academias de la lengua, los diccionarios, ni los autores, solo pertenecen a quien las necesita. Mi consejo es: aprovéchelas para decir, expresar y compartir, no para ocultar, ofender y confundir. No es lo mismo un "te quiero" al amanecer, que al anochecer, tampoco lo es un domingo, un miércoles, o un viernes, ni mucho menos decírselo a la pareja, la familia, o a los amigos.


¡Feliz cumpleaños, Pura Vida!

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