martes, 17 de septiembre de 2013

Ludwig Wittgenstein, un hombre con el don de la síntesis


Desayunando con Alexandra, le conté que el grupo de estudios de psicoanálisis y neurociencia con el que me reúno los lunes a mediodía en la Fundación Santafé, planea hacer el segundo simposio, en esta oportunidad, sobre temas controversiales en el ejercicio de las disciplinas de la salud mental. A ella le pareció un proyecto académico interesantísimo, y muy útil para gente que reflexiona sobre la condición humana, no solo para especialistas. Continué. Le dije que mi ponencia, que está en construcción en este momento, se titula, No Hay Dos Pacientes Iguales, Como No Hay Dos Terapeutas Iguales. Trata el tema arduo de cómo es posible que la mente estudie la mente, y cómo para comprender al otro es necesario liberarse, hasta donde sea posible, de las clasificaciones, los prejuicios y las generalizaciones, ya que, como es bien sabido, la diversidad humana es innegable, y el vínculo terapéutico es una relación como cualquier otra, solo que en este caso hay una asimetría porque el paciente busca ayuda.  Cada caso es particular. Y a continuación le dije el epígrafe que tomé de Julio Cortázar para empezar con este texto: “Quizá los moluscos no sean neuróticos, pero de ahí para arriba no hay más que mirar bien; por mi parte he visto gallinas neuróticas, gusanos neuróticos, perros incalculablemente neuróticos; hay árboles y flores que la psiquiatría del futuro tratará psicosomáticamente porque ya hoy sus formas y colores nos resultan francamente morbosas.”. Entonces Alexandra, entusiasmada, me insistió en que continuara con la investigación leyendo sobre Ludwig Wittgenstein, el filósofo austriaco preeminente del siglo XX que vivió mayormente en Inglaterra. Y así lo hice.

Al llegar a mi gabinete psicoanalítico consulte la hermosa edición número quince de la Enciclopedia Británica, un incunable, pues ya no se publica en papel impreso, solo en su edición virtual. En esas páginas sedosas y amarillentas encontré que este filósofo profesional produjo dos sistemas de pensamiento distintos en épocas muy diferentes de su vida, y el segundo critica y rechaza el primero, claro está. Ambas obras fueron muy influyentes y bien expresadas: primero vino el Tractatus Logico Philosophicus y luego, Philosophical Investigations.

Resulta que este personaje nació en 1889, era el menor de 8 hermanos, todos talentosos. Su padre era un industrial austriaco del acero. Y junto con su madre conformaron una pareja de sensibilidad artística e inclinaciones intelectuales. Lo educaron en casa hasta los 14 años, luego fue al colegio en Viena y en Berlín, donde se inclinó por las matemáticas, las ciencias naturales y, posteriormente, por la ingeniería. En 1908, ya en Inglaterra, en Manchester, empezó a trabajar en aeronáutica. Experimentó con cometas en las regiones más remotas de la atmósfera. También diseñó motores para aviones, y concibió la idea luminosa de poner turbinas en las puntas de las aspas de una hélice. En esa época se interesó por la obra de Bertrand Russell, y fue a estudiar con él en la universidad de Cambridge. Se dice que en alguna oportunidad el maestro expresó sobre el filósofo brillante: “pronto aprendió todo lo que yo tenía para enseñar”. Con él estuvo desde 1911 hasta 1913, trabajando problemas lógicos. Luego se mudó a Noruega. Donde le surgió la idea de que las verdades lógicas son tautologías, se trata de razonamientos circulares que no dicen nada especial.

Con el advenimiento de la I Guerra Mundial se enlistó en el ejército austriaco. En 1916 estuvo en el frente ruso con desempeño valeroso, fue un buen oficial, y en 1918 lo trasladaron a Italia. Entonces empezó el período del Tractatus, pues mientras tanto seguía trabajando problemas lógicos y filosóficos en cuadernos que llevaba a todas partes entre su morral. Y para cuando lo aprisionaron los italianos, ya tenía el manuscrito completo, entonces se lo mandó a Russell, quien le ayudó a publicarlo gracias a sus influencias. Resultó ser un libro novedoso, profundo e influyente, conformado por anotaciones numeradas y ordenadas que abarcaron 75 páginas. Trató temas que incluyeron la naturaleza del lenguaje y el límite de lo que puede expresarse, también contenía elementos de lógica, ética y filosofía, junto con reflexiones sobre causalidad e inducción, el yo y la voluntad, la muerte y lo místico, el bien y el mal. La pregunta central del Tractatus era: ¿cómo es posible el lenguaje, cómo puede comunicarse algo, y cómo puede alguien entenderlo? Aducía que una oración con significado, es decir una proposición, debe ser una imagen fidedigna de la realidad. Pero hay límites. No solo debe ser una imagen exacta de lo que representa, seguramente los símbolos y las situaciones tienen la misma forma lógica, así ella no pueda representarse, al fin y al cabo, la existencia necesaria de elementos simples de la realidad y de un valor absoluto, no pueden decirse porque el límite del lenguaje es el pensamiento. De manera que una proposición tiene un solo análisis completo y un sentido definitivo; hay una esencia del lenguaje, las oraciones y los pensamientos, un orden a priori en el mundo.

En 1919 Wittgenstein regresó a la vida civil. Entonces regaló gran parte de su cuantiosa herencia, le disgustaba el oropel y el confort, prefería una existencia frugal, académica, contemplativa, la vida de un soltero casto y estoico. Así que se hizo profesor de primaria en una escuela rural en la campiña austriaca, apacible y hermosa. Era muy infeliz. Pensó en suicidarse en varias oportunidades, según puede leerse en su epistolario. Aseguraba que estaba moralmente muerto, a los treinta años de edad. Allí tuvo conflictos con otros docentes y con habitantes de la apacible y hermosa comarca. Hasta que en 1925 se retiró de su puesto de maestro de la escuela bucólica. Entonces se hizo asistente del jardinero de un monasterio en las afueras de Viena. Y poco después, una de sus hermanas lo contrató para que trabajara en la construcción de su mansión. Oficio que lo apasionó. En él invirtió su creatividad arquitectónica asombrosa. El resultado fue un edificio libre de excesos y decoraciones, una construcción exacta y proporcionada, de belleza simple y estática, como el Tractatus. Pero también era un músico hábil: tocaba el clarinete con solvencia, y era capaz de silbar de memoria piezas larguísimas y complejas.

En suma, dejó la filosofía durante una década, aun cuando en algunas oportunidades se reunió con miembros del Círculo de Viena, de donde surgió el Positivismo Lógico. Hasta que en 1929 regresó a Cambridge, se hizo fellow del Trinity College, y retomó la docencia. Rápidamente se volvió influyente en los medios académicos angloparlantes. Era un maestro erudito, comprometido, serio, creativo. Sin embargo no le gustaba el ambiente pedante de la universidad, y se retiró de la filosofía académica. Es más, exhortaba a los estudiantes a que renunciaran a la docencia, porque había períodos oscuros y confusos sin nada para decir, de manera que era imposible ser profesor y honesto al mismo tiempo. Era un oficio imposible. Por otro lado, en lo personal, necesitaba afecto, como todo el mundo. Era un amigo cálido y leal y generoso. A la vez que era severo con la afectación, la adulación y la superficialidad. Y cabe anotar que escribió profusamente desde esa época hasta el final de su vida, y en 1939 lo nombraron miembro del directorio de filosofía de Cambridge.

Al empezar la Segunda Guerra Mundial se fue de la universidad para trabajar como camillero en un hospital en Londres. Y solo regresó a Cambridge hasta 1944, a los 55 años, cuando ya había perdido el entusiasmo por la vida y por el absurdo trabajo de ser maestro de filosofía. Decía que era una muerte en vida. Hasta que se retiró en 1947. Entonces se fue a vivir a la costa de Irlanda para pensar sin hablar con nadie. Allí vivió hasta que enfermó, entonces se alojó a donde amigos, ora en Estados Unidos, ora en Inglaterra. Su salud decaía, y en 1949 le diagnosticaron un cáncer. Hallazgo que no lo impresionó especialmente, dijo: no quiero seguir viviendo. Y murió en 1951 en Cambridge.

En 1953 apareció Philosophical Investigations, libro que por sus instrucciones se publicó póstumamente, aun cuando había empezado a redactarlo en 1929. En él utilizó el epígrafe de uno de los libros de Bach: “Para honrar a dios, y para beneficio del vecino.”. En esta obra contradijo el Tractatus. En ella afirmó que una proposición no tiene un solo análisis completo, ni un sentido definitivo; la realidad y el lenguaje no están compuestos por simples elementos comunes, no hay una esencia del lenguaje, las oraciones, ni los pensamientos, tampoco hay un orden a priori en el mundo. Además negó la concepción de lo indecible al rechazar la idea de que toda representación tiene una forma lógica común. Mientras en el Tractatus afirmó que había una variedad sin fin de usos del lenguaje, y que detrás de esta diversidad había una esencia unificada común; en Investigations, en cambio, expresó que esta era una ilusión, ya que no había tal unidad en medio de la pluralidad. La naturaleza de la memoria, el pensamiento, la palabra, las reglas, así como la insistencia en preguntar, ¿qué es conocimiento, qué es intención, qué es aserción?, se apaciguan con descripciones de lo que puede percibirse, y las diferencias obedecen al uso del lenguaje, al tráfico cotidiano de la comunicación en cualquiera de sus instancias, ya sea hablada o escrita. En esta publicación también rompe con las preconcepciones que falsean el pensamiento filosófico, destruye la creencia obsesiva de que debe haber una esencia en el conocimiento, la intención y la aserción, plantea cómo los conceptos se ligan a acciones y reacciones, así como a la expresión de conceptos de vida.  De manera que tan solo comentamos la historia natural de los seres humanos. En estas páginas quiso mostrar la función y el significado de los conceptos como producto de las formas de vida en que están inmersos.

Al final, Investigations no fue tan bien recibido como Tractatus. En todo caso, Wittgenstein lo consideraba imperfecto, y trató de perfeccionarlo hasta su muerte, siempre fue pesimista del porvenir de su trabajo. Consideraba su pensamiento ajeno al espíritu científico y matemático imperante en su época. Y aún así, logró que la filosofía fuera más consciente de sí misma. Introdujo una nueva concepción de la naturaleza. Para él, un problema filosófico no busca solución, de la misma manera que un teorema no es para probarlo ni una hipótesis para falsearla. Más bien es confusión. La filosofía debería ser simple, pues sirve para desatar nudos del pensamiento, no para causarlos. El resultado de la reflexión filosófica no es el descubrimiento de la verdad, es tan solo una salida a nuevas confusiones.


Y una anotación para terminar: unas semanas más tarde, cuando le conté a Alexandra sobre el resultado de mi averiguación acerca de Wittgenstein, me dijo como si fuera una obviedad, ahora te falta estudiar a Soren Kierkegaard.

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