Almorzaba Andrés en un restaurante de comida rápida, cuando llamó su atención una morena que casi rebosaba la camisa de escote insoslayable y calzaba ceñidísimo bluyín que confluía, a la usanza de Peter Pan, entre elocuentes botas negras. Desfilaba. No solía hacer castin, ni detallar desconocidas, pero esa mujer era un prodigio de la naturaleza. Y, al pasar frente a sus ojos románticos, descubrió sus delgadísimos tacones altos y metálicos, junto con la inscripción bordada en el bolsillo trasero izquierdo donde podía leerse I love you con nitidez, a pesar de la distancia, la cadencia de sus caderas caribeñas y la miopía que lo acompañaba desde hacía un par de años. Todo sucedía mientras Andrés esperaba, parado frente al mostrador, la adición de kétchup que sazonaría su enorme hamburguesa preparada al carbón acompañada de papas a la francesa, hidratadas con cerveza holandesa muy fría. Ella se llamaba Jenny, y él todavía no lo sabía.
En cambio a mí, al leer esa inscripción bamboleante y alentadora, se me ocurrió redactar este blog sobre el placer de relatar, utilizando precisamente esa historia de amor en construcción, como las instrucciones de un Lego, con la intensión de ilustrar varios usos de la lengua española. Se trataba de juegos lingüísticos que invitaban al lector desprevenido, y muy ocupado, a momentos de intimidad con el autor a través del placer de la lectura, así se trate de un riguroso texto científico, pues todo es digno de contarse, la perspectiva del narrador es lo fundamental, entonces tan solo quedaba redactar. Además, un escrito se asemejaba a una sesión psicoanalítica: constaba de una urgencia, es decir, de una idea central vinculada a otras periféricas, configurando un mensaje consciente y otro inconsciente, el misterio del asunto estaba en descubrirlos.
Desde aquel día, en el restaurante de comida rápida, he reflexionado sobre cómo la intensión del escrito define el vocabulario por emplear, ya que ese objetivo es la guía para elaborar un documento útil y placentero. Así que forma y contenido tienen valor, se complementan. En el caso de las aventuras de Andrés, y Jenny, el uso de anglicismos enriqueció la descripción de esa escena de amor a primera vista, y algo desesperada, que sucedió en un ambiente de tradición yanqui. Por otro lado, los extranjerismos y cultismos también eran útiles, por ejemplo, en la jerga de los oficios, como en el caso de las innumerables palabras, ahora castizas, a causa del progreso informático y la diseminación de la Internet, así mismo sucedía en el mundo de la gastronomía, verbigracia con el vocablo 'cebiche', al igual que en medicina, donde, entre otros, existe ‘baipás coronario’, y no es bluf. Así mismo, pueden emplearse neologismos, como viernestardelibre, que no es un viernes común y corriente sino uno como el que planeamos con mis amigos de colegio, con la única finalidad de despedir el 2,009.
Ah, y el vocabulario soez. Nada era más agradable que expresarse con comodidad, holgadamente. Una frase contundente como “la puta navidad” podía sustituir páginas y páginas de descripciones engorrosas sobre el tráfico furioso, el tedio de la decoración monótona con sus colores y motivos emblemáticos, amenizados con los villancicos que por desgracia nunca pasan de moda; hasta el punto que solo el licor y la buena mesa hacían llevadera esa época del año, nostálgica de tiempos más gratos, o al menos, inocentes, de la infancia. Así que la gran variedad de palabras, las hacía herramientas valiosísimas a la hora de construir textos.
Hasta aquí esta digresión sobre la vida de los vocablos, para regresar a las aventuras de Andrés y Jenny.
Luego de unos segundos eternos de zozobra con dolor abdominal, sudor en las manos y la convicción de que si perdía esa oportunidad jamás volvería a ver a esa diosa silvestre, él venció su timidez, y finalmente descubrió el nombre de ella. Esa misma tarde se hicieron amigos en féisbuc y luego, con el tiempo, novios, puesto que eran solteros sin hijos. Entonces transcurrieron meses de tranquilidad y felicidad para ellos sin anécdotas dignas de recordarse, se sabe lo desabridas que son esas relaciones de pareja. Y decidí no decir nada más a este respecto porque si bien la economía de las palabras suponía expresarse con tantas como se requiera, la capacidad de síntesis tenía importancia; además dosificar la información era crucial, como el escote de Jenny: tan definitivo lo que revelaba, como lo que ocultaba.
Sucedió un día que ella fue a pasar las vacaciones de Navidad en la isla caribeña donde vivían sus padres. El creyó desfallecer sin verla, no lo invitaron al viaje puesto que no había suficiente confianza como para que compartieran esas fechas. Como es natural, le urgía enviarle un correo electrónico, del que solamente estaba seguro incluiría un emoticón, pero no de su forma literaria, que tal vez podría ser como un aviso clasificado del estilo de:
Chizgononón:
Jenny, úrgeme verte; te quiero, casémonos.
Teléfono: (571) 6157599
E mail: barriossantiago@gmail.com
También era viable utilizar hermosas hipérboles, perfectas para transmitir sus exageraciones de enamorado abandonado, por ejemplo “Jenny, mi adoración, te quiero tanto que ya no puedo vivir sin ti, hasta me duele respirar cuando no estás, no vuelvas a dejarme. ¡Te lo ruego!”. Además era posible emplear comparaciones, siempre elocuentes, como el caso de metáforas del orden de “Jenny, mi lucero, mi devoción por ti es el universo entero, mientras tu ausencia, el infierno”; o tal vez hasta un símil, “Jenny, mi ángel, te amo más que rey Salomón a la reina de Saba, por ti sería capaz de mucho más que componer el Cantar de los Cantares”. Adicionalmente, otra alternativa era repetir palabras, un arte elegante que enfatizaba ideas, recordaba algo al lector y hasta dramatizaba, además en su caso extremo, repetir mediante aliteraciones conmovedoras siempre era agradable, después de todo, ¿a quién no le parecería bello encontrar un “estoy muy muy enamorada de ti”?, sabiendo que un tercer ‘muy’ sería excesivo, hasta sarcástico y ofensivo, de todas maneras repetir no siempre era redundante, todo dependía de la construcción empleada.
Por último, no supe cuál fue la elección de Andrés, solo que se casaron unos meses después con pompa y alegría, una fiesta inolvidable. En todo caso, me interesaba más dejar en claro que cualquiera de las formas aquí registradas podía ser eficaz, incendiaria en la mente de la amada, o, por el contrario, cursi y risible, todo dependía del contexto y de qué tan oportuno fuera decir algo así.
Entonces elucubré que la elasticidad de la lengua crecía exponencialmente al combinar palabras, que las oraciones simples eran eficientes a la hora de mensajes concretos y específicos, como documentos técnicos, o al describir algo impactante, importante; en cambio, para relatar situaciones sentimentales, o descripciones, solían emplearse construcciones más complejas; sin embargo, esta no era una ley. Por otra parte, si bien existen pautas para la puntuación, también era legítimo modificarlas en busca de reacciones específicas en el lector, lo importante era conservar intacto el mensaje. Además, leer ayudaba en la toma de estas decisiones, enseñaba sobre cómo otros ensamblaron relatos obteniendo tal o cual efecto: embelesaban, causaban gracia y alegran, hasta enamoraban, en otras ocasiones aburrían y entristecen, por ejemplo. Y admiraba especialmente la suavidad de Mario Vargas Llosa, las elecciones de adjetivos y adverbios de Marcelo Birmajer, la versatilidad de Roberto Bolaño, el humor de Jorge Amado, la prosa sabrosa de Santiago Gamboa, la ternura de Mario Benedetti, el ritmo de Alonso Sánchez Baute.
La lengua era de sus usuarios, quienes a diario la manoseaban, padecían a través de ella: la saboreaban, reían y lloraban, narraban con ella sus vicisitudes más íntimas. Así que la Academia de la Lengua Española, por su parte, rastreaba tendencias idiomáticas, describía patrones gramaticales y de vocabulario establecidos por los hispanohablantes del mundo, un grupo bastante grande y en constante crecimiento, pero de ninguna manera era una tiranía reguladora, no se trataba de la policía lingüística, por el contrario, era una guía que ofrecía un marco de referencia que mantenía la coherencia de esta arcilla dúctil que llamamos español.
Y para terminar la historia de amor y gramática entre Andrés y Jenny, debo informar que se divorciaron luego de quince años de vida doméstica con dificultades y alegrías en compañía de sus tres hijos, y muy a pesar de familiares y amigos, quienes se lamentaron de que ya nadie estaba dispuesto a sufrir por el matrimonio. Según me contó él, ella se transformó en una casta y obesa ama de casa iracunda, que siempre vestía sudadera y tenis. En cambio la versión de ella no pudo conocerse, ya que se fue a vivir a la casa de sus padres en una remota isla caribeña. Solo sé que los muchachos viven con él en la actualidad.
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