Hace unos días entré a Facebook. En el correo encontré solo un mensaje, era de Alonso Sánchez Baute, contenía el enlace a la columna de Julio César Londoño sobre el escritor que busca su propia voz, aquella persona que necesita construir su identidad literaria para sentir que realiza su destino, link que Jorge Franco también pegó a su muro, y que además contenía anotaciones sobre cómo la estética era variable, pasajera, un recurso pedagógico, no la meta en el viaje del autor.
En ese mismo día encontré en mi correo electrónico el anuncio de la nueva columna de Ricardo Soca sobre la revolución lingüística que se avecina. Su premisa era que los ajustes ortográficos que la Academia Española viene poniendo en práctica son precisiones sobre normas que ya llevan años de vigencia, así que no hay tales novedades, tan solo pretende eliminar zonas dudosas de la ortografía, una corrección de códigos que nada tiene que ver con transformaciones de fondo en el idioma. Considera que promover las ventas de La Nueva Ortografía de la Lengua Española, que aparecerá en el mercado el 28 de noviembre en Guadalajara, es la motivación principal para el gran despliegue publicitario en los periódicos, que como cualquiera necesitan vender para sobrevivir, y la Real Academia tampoco es la excepción a las exigencias del capitalismo. La lengua viva pertenece a sus hablantes, por ello cambia permanentemente, mientras las academias nada pueden hacer, aunque lo intenten, así que en la escritura las autoridades lingüísticas solo acatan las decisiones de los usuarios consignándolas en diccionarios y gramáticas, ya sea que la ortografía se mantiene, como en el caso del francés y el inglés, o que cambie periódicamente, como en español. Así que se trata de pequeños ajustes, de esos que la docta casa aplica de vez en cuando desde hace trescientos años. Eliminar la ’ch’ y la ‘ll’ se refiere a que estos dígrafos ya dejaron de existir en los diccionarios, ahora simplemente se incluyen dentro de la ’c’ y la ‘l’; suprimir la tilde diacrítica de los demostrativos, ‘este’, ‘ese’, ‘aquel’, ‘esto’, ‘eso’, ‘aquello’, así como de ‘solo’, en su forma de adverbio y de adjetivo, es una tendencia con más cincuenta años de tradición, y por supuesto, una medida razonable, al igual que llamar ‘ye’ a la ‘i griega’; también en ese libro se recomienda emplear la forma ‘cuórum’ en lugar de ‘quórum’, de acuerdo con la premisa académica de ajustar la ortografía a la tradición española, y la ‘o’ después de ‘qu’ no está en ella desde el siglo XVIII, algo semejante al cambio de la ‘q’ por la ‘k’ en ‘Irak’, pues en español no existe la ‘q’ al final de las palabras; además indicar que el prefijo ‘ex’ vaya unido a la palabra es coherente con la norma de la Nueva Gramática de la Lengua Española, solucionando la confusión con respecto a que también puede verse separado o con guión interpuesto; por último, la supresión de las tildes en palabras como ‘guión’ y ‘truhán’ hace que dejen de ser bisílabas ajustándolas a la pronunciación monosilábica propia de la península ibérica.
Estoy de acuerdo con Soca en que la lengua es de los usuarios no de las academias, mucho menos de los académicos, también concuerdo en que los cambios que trae esta nueva obra de ochocientas páginas seguramente serán de forma y no de fondo, sin embargo me parece interesantísimo leer qué tiene para decir la Academia Española, como aficionado a las letras me gustaría conocer el pensamiento de los profesionales. Para escribir hay que leer. Entonces todo texto tiene contexto, como proponen los postmodernos: cualquier escrito, así sea el documento científico más riguroso, es producto de la historia personal y académica del autor, tanto como de sus necesidades emocionales. Lo importante es lograr que la forma y la esencia coincidan al hallar la mejor manera para que el escritor alcance la mayor claridad posible al expresar su mensaje, y un buen principio es escoger construcciones gramaticales y palabras orientadas en el mismo sentido del tema, sin llegar a suponer que existen vocablos prohibidos por una u otra razón. Así como en cualquier otra forma de expresión, se trata de una búsqueda sin fin que solo en momentos rarísimos de plenitud logra en verdad tocar al usuario de la obra, al lector en este caso. Así que para escribir no existen leyes universales, como lo es la gravedad, por ejemplo; no es lo mismo redactar un artículo titulado Cambios en la Expresión Genética de las Células de la Corteza Cerebral Frente a Estímulos Somatosensoriales, que un ensayo llamado La Metafísica de Kant y el Psicoanálisis Contemporáneo, una serie de libros de bolsillo denominada Culinaria Inolvidable para Finales del 2010 o una novela de nombre La Fantasía de los Casados.
Para terminar, me pareció tan interesante el tópico de la columna de Londoño que decidí escribir este blog luego de leer de nuevo su base bibliográfica: la nota introductoria de Borges para el Elogio de la Sombra, poemario que apareció en 1969, es decir lo publicó a sus setenta años cuando ya era un autor de vasta experiencia y una voz literaria inconfundible. Se trata de un texto de un valor estético abrumador, como todo escrito borgiano, y este en particular termina así: “Espero que el lector descubra en mis páginas algo que pueda merecer su memoria; en este mundo la belleza es común.”
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