viernes, 27 de septiembre de 2013

Soren Kierkegaard, una vida ejemplar


Este eminente filósofo religioso danés nació en 1813 y murió en 1855. Su vida transcurrió en Copenhague. En su trabajo criticó la filosofía racional sistemática, en especial la de Hegel, basado en que la vida no puede contenerse completamente en un sistema conceptual abstracto. Atacó su intento de clasificar la experiencia. Argumentó que no podía construirse un sistema para vivir, pues la existencia es incompleta y siempre está en desarrollo, así que el constructor del sistema jamás comprenderá que es imposible entender la vida por completo. Además señaló el error de afirmar que la lógica es móvil, revelando su confusión al mezclar categorías. Mientras Hegel creó una teoría objetiva del conocimiento, Kierkegaard afirmó que la subjetividad también es verdad. La incertidumbre del espíritu apasionado por la verdad, es verdadera, y es la mayor confirmación de la vida. Ideas que también están en la raíz del existencialismo, y transformaron la filosofía para siempre, además abrieron la puerta al estudio sistemático de la mente. La condición humana se volvió objeto legítimo de estudio. Pero también reflexionó sobre la fe y la religión, en particular la cristiana. No aceptaba que el clero combinara el hedonismo de Goethe con el estoicismo Cristo. Por otro lado, era una suerte de filósofo poeta, sus libros tienen valor literario. Su obra es erudita en el romanticismo imperante en aquel entonces, con ideas enraizadas en el realismo socialista. Pero también era escéptico de la humanidad, y cada vez se hizo más pesimista. Anotaciones peculiares si se tiene en cuenta que Kierkegaard podría ser el primer autor psicológico en la historia.

Ha sido muy interesante esta pesquisa de información prepsicoanalítica para construir el artículo que titulé, No Hay Dos Pacientes Iguales, Como No Hay Dos Terapeutas Iguales. Porque, en todo caso, el psicoanálisis, como cualquier otro sistema de pensamiento, es producto de sus circunstancias, del ambiente a donde surge. Y así mismo sucede con las demás disciplinas que hacen parte del área de la salud mental. En la actualidad todas ellas oscilan, dialécticamente, entre un enfoque hegeliano con un sistema de pensamiento rígido y cerrado, dándole un lugar específico a todo, la lógica, lo natural, lo humano y lo divino; mientras que, por el otro lado, también hay una posición humanística, en línea con Wittgenstein y Kierkegaard, con clasificaciones más elásticas acordes con lo inefable de la experiencia. Tal vez, ambos enfoques sean correctos, y se complementen. Las categorías que surgen del pensamiento estructurado, hegeliano, como en el caso de la neurociencia y de los criterios diagnósticos de la psiquiatría, son útiles a la hora de hablar sobre ciertos aspectos de la mentalidad, a la vez que las clasificaciones provienen del enfoque psicodinámico, humanístico, igualmente estructurado, funcionan divinamente para encarar la subjetividad y lo inagotable de la diversidad humanas. Entonces es un falso problema pensar que estas maneras de explicar la mente son tan diferentes, que hay una mejor que la otra, después de todo, se trata de un artificio producido por el lenguaje que se emplea para explicar las cosas desde cada punto de vista.

Así que la finalidad de estos estudios filosóficos que he emprendido es sopesar las raíces y el contexto de las concepciones actuales de la mente, en este mundo de adoración pagana por la técnica y la ciencia, por lo masivo y lo desechable, por lo fácil y lo rápido, incluso a expensas de la Tierra. Mientras que, por el otro lado, la gente está llena de nostalgia por el humanismo: nunca se había visto tanto progreso tecnológico y científico, a la vez que tanta hambre de espiritualidad.

En otro orden de cosas, he basado esta investigación en mis lecturas de la edición número 15 de la Enciclopedia Británica. Debo informar que es una obra muy adictiva: al empezar a estudiar en ella dan ganas de no soltarla, de leerla de cabo a rabo, ya Jorge Luis Borges lo había mencionado. Ahora, una advertencia sobre este blog: siga adelante con esta lectura si está interesado en conocer detalles biográficos de Kierkegaard, si le gustaría elucubrar sobre las raíces de sus ideas. Hago esta admonición para no cansar al lector. Sucede que Pombo, mi profesor de español desde la década de 1970, me puso 3 sobre 5 en la publicación pasada, la que titulé, Ludwig Wittgenstein, un Hombre con el Don de la Síntesis. Dijo que había sido un texto interesante y bien escrito, pero largo. Aun así, estas pálidas letras virtuales que ahora están ante usted en el monitor de su computador, de su tableta o de su teléfono inteligente, son dos veces más extensas. No quiero cansar al lector desprevenido, por entusiasta que sea.


El padre de Soren Aabye Kierkegaard se llamaba Michael Pedersen Kierkegaard, y fue una influencia definitiva para él. Era un hombre melancólico, devoto, serio. Escribió en su diario alguna vez mientras miraba a su hijo: “pobre niño, vives en desesperación silenciosa”. Era un luterano ortodoxo, estricto con la austeridad propia de su fe. En su juventud empezó a ganarse la vida como asistente de un granjero minifundista en una región desolada y remotísima en el oeste de Jutlandia, Dinamarca. Hasta que un día, rabioso ante la indiferencia de Dios a sus sufrimientos y privaciones, subió a una colina, y lo maldijo con solemnidad y convicción. Entonces se fue para Copenhague a donde empezó a trabajar con un tío que comerciaba con objetos de madera. Progresó económicamente, hasta el punto que murió como un rico. Entre otros activos poseía 5 casas que sobrevivieron a los bombardeos ingleses en 1807. Y fue de los pocos que no se arruinaron durante la recesión de 1813, el año en que nació Soren.

A Kierkegaard lo apasionaba la lógica de la argumentación, y su padre se preocupó por darle la educación más esmerada que pudo al más brillante, y creativo, de sus hijos. En la universidad estudió teología y filosofía con el maestro Poul Martin Moller, una figura destacada, y un autor de cierto renombre, que no ocultaba su aversión por la filosofía sistemática. Otro de sus profesores fue Frederik Christian Sibbern quien, en línea con Moller, era afecto de explicar e ilustrar sus reflexiones filosóficas redactándolas en forma de ficciones. Quería llegar al público amplio.

Desde muy joven Soren fue consciente de la culpa que agobiaba al padre, circunstancias tremendas que llamó, El Gran Terremoto, y la atribuyó a su maldición juvenil a Dios. Y al descubrir el pecado paterno se entregó a una vida disoluta. Aun cuando, de todos modos, tenía la duda de que cuando el padre renegó de Dios hubiera caído una maldición sobre la familia. Inquietud que se exacerbó cuando murió su madre, y luego cuando fallecieron 5 de sus 6 hermanos y, por último, con la defunción del padre en 1838. Así que Kierkegaard y su hermano sobreviviente recibieron una herencia sustancial, y sin mayores responsabilidades. Entonces él pudo dedicarse al ocio productivo, como se le dice en los ambientes académicos al privilegio de pensar sin tener que preocuparse por el vil metal. Y otra consecuencia de la muerte del padre fue que Kierkegaard volvió al buen camino. Regresó a la facultad de teología y filosofía.

Por esa época se enamoró de Regina Olsen. El parecía tener un funcionamiento maníaco en la personalidad: su naturaleza melancólica era irreconocible detrás de la imagen alegre y sesuda que presentaba. Ella quedó cautivada ipso facto. Fue una pasión fulminante. Pero dos días después de que la dama aceptara sus requiebros amorosos, él se arrepintió. Se había equivocado. La amaba entrañablemente pero eran muy distintos: ella era joven, inexperta, inocente, mientras que él era mundano, tenía bastante kilometraje en asuntos del corazón. Entonces Kierkegaard se llenó de culpa. Siempre tuvo sensibilidad por las complejidades de la mente, hoy se diría, tenía inteligencia emocional. En todo caso, nunca fue capaz de hablar con ella sobre sus tribulaciones, y simplemente escribió en su diario: “yo tenía 1,000 años más que ella”. Así que decidió romper con la relación. Pero Regine lo adoraba. Insistía. Él trataba de comunicarse con ella, quería hacerla entrar en razón. No había manera de que su espíritu romántico comprendiera. Lloraba, se rasgaba las vestiduras. Amenazaba con lanzarse frente al tren en movimiento. De qué vale la lógica más rigurosa, el discurso más elocuente y sincero, los argumentos más sólidos, frente a los caprichos del corazón enamorado. Hasta que por fin, con el tiempo, y luego de mucho penar, ella accedió a alejarse de él. Entonces urdieron un plan para salvaguardar el prestigio de ella, proyectando la imagen de que todo había sido culpa de él. Una experiencia que lo marcó hondamente, y le aportó bastante material para sus reflexiones venideras.

Aquí bien vale la pena detenerse para dar un consejo a los jóvenes lectores de estas palabras cibernéticas. ¡Lean! Las mujeres aman a los hombres elocuentes y divertidos y de mente desarrollada, cuando se les dedican con amor, claro está. Sin embargo, es muy común que lo que une a las parejas al principio, sea lo mismo que las separa al final. De manera que hay que escuchar esas intuiciones iniciales, esos momentos de lucidez en medio del vértigo del enamoramiento, porque siempre hay necesidad de aceptar que cada uno es responsable de la mitad de lo bueno, y de lo malo, que hay en la pareja. Nadie es perfecto.

Como decía, luego de romper con Regine, Kierkegaard se fue para Berlín a causa del lío de faldas. Y seis meses más tarde regresó a Copenhague con un manuscrito que tituló, Either / Or: A Fragment of Life. Obra que publicó en 1843 bajo un pseudónimo. De hecho, casi todos sus libros aparecieron con pseudónimos. Nombres ficticios que elegía según la temática y la intención del libro, con la finalidad de que el lector no se sintiera presionado por su autoridad, y así reflexionara y conociera con más libertad sobre otras formas de vida. Y este volumen en particular ofrece la alternativa de una vida estética o ética. Cada cual tiene la necesidad de escoger conscientemente, responsablemente, ante las alternativas que la vida presenta. Una idea que está en la raíz del existencialismo.

Si me permite otra anotación, en este momento podemos extraer otra moraleja de la vida y obra de Kierkegaard. La idea de que las decisiones son conscientes es un pensamiento bastante ingenuo. No hay necesidad de ser psicoanalista para saber que las motivaciones humanas ante todo son inconscientes. Como en el caso que mencioné arriba, el neurótico promedio que se enamora de la persona equivocada, sabiéndolo.

Y de regreso a las raíces del pensamiento del filósofo danés, el episodio de Regine aparece en Either/Or desde la primera sección, llamada, Diario de un Seductor. En ella narra la historia de amor desairado, como si quisiera explicar a la desdeñada el por qué había decidido terminar con ella, amándola entrañablemente. Cabe anotar que estas comunicaciones furtivas aparecen una y otra vez en las publicaciones de Kierkegaard. Un eterno retorno a este asunto que siempre lo atormentó por considerarlo su responsabilidad exclusiva. De todos modos, se trata de una suerte de filósofo poeta, sin duda influenciado por sus maestros Moller y Sibbern, Either/Or es un libro de valor literario. Es una obra erudita en el romanticismo imperante en aquel entonces, con ideas enraizadas en el realismo socialista, y que fueron el origen de la psicología individual. 

Luego vinieron sus reflexiones sobre fe y sacrificio. En 1843 apareció Fear and Trembling. El libro empieza con la parábola de Abraham e Isaac. El problema está en que hay situaciones en que la voluntad de Dios se antepone a la ética, aun cuando Dios personifica la ética. Llamó a este problema: la suspensión teológica de la ética. Y concluyó que la fe es una paradoja. Ahora me pregunto qué tendría para decir un caudillo de los talibanes frente a la suspensión teológica de la ética. En todo caso, en este volumen narra el sacrificio de su relación con Regine, ya que, como Abraham, quien debía sacrificar a su hijo Isaac, cometió un acto antiético. Pero el filósofo, como el personaje bíblico, estaba obligado y legitimado por un orden superior a la voluntad individual. Luego, en Repetition, Kierkegaard hizo una demostración psicológica de este punto.

Al año siguiente, publicó Philosophical Fragments, y al mismo tiempo lanzó, The Concept of Dread, de carácter psicológico. El primero presentó el cristianismo como debería ser para tener coherencia: una forma de vida que presupone el libre albedrío, en contraposición a la idea de Hegel de que el individuo se desdibuja en la colectividad. Además amplió la noción de libertad desde la filosofía, volviéndola un problema psicológico. La libertad no puede probarse filosóficamente porque cualquier prueba implica una necesidad, lo opuesto de la libertad, de modo que la discusión sobre ella no pertenece al ámbito de la filosofía sino al de la psicología. La libertad es una actitud que hace posible ser libres, y este estado anímico es la angustia, un sentimiento sin un objeto definido, diferente del miedo, a donde puede reconocerse una amenaza en particular. Al experimentarla se sale de la inocencia al pecado, y se acepta el reto cristiano de la culpa y la fe. Así que la angustia es el preludio al pecado, no su consecuencia. Este es el primer libro psicológico que se haya escrito.

Hoy se sabe que en efecto el sufrimiento impulsa al cambio, a crear nuevas condiciones de vida, en esta ocasión, más satisfactorias y equilibradas, aun cuando no necesariamente más cómodas. Es por eso que la mortificación que producen los síntomas mentales es una buena noticia. En el argot psiquiátrico: el pronóstico del paciente mejora si los síntomas son egodistónicos, es decir, lo atormentan.

De regreso al filósofo danés, en 1845 publicó Stages on Lifes’s Way. Una obra voluminosa y madura. Retoma el asunto de Either/Or, separando lo religioso, de lo estético, de lo ético. Deja en claro que la ética es un estilo de vida inadecuado. El problema ya no es solo un conflicto entre ética, estética y religión. En la última parte del libro, titulada, Guilty/Not Guilty, de nuevo narra el amor desairado de Regine, ahora desde un nuevo punto de vista. En el plano estético, el amor desdeñado implica una fuerza que separa a los enamorados, mientras que en el nivel ético, el obstáculo está en que son personas que provienen de mundos muy distintos; de modo cuando el uno interpreta el amor estéticamente, y el otro, éticamente, hay un conflicto irreconciliable. La relación solo funcionaría si ambos coincidieran en el mismo plano, cosa que rara vez sucede. Por último, en el ámbito religioso la dificultad es todavía más definitiva. Está en que son estructuralmente diferentes. Este destino es sufrido, y aceptarlo permite liberarse del aquí y el ahora, preparándolos para la vida eterna. Así que mientras el enfoque estético encuentra resistencia en el exterior, y ser grande es conquistar, en el religioso, en cambio, la barrera está en el interior, y se ennoblece al sufrir. Además penar al servicio de una idea es precisamente la confirmación de la existencia del plano religioso. Padecer nutre.

De nuevo vale la pena detenerse a meditar. Los asuntos esenciales de las personas son finitos, es por eso que los escritores pasan la vida escribiendo el mismo libro. La gente suele regresar a los temas conocidos que los hacen sufrir, no solo por razones masoquistas, también porque inconscientemente necesitan repetir y replantear las situaciones difíciles, en especial frente a las pérdidas y las desilusiones, porque este retorno, que a veces parece eterno, hace parte del proceso natural del duelo. Es la elaboración del luto.

Por esa época Regine se casó con alguien más, rompiendo la ilusión de Kierkegaard de que vivían un matrimonio espiritual, para nada terrenal, con la esperanza de que Dios hiciera posible lo imposible. Entonces el filósofo abatido redactó Stages on Life’s Way. Y tituló la primera parte, In Vino Veritas o The Banquet, basado en el Simposio de Platón. Tocó el amor, el erotismo, el sexo y la mujer, dejando translucir su misoginia. Pero también tenía otras desilusiones, verbigracia, los críticos denigraban de su obra, y a esas opiniones incisivas también se atribuye su misantropía y su amargura.

Después en 1846 apareció Concluding Unscientific Postscript to the Philosophical Fragments. A Mimic-Pathetic-Dialectic Composition, an Existential Contribution, por Johannes Climacus, publicado por S Kierkegaard. Su obra filosófica más importante. En ella controvierte las ideas de Hegel. Ataca su intento de sistematizar toda la experiencia. Por otro lado, Hegel equipara la vida con el pensamiento, así que no hay espacio para la fe, de manera que el cristianismo es una imposibilidad, un escándalo para Kierkegaard.

Soren no evangelizaba, pero sí se sentía obligado a explicar el cristianismo. Tenía una misión divina, una meta indescifrable. Entonces empezó a considerar la posibilidad de retirarse de la filosofía profesional. Pero tenía el vicio de escribir. Además debía cumplir con su misión sagrada de revelar el verdadero cristianismo, y poner en evidencia la conducta escandalosa de la Iglesia danesa. Su pensamiento religioso se hizo más estoico, y en sus publicaciones de 1847 a 1850 su cristianismo fue más ortodoxo, podría decirse, fundamentalista. Se volvió una guerra santa para él. Dios lo autorizaba. Hasta recurrió a publicar innumerables libros de bolsillo, panfletos y un periódico que llamó The Moment. Y después de dos años de actividad febril, enfermó, lo hospitalizaron y murió. Ya quedaba poco de su herencia, y le dejó sus posesiones mundanas a Regine, quien en ese momento vivía en el Caribe, en una colonia danesa a donde su marido fungía como gobernador.

La guerra santa de Kierkegaard no transformó el establecimiento, pero sí puso a pensar a los curas. El valor intelectual y literario de su obra solo vino a reconocerse dos décadas más tarde, cuando en 1877 el crítico Geory Brandes publicó el primer libro sobre él. Lo declararon ateo y anticlerical. En Alemania solo se despertó interés por su obra poco antes de la Primera Guerra Mundial. Pero su mayor auge surgió en relación con el nacimiento del psicoanálisis, a través de la difusión que tuvo junto a la obra de Sigmund Freud, puesto que eran autores que se encontraron en varios temas, como la angustia, por ejemplo. Eran pensadores afines. Así mismo contribuyó a divulgar su obra la producción del teólogo protestante suizo Karl Barth, al igual que las de Karl Jaspers y Martin Heidegger, junto con la del filósofo religioso judío Martin Buber. Y todos ellos, a su vez, se consideran los cimientos del Existencialismo. Pero solo después de la Segunda Guerra Mundial su pensamiento se conoció por todo el mundo, casi 100 años después de su muerte solitaria y silenciosa.

Para terminar, ahora me parece pertinente continuar con esta exploración extrapsicoanalítica leyendo un poco sobre Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), después de todo, fue el gran adversario filosófico de Soren Kierkegaard.


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