viernes, 27 de septiembre de 2013

Soren Kierkegaard, una vida ejemplar


Este eminente filósofo religioso danés nació en 1813 y murió en 1855. Su vida transcurrió en Copenhague. En su trabajo criticó la filosofía racional sistemática, en especial la de Hegel, basado en que la vida no puede contenerse completamente en un sistema conceptual abstracto. Atacó su intento de clasificar la experiencia. Argumentó que no podía construirse un sistema para vivir, pues la existencia es incompleta y siempre está en desarrollo, así que el constructor del sistema jamás comprenderá que es imposible entender la vida por completo. Además señaló el error de afirmar que la lógica es móvil, revelando su confusión al mezclar categorías. Mientras Hegel creó una teoría objetiva del conocimiento, Kierkegaard afirmó que la subjetividad también es verdad. La incertidumbre del espíritu apasionado por la verdad, es verdadera, y es la mayor confirmación de la vida. Ideas que también están en la raíz del existencialismo, y transformaron la filosofía para siempre, además abrieron la puerta al estudio sistemático de la mente. La condición humana se volvió objeto legítimo de estudio. Pero también reflexionó sobre la fe y la religión, en particular la cristiana. No aceptaba que el clero combinara el hedonismo de Goethe con el estoicismo Cristo. Por otro lado, era una suerte de filósofo poeta, sus libros tienen valor literario. Su obra es erudita en el romanticismo imperante en aquel entonces, con ideas enraizadas en el realismo socialista. Pero también era escéptico de la humanidad, y cada vez se hizo más pesimista. Anotaciones peculiares si se tiene en cuenta que Kierkegaard podría ser el primer autor psicológico en la historia.

Ha sido muy interesante esta pesquisa de información prepsicoanalítica para construir el artículo que titulé, No Hay Dos Pacientes Iguales, Como No Hay Dos Terapeutas Iguales. Porque, en todo caso, el psicoanálisis, como cualquier otro sistema de pensamiento, es producto de sus circunstancias, del ambiente a donde surge. Y así mismo sucede con las demás disciplinas que hacen parte del área de la salud mental. En la actualidad todas ellas oscilan, dialécticamente, entre un enfoque hegeliano con un sistema de pensamiento rígido y cerrado, dándole un lugar específico a todo, la lógica, lo natural, lo humano y lo divino; mientras que, por el otro lado, también hay una posición humanística, en línea con Wittgenstein y Kierkegaard, con clasificaciones más elásticas acordes con lo inefable de la experiencia. Tal vez, ambos enfoques sean correctos, y se complementen. Las categorías que surgen del pensamiento estructurado, hegeliano, como en el caso de la neurociencia y de los criterios diagnósticos de la psiquiatría, son útiles a la hora de hablar sobre ciertos aspectos de la mentalidad, a la vez que las clasificaciones provienen del enfoque psicodinámico, humanístico, igualmente estructurado, funcionan divinamente para encarar la subjetividad y lo inagotable de la diversidad humanas. Entonces es un falso problema pensar que estas maneras de explicar la mente son tan diferentes, que hay una mejor que la otra, después de todo, se trata de un artificio producido por el lenguaje que se emplea para explicar las cosas desde cada punto de vista.

Así que la finalidad de estos estudios filosóficos que he emprendido es sopesar las raíces y el contexto de las concepciones actuales de la mente, en este mundo de adoración pagana por la técnica y la ciencia, por lo masivo y lo desechable, por lo fácil y lo rápido, incluso a expensas de la Tierra. Mientras que, por el otro lado, la gente está llena de nostalgia por el humanismo: nunca se había visto tanto progreso tecnológico y científico, a la vez que tanta hambre de espiritualidad.

En otro orden de cosas, he basado esta investigación en mis lecturas de la edición número 15 de la Enciclopedia Británica. Debo informar que es una obra muy adictiva: al empezar a estudiar en ella dan ganas de no soltarla, de leerla de cabo a rabo, ya Jorge Luis Borges lo había mencionado. Ahora, una advertencia sobre este blog: siga adelante con esta lectura si está interesado en conocer detalles biográficos de Kierkegaard, si le gustaría elucubrar sobre las raíces de sus ideas. Hago esta admonición para no cansar al lector. Sucede que Pombo, mi profesor de español desde la década de 1970, me puso 3 sobre 5 en la publicación pasada, la que titulé, Ludwig Wittgenstein, un Hombre con el Don de la Síntesis. Dijo que había sido un texto interesante y bien escrito, pero largo. Aun así, estas pálidas letras virtuales que ahora están ante usted en el monitor de su computador, de su tableta o de su teléfono inteligente, son dos veces más extensas. No quiero cansar al lector desprevenido, por entusiasta que sea.


El padre de Soren Aabye Kierkegaard se llamaba Michael Pedersen Kierkegaard, y fue una influencia definitiva para él. Era un hombre melancólico, devoto, serio. Escribió en su diario alguna vez mientras miraba a su hijo: “pobre niño, vives en desesperación silenciosa”. Era un luterano ortodoxo, estricto con la austeridad propia de su fe. En su juventud empezó a ganarse la vida como asistente de un granjero minifundista en una región desolada y remotísima en el oeste de Jutlandia, Dinamarca. Hasta que un día, rabioso ante la indiferencia de Dios a sus sufrimientos y privaciones, subió a una colina, y lo maldijo con solemnidad y convicción. Entonces se fue para Copenhague a donde empezó a trabajar con un tío que comerciaba con objetos de madera. Progresó económicamente, hasta el punto que murió como un rico. Entre otros activos poseía 5 casas que sobrevivieron a los bombardeos ingleses en 1807. Y fue de los pocos que no se arruinaron durante la recesión de 1813, el año en que nació Soren.

A Kierkegaard lo apasionaba la lógica de la argumentación, y su padre se preocupó por darle la educación más esmerada que pudo al más brillante, y creativo, de sus hijos. En la universidad estudió teología y filosofía con el maestro Poul Martin Moller, una figura destacada, y un autor de cierto renombre, que no ocultaba su aversión por la filosofía sistemática. Otro de sus profesores fue Frederik Christian Sibbern quien, en línea con Moller, era afecto de explicar e ilustrar sus reflexiones filosóficas redactándolas en forma de ficciones. Quería llegar al público amplio.

Desde muy joven Soren fue consciente de la culpa que agobiaba al padre, circunstancias tremendas que llamó, El Gran Terremoto, y la atribuyó a su maldición juvenil a Dios. Y al descubrir el pecado paterno se entregó a una vida disoluta. Aun cuando, de todos modos, tenía la duda de que cuando el padre renegó de Dios hubiera caído una maldición sobre la familia. Inquietud que se exacerbó cuando murió su madre, y luego cuando fallecieron 5 de sus 6 hermanos y, por último, con la defunción del padre en 1838. Así que Kierkegaard y su hermano sobreviviente recibieron una herencia sustancial, y sin mayores responsabilidades. Entonces él pudo dedicarse al ocio productivo, como se le dice en los ambientes académicos al privilegio de pensar sin tener que preocuparse por el vil metal. Y otra consecuencia de la muerte del padre fue que Kierkegaard volvió al buen camino. Regresó a la facultad de teología y filosofía.

Por esa época se enamoró de Regina Olsen. El parecía tener un funcionamiento maníaco en la personalidad: su naturaleza melancólica era irreconocible detrás de la imagen alegre y sesuda que presentaba. Ella quedó cautivada ipso facto. Fue una pasión fulminante. Pero dos días después de que la dama aceptara sus requiebros amorosos, él se arrepintió. Se había equivocado. La amaba entrañablemente pero eran muy distintos: ella era joven, inexperta, inocente, mientras que él era mundano, tenía bastante kilometraje en asuntos del corazón. Entonces Kierkegaard se llenó de culpa. Siempre tuvo sensibilidad por las complejidades de la mente, hoy se diría, tenía inteligencia emocional. En todo caso, nunca fue capaz de hablar con ella sobre sus tribulaciones, y simplemente escribió en su diario: “yo tenía 1,000 años más que ella”. Así que decidió romper con la relación. Pero Regine lo adoraba. Insistía. Él trataba de comunicarse con ella, quería hacerla entrar en razón. No había manera de que su espíritu romántico comprendiera. Lloraba, se rasgaba las vestiduras. Amenazaba con lanzarse frente al tren en movimiento. De qué vale la lógica más rigurosa, el discurso más elocuente y sincero, los argumentos más sólidos, frente a los caprichos del corazón enamorado. Hasta que por fin, con el tiempo, y luego de mucho penar, ella accedió a alejarse de él. Entonces urdieron un plan para salvaguardar el prestigio de ella, proyectando la imagen de que todo había sido culpa de él. Una experiencia que lo marcó hondamente, y le aportó bastante material para sus reflexiones venideras.

Aquí bien vale la pena detenerse para dar un consejo a los jóvenes lectores de estas palabras cibernéticas. ¡Lean! Las mujeres aman a los hombres elocuentes y divertidos y de mente desarrollada, cuando se les dedican con amor, claro está. Sin embargo, es muy común que lo que une a las parejas al principio, sea lo mismo que las separa al final. De manera que hay que escuchar esas intuiciones iniciales, esos momentos de lucidez en medio del vértigo del enamoramiento, porque siempre hay necesidad de aceptar que cada uno es responsable de la mitad de lo bueno, y de lo malo, que hay en la pareja. Nadie es perfecto.

Como decía, luego de romper con Regine, Kierkegaard se fue para Berlín a causa del lío de faldas. Y seis meses más tarde regresó a Copenhague con un manuscrito que tituló, Either / Or: A Fragment of Life. Obra que publicó en 1843 bajo un pseudónimo. De hecho, casi todos sus libros aparecieron con pseudónimos. Nombres ficticios que elegía según la temática y la intención del libro, con la finalidad de que el lector no se sintiera presionado por su autoridad, y así reflexionara y conociera con más libertad sobre otras formas de vida. Y este volumen en particular ofrece la alternativa de una vida estética o ética. Cada cual tiene la necesidad de escoger conscientemente, responsablemente, ante las alternativas que la vida presenta. Una idea que está en la raíz del existencialismo.

Si me permite otra anotación, en este momento podemos extraer otra moraleja de la vida y obra de Kierkegaard. La idea de que las decisiones son conscientes es un pensamiento bastante ingenuo. No hay necesidad de ser psicoanalista para saber que las motivaciones humanas ante todo son inconscientes. Como en el caso que mencioné arriba, el neurótico promedio que se enamora de la persona equivocada, sabiéndolo.

Y de regreso a las raíces del pensamiento del filósofo danés, el episodio de Regine aparece en Either/Or desde la primera sección, llamada, Diario de un Seductor. En ella narra la historia de amor desairado, como si quisiera explicar a la desdeñada el por qué había decidido terminar con ella, amándola entrañablemente. Cabe anotar que estas comunicaciones furtivas aparecen una y otra vez en las publicaciones de Kierkegaard. Un eterno retorno a este asunto que siempre lo atormentó por considerarlo su responsabilidad exclusiva. De todos modos, se trata de una suerte de filósofo poeta, sin duda influenciado por sus maestros Moller y Sibbern, Either/Or es un libro de valor literario. Es una obra erudita en el romanticismo imperante en aquel entonces, con ideas enraizadas en el realismo socialista, y que fueron el origen de la psicología individual. 

Luego vinieron sus reflexiones sobre fe y sacrificio. En 1843 apareció Fear and Trembling. El libro empieza con la parábola de Abraham e Isaac. El problema está en que hay situaciones en que la voluntad de Dios se antepone a la ética, aun cuando Dios personifica la ética. Llamó a este problema: la suspensión teológica de la ética. Y concluyó que la fe es una paradoja. Ahora me pregunto qué tendría para decir un caudillo de los talibanes frente a la suspensión teológica de la ética. En todo caso, en este volumen narra el sacrificio de su relación con Regine, ya que, como Abraham, quien debía sacrificar a su hijo Isaac, cometió un acto antiético. Pero el filósofo, como el personaje bíblico, estaba obligado y legitimado por un orden superior a la voluntad individual. Luego, en Repetition, Kierkegaard hizo una demostración psicológica de este punto.

Al año siguiente, publicó Philosophical Fragments, y al mismo tiempo lanzó, The Concept of Dread, de carácter psicológico. El primero presentó el cristianismo como debería ser para tener coherencia: una forma de vida que presupone el libre albedrío, en contraposición a la idea de Hegel de que el individuo se desdibuja en la colectividad. Además amplió la noción de libertad desde la filosofía, volviéndola un problema psicológico. La libertad no puede probarse filosóficamente porque cualquier prueba implica una necesidad, lo opuesto de la libertad, de modo que la discusión sobre ella no pertenece al ámbito de la filosofía sino al de la psicología. La libertad es una actitud que hace posible ser libres, y este estado anímico es la angustia, un sentimiento sin un objeto definido, diferente del miedo, a donde puede reconocerse una amenaza en particular. Al experimentarla se sale de la inocencia al pecado, y se acepta el reto cristiano de la culpa y la fe. Así que la angustia es el preludio al pecado, no su consecuencia. Este es el primer libro psicológico que se haya escrito.

Hoy se sabe que en efecto el sufrimiento impulsa al cambio, a crear nuevas condiciones de vida, en esta ocasión, más satisfactorias y equilibradas, aun cuando no necesariamente más cómodas. Es por eso que la mortificación que producen los síntomas mentales es una buena noticia. En el argot psiquiátrico: el pronóstico del paciente mejora si los síntomas son egodistónicos, es decir, lo atormentan.

De regreso al filósofo danés, en 1845 publicó Stages on Lifes’s Way. Una obra voluminosa y madura. Retoma el asunto de Either/Or, separando lo religioso, de lo estético, de lo ético. Deja en claro que la ética es un estilo de vida inadecuado. El problema ya no es solo un conflicto entre ética, estética y religión. En la última parte del libro, titulada, Guilty/Not Guilty, de nuevo narra el amor desairado de Regine, ahora desde un nuevo punto de vista. En el plano estético, el amor desdeñado implica una fuerza que separa a los enamorados, mientras que en el nivel ético, el obstáculo está en que son personas que provienen de mundos muy distintos; de modo cuando el uno interpreta el amor estéticamente, y el otro, éticamente, hay un conflicto irreconciliable. La relación solo funcionaría si ambos coincidieran en el mismo plano, cosa que rara vez sucede. Por último, en el ámbito religioso la dificultad es todavía más definitiva. Está en que son estructuralmente diferentes. Este destino es sufrido, y aceptarlo permite liberarse del aquí y el ahora, preparándolos para la vida eterna. Así que mientras el enfoque estético encuentra resistencia en el exterior, y ser grande es conquistar, en el religioso, en cambio, la barrera está en el interior, y se ennoblece al sufrir. Además penar al servicio de una idea es precisamente la confirmación de la existencia del plano religioso. Padecer nutre.

De nuevo vale la pena detenerse a meditar. Los asuntos esenciales de las personas son finitos, es por eso que los escritores pasan la vida escribiendo el mismo libro. La gente suele regresar a los temas conocidos que los hacen sufrir, no solo por razones masoquistas, también porque inconscientemente necesitan repetir y replantear las situaciones difíciles, en especial frente a las pérdidas y las desilusiones, porque este retorno, que a veces parece eterno, hace parte del proceso natural del duelo. Es la elaboración del luto.

Por esa época Regine se casó con alguien más, rompiendo la ilusión de Kierkegaard de que vivían un matrimonio espiritual, para nada terrenal, con la esperanza de que Dios hiciera posible lo imposible. Entonces el filósofo abatido redactó Stages on Life’s Way. Y tituló la primera parte, In Vino Veritas o The Banquet, basado en el Simposio de Platón. Tocó el amor, el erotismo, el sexo y la mujer, dejando translucir su misoginia. Pero también tenía otras desilusiones, verbigracia, los críticos denigraban de su obra, y a esas opiniones incisivas también se atribuye su misantropía y su amargura.

Después en 1846 apareció Concluding Unscientific Postscript to the Philosophical Fragments. A Mimic-Pathetic-Dialectic Composition, an Existential Contribution, por Johannes Climacus, publicado por S Kierkegaard. Su obra filosófica más importante. En ella controvierte las ideas de Hegel. Ataca su intento de sistematizar toda la experiencia. Por otro lado, Hegel equipara la vida con el pensamiento, así que no hay espacio para la fe, de manera que el cristianismo es una imposibilidad, un escándalo para Kierkegaard.

Soren no evangelizaba, pero sí se sentía obligado a explicar el cristianismo. Tenía una misión divina, una meta indescifrable. Entonces empezó a considerar la posibilidad de retirarse de la filosofía profesional. Pero tenía el vicio de escribir. Además debía cumplir con su misión sagrada de revelar el verdadero cristianismo, y poner en evidencia la conducta escandalosa de la Iglesia danesa. Su pensamiento religioso se hizo más estoico, y en sus publicaciones de 1847 a 1850 su cristianismo fue más ortodoxo, podría decirse, fundamentalista. Se volvió una guerra santa para él. Dios lo autorizaba. Hasta recurrió a publicar innumerables libros de bolsillo, panfletos y un periódico que llamó The Moment. Y después de dos años de actividad febril, enfermó, lo hospitalizaron y murió. Ya quedaba poco de su herencia, y le dejó sus posesiones mundanas a Regine, quien en ese momento vivía en el Caribe, en una colonia danesa a donde su marido fungía como gobernador.

La guerra santa de Kierkegaard no transformó el establecimiento, pero sí puso a pensar a los curas. El valor intelectual y literario de su obra solo vino a reconocerse dos décadas más tarde, cuando en 1877 el crítico Geory Brandes publicó el primer libro sobre él. Lo declararon ateo y anticlerical. En Alemania solo se despertó interés por su obra poco antes de la Primera Guerra Mundial. Pero su mayor auge surgió en relación con el nacimiento del psicoanálisis, a través de la difusión que tuvo junto a la obra de Sigmund Freud, puesto que eran autores que se encontraron en varios temas, como la angustia, por ejemplo. Eran pensadores afines. Así mismo contribuyó a divulgar su obra la producción del teólogo protestante suizo Karl Barth, al igual que las de Karl Jaspers y Martin Heidegger, junto con la del filósofo religioso judío Martin Buber. Y todos ellos, a su vez, se consideran los cimientos del Existencialismo. Pero solo después de la Segunda Guerra Mundial su pensamiento se conoció por todo el mundo, casi 100 años después de su muerte solitaria y silenciosa.

Para terminar, ahora me parece pertinente continuar con esta exploración extrapsicoanalítica leyendo un poco sobre Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), después de todo, fue el gran adversario filosófico de Soren Kierkegaard.


martes, 17 de septiembre de 2013

Ludwig Wittgenstein, un hombre con el don de la síntesis


Desayunando con Alexandra, le conté que el grupo de estudios de psicoanálisis y neurociencia con el que me reúno los lunes a mediodía en la Fundación Santafé, planea hacer el segundo simposio, en esta oportunidad, sobre temas controversiales en el ejercicio de las disciplinas de la salud mental. A ella le pareció un proyecto académico interesantísimo, y muy útil para gente que reflexiona sobre la condición humana, no solo para especialistas. Continué. Le dije que mi ponencia, que está en construcción en este momento, se titula, No Hay Dos Pacientes Iguales, Como No Hay Dos Terapeutas Iguales. Trata el tema arduo de cómo es posible que la mente estudie la mente, y cómo para comprender al otro es necesario liberarse, hasta donde sea posible, de las clasificaciones, los prejuicios y las generalizaciones, ya que, como es bien sabido, la diversidad humana es innegable, y el vínculo terapéutico es una relación como cualquier otra, solo que en este caso hay una asimetría porque el paciente busca ayuda.  Cada caso es particular. Y a continuación le dije el epígrafe que tomé de Julio Cortázar para empezar con este texto: “Quizá los moluscos no sean neuróticos, pero de ahí para arriba no hay más que mirar bien; por mi parte he visto gallinas neuróticas, gusanos neuróticos, perros incalculablemente neuróticos; hay árboles y flores que la psiquiatría del futuro tratará psicosomáticamente porque ya hoy sus formas y colores nos resultan francamente morbosas.”. Entonces Alexandra, entusiasmada, me insistió en que continuara con la investigación leyendo sobre Ludwig Wittgenstein, el filósofo austriaco preeminente del siglo XX que vivió mayormente en Inglaterra. Y así lo hice.

Al llegar a mi gabinete psicoanalítico consulte la hermosa edición número quince de la Enciclopedia Británica, un incunable, pues ya no se publica en papel impreso, solo en su edición virtual. En esas páginas sedosas y amarillentas encontré que este filósofo profesional produjo dos sistemas de pensamiento distintos en épocas muy diferentes de su vida, y el segundo critica y rechaza el primero, claro está. Ambas obras fueron muy influyentes y bien expresadas: primero vino el Tractatus Logico Philosophicus y luego, Philosophical Investigations.

Resulta que este personaje nació en 1889, era el menor de 8 hermanos, todos talentosos. Su padre era un industrial austriaco del acero. Y junto con su madre conformaron una pareja de sensibilidad artística e inclinaciones intelectuales. Lo educaron en casa hasta los 14 años, luego fue al colegio en Viena y en Berlín, donde se inclinó por las matemáticas, las ciencias naturales y, posteriormente, por la ingeniería. En 1908, ya en Inglaterra, en Manchester, empezó a trabajar en aeronáutica. Experimentó con cometas en las regiones más remotas de la atmósfera. También diseñó motores para aviones, y concibió la idea luminosa de poner turbinas en las puntas de las aspas de una hélice. En esa época se interesó por la obra de Bertrand Russell, y fue a estudiar con él en la universidad de Cambridge. Se dice que en alguna oportunidad el maestro expresó sobre el filósofo brillante: “pronto aprendió todo lo que yo tenía para enseñar”. Con él estuvo desde 1911 hasta 1913, trabajando problemas lógicos. Luego se mudó a Noruega. Donde le surgió la idea de que las verdades lógicas son tautologías, se trata de razonamientos circulares que no dicen nada especial.

Con el advenimiento de la I Guerra Mundial se enlistó en el ejército austriaco. En 1916 estuvo en el frente ruso con desempeño valeroso, fue un buen oficial, y en 1918 lo trasladaron a Italia. Entonces empezó el período del Tractatus, pues mientras tanto seguía trabajando problemas lógicos y filosóficos en cuadernos que llevaba a todas partes entre su morral. Y para cuando lo aprisionaron los italianos, ya tenía el manuscrito completo, entonces se lo mandó a Russell, quien le ayudó a publicarlo gracias a sus influencias. Resultó ser un libro novedoso, profundo e influyente, conformado por anotaciones numeradas y ordenadas que abarcaron 75 páginas. Trató temas que incluyeron la naturaleza del lenguaje y el límite de lo que puede expresarse, también contenía elementos de lógica, ética y filosofía, junto con reflexiones sobre causalidad e inducción, el yo y la voluntad, la muerte y lo místico, el bien y el mal. La pregunta central del Tractatus era: ¿cómo es posible el lenguaje, cómo puede comunicarse algo, y cómo puede alguien entenderlo? Aducía que una oración con significado, es decir una proposición, debe ser una imagen fidedigna de la realidad. Pero hay límites. No solo debe ser una imagen exacta de lo que representa, seguramente los símbolos y las situaciones tienen la misma forma lógica, así ella no pueda representarse, al fin y al cabo, la existencia necesaria de elementos simples de la realidad y de un valor absoluto, no pueden decirse porque el límite del lenguaje es el pensamiento. De manera que una proposición tiene un solo análisis completo y un sentido definitivo; hay una esencia del lenguaje, las oraciones y los pensamientos, un orden a priori en el mundo.

En 1919 Wittgenstein regresó a la vida civil. Entonces regaló gran parte de su cuantiosa herencia, le disgustaba el oropel y el confort, prefería una existencia frugal, académica, contemplativa, la vida de un soltero casto y estoico. Así que se hizo profesor de primaria en una escuela rural en la campiña austriaca, apacible y hermosa. Era muy infeliz. Pensó en suicidarse en varias oportunidades, según puede leerse en su epistolario. Aseguraba que estaba moralmente muerto, a los treinta años de edad. Allí tuvo conflictos con otros docentes y con habitantes de la apacible y hermosa comarca. Hasta que en 1925 se retiró de su puesto de maestro de la escuela bucólica. Entonces se hizo asistente del jardinero de un monasterio en las afueras de Viena. Y poco después, una de sus hermanas lo contrató para que trabajara en la construcción de su mansión. Oficio que lo apasionó. En él invirtió su creatividad arquitectónica asombrosa. El resultado fue un edificio libre de excesos y decoraciones, una construcción exacta y proporcionada, de belleza simple y estática, como el Tractatus. Pero también era un músico hábil: tocaba el clarinete con solvencia, y era capaz de silbar de memoria piezas larguísimas y complejas.

En suma, dejó la filosofía durante una década, aun cuando en algunas oportunidades se reunió con miembros del Círculo de Viena, de donde surgió el Positivismo Lógico. Hasta que en 1929 regresó a Cambridge, se hizo fellow del Trinity College, y retomó la docencia. Rápidamente se volvió influyente en los medios académicos angloparlantes. Era un maestro erudito, comprometido, serio, creativo. Sin embargo no le gustaba el ambiente pedante de la universidad, y se retiró de la filosofía académica. Es más, exhortaba a los estudiantes a que renunciaran a la docencia, porque había períodos oscuros y confusos sin nada para decir, de manera que era imposible ser profesor y honesto al mismo tiempo. Era un oficio imposible. Por otro lado, en lo personal, necesitaba afecto, como todo el mundo. Era un amigo cálido y leal y generoso. A la vez que era severo con la afectación, la adulación y la superficialidad. Y cabe anotar que escribió profusamente desde esa época hasta el final de su vida, y en 1939 lo nombraron miembro del directorio de filosofía de Cambridge.

Al empezar la Segunda Guerra Mundial se fue de la universidad para trabajar como camillero en un hospital en Londres. Y solo regresó a Cambridge hasta 1944, a los 55 años, cuando ya había perdido el entusiasmo por la vida y por el absurdo trabajo de ser maestro de filosofía. Decía que era una muerte en vida. Hasta que se retiró en 1947. Entonces se fue a vivir a la costa de Irlanda para pensar sin hablar con nadie. Allí vivió hasta que enfermó, entonces se alojó a donde amigos, ora en Estados Unidos, ora en Inglaterra. Su salud decaía, y en 1949 le diagnosticaron un cáncer. Hallazgo que no lo impresionó especialmente, dijo: no quiero seguir viviendo. Y murió en 1951 en Cambridge.

En 1953 apareció Philosophical Investigations, libro que por sus instrucciones se publicó póstumamente, aun cuando había empezado a redactarlo en 1929. En él utilizó el epígrafe de uno de los libros de Bach: “Para honrar a dios, y para beneficio del vecino.”. En esta obra contradijo el Tractatus. En ella afirmó que una proposición no tiene un solo análisis completo, ni un sentido definitivo; la realidad y el lenguaje no están compuestos por simples elementos comunes, no hay una esencia del lenguaje, las oraciones, ni los pensamientos, tampoco hay un orden a priori en el mundo. Además negó la concepción de lo indecible al rechazar la idea de que toda representación tiene una forma lógica común. Mientras en el Tractatus afirmó que había una variedad sin fin de usos del lenguaje, y que detrás de esta diversidad había una esencia unificada común; en Investigations, en cambio, expresó que esta era una ilusión, ya que no había tal unidad en medio de la pluralidad. La naturaleza de la memoria, el pensamiento, la palabra, las reglas, así como la insistencia en preguntar, ¿qué es conocimiento, qué es intención, qué es aserción?, se apaciguan con descripciones de lo que puede percibirse, y las diferencias obedecen al uso del lenguaje, al tráfico cotidiano de la comunicación en cualquiera de sus instancias, ya sea hablada o escrita. En esta publicación también rompe con las preconcepciones que falsean el pensamiento filosófico, destruye la creencia obsesiva de que debe haber una esencia en el conocimiento, la intención y la aserción, plantea cómo los conceptos se ligan a acciones y reacciones, así como a la expresión de conceptos de vida.  De manera que tan solo comentamos la historia natural de los seres humanos. En estas páginas quiso mostrar la función y el significado de los conceptos como producto de las formas de vida en que están inmersos.

Al final, Investigations no fue tan bien recibido como Tractatus. En todo caso, Wittgenstein lo consideraba imperfecto, y trató de perfeccionarlo hasta su muerte, siempre fue pesimista del porvenir de su trabajo. Consideraba su pensamiento ajeno al espíritu científico y matemático imperante en su época. Y aún así, logró que la filosofía fuera más consciente de sí misma. Introdujo una nueva concepción de la naturaleza. Para él, un problema filosófico no busca solución, de la misma manera que un teorema no es para probarlo ni una hipótesis para falsearla. Más bien es confusión. La filosofía debería ser simple, pues sirve para desatar nudos del pensamiento, no para causarlos. El resultado de la reflexión filosófica no es el descubrimiento de la verdad, es tan solo una salida a nuevas confusiones.


Y una anotación para terminar: unas semanas más tarde, cuando le conté a Alexandra sobre el resultado de mi averiguación acerca de Wittgenstein, me dijo como si fuera una obviedad, ahora te falta estudiar a Soren Kierkegaard.