El amor es uno de los
elementos emblemáticos de la vida. Breve o extendido, espontáneo o
minuciosamente construido, es de cualquier manera un apogeo en las relaciones
humanas (Benedetti, 1995, p. 9).
Siguiendo la lógica del Arcipreste de Hita, es cuestionable si
lo digo yo, mientras que todos lo acogen si lo afirma el filósofo: RD Hinshelwood,
prologuista de la biografía intelectual de Wilfred R Bion (1897-1979) publicada por Gérard
Bléandonu en 1994, señala
que el ilustre inglés escribía de manera críptica para retar al lector
impulsándolo a planteamientos propios. Quería que su fraseo se olvidara, y las
cosas se narraran con palabras propias. Era pulcro en la elección del léxico. Le
interesaba desafiar la mente y estimular pensamientos. No concebía su obra como
escuela, la tomaba más bien como insumos para pensadores venideros. No buscaba
la relación vertical del maestro con el alumno. Propendía por la libertad de
pensamiento de todos, del analista y del analizando por igual. Entonces sus
escritos no quedaron saturados, los consideraba conocimiento en vías de
desarrollo.
Y ayuda leer a sus exégetas. A finales del siglo XX los más
notorios eran León Grinberg y Donald Meltzer. De hecho, Alfonso Sánchez Medina
me contó un día que en las décadas de 1980 y 1990 ellos dos vinieron a sembrar las
inquietudes bionianas en la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis. Luego, con el
advenimiento del siglo XXI, hubo una floración de bionistas: de la misma manera
en que hay caravaggistas, dantistas y nerudistas, surgieron autores
psicoanalíticos que construyeron sobre su obra, se trata de Antonino Ferro
(2011; 2013; 2016), Chris Mawson (2011), Giuseppe Civitarese (2016a; 2016b),
Howard Levine (2011; 2016b), Thomas Ogden (1997; 2004a; 2004b;
2007), Ronald Britton (2011),
Edna O’Shaughnessy (2011a; 2011b), James Grotstein
(2011), para citar
algunos ejemplos. Y a sus construcciones teóricas se les conoce como
‘desarrollo postbioniano’.
Coinciden en un
enfoque de la situación analítica que va más allá de la teoría de la
experiencia clínica, configurando una manera novedosa, original y específica de
conceptualizarla, pues la toman como una forma particular de aprender a partir
de la experiencia. El campo analítico postbioniano es un modelo para
pensar en el proceso, la acción terapéutica y el desarrollo psíquico (Mawson, 2011). Una visión que
resulta estructuralmente intersubjetiva acerca de la manera en que dos personas
interactúan emocionalmente, inconscientemente, mientras realizan el trabajo de
darle figurabilidad a la mente del paciente (Levine, 2016a, p. 286-287). Aun
cuando Bion nunca utilizó el término ‘intersubjetividad’, los efectos de las ideas
de reverie, función alfa y contenido continente trasformaron la manera de concebir
la situación clínica. Por eso se
dice que Bion es como la Revolución Francesa, partió la historia en dos, desde
entonces nada es lo mismo (Ferro, 2016, p. 195).
Plantea lo individual y lo colectivo como facetas del mismo
fenómeno mental. El establecimiento,
la madre y el analista contienen a la persona; pero también la persona se
contiene a sí misma, mientras que las palabras, a su vez, contienen las
emociones, y, en últimas, el aparato para pensar pensamientos contiene los
pensamientos junto con sus consecuencias. Y en esta dinámica se trasforman las
experiencias emocionales en actividad cognitiva, de modo que el cambio psíquico
es la oscilación entre lo esquizoparanoide y lo depresivo en medio de los avatares
de la relación contenido continente. Así las cosas, el desarrollo mental no es
solo la acumulación de conocimiento acerca del principio de realidad, es aprendizaje
a partir de la experiencia, es la maduración del contenedor de pensamientos que
encuentra nuevas relaciones entre significados ya existentes, a la vez que construye
nuevos, y siempre están asociados con emociones (Bion, 1970). Para
explicarlo, Bion parafraseaba a Kant: la intuición sin concepto está ciega, y
el concepto sin intuición está vacío. En la situación analítica, la experiencia del yo surge de la
experiencia del otro, no es solo conocimiento intelectual (Bléandonu, 1994; Hinshelwood, 2002; Jacobs, 2002; De
León de Bernardi, 2002; Duparc, 2002; Mawson, 2011; O’Shaughnessy, 2011a; Junqueira
de Mattos, 2016).
En el espacio, tiempo y funcionalidad de la situación
analítica surge la dinámica inconsciente del dúo analítico: una estructura
particular, una fantasía bipersonal compartida, determinada por el analista y
el analizando. Enfoque que también se relaciona con la concepción bioniana de
la dinámica de los supuestos básicos del grupo. Es decir, se refiere a las
pulsiones, que también son afines a las preconcepciones innatas, y están
presentes en la sesión, al fin y al cabo, el dúo analítico es un grupo
conformado por dos personas que también funciona bajo la égida instintiva. De
modo que hay momentos dependientes que requieren del cuidado de un líder, pero
también los hay de fuga y defensa, con funcionamiento paranoide, incluso
existen los episodios mesiánicos, a donde la feligresía busca aparearse con el ídolo.
Pero la tendencia general del proceso analítico, en últimas, es a construir una
relación de trabajo al estilo de los grupos comensales, a donde se forja una alianza que beneficia a
ambos por igual, se complementan precisamente por sus diferencias, y progresan
juntos (Money Kyrle,
1963; 1975; De León De Leonardi, 2002, p. 93; Billow, 2003; Cartwright, 2016).
Resulta
que los psicoanalistas no sólo somos investigadores empíricos en el
campo analítico (Ferro, Civitarese,
2015). En cada momento que compartimos con el paciente estamos involucrados en
un proceso intuitivo y creativo de las dos mentes allí involucradas, mentes que
evolucionan mientras alternan los papeles de receptor y trasmisor. Al principio
del proceso, el analista podría estar investido de cierta autoridad, pero ambos
partícipes del campo analítico lo habitan y lo construyen, de modo que aportan
al material clínico que de allí surge. Así que para el analista es una
oportunidad y una responsabilidad participar en el desarrollo psíquico de esa
persona al compartir sus sobresaltos; sobresaltos causados por el analista tanto
como por la situación analítica, incluso por las vulnerabilidades del psicoanalista,
así sean sobresaltos proyectados o que se despertaron a partir del mundo
interior del analizando. Y las trasformaciones que evolucionan en la
interacción de las mentes del dúo analítico se ven en las pasiones y la construcción de mitos y
creencias (Britton, 1998) que narran lo que allí sucede.
Planteamiento
muy diferente al de los Baranger
(2008), donde con el modelo bipersonal de las relaciones objetales, el campo analítico
es una creación conjunta en que la contratrasferencia se emplea como
instrumento para captar la solicitud transferencial, claro, pero también es una
advertencia acerca del peligro inminente de que la subjetividad del analista
tiende a dar lugar a puntos ciegos que también contribuyen a construir el
baluarte, al enactment, aquello que inconscientemente acuerdan defender el
analista y el analizando. En el enfoque intersubjetivo, en cambio, el enactment
es inevitable, comunica, y es psicoanalíticamente fértil rastrearlo en el
devenir del proceso. De modo que con esta perspectiva el analista tiene
mayor libertad para vivir y hablar y escribir sobre la contratrasferencia, la
subjetividad y el autoanálisis dejó de ser anatema. Por esa razón este texto
está redactado en primera persona, sin ir lejos. En la perspectiva intersubjetiva
de la situación analítica, el analista deja de ser un experto en el contenido
mental del paciente que yace ahí en el diván, para transformarse en su
compañero de viaje durante el proceso (Neri, 2016).
El campo
postbioniano es intrigante. La dinámica del contenido continente en el setting
es la dialéctica de la relación trasferencia contratrasferencia, es decir de la
identificación proyectiva y el reverie. Y Bion consideraba sinónimos ‘reverie
materno’ y ‘función alfa’; pero también tenía en cuenta que la diferencia entre
la madre y el analista es la técnica psicoanalítica. Lo cual nos lleva al
asunto de la soledad del analista. Una postura que favorece la capacidad negativa, es decir
que desarrolla la tolerancia a la incertidumbre y la ignorancia (Neri, 2016). No
dar sentido a las cosas angustia y genera culpa, pero al intervenir se evita lo
nuevo. En la práctica el analista no es del todo neutro ni abstinente, tampoco
está desprovisto de memoria y deseo. No hay una percepción pura, pues siempre
estará anclada en la memoria, la imaginación y el cuerpo del observador, el
asunto está en lograr un equilibrio entre lo nuevo y lo conocido (Civitarese,
2016b). El analista está involucrado al ser el depositario de aspectos y
objetos escindidos del yo del paciente. Asume funciones variadas desde lo
consciente hasta lo inconsciente, desde lo asimétrico hasta lo simétrico, en las
palabras de Ignacio Matte Blanco (1988): fenómenos mentales y protomentales que lo afectan en los diversos
niveles de la relación contenido continente (Cartwright, 2016). Así que el analista a la vez que acicatea el vínculo K, el que promueve el
conocimiento, no deja de lado el L ni el H, los matices del amor y el odio
insoslayables en toda relación humana.
Los
hechos psicoanalíticos se intuyen, no siempre son visibles. La identificación
proyectiva en relación con el reverie está en el centro del campo analítico
postbioniano, y es tanto del paciente como del analista. Por eso hay una teoría
de la observación analítica que vincula el campo postbioniano y la ensoñación. Doña
A, por ejemplo, ensueña en la trasferencia -Bion diría que se trataba de waking dream thoughts-, y este es el
reverie del paciente; a la vez que
el analista también ensueña en la contratrasferencia, y este, entonces, es su
reverie, que, además, en virtud de la técnica analítica funciona como la
capacidad de estar disponible para la identificación proyectiva del paciente (Ogden,
1997; 1999; 2004a; 2004b;
2007; Barrios, 2016). Así que pasión es catectizar
al otro para ser receptivo y resonar con él. Es otra
manera de conceptualizar el hecho clínico, mientras que en medio de estas vicisitudes
surgen trasformaciones que suspenden el pasado y el futuro y la realidad
exterior, abriéndole paso al aquí y al ahora (Ferro, Civitarese, 2015, 2016b). Después de todo, mientras que para Sigmund Freud
el modelo de enlace entre el cuerpo y la mente está en la sexualidad, para Bion
lo está en el saber del cuerpo acerca de la mente y, viceversa, de la mente
acerca el cuerpo (Abel Hirsch, 2016, p. 254). En otras palabras, los elementos
beta en la trasferencia, mediante la función alfa, generan elementos alfa,
pasando por etapas intermedias de desarrollo que Antonino Ferro (2011) llamó
elementos balfa, y que forman parte del proceso de reparar los defectos inevitables
y universales en el reverie materno primigenio.
El proceso analítico trasforma sensaciones corporales
crudas, innominadas, presimbólicas, traumáticas, en imágenes gráficas que se
encadenan unas con otras, construyendo símbolos. Símbolos que, además, son móviles, se desarrollan en
el devenir del contenido continente; así que los intentos por descifrarlos de
arriba abajo, de lo asimétrico a lo simétrico (Matte Blanco, 1988;
Barrios, 2006), suelen resultar
en interpretaciones chatas que podrían ser correctas y oportunas, sí, pero que
no impulsan al aprendizaje a partir de la experiencia (Cartwright, 2016).
Por el otro lado, se construye la el límite entre consciente
e inconsciente al ligar símbolos y afectos en el aprendizaje a partir de la
experiencia. Se conforman sueños y pensamientos que en ocasiones se subliman,
se publican. La finalidad terapéutica del psicoanálisis es ensanchar la
capacidad para pensar, pues los pensamientos dan lugar a la mente, no lo
contrario. Al encadenar significados ya existentes y promover la construcción
de los nuevos, progresa el aparato para pensar pensamientos (Bion, 1967a; 1970;
Jacobs, 2002; Ogden, 2004a;
2004b; 2007; Bott
Spillius, et al, 2011; Ferro, Foresti, 2013; Abel Hirsch, 2016; Junqueira de Mattos, 2016; Abel
Hirsch, 2016).
Lo obvio no siempre es evidente. La interpretación es una
construcción conjunta del dúo analítico. Un tipo de relato acerca de lo que
sucede aquí y ahora. Es una intuición de momento. No es una arqueología de la
historia del paciente, pues la repetición en el análisis no es lineal. Factor
indispensable que, por un lado, surge de las asociaciones del analizando en pos
de revelar un significado más profundo, y, por el otro, encuentra en la
atención libremente flotante del analista un estado mental adecuado para
comprender, y luego revelarla. La subjetividad del analista no tiene porqué
narrarse de manera escueta en la situación clínica, pero sí se utiliza para
construir al vincular esas experiencias íntimas con el momento trasferencial. Y
luego, al pronunciar la interpretación –al publicarla, en las palabras de Bion-,
el analista rastrea su efecto en el proceso por lo que emerge del movimiento
contenido continente que se desencadena ya sea de inmediato o mucho más adelante.
De modo que en el campo postbioniano, como en el enfoque intersubjetivo, es bastante
improcedente preguntarse si la interpretación es oportuna o acertada: lo que se
pretende es movilizar ideas y emociones dándole coherencia a lo que era vago y
disperso. Así se vuelve liberador lo desconocido y lo temible. Se abren nuevos
caminos para construir, conformando una visión binocular entre consciente e
inconsciente. Después de todo, el paciente no solo recibe el contenido
manifiesto y el latente de la interpretación, incorpora la función alfa del
analista. Y así progresa el dúo analítico por el camino inagotable de que el
paciente se haga cargo de sí mismo –lo que Bion llamaba el at-onement-.
En su enfoque prevalece el ‘qué’, en lugar del ‘por qué’.
Después de todo, en ocasiones, las circunstancias no son propicias para pensar.
Los significados pueden estar en bruto y ser intolerables, por lo violentos, de
modo que se proyectan o producen síntomas psicosomáticos. Una manera de negociar con la
adversidad mediante mecanismos de defensa, mientras se logra desarrollar la
capacidad para tolerarlos y pensarlos. Todo depende del devenir de la
identificación proyectiva en relación con el reverie, es decir de la dinámica
del contenido continente. Nociones que nos sacan del fatalismo tanto del
enfoque tanático de los modelos para pensar en la patología mental, como de la
idea que la tolerancia a la frustración es congénita, inmodificable,
inexorable. Hoy se sabe, en virtud de los progresos de la neurobiología, que el
cerebro es un órgano mucho más dúctil de lo que se sospechaba en la época de
Bion.
Así las cosas, la interpretación, que también es una
narrativa, cumple con una función mitopoyética al generar una visión novedosa
del mundo, una comprensión que no puede separarse de lo sensorial, y no es sólo
teórica. Pero, en cambio, sí es dolorosa porque es un devenir en una verdad
personal, emocional –que Bion denominó la ‘O’-, y que proviene de la experiencia
compartida en el setting. De modo que la búsqueda continua de estas verdades
tiene utilidad clínica puesto que genera en el analista una actitud permeable a
las trasformaciones, a lo nuevo que pueda surgir, pues parte de la base de que
nunca lo sabrá todo ni accederá a la cosa en sí, de manera que es prudente en
sus reflexiones y afirmaciones (Levine, 2016b).
Además, Bion (1970) también llamaba ‘trasformación en
alucinosis’ a la actitud de liberarse de la objetividad para abrir espacio al
reverie del analista receptivo a la O de la sesión. Al intuir se innova. El
desafío está en cómo mantener la compostura y seguir siendo competente con un
psiquismo funcional que pueda pensar en medio de la adversidad, el dolor, el
trauma de la realidad abrumadora, fragmentaria, aterradora, incluso frente al
terror innominado, al cambio catastrófico. Cómo contactar, y seguir encarando,
las verdades de la propia existencia, mientras que permanece la capacidad para
pensar, permitiéndole vivir esa experiencia de un modo que enseñe algo y la
mente crezca. Esta es una relación saludable y productiva entre mente y
pensamiento, emoción y percepción, aun cuando esta capacidad siempre amenaza
con romperse y destruirse (Levine, 2016c).
La verdad plena es incognoscible, y aun así, es
indispensable como lo es el oxígeno para los tejidos. La epistemofilia es una
pulsión. Y Bion toma la verdad como pensamientos sin un pensador de dos maneras
diferentes: por una parte, al estilo de los desarrollos de Christopher Bollas
(1987), como lo sabido no pesado, lo que conoce el cuerpo pero no la mente,
cosas que son pero no pueden hablarse; y, por otra parte, en el sentido de un pensamiento
abstracto no vinculado al cuerpo ni a un individuo en particular, como en el
caso de su alegoría de que el psicoanálisis ya existía antes de Freud, es solo
que faltaba un pensador que ensamblara esas ideas (Civitarese, 2016b, p. 303).
Otra manera que utiliza para decirlo es que existe un triángulo
abstracto, lo invariante, mientras que el que dibuja a mano una persona en un
momento dado es la trasformación (Money Kyrle, 1963, pgs 452-453).
De todas formas, se trata de verdades que de ninguna manera
son ecuménicas, acabadas, absolutas ni definitivas, en la situación analítica se
teje un mito a cuatro manos entre analista y analizando. Una narrativa legítima
que da coherencia y síntesis a la persona. Y el alivio que proviene de conocer
verdades personales se debe a que las emociones son de las pocas cosas de las
que podemos estar seguros, el problema está en que no siempre se les presta
atención ni se respetan (Junqueira
de Mattos, 2016).
Por el otro lado, el mito, la turbulencia, la elaboración
onírica o la estructura narrativa que emerge del dúo analítico también dependen
del vértice de observación, sea del paciente, del analista o del campo. Solo
que si este proceso mitopoyético se lleva a cabo de una manera tolerable para
el analizando, y puede contenerlo el dúo analítico, el paciente puede sufrir,
pensar y aprender a partir de la experiencia de esa verdad. En el campo
postbioniano hay pasión, después de todo, esas dos mentes están ligadas por un
vínculo emocional conformando un tercero en el área intermedia de la situación analítica
y la interpretación. De manera que saber la O del paciente incluye pensar con
el cuerpo, y en este sentido es un saber estético, pues solo se piensa cuando
hay emociones que le dan sentido a la experiencia. Además el cuerpo y el
sensorio están en la mente, en la oscilación entre lo que puede percibirse y lo
que puede intuirse (Civitarese, 2016b).
Sucede que la
parte no psicótica de la personalidad, a donde funciona el aparato para pensar
pensamientos, coexiste con la psicótica: elementos beta sin continente que
podrían transformarse en alfa, pero también en elementos bizarros con partes
indeseadas del yo y de los objetos que se proyectan, todo depende de lo que pase
en la relación contenido continente entre la identificación proyectiva y el
reverie. Las personas
hacen lo que sea con tal de dominar la parte oscura y sombría del pensamiento. Es
más, la efectividad terapéutica del proceso analítico, en especial en cuanto a
lo psicótico, está en trasformar esos pensamientos en ideas que vuelvan a pertenecer
a la mente (Money Kyrle, 1975; Bion,
1992; Neri, 2016; Resnik, 2016).
Pero hay que tener en cuenta que los pensamientos al dormir,
los sueños y los mitos se ubican en la fila C de la Tabla de Bion (1970). Resulta
que los mitos personales son contenedores poderosos de emociones que reflejan
la subjetividad, el compromiso emocional y la pasión del analista. Son útiles
para aproximarse a aspectos del inconsciente no dinámico del paciente que antes
no se habían relatado, y puede desencadenar turbulencia emocional (Levine,
2016c).
Y antes del
fin, me gustaría recapitular a dónde están los desarrollos postbionianos, a mi
manera de ver las cosas. La relación contenido continente es tridimensional, no
bidimensional, tiene niveles de profundidad, desde lo más asimétrico hasta lo
más simétrico. Bion (1970; 1988; 1992) pensaba que de los avatares de esta relación deviene un
elemento simbólico que habitan y construyen analista y analizando, pero había
una inconsistencia en su modelo: para él la contratransferencia era un asunto
privado, encontraba desaconsejable usarla en la situación clínica, le parecía
vaga, una fuente de complicaciones, la tomaba como una contrarresistencia que
enturbiaba la confirmación o la refutación de la hipótesis al contrastarla con
los datos empíricos, incluso consideraba que era un término redundante,
innecesario. La idea de no memoria y no deseo estaba encaminada a suprimir la subjetividad
del analista, por ejemplo. Pero los aportes de los bionistas abrieron la puerta
al uso técnico de la contratransferencia en el campo postbioniano. La situaron
en el centro de gravedad de la relación analítica, dándole un enfoque
intersubjetivo novedoso y útil. Así el enactment pasó a considerarse como una
fuente invaluable de conocimiento psicoanalítico. Y la contratransferencia alcanzó
una posición preeminente narrando algo no expresado a partir de la interacción
en el setting analítico. Abre la potencialidad de un desenlace creativo o de un
terror sin nombre, claro, puesto que el analista también vive, tiene identidad
personal y profesional. Pero poner el énfasis en las subjetividades del
analista y del analizando detalló todavía más el proceso de transformación de elementos beta en alfa con
la introducción de una etapa intermedia de elementos balfa en la elaboración de
la transferencia, dándole una aplicación clínica todavía más rica al concepto. Además,
la noción de la O dejó de ser un problema insustancial, místico, para
transformarse en una herramienta técnica que favorece la actitud analítica. Así
las cosas, la subjetividad del analista es un concepto más ancho que la
contratrasferencia, y que de todas maneras contribuye a la construcción de la
situación analítica puesto que es la respuesta ante el analizando, incluso
frente a la trasferencia, mientras
el analista y el analizando ensueñan juntos los objetos analíticos. Es por todo
esto que Bion se considera como un precursor de esa manera original y específica de pensar
acerca de la situación analítica que hoy llamamos ‘intersubjetividad’.
Y precisamente
porque importa la
subjetividad del analista, se justifica tener en cuenta algunos detalles
biográficos de Bion. El análisis
silvestre (Freud, 1910) no deja de ser a la vez una tentación y una temeridad. Pero
de todos modos hay que considerar que el análisis personal, la academia y la
vida privada conforman la mente del psicoanalista.
El primer analista de Bion fue John Rickman. Se trataba de un
psiquiatra que a su vez se analizó con Freud. Además a Rickman le interesaba la
dinámica de grupo y la psicosis, y era permeable al diálogo interdisciplinario,
así como un autor prolífico. Luego, el segundo analista de Rickman fue Melanie
Klein, quien exigía exclusividad a su pensamiento, y él no le era tan fiel como
ella habría querido (Bléandonu,
1994, p. 47). Hasta que, por último, Sándor Ferenczi fue el tercer analista de
Rickman, y es considerado el punto de partida de la intersubjetividad (Coderch,
2012; Oliner, 2012; Bohleber, 2013). Pero la relación analítica entre Bion y
Rickman terminó abrupta e involuntariamente a principios de la Segunda Guerra
Mundial. Y, luego, cuando acabó, y Bion empezó la formación psicoanalítica, emprendió
el segundo análisis con Melanie Klein.
En todo caso, analistas pioneros que consideraban la
contratransferencia como un síntoma. Y es interesante pensar que el pedigrí
psicoanalítico de cada analista tiene mucho que ver con construcción de su
subjetividad, después de todo, en el análisis personal se aprende psicoanálisis
a partir de esa experiencia, pues el analizando incorpora tanto elementos alfa como
función alfa provenientes del analista, ya lo dijimos arriba.
No sorprende, entonces, que las raices teóricas de Bion (1962;
1963; 1967a; 1967b; 1970; 1988; 1990; 1992) estén en Freud y Klein. Ni que se
enriquecieron todavía más en las discusiones académicas con Hanna Segal, en
especial con sus desarrollos acerca de la simbolización, basados en las ideas
kleinianas de que este es un mecanismo depresivo y el punto de partida de la
sublimación. Pero también alternó con Herbert Rosenfeld, y su noción de que el
yo se construye a partir de continuas introyecciones y proyecciones.
En esa época seguía siendo ilícito del uso de la
contratransferencia en la técnica psicoanalítica, incluso inconcebible, porque
si es tan inconsciente como la trasferencia, cómo podría emplearse
conscientemente. Solo hasta 1950 apareció el trabajo de Paula Heimann sobre su empleo
interpretativo, y en 1953 vino la versión inglesa del artículo de Heinrick
Racker, la publicación en español ya había salido a la luz pública en 1948 en
la Argentina. Y estas ideas los distanciaron del modelo kleiniano original, dando
lugar a una nueva línea de pensamiento psicoanalítico que resultó muy fértil y
dinámica hasta la actualidad, cuando desemboca en la intersubjetividad (Money Kyrle, 1956; Bott
Spillius, et al, 2011).
Paradójicamente, aun cuando Bion mantuvo hasta el final su
posición de que la contratransferencia era indeseable, por lo relativa, hoy se considera “el fenomenólogo de la
pérdida” (Bell, 2011). Lo
conmovió lo destructivo del trauma, y la epidemia de violencia y las
incontables guerras del siglo XX. Pero también se ha situado su trauma postinfantil a los ocho años
de edad cuando partió de la casa paterna en la India para estudiar en un
internado en Inglaterra (Bléandonu, 1994; Levine, 2016a). Tradición británica también narrada
con espanto por James Joyce (1916) y Winston Churchill (1930), por ejemplo. Ese
proceder hacía de ellos niños reprimidos y separados de sus familias.
Adicionalmente su infancia estuvo llena de cosas sorprendentes, algunas de
ellas siniestras, y tal vez la peor de todas fue la catequesis. Por otro lado, planteamientos
acerca de lo intolerable, la relación pensamiento acción, el contenido
continente, la claustrofobia, la mentira, el terror sin nombre y la reversión
de la función alfa se han vinculado de una u otra forma a sus experiencias
prepsicoanalíticas en las fuerzas militares durante la Primera Guerra Mundial,
como oficial al mando de un tanque. En esa época era un recién graduado
del colegio.
Luego, al
terminar la Guerra, en la escuela superior, conoció el pensamiento de Kant, y
después, en la facultad de medicina entró en contacto con el cirujano Wilfred
Trotter, quien lo introdujo a la noción de que existía un impulso gregario.
Pero también por esa misma época vivió el desengaño amoroso inolvidable de Miss
Hall, hermana de un compañero de la facultad, una herida narcisista que perduró
casi hasta su muerte. Y más tarde estudió psiquiatría en la Tavistock. Allí
entró en contacto con Sammuel Beckett, otra influencia definitiva para él.
Hasta que al empezar la Segunda Guerra Mundial, frisando los cuarenta años, cuando
ya había logrado una vida interior tolerable, aun cuando atormentada, era un
psiquiatra de trayectoria. Y por esos días murió su madre. Pero también conoció
a la actriz Betty Jardine. Empezó a frecuentarla hasta que eventualmente se
casaron. Y ella murió poco después a causa de un tromboembolismo pulmonar al
nacer su primera hija. Y hasta aquí esta brevísima síntesis acerca de la vida
de Bion.
La realidad
es imperfecta, ya lo sabemos, y no es fácil vivir consigo mismo.
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