El campo psicoanalítico intersubjetivo es a donde todo
sucede. Una construcción simbólica que se da en la tensión dialéctica de las
subjetividades del analista y el analizando en virtud de la asimetría que
genera la técnica estándar. Técnica que requiere que el analista permita que el
analizando prevalezca al aplazar su narcisismo: su responsabilidad es conocer
la teoría y olvidarla, momentáneamente, durante la sesión, a la vez que tolera
la paradoja, la incertidumbre y la ignorancia, hasta que por fin comprenda algo
que se justifique interpretar. La técnica está al servicio del proceso.
De modo que el campo es la experiencia que emerge del
diálogo analítico. Una creación compartida, que, sin embargo, ambos integrantes
del dúo analítico la ven de maneras distintas, desde sus propias
subjetividades. Transferencia y contratrasferencia son causa y efecto la una de
la otra, son inseparables como las dos caras de una moneda. Comprometerse a
psicoanalizar a alguien es poner la mente del analista a su disposición, con
infinitas posibilidades contratransferenciales. Y el enactment es llevar a la
escena de la situación clínica las fantasías que predominan en el dúo analítico
en el momento, de modo que tiene enorme significado transferencial, no siempre es
destructivo. Los sueños y los símbolos no se disecan, se interpretan
transferencialmente.
Pero la intersubjetividad no es un enfoque revisionista ni
una enmienda. Es impensable este modelo sin los aportes de la teoría objetal, la
perspectiva bipersonal de la mente. Mi manera de entender las cosas gira
alrededor de la noción de que la identificación proyectiva se expresa, se
elabora y se transforma de masiva en comunicativa en relación con el reverie durante
el proceso analítico. Podría decirse que este es el mecanismo que une y separa
al dúo analítico, y, por supuesto, da lugar al campo. El analista vive de
manera vicariante las vicisitudes de la identificación proyectiva del
analizando, y la única manera de comprenderla es estar ahí, participando con el
reverie. El analista la recibe, aun cuando a su manera personal, específica, y si
las cosas salen bien, logra vincular esas sensaciones y emociones con ideas,
transformándolas en pensamiento, en una interpretación que luego le devuelve al
analizando aspectos escindidos, proyectados y negados, pero de una manera
elaborada, atenuada. Elementos que sirven para construir nuevos significados y
modificar los ya existentes.
El campo psicoanalítico intersubjetivo es una relación
sujeto objeto, pero también lo es entre sujetos. Las particularidades de cada
miembro del dúo analítico tienen que ver con la manera en que se construye el
campo, cada caso es particular e incomparable. El sexo, la edad y hasta el
consultorio del analista aportan información al analizando, restos diurnos para
construir fantasías. Aun cuando el analista hace su mejor esfuerzo para
comportarse neutro y abstinente, libre de memoria y de deseo, estos son ideales
inalcanzables: su mundo interior se filtra en el porte y la actitud, en lo que
interpreta y en lo que deja de interpretar. Su elección del hecho clínico
seleccionado habla de quién es o no es.
Por el otro lado, es impensable una metapsicología sin el
enfoque monopersonal, la concepción analítica de la mente que incluye las
pulsiones y los mecanismos de defensa, las etapas del desarrollo psicosexual y
la lógica del inconsciente. Es en relación con el otro que se gratifican las
pulsiones. Y una cosa más, el campo psicoanalítico intersubjetivo tiene niveles
de profundidad, niveles que funcionan según la posición relativa del analista y
el analizando en ese momento del proceso. Lo cual nos lleva al tema central de
la clínica: la elaboración de la transferencia, el faro que guía al analista.
De modo que el psicoanálisis visto como un campo analítico
intersubjetivo también incluye la elaboración del complejo de Edipo, que tiene
una relación recíproca con la adquisición de la posición depresiva, la
simbolización y la sublimación. Después de todo, la capacidad de estar solo, de
estar cómodo consigo mismo, al igual que la de vincularse con los demás de
manera equilibrada, son manifestaciones de los mismos mecanismos mentales. Vivir
el proceso analítico ensancha la capacidad para pensar y afrontar los avatares
de la vida. La finalidad terapéutica es que la persona construya una manera de
existir en el mundo que sea más humana y satisfactoria. La intersubjetividad no
es una escuela ni un movimiento, es una manera de referirse a los analistas que
entendemos el psicoanálisis como el desarrollo del pensamiento que el dúo
analítico hace durante el proceso.
Por el otro lado, también se justifica detenerse a reflexionar
acerca de cómo se construye la mente del psicoanalista, después de todo es
determinante en el devenir del campo psicoanalítico intersubjetivo. La técnica
es indispensable, ya lo dijimos, pero la mente del analista también está hecha
de su vida personal, sus lecturas analíticas y no analíticas, al igual que de
su análisis personal. Al principio, mientras está en formación, se identifica
con profesores y supervisores. Su sistema de valores es el del Instituto y la
Sociedad, podríamos decir. El tiempo, la experiencia clínica creciente y la
relación con los colegas, le aportan a la construcción de su identidad. Es
invaluable permanecer ligado a la Sociedad y al Instituto.
Entonces la construcción de la identidad analítica es un
proceso semejante al desarrollo psicosexual. En la medida en que el joven
analista avanza en su carrera, incluso después de cumplir con los requisitos
del Instituto, progresivamente se adueña cada vez más de sí mismo y de la
teoría y de la técnica. Desarrolla su propia voz para hablar con el analizando.
Un proceso que supone un enfoque genital y depresivo de las identificaciones
iniciales. Una elaboración que lleva a descubrir que el gradiente generacional
no es un abismo insalvable, es un hecho tozudo de la vida: existimos gracias a
nuestros antepasados psicoanalíticos.
Por último, redactar y presentar trabajos ordena los
pensamientos y los sentimientos, es el apogeo del conocimiento analítico.
Conocimiento que nace de la experiencia clínica en el campo psicoanalítico
intersubjetivo y hace un trayecto clínico teórico hasta desembocar en la
construcción de nuevos enfoques y sistemas de pensamiento.
Los textos psicoanalíticos, como cualquiera, son
representaciones del mundo, no son la cosa en sí. Todo depende de quien narra,
de la subjetividad del autor. Pero la diferencia entre nuestra literatura y la
ficción es que el psicoanalista se compromete con el lector a narrar su
comprensión lo más cercana posible a lo que sucedió en esa situación clínica particular.
De modo que desarrollar la voz literaria propia también, a mi manera de ver las
cosas, hace parte de la construcción de la identidad analítica.