domingo, 4 de septiembre de 2016

Blog sobre Ogden: el tercero analítico intersubjetivo y sus raíces conceptuales


Nota: Este blog es una modificación editorial, no de contenido, del artículo que apareció publicado con la siguiente bibliografía: Barrios S (2016). Nota sobre Ogden: el tercero analítico intersubjetivo y sus raíces conceptuales. Rev Soc Col Psicoan 41: 95-120.


Psychoanalysis is a lived emotional experience. As such, it cannot be translated, transcribed, recorded, explained, understood or told in words. It is what it is. Nevertheless, I believe it is possible to say something about the lived experience that is of value in thinking about aspects of what it is that happens between analysts and their patients when they are engaged in the work of psychoanalysis[1] (Ogden, 2004b, p. 857).


Resumen:
Objetivo: Se hace una deconstrucción de la metáfora del tercero analítico intersubjetivo, para estudiar de qué está hecha teóricamente y para qué sirve. Desarrollo: Ogden parte de Freud, Fairbairn y Klein, después utiliza la noción de la geometría tridimensional, virtual, de la situación analítica en línea con las ideas de Winnicott, Green, los Baranger y Bion. El setting es una creación conjunta, simbólica, entre analista y analizando, determinada consciente e inconscientemente por la dialéctica de sus subjetividades, que da lugar al proceso analítico en virtud de la asimetría que genera la técnica analítica. El tercero analítico intersubjetivo empieza en el cuerpo, y cuando hay reverie en relación con la identificación proyectiva y los avatares de las relaciones objetales, las percepciones y sensaciones crudas se trasforman en pensamientos, ensoñaciones y sueños que originan la mente. Pero cuando hay interrupciones en el reverie, como suele suceder, estas mismas percepciones dan lugar a identificación proyectiva masiva concreta, y a síntomas psicosomáticos. Conclusiones: La dinámica del analista, el analizando y el tercero analítico trasforma esas mentes con la finalidad terapéutica de que el paciente viva con satisfacción y libertad, pues tiende a la síntesis construyendo convergencias entre significados disímiles, pero también evoluciona en una expansión infinita de significados. El tercero analítico intersubjetivo está en continuo desarrollo.

Palabras clave:
Proceso psicoanalítico, reverie, trasferencia, contratransferencia

La expresión ‘tercero analítico intersubjetivo’ es una metáfora de Thomas H Ogden (1992a; 1992b; 1994a; 1994b; 1997; 1998) para describir su concepción de la intersubjetividad en la situación analítica, y el proceso que surge de la tensión dialéctica entre las subjetividades del analista y el analizando en virtud de la asimetría generada por la técnica. Este campo virtual, consciente e inconsciente, es a donde se realiza el trabajo analítico mediante esa experiencia particular, compartida, que construye conocimiento y significados.
La intersubjetividad no es un enfoque revisionista del psicoanálisis, es un paso más en su desarrollo. En la práctica, el análisis siempre ha sido intersubjetivo, lo que sucede es que inicialmente el énfasis estaba en lo monopersonal, luego vino lo bipersonal, y ahora lo interpersonal. Es impensable una metapsicología que no considere lo pulsional ni las relaciones objetales. Lo novedoso de la intersubjetividad es que este enfoque plantea que la mente ocupa el espacio y el tiempo entre el analista y el analizando conformando una estructura virtual, simbólica, particular, un tercer sujeto que surge en el setting[2] analítico con aportes conscientes e inconscientes de ambos, transformando esas mentes con la finalidad terapéutica de que el paciente tenga una vida más satisfactoria. La obra de Ogden (1994a; 1994b; 1997; 2001; 2002; 2003a; 2003b; 2004a; 2004b; 2004c; 2006a; 2007a; 2007b; 2007c; 2010; 2014a) gravita alrededor de la noción de que el psicoanálisis es un tratamiento en que el analizando llega a ser una persona más plena de maneras que no lo había sido. Sigue a Freud (1914) en su afirmación de que esta es la técnica que trabaja sobre la trasferencia y la resistencia. Pero para el norteamericano es más que “hacer consciente lo inconsciente”, en el lenguaje tópico, y que “allá donde hay ello habrá yo”, en el estructural, la finalidad del análisis es que analista y analizando desarrollen juntos la capacidad de ampliar el lugar a donde habitan en un área virtual que se encuentra a mitad de camino entre realidad y fantasía.
Para Ogden (2002), en “Duelo y melancolía” Freud (1917 [1915]) planteó por primera vez el modelo de las relaciones objetales. En esas páginas figura la idea de que el inconsciente está organizado alrededor de relaciones objetales internas, más bien estables, vinculadas a partes escindidas del yo. Así mismo, que es posible defenderse del dolor psíquico sustituyendo la relación con el objeto externo por una con el objeto interno, fantaseado. O sea, la relación objetal es una defensa. Además, los nexos de amor y odio están entre los más fuertes que puedan llegar a ligar los objetos, y la psicopatología de las relaciones objetales supone pensamiento omnipotente que interfiere el diálogo entre los objetos internos y los externos. Por último, la ambivalencia no solo es amor y odio, también es la presencia de conflictos entre el deseo de vivir con relaciones objetales y el de entregarse a los objetos internos muertos.
También aduce (Ogden, 2010), siguiendo a Fairbairn (1954), que el análisis ensancha la capacidad para pensar y ablanda la compulsión a la repetición, dándole al analizando una vida más humana. La formación de los objetos internos es respuesta a la frustración, a la falla de la madre a la hora de trasmitirle amor al niño, así como de aceptar el que él pueda darle. Entonces el niño insiste en trasformar la relación interiorizada de desamor, en una amorosa, imaginaria, que invierte el efecto tóxico del amor materno. Esta es la motivación para mantener la estructura objetal interna. Y los ataques dirigidos hacia sí mismo son a causa de la manera en que ama, aun cuando sea un vínculo autodestructivo que deja vislumbrar el insight del odio propio y la vergüenza por los continuos intentos fallidos de transformarse a sí mismo, o al objeto que rechaza, en una persona diferente. Así que el trabajo del analista sobre los objetos internos del paciente promueve su crecimiento emocional.
Ideas que concuerdan con el objetivo del psicoanálisis según Bion. El proceso analítico termina de desarrollar funciones mentales que quedaron truncadas por los defectos inevitables del reverie[3] materno durante la infancia. Y en sus obras tempranas propone que se trata de un proceso inacabable que clarifica oscuridades, que también oscurece claridades, porque tiende a la síntesis, construyendo convergencias entre significados disímiles. Mientras que, en las obras tardías, en cambio, plantea que es un proceso que evoluciona en una expansión infinita de significados. Ogden (2004a) se inclina más por esta última concepción, aun cuando no descarta la primera.
En el enfoque monopersonal la idea es explicar y comprender la mente del paciente, mientras el analista es la máxima autoridad en esos asuntos. Con el advenimiento del modelo bipersonal el foco cambió, el interés se puso en cómo el analizando afectaba al analista mediante la identificación proyectiva, cómo ponía en la escena trasferencial sus relaciones objetales, la situación total (Joseph, 1985). Y con el advenimiento de la intersubjetividad las cosas han ido todavía más allá, ahora el analista se volvió copartícipe de lo que sucede en el setting. No solo interviene como objeto de las proyecciones del paciente, también es sujeto, de modo que la contratrasferencia es causa y efecto de la trasferencia. Y al final, cuando el proceso analítico se ha suspendido, el analista y el analizando recuperan sus mentes individuales, solo que ahora son distintas a las que iniciaron el proceso, cambiaron al haber compartido por un tiempo el tercero analítico intersubjetivo. Cuando analista y analizando recuperan sus aportes individuales a ese tercer sujeto, sus mentes ya no son las que empezaron el proceso, esas personas ya no existen, ahora son gente nueva, entidades psicológicas creadas y trasformadas en ese proceso analítico que se dio entre ellos.
De modo que el psicoanálisis es creativo. Cada tercero analítico es único, el analista tiene la responsabilidad de hacer uno nuevo con cada paciente, proceso que de todas maneras se da si el analista y el analizando están vivos dentro de la relación. Para trabajar con el inconsciente es indispensable soñar, el reverie, elementos que no son conscientes, y en cambio sí son el acceso inconsciente a la dialéctica de la trasferencia y la contratrasferencia a través de experiencias y metáforas (Schwartz 2012).
Pero tenga en cuenta que Green (1975; 1979; 1980) ya había hablado acerca del carácter simbólico del tercer elemento que se crea conjuntamente entre analista y analizando. Y esta es una de las raíces conceptuales de las ideas de Ogden. Además, este pensador norteamericano considera las posiciones esquizoparanoide y depresiva de Klein, junto con la identificación proyectiva. Así mismo emplea la idea winnicottiana del desarrollo a partir de la preocupación materna primaria que luego evoluciona al reflejo, a la relación transicional y, por último, al uso del objeto. Y en esta progresión de lo primitivo a lo maduro se da la transición de lo intersubjetivo primario a lo subjetivo.
Así que en el proceso analítico hay tres sujetos: el analista, el analizando y el tercero analítico intersubjetivo, entidades individuales con sus propias subjetividades. Noción también cercana al campo bipersonal de los Baranger (1993; 2008). Para ellos el proceso es una construcción simbólica en que participan el analista y el analizando, de manera asimétrica, privilegiando la exploración de los objetos internos del analizando. Esto es así porque el paciente busca ayuda, requiere cambios para vivir mejor, y el analista utiliza su entrenamiento, la técnica y su experiencia para trabajar en ello. Usa su propio inconsciente para explorar el acaecer, también inconsciente, en la mente de ese paciente en particular.
De modo que contratrasferencia es la experiencia y la contribución del mundo privado del analista a la relación analítica, pero también es una construcción intersubjetiva. Entonces el analista que utiliza la técnica psicoanalítica debe ser libre para pensar y jugar, en el sentido winnicottiano (1971) de la expresión, así como para ser real con el analizando, después de todo, el tercero analítico intersubjetivo es una creación conjunta, y las asociaciones del analista son tan determinantes como las del paciente. De modo que para Ogden (1992a; 1992b; 1994a; 1994b; 1997; 2003a; 2003b; 2004b; 2007b; 2007c; 2014a) el proceso analítico depende de las capacidades del analista y el analizando de relacionarse en sus reveries. Idea proveniente del modelo contenido continente de Bion (1962), a donde se construye la capacidad para pensar, logrando la posición depresiva.
La técnica está al servicio del proceso analítico, no lo contrario. Entonces el tercero analítico intersubjetivo tiene implicaciones en este campo, al igual que para la formación del analista y en la construcción de la identidad psicoanalítica, lo cual incluye escribir, así no se publique el documento. Las publicaciones nunca son originales, siempre tienen contexto, no hay un solo pensamiento que sea el punto de partida de todos los demás. Para Ogden (2004c; 2005a; 2005b; 2006b; 2007c) es razonable cultivar los elementos particulares de cada analista, propender por su libertad de pensamiento dentro y fuera de la situación analítica. Todo analista, como todo paciente, es distinto, y debe ser lo mejor que pueda llegar a ser. El psicoanálisis es un discurso de liberación para el analizando, y para el psicoanalista. La mente del analista se afecta por la de los colegas, profesores y supervisores, así como por su análisis personal y su vida privada, junto con sus lecturas analíticas y las extranalíticas (Gabbard, Ogden 2009).
Entonces el tercero analítico intersubjetivo emerge de la relación inconsciente entre analista y analizando, pero también, a la vez, esas personas se crean en medio de ese sujeto simbólico: no hay analista, analizando ni análisis afuera del tercero analítico intersubjetivo, una estructura virtual en continuo movimiento. Experiencia que evoluciona, fluye, se transforma con el conocimiento que genera el dúo analítico durante el proceso. Es una construcción virtual única que el analista y el analizando experimentan, cada uno, a través de su propia personalidad aun cuando también es una unidad. En el setting, el analista y el analizando ven el tercero analítico intersubjetivo como si fuera algo distinto, una ilusión óptica que se debe, en parte, a la asimetría de la relación en virtud de la actitud analítica, pero también a que el analista y el analizando son individuos separados, con sus propias personalidades conformadas según sus organizaciones psicológicas independientes, con asociaciones de significados derivados de sus historias personales, irreproducibles, según sus maneras particulares de concebir y de vivir las relaciones con sus propios cuerpos y con el mundo.
Por otra parte, Ogden (1994a; 1994b; 1997; 1998) reflexiona sobre la interpretación de los sueños. Propone que el tercero analítico intersubjetivo también es un espacio onírico intersubjetivo. Lo que se sueña durante el proceso forma parte de él, incluso los sueños del analista, en especial si los recuerda durante la sesión. Así que el sueño es manifestación del tercero analítico intersubjetivo, y no es del paciente, ni del analista, puesto que esta estructura simbólica no está restringida al consultorio. Es una creación conjunta que incluye la mente y el cuerpo del analista y del analizando, y al ser una obra compartida, las asociaciones del analista son tan importantes como las del paciente. De modo que el tercero analítico intersubjetivo no es un evento monolítico que el analista y el analizando deberían ver de la misma manera. Es la evolución de los estímulos corporales y sensoriales que se trasforman en pensamiento, negociando los desafíos que plantea el enjambre de las relaciones objetales incontrolables. Se trata de vivir y digerir la cosa en sí en medio de la evolución de lo impensable en el setting analítico, transformándolo en experiencia verbal, simbólica. Y este es el motivo del diálogo psicoanalítico. Trasferencia y contratrasferencia son inseparables, aspectos distintos, complementarios que se alimentan mutuamente, y emergen de la totalidad que el analista y el analizando experimentan individualmente.
En otro orden de ideas, Ogden (1997) sigue la noción bioniana de que siempre hay una parte perversa en la personalidad que está en relación con una neurótica y otra psicótica, entonces en toda relación analítica habría algo perverso, y tal como sucede al leer una novela, solo se aprecia retrospectivamente. Mientras se establece ese aspecto de la construcción intersubjetiva suele ser inaccesible para la consciencia del analista, quien no planea su papel en la perversión, solo la comprende cuando ya ha sucedido, cuando se percata de su experiencia y participación inconsciente en ella, así que solo puede entenderse cuando ya ha surgido de lo más íntimo de sus coautores. Y según las citas de Ogden, también se basa en el planteamiento de Kahn, quien describe la perversión como la compulsión por crear una experiencia que disimule y sustituya la ausencia del sentimiento de estar vivo; adicionalmente se apoya en la idea de McDougall de que el paciente siempre crea neosexualidades[4] como parte del desafío inconsciente de construir su propio self, así se trate de una sexualidad fragmentaria, defensiva, irreal; además este tipo de tercero analítico intersubjetivo tiene raíces en la noción de Chasseguet–Smirgel, para quien la perversión es un reto omnipotente al límite de lo que puede alcanzarse, sexualmente, un esfuerzo inconsciente por defenderse del terror de aceptar las diferencias sexuales y generacionales; pero también se inspira en la propuesta de Joseph, quien señala que la excitación sexual en el setting analítico es un ataque trasferencial a la mente del analista y del analizando; y, por último, la perspectiva Ogden se relaciona con las de Malcom y Meltzer, con quienes comparte el pensamiento de que no hay necesidad de disecar los símbolos sexuales que figuran en la perversión, tan solo hay que comprender la experiencia compartida de su desenvolvimiento en la trasferencia. En todo caso, para algunos pacientes la perversión es la forma privilegiada de relacionarse, eclipsando las demás relaciones objetales y mecanismos de defensa; para otros, en cambio, es tan solo una etapa del proceso; y para algunos más, ese trasfondo que se manifiesta como excitación sexual disimulada, y está vinculado a esfuerzos inconscientes por sabotear el psicoanálisis de maneras sutiles, difíciles de reconocer, por ejemplo, a través de la satisfacción y excitación inconsciente asociada con la incapacidad crónica de aportar pensamiento original.
La puesta en escena de este enactment[5] resulta inicialmente de las relaciones objetales del mundo interno del paciente. Su análisis no trata de descifrar fantasías, ansiedades ni defensas, más bien busca comprender e interpretar los fenómenos trasferenciales que se estructuran entre analista y analizando. Pero, paradójicamente, solo puede captarse si el analista forma parte de esa escena perversa que se ha dibujado allí en esa relación trasferencia contratrasferencia. Entonces en lo oculto, y a veces en la mentira, es a donde yace la verdad, se trata de la experiencia que el analista y el analizando sienten más real. El sujeto perverso es el narrador erotizado de un drama vacío en el escenario analítico. Pero la tragedia está en que presenta la falsa impresión de vida a través de su capacidad de excitar, pues el sujeto analítico perverso se construye en colaboración entre el analista y el analizando con la finalidad de evadir la muerte psicológica y el vacío. Y, como todo tercero analítico intersubjetivo, este se crea y se experimenta separadamente por el analista y el analizando, después de todo, se trata de una construcción conjunta que se vive de maneras distintas.
La comprensión analítica del enactment en general, y del perverso en particular, surge de la elaboración y la reflexión sobre sutilezas contratransferenciales. Se basa en elementos prosaicos, incluso intrascendentes, en pensamientos cotidianos, triviales, en sentimientos y fantasías, en ensoñaciones y elucubraciones, en sensaciones corporales y otros eventos que suelen parecer ajenos a ese paciente en particular. Y es a partir de esos elementos que se construye la interpretación trasferencial. Pero el tercero analítico perverso está dotado de identificación proyectiva avasalladora, de modo que es un desafío técnico muy interesante porque plantea el problema de cómo construir conocimiento en esas condiciones, manteniendo la capacidad para pensar y hablar sobre la comprensión analítica mediante interpretaciones, puesto que lo perverso recluta al analista para poner en escena la necesidad de invadir el coito de los padres, lo cual es una amenaza de muerte.
De modo que, como decíamos atrás, el tercero analítico intersubjetivo no es una metáfora original de Ogden, tal como él mismo lo anuncia, nace de sus interpretaciones de los pensamientos de Winnicott y Green, que aportan la idea de que el setting tiene una geometría tridimensional y una dinámica simbólica particular. Aunados a las reflexiones de los Baranger y de Bion, que enriquecen todavía más la concepción de la relación psicoanalítica, la proponen como una interacción consciente e inconsciente mediada por la identificación proyectiva entre analista y analizando y proceso, conformando un sistema particular, autónomo, virtual, que genera conocimiento, desarrollo, pensamiento. 
De regreso a la exploración que traíamos acerca de los cimientos teóricos del tercero analítico intersubjetivo de Ogden (1992b; 1994a; 1997), puedo informar que esta noción también partió de la idea de que juego es “el lugar que habitamos”, en las palabras inmortales de Winnicott (1971). Se trata de una tercera área de experiencia que construye el espacio mental, pues solo en el juego el ser humano es libre de crear. Se trata de un sucedáneo del fenómeno transicional que implica la paradoja del objeto transicional, que a la vez es aceptado y tolerado y no explicado. El juego es la realidad psíquica, sucede en la mente, y en gran medida es ajeno a la realidad exterior, se ubica en un espacio potencial entre la madre y el niño. Se trata de un tercer espacio insustituible, pues el desarrollo emocional no es solo del individuo, la respuesta ambiental también importa. Jugar comunica. No es lo mismo ser que actuar. Se trata de ideas cercanas a la regresión benigna y maligna de Balint.
Pero este fenómeno también se da en el setting analítico. Emerge de la intersección del juego del analizando y el analista, creando un nuevo estado de la mente. Pero, en cambio, si el analista o el paciente no juegan, no hay proceso. Al jugar, el paciente utiliza toda su personalidad para descubrir su propio self. Además, una explicación correcta puede ser inerte, psicoanalíticamente, para que funcione se necesita de una nueva experiencia en la situación analítica.
Por otro lado, en la infancia el desencuentro en la relación madre hijo lleva al niño a encargarse por sus propios medios del evento emocional que de otra manera sería inmanejable, entonces soslaya el sufrimiento con organizaciones defensivas de tipo psicótico, como sustituir la realidad externa por la interna, negando que está ante una situación crítica para su vida. Al no vivir la experiencia de la interrupción de la relación madre hijo, cuando en efecto sucedió, crece y vive aterrorizado de que pueda presentarse una ruptura, la que ya se presentó en su niñez, pero no la vivió. Esto es lo que Winnicott llamó fear of breakdown[6] en su trabajo inconcluso, y Ogden (2014a) propone que esta es la fuerza que guía la necesidad del paciente por encontrar el origen de su miedo inexplicado y eterno. Aquella sensación de que le faltan partes de sí mismo, y que debe encontrarlas para estar completo, puesto que lo que queda de su vida se siente como una vida no vivida.  
Al paciente en el diván, como al niño jugando, debe permitírsele comunicar la sucesión de sus ideas, pensamientos, impulsos, sensaciones. Y cuando aparece un objetivo, una ansiedad, la desconfianza o la necesidad de defenderse, el analista reconoce y señala la conexión entre elementos de la asociación libre. La necesidad de buscar coherencia también es una defensa contra la angustia. A veces el paciente pretende mostrar el sinsentido al analista, no que se lo organice.
De modo que la urgencia de ordenar las cosas puede ser una defensa del analista: la organización es una negación del caos, y entonces se vuelve estéril el esfuerzo, el paciente se desanima de comunicar, se ha perdido una oportunidad. Ya es tarde. Se ha defraudado la confianza, el analista inadvertidamente ha abandonado la actitud analítica. La síntesis y sentirse acogido dependen de que el paciente no pierda esa seguridad, porque así el analista y el analizando pueden estar juntos como una unidad, como una expresión del ser, y desde esta posición todo se vuelve creativo (Winnicott, 1971; Jordán-Quintero, 2015).
Por otra parte, para Green (1975; 1979; 1980) el espacio analítico también es triangular, una construcción simbólica entre analista y analizando. En línea con Winnicott plantea que el psicoanalista cambia con el paciente, y esas trasformaciones se crean a través de su capacidad de construir, complementariamente, entre su cabeza, y de manera homóloga, con el paciente. Todo depende de su comprensión del material, y del efecto que tiene comunicárselo al analizando en una interpretación. Así, progresivamente, se construye un objeto analítico, un símbolo, en la continuidad de las sesiones. La atención que el analista le da al setting y al funcionamiento de sus mentes estructura las comunicaciones que conforman ese tercer elemento, el objeto analítico, que siempre está presente.
Y téngase en cuenta que el narcisismo también aporta. En medio de la relación analítica aparece un espacio potencial entre el self y el objeto, un lugar tan erotizado en el silencio, al ser, como destructivo al no ser. La frustración que genera la ausencia es indispensable para el desarrollo mental, tal como lo leíamos en Freud, Fairbairn y Winnicott.  
Pero también el motivo de la triangularidad en la situación analítica resurge en la metáfora del campo bipersonal de los Baranger (2008). Se trata de un tercer elemento paradójico que no es del analista ni del analizando, y se construye inconscientemente entre ambos al darle a la contratransferencia el mismo valor teórico y técnico de la trasferencia. Esta perspectiva trasforma el setting analítico, pues todo lo que sucede allí es bipersonal, tiene una estructura particular, temporal y funcional, que le da ese carácter de tercero presente, ausente, ambiguo. Las experiencias del analista y el analizando están en relación con la situación inconsciente en el campo bipersonal que se mueve con libertad dentro de los confines del contrato analítico. Se trata de fantasías inconscientes, móviles, indefinidas, estructuradas mediante la identificación proyectiva e introyectiva de manera que el campo bipersonal oscila entre movimiento y estancamiento, integración y escisión.
De allí surge, entre otras cosas, la noción del baluarte como defensa y lo defendido por la pareja analítica. El campo bipersonal y sus movimientos son las variadísimas configuraciones de los contenidos manifiestos y latentes en la fantasía conjunta inconsciente, la urgencia interpretada en la sesión. Y el trabajo del analista consiste en involucrarse en la neurosis y la psicosis de la relación trasferencia contratrasferencia para comprender e interpretar, promoviendo la diferenciación, el insight, que es otra construcción mutua. Hasta que al final del proceso el analista y el analizando recuperan sus aportes al campo analítico.
Adicionalmente quiero aclarar que los Baranger (1993, p. 15) utilizaron el vocablo ‘intersubjetivo’ como adjetivo para referirse a esa propiedad solidaria de la situación analítica. El analista vive en una paradoja: escucha e interpreta basado en su conocimiento teórico y técnico, según su experiencia y referencias, a la vez que es permeable a lo nuevo, impredecible, sorprendente. El contexto y el momento de la interpretación surgen de elementos personales del analista y de su relación con la urgencia de la sesión, un elemento que lo convence de que está viendo algo inconsciente que vale la pena interpretar. Así que la interpretación no es de generación espontánea en el vacío, procede del campo analítico, y tiene dos funciones dialécticas: hace consciente lo inconsciente, mientras que le permite al analizando construir su historia e identidad.
Por último, en “Reverie and interpretation, sensing something human”, libro que apareció en 1997, Ogden informa que el reverie es la pieza que le faltaba para acabar el rompecabezas teórico del tercero analítico intersubjetivo. Y cabe anotar que este concepto ya había nacido en la obra de Klein, claro, sin llamarse así (Bott Spillius, et al, 2011). Resulta que la identificación proyectiva es una fantasía que opera cuando la persona recibe partes provenientes de otra, de ahí se origina el enfoque kleiniano acerca del desarrollo del niño en relación con la madre, y por extensión, de su modelo para explicar la dinámica de la relación analítica, creando una situación total (Joseph, 1985). Con este mecanismo de defensa el bebé induce en la madre ansiedades y terrores que es incapaz de darles sentido por ser intolerables, avasalladoras, mientras que el reverie materno las vuelve coherentes. Pero en realidad fue Rosenfeld quien explicitó que la mente se desarrolla en ciclos repetidos de introyección y proyección de partes del self con el objeto. Mientras que Isaacs, al referirse a la construcción del pensamiento a través del continuo psicosomático, llamó a la fantasía inconsciente “el representante mental del instinto”. De manera que el reverie es un concepto con una larga tradición en el universo poskleiniano.
En todo caso, en la acepción bioniana, reverie se refiere al estado de la mente de la madre que el niño necesita. Alude a esa receptividad serena que acoge sus sentimientos, y les da significados como continente para esos contenidos. Desde este punto de vista, ella es el órgano receptor que sufre el terror del niño a la vez que mantiene una perspectiva equilibrada. Esta es una necesidad básica del bebé, como respirar. Así que el contenido-continente-reverie es el eje de la seguridad y la salud mental del niño, un modelo que describe la dinámica de la identificación proyectiva e introyectiva durante el desarrollo. La madre acoge aspectos intolerables del self del bebé, tales como objetos, afectos y experiencias sensoriales crudas, sin procesar, provenientes del cuerpo y de sus percepciones, que el niño las proyecta en fantasías. Mientras que, por el otro lado, ella experimenta el efecto de esas proyecciones sobre su mente y su cuerpo, por el tiempo que el niño lo necesite hasta lograr pensarlas, entenderlas. Este es el proceso de trasformación. Entonces la madre regresa de una forma gradual la experiencia al bebé sin la toxicidad inicial, ahora es digerible para él, y lo hace a través de la actitud y el contacto con ella. En la situación analítica Bion llamó a este proceso, publicación o interpretación (Levine, 2011).
Así que la habilidad para contener supone una madre con límites y suficiente espacio interno como para albergar sus angustias propias, junto con las del niño. Se trata de una madre que cuenta con la capacidad de tolerar el dolor mientras contempla, piensa y se expresa de una manera inteligible para el bebé. Está separada -en el sentido de que es un individuo autónomo, no de que está divorciada-, está intacta, es receptiva, ofrece reverie al niño como objeto continente que introyecta sus terrores. Porque tolerar el carácter preconceptual del pensamiento significa acoger los aspectos que aún no han evolucionado, lo cual incluye comunicaciones de un nivel primitivo, somático, que por eso son más auténticas.
La represión, la escisión y la identificación proyectiva están en relación con la construcción del mundo interno y externo del niño, o del paciente. Y nótese que una madre con estas capacidades evoca la ordinary devoted mother[7] de Winnicott. Hasta que poco a poco, con el tiempo, la identificación del niño con ella y la asimilación de ese objeto contenedor desarrolla un espacio mental en su interior, dándole la capacidad para construir sus propios significados. Entonces evoluciona su mente que ahora puede reflexionar sobre sí misma. Así el niño logra su propia función alfa (Pistiner de Cortiñas, 2011; Ferro, 2011; Levine, 2011; Bott Spillius, et al, 2011).
Lo que sucede es que el ‘at-one-ment’[8] es un trabajo arduo que va en contra de fuerzas emocionales poderosas omnipotentes y omniscientes que inhiben el descubrimiento del propio self. Y este mismo esfuerzo también es la esencia del tratamiento psicoanalítico. Este es el desafío de llegar a ser, de evolucionar, transformándose en O al desarrollar la capacidad para pensar. Ideas vinculadas a la construcción de la realidad psíquica, un concepto temprano de Bion que luego llamó función alfa, trabajo onírico y atención.
Entonces la función alfa es una metáfora que se refiere a que hay una incógnita que se resuelve en la medida en que se trasforman los datos sensoriales en contenidos mentales que pueden pensarse, elementos alfa. Una notación algebraica psicoanalítica de Bion que se refiere a que este fenómeno se comporta como una función matemática que se define en un resultado particular y cambiante al convertir el estímulo corporal en material para el pensamiento onírico, fundamento de la capacidad de despertar y dormir, de ser consciente e inconsciente. Los componentes de la función alfa son: la preconcepción, una anticipación inherente de origen biológico, instintiva, a la que llega la realización, es decir un evento en el mundo exterior que se ajusta como la mano entre el guante hasta que, por último, de esa convergencia afortunada nace la concepción.
La capacidad de padecer la experiencia requiere de la participación del objeto. Así el individuo, sea el niño o el paciente, encara lo excesivo de la experiencia, y puede intuir aspectos que no tolera saber, dándoles sentido. Responde constructivamente. Cuando la participación del objeto es exitosa, recibe y le da sentido a la experiencia al devolvérsela de una forma tolerable. Maneja las secciones inaceptables de la realidad, construyendo su propia capacidad de hacer esas trasformaciones por sus propios medios, entonces la mente se fortalece, crece, conoce, se relaciona con esa porción de la experiencia, la realidad última, la O. De manera que la ansiedad primitiva puede contenerse y transformarse mediante el reverie. Entonces, puede decirse que la identificación proyectiva opera como una función de búsqueda, una suerte de sonda que se lanza al espacio ancho y ajeno, que si encuentra un lugar a donde le sea posible elaborarse las preconcepciones adquieren significados en la experiencia, generando un espacio alfa. Por eso se dice que la persona introyecta elementos alfa junto con la función alfa en sí. Y este es un proceso perenne. Del acúmulo de elementos alfa, protopensamientos, se forma el aparato para pensar pensamientos, conceptos, estructuras, teorías y demás. Ciclo mental que trasforma y construye, generando la capacidad para pensar, pues la función alfa sigue confeccionando elementos alfa en una secuencia interminable que Bion llamó, waking dream thought[9]. Así se construye mente a partir de pensamientos y teorías y emociones, mientras las escisiones se cierran formando unidades, en la oscilación entre lo esquizoparanoide y lo depresivo.
Anotaciones interesantes, si se tiene en cuenta que otras explicaciones acerca del pensamiento parten de que el aparato para pensar crea los pensamientos, no lo contrario. Desde la perspectiva bioniana soñar construye la mente consciente e inconsciente, no al revés, es por eso que quien no puede soñar no diferencia lo consciente de lo inconsciente, el dormir del despertar ni el soñar del percibir. Ideas que modificaron para siempre la noción de la estructura de la mente, elaboración onírica y la clínica psicoanalítica (Ogden, 2003a; Bott Spillius, et al, 2011; Ferro, 2011; Levine, 2011; Pistiner de Cortiñas, 2011).
Pero cuando falla el reverie, como suele suceder, es imposible metabolizar y representar. Queda en vilo la posibilidad de pensar con la información cruda proveniente del cuerpo y las percepciones, entonces el niño no aprende de la experiencia, entonces perduran los elementos beta, y los datos sensoriales brutos se expulsan en identificación proyectiva masiva y síntomas psicosomáticos. Para evitar que se acumulen, la mente se vuelve un aparato que expulsa elementos indeseables. Un proceso ligado a la culpa, que no es lo mismo que responsabilizarse, pues el superyó primitivo y arrogante usurpa las funciones del self al sustituir el reverie. Es una consciencia moral que solo tolera relaciones verticales. De manera que se genera un espacio habitado de objetos internos terribles, por eso se dice que es este es un superyó destructor del yo, y en las palabras crípticas de Bion se trata de “evanescent ghosts of quantities that were”. Esto es grave. Una situación que se vive con terror, pues el material proyectado regresa en forma de pesadilla. Hay confusión entre objetos sensoriales y experiencias emocionales por la interferencia en el reverie y la proyección y la introyección.
Soñar promueve el proceso de reintroyección porque, utilizando el modelo digestivo, transforma elementos ajenos, tóxicos podríamos decir, en asimilables para la mente, y cuando esto no es posible, el superyó arcaico corrompe el reverie, favorece la arrogancia, el vínculo –K, la disposición al malentendido, y aparece el falso conocimiento con paramnesias, pseudocertezas, elementos útiles para expulsar mediante identificación proyectiva, negación, somatización, enactment, de allí la naturaleza omnisciente y omnipotente del objeto interno que rechaza la identificación proyectiva. En lugar de un objeto interno comprensivo ha devenido uno incomprensivo, severo, duro, cualidades que se perciben en el preconsciente y el consciente frágiles del niño. Entonces el desarrollo mental y emocional se detiene.
Cuando hay un desgarro entre el reverie y la identificación proyectiva se afecta la consciencia rudimentaria del niño. Algo queda inconcluso. Si la madre no tolera las proyecciones del niño, continua la identificación proyectiva cada vez con mayor frecuencia e intensidad, lo cual desnuda la vida emocional de los significados que debería tener, entonces se hace cada vez más concreta. Introyecta un objeto interno sin bondad ni significado, sin duda consecuencias severas y duraderas. Y en la clínica psicoanalítica, se manifiesta como un crítico persecutorio lleno recriminaciones y sentimientos que inhiben, como en una rivalidad entre el análisis y el sistema que forma alucinaciones, objetos internos que pueden encontrarse en los impases y en las rupturas de la relación analítica.
El reverie es central en el psicoanálisis. El analista está vivo. Les da vida a las proyecciones de las partes del self del analizando cuando es un continente que se encarga de la trasferencia; un continente atento y receptivo que introyecta y experimenta estas proyecciones, un paso necesario en el camino hacia la interpretación. Las labores inconclusas por la ruptura del reverie materno deben transformarse porque las experiencias infantiles son una imposición abrumadora para la mente. De modo que en la situación analítica los estímulos sensoriales, no pensados, los elementos beta, se trasforman en la trasferencia en elementos alfa, generando derivados narrativos (Bott Spillius, et al, 2011; Ferro, 2011; Levine, 2011; Pistiner de Cortiñas, 2011).
Bion se refiere al potencial de desarrollar libertad de pensamiento como algo cercano al principio de realidad. Libertad ligada al placer de representar con la mente, por la gratificación del impulso epistemofílico. Libertad también relacionada con la posibilidad de experimentar la autonomía creciente dentro del proceso analítico a partir de pensamientos silvestres, sin pensador, hipótesis definitorias, intuiciones que facilitan la trasformación en O, el +K, primero en el analista, y luego en el paciente (Fisher, 2011).
Al principio, para la mayoría de las personas, no sufrir era lo central, defensa maníaca relacionada con la intolerancia a la frustración, de modo que el analista debía confiar en su reverie. El psicoanalista en estado de reverie ensueña el objeto analítico del paciente, y a través de sus asociaciones intuye la fantasía inconsciente, mientras pone al analizando en contacto con sus verdades personales, emocionales, y así la identificación proyectiva se vuelve realista, comunica, construye, vincula (Levine, 2011).
La identificación proyectiva está en relación con el reverie, con la oscilación entre lo esquizoparanoide y lo depresivo, y, por supuesto, con la atención libremente flotante. Keats llamó a esta actitud negative capability[10], mientras Bion la denominó waking dream thought. Estos autores se referían a la disposición de tener la mente permeable a la duda y la incertidumbre (Ferro, 2011). Actitud que el analista usa para monitorear el setting analítico sin ocuparse de la realidad exterior, lo único que le interesa es lo que sucede en el consultorio, los derivados narrativos de la sesión. Entonces lo fundamental es cómo funcionan, o dejan de funcionar, juntos el analista y el analizando. Cómo se desplaza de la atención del contenido manifiesto del sueño y la perversión, de la represión y la escisión hacia su contenido inconsciente para que el analizando desarrolle el aparato mental para soñar, sentir y pensar.
Entonces la relación identificación proyectiva-reverie es central en la construcción del tercero analítico intersubjetivo. Y va en ambos sentidos. El analista y el analizando intercambian el papel de contenido y continente en la medida en que oscilan entre la posición esquizoparanoide y la depresiva. Pero también el analista oscila entre la capacidad negativa y la identificación del hecho seleccionado de Poincaré, es decir, elabora el duelo de los incontables desenlaces posibles que podrían llegar a ser, pues solo opta por un relato para narrar. Entonces observa el destino de la interpretación: si promueve el crecimiento o si se vuelve persecutoria, si el resultado es ahora o en un tiempo, incluso años más tarde. La mente del analista es, sin duda, una variable en el setting analítico, y en este sentido no hay diferencia entre el análisis de adultos, adolescentes y niños, ni entre el psicoanálisis y la psicoterapia.
La capacidad de hacer síntesis es inherente al ser humano. Lleva a pensar cuando las emociones no son tóxicas, mientras la elaboración onírica y la función alfa son el continuo que las metaboliza. La realidad se digiere al soñar. Así la mente registra y asimila las experiencias emocionales, crea y organiza la dinámica de la barrera de contacto entre consciente e inconsciente. Pero soñar es una forma del pensamiento que no solo sucede en la noche, al dormir, continúa durante la vigilia. Y trasforma la masa incoherente de estímulos sensoriales en ideogramas[11] empleados para registrar el presente y el futuro, y pueden articularse o desarticularse, sintetizando estímulos inconexos.
El soñar del analista provee al paciente de herramientas para su crecimiento mental. Instrumentos para su desarrollo emocional, para su propio dream work alfa, que luego lleva a combinar el soñar con el preconcepto, construyendo una vista binocular que ubica los objetos en el tiempo y el espacio. El reverie es la condición para la reintroyección y la trasformación en sueño, desarrollando la mente. Actividad que promueve el crecimiento. El paciente no solo se relaciona con el contenido de la interpretación, también con la mente del analista, así como con su manera de funcionar, lo cual le da oportunidad para entender y estar en contacto con su propia realidad psíquica. De modo que no solo introyecta elementos alfa, también la función alfa, como ya lo dijimos más arriba (Pistiner de Cortiñas, 2011).
Y para terminar con esta deconstrucción del tercero analítico intersubjetivo, es pertinente hacer una distinción entre el holding de Winnicott y el contenido continente de Bion, nociones que bien podrían ser los aportes primordiales de estos autores, y sus mayores contribuciones al pensamiento psicoanalítico (Ogden, 2004c). Se trata de ideas muy distintas. El holding es un concepto ontológico que tiene que ver con el ser y su relación con el tiempo. Al principio la madre protege la continuidad existencial del niño, aislándolo del aspecto no yo del tiempo. Luego la madurez implica interiorizar el holding materno que lo resguarda de las vicisitudes emocionales. En cambio, el contenido continente bioniano tiene que ver con el proceso de construir el pensamiento y los sueños derivados de experiencias. De modo que el modelo contenido continente encara la interacción dinámica entre pensamientos fundamentalmente inconscientes que funcionan como el contenido, mientras la capacidad de soñar y pensar esos pensamientos conforma el continente.
En conclusión, también para Ogden la frustración es el motor del desarrollo psicológico, pero además es el origen de la psicopatología. La mente surge de estímulos sensoriales provenientes del cuerpo que se trasforman en pensamientos en relación con el objeto externo, modelo prototípico del proceso psicoanalítico. Así mismo, la interrupción del reverie materno tiene consecuencias. Las vicisitudes de los objetos internos y externos son definitivas en el desarrollo mental y en la acción terapéutica del psicoanálisis, pues al vivirlos e interpretarlos se transforman. La dinámica de la geometría tridimensional del proceso analítico, el tercero analítico intersubjetivo, produce cambios psíquicos porque el efecto de la dialéctica de las subjetividades del analista y el analizando en el setting abre la posibilidad de reparar relaciones con objetos internos que someten el self y se repiten compulsivamente, entonces el paciente logra vivir de una manera más plena. Y al suspender el proceso, la persona, sea el analista o el paciente, ya no es quien lo empezó. De modo que la metáfora del tercero analítico intersubjetivo es un modelo heurístico que explica la relación trasferencia contratrasferencia y su acción terapéutica. 

Otro blog sobre Ogden: una ocasión para reflexionar sobre sueños y ensoñaciones en la situación analítica
Abstract:
Objective: To deconstruct the intersubjective analytic third metaphor in order to study what it is made up of theoretically, and it’s uses. Development: Ogden starts with Freud, Fairbairn and Klein, then he uses the idea of a certain three-dimensional, virtual, geometry in the analytic situation, following the ideas of Winnicott, Green, the Barangers and Bion. The analytic setting is a joint symbolic creation between analyst and analyzand, consciously and unconsciously determined, by the dialectic of their subjectivities, which results in the analytical process because of the asymmetry generated by the psychoanalytical technique. The intersubjective analytic third begins with the body, and when there is reverie in relation to projective identification, in the context of object relations, metabolized perceptions, somatic and emotional experiences, they transform into thoughts, fantasies and dreams that build the mind. But when reverie is disrupted, as it often happens, these perceptions are expressed as concrete projective identification and psychosomatic symptoms. Finally, Mr. B’s clinical vignette illustrates the intersubjective analytic third. Conclusions: The dynamics of the analyst, analyzand and analytic third transforms those minds with the therapeutic goal that through the analytic process the patient will achieve more satisfaction and freedom, because it tends to synthesis, building convergences between different meanings, and at the same time it evolves an infinite expansion of meanings. The intersubjective analytic third in continually developing.

Key words:
Psychoanalytic process, reverie, transference, countertransference


[1] El psicoanálisis es una experiencia. Como tal, no puede traducirse, trascribirse, grabarse, explicarse, entenderse ni narrarse. Es lo que es. Aun así, creo posible decir algo sobre esas experiencias vividas, valiosas porque ayudan a pensar sobre aspectos de lo que pasa entre los analistas y los pacientes involucrados en el trabajo del psicoanálisis.

[2] Utilizo este extranjerismo superfluo y sin adaptación a la ortografía española, privilegiando la inglesa, con el fin de aportarle colorido local a este texto, pues la intersubjetividad suele asociarse con el psicoanálisis norteamericano. Además, el ilustre Horacio Etchegoyen (1986, p. 472) ya ha empleado este vocablo como sinónimo de encuadre.
[3]‘Reverie’ [reverí] es un sustantivo francés de género femenino que significa ensueño, ilusión, estar en las nubes. Y en inglés también se refiere a la ensoñación. Pero este término no llegó al español corriente. Bion lo introdujo en 1962 a la jerga psicoanalítica, y se traduce con el mismo significado, pero se emplea como sustantivo de género masculino (Bion, 1975, pgs 58-59).  
[4] Este es un neologismo de Joyce McDougall (1989, p. 36). Autora, que también cita a Ogden. Se interesa en especial por las ideas del norteamericano acerca del contenido simbólico inicial de la relación madre bebé, como matriz fundamental para el desarrollo temprano de la mente. Y se refiere a fantasías inconscientes de un solo sexo.
[5] Ogden (1997) utiliza la expresión ‘enactment’ para referirse a lo que en el universo poskleiniano se denomina ‘acting out’ y ‘acting in’ (Bott Spillius, et al, 2011), es decir, para describir las incontables maneras en que pueden ponerse en escena las fantasías inconscientes del paciente y el analista durante el proceso analítico, dentro y fuera del consultorio.
[6] El miedo a la ruptura catastrófica, podría ser el significado de esta expresión.
[7] Es decir, una madre devota común y corriente.
[8] Un juego de palabras bioniano con ‘atonement’ que significa sacrificar o expiar, y al oponer esos antónimos señalan que la persona se vuelve sobre sí misma, se adueña de su self verdadero. Para Bion el léxico psicoanalítico estaba saturado de una densa penumbra de asociaciones, de manera que para generar ideas frescas necesitaba de un nuevo vocabulario.

[9] Es decir, un pensamiento onírico de vigilia.
[10] Se diría en español, capacidad negativa.
[11] Es decir -según el DRAE en su edición del 2014, conmemorativa de sus trescientos años de historia-, se trata de imágenes convencionales o símbolos que representan seres o ideas, pero no en palabras ni frases.

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