The maturation
process of the analyst has much in common with psychic development in general[1]
(Gabbard, Ogden, 2009, p. 312).
Resumen:
Objetivo: Es
interesante detenerse a pensar acerca de las implicaciones del tercero
analítico intersubjetivo para la técnica, la formación del analista, la
supervisión y la adquisición de la identidad analítica, sin olvidar la prosa
psicoanalítica. Desarrollo: Con el proceso el analista y el analizando llegan a
ser lo mejor que puedan ser, después de todo, el psicoanálisis, como la vida, siempre
está en desarrollo. Y es responsabilidad del analista inventarse un nuevo
psicoanálisis con cada analizando, pues en el proceso se construye un tercero
analítico, un sujeto virtual compartido, simbólico, que es particular de cada
relación analítica, pues surge de la dialéctica de sus subjetividades en virtud
de la asimetría que genera la técnica en el setting. La mente del analista
surge de su vida personal y de su análisis, al igual que de sus lecturas
analíticas, y las extranalíticas, de sus interacciones con profesores,
supervisores y colegas, sin olvidar sus experiencias como analista y su
identidad psicoanalítica. Y redactar es un trabajo psicológico fascinante que hace
parte de la vida del analista porque supone síntesis y simbolización, se trata
de explorar y hacer autocrítica sobre nuestro quehacer sorprendente.
Conclusiones: El arte del psicoanálisis está en que el analista maneje la
teoría y la técnica, mientras que, a la vez, sea libre para pensar y ser real
con el analizando.
Palabras
clave
Desarrollo,
educación, supervisión, seminario, Ogden
Este es un
ensayo sobre el psicoanalista, no es sobre el paciente. Una aseveración
inquietante, lo digo porque la mente del analista es su instrumento de trabajo.
Por eso me parecieron tan interesantes las anotaciones de Thomas H Ogden acerca
de la técnica, la formación del psicoanalista y la supervisión, así como sobre la
adquisición de la identidad analítica, junto con su invitación a escribir y
publicar dirigida a todos los analistas del mundo. Después de todo, nuestra prosa
es un género literario específico y variado.
En la
psicología monopersonal la idea es que el analista sirva de espejo incólume que
refleja los contenidos mentales del paciente; mientras que en la bipersonal, en
cambio, el analista es un objeto, un bulto, a donde el analizando proyecta sus
relaciones objetales internas; y en la concepción intersubjetiva de la mente, el
analista también es sujeto, y es copartícipe en la creación del proceso analítico,
puesto que es activo en la construcción de la relación trasferencia
contratrasferencia al ceder parte de su individualidad a esa tercera
subjetividad simbólica que emerge de la dialéctica consciente e inconsciente
entre analista y analizando. Este último enfoque sí acepta que la mente del
analista afecta el devenir del proceso analítico. Que la neutralidad y la
abstinencia son elementos indispensables de la actitud psicoanalítica, pero también
son ideales inalcanzables. Así como el analizando llega a la relación con el
analista, por primera vez, con la dinámica de sus objetos internos, al analista
también le sucede otro tanto. De la misma manera en que el paciente tiene su
propia estructura de personalidad, el analista también tiene mecanismos de
defensa y relaciones objetales, valores e ideales, identidad y experiencia,
además de la influencia de sus colegas, profesores y supervisores, sin soslayar
su propio análisis, su modelo teórico y lo que ha leído sobre temas analíticos
y no analíticos (Ogden, 2007c; Gabbard, Ogden, 2009).
Así las
cosas, es mucho pedir a un analista que se comprometa a trabajar sobre la
relación trasferencia contratransferencia, no hay límite para la intensidad ni
la complejidad de los sentimientos y pensamientos que puedan llegar a surgir en
el setting analítico (Ogden, 1997). El asunto del psicoanálisis es la
vulnerabilidad y la vida emocional, así que el gran reto técnico está en que el
analista logre simbolizar[2]
esas experiencias compartidas con el analizando, para a partir de allí
construir conocimiento mediante la secuencia de insights que se den durante el
proceso, con la finalidad terapéutica de que el paciente viva una vida más
satisfactoria.
De modo que
es razonable preguntarse, ¿cómo se forma una persona que trabaja como
psicoanalista en la intersubjetividad?
El tercero
analítico intersubjetivo es un sujeto simbólico que emerge de la vida
compartida entre analista y analizando, a donde desarrollan juntos la voz para
narrar esa experiencia, mientras cada uno habla con sus propias palabras acerca
de lo que sucede en el setting. Esta relación es la interacción entre los
reveries del dúo analítico, a donde se busca que las circunstancias del
encuentro promuevan la asimetría, la asociación libre y la atención libremente
flotante. De manera que bien vale la pena reflexionar acerca de los elementos
esenciales de la técnica psicoanalítica, cuyo objetivo es promover el proceso, que
a la vez depende de la cualidad intersubjetiva particular de cada relación
analítica. Se basa en que analista y analizando, juntos, aun cuando
asimétricamente, hagan un tercero analítico intersubjetivo a donde pueda darse el
análisis de la trasferencia y la contratrasferencia. Lo cual requiere del reverie
del analista y del analizando. Así es posible darle un nuevo contexto a la
experiencia inconsciente que se está viviendo.
En las
palabras de Winnicott (1971) el psicoanálisis sucede en el lugar a donde se
sobrepone el juego del paciente con el analista. Entonces la experiencia del
tercero analítico intersubjetivo supone creatividad. Simboliza. En el diálogo
analítico surgen los aspectos inconscientes del mundo objetal del paciente y el
analista, en el contexto de esas condiciones ambientales que promueven el reverie
del dúo analítico: el analista que escucha, consciente e inconscientemente,
para ser receptivo a los pedidos, también conscientes e inconscientes, del
analizando sin que aflore el proceso secundario ni la urgencia de ordenar la
experiencia.
Freud (1913)
pensaba que era esencial que el analizando se reclinara en el diván, mientras
el analista se sentaba por detrás de la cabecera, afuera de su vista, porque
esta situación promovía la intimidad de la relación analítica, la facilitaba,
le daba privacidad al paciente para experimentarla sin sentirse observado;
mientras que, por el otro lado, el analista podía entregarse a la atención libremente
flotante, puesto que se requiere privacidad para que haya asociaciones que
puedan ponerse en relación con los contenidos inconscientes. El reverie es
indispensable para que haya análisis, y el diván lo promueve. De manera que el
diván favorece las condiciones para la elaboración del tercero analítico
intersubjetivo, por eso es indispensable. Entonces durante la entrevista es
pertinente aclarar su importancia.
Pero, por el
otro lado, que el paciente utilice, o no, el diván, no implica que haya, o no,
proceso analítico. Es más, cuando el paciente deja de emplearlo tampoco
significa que se haya detenido el proceso. Puede suceder que se presenten
momentos en que el uso del diván se vuelva aterrador, entonces sería una
contractuación forzarlo a acostarse. Lo cual no es iatrogénico ni una
infracción -en el sentido de cuando en un partido de fútbol el árbitro, la
máxima autoridad sobre el terreno de juego, pita un fuera de lugar-, pero sí,
definitivamente, es material que no hay que perder de vista puesto que forma parte
de ese tercero analítico intersubjetivo.
El proceso es
la construcción inconsciente entre analista y analizando que tiene su propio
movimiento, así como sus tiempos particulares. De modo que el tercero analítico
es una creación única y compartida, se define por su esencia, no por su forma, lo
cual incluye la dosificación de las sesiones: una mayor frecuencia promueve que
se sobreponga el reverie del paciente y del analista, aun cuando no es
imposible analizar con dosis bajas. Es posible trabajar sobre el tercero
analítico intersubjetivo en menos de cuatro sesiones semanales.
En otro orden
de ideas, Freud introdujo la regla fundamental en 1912, aun cuando ya había
tocado el asunto en “La Interpretación de los Sueños” (1900) y luego volvió a
hacerlo en 1913, en su exposición más elaborado sobre el tema. La regla
fundamental se le debe decir al paciente durante la entrevista, claro, pero el
análisis es una relación humana en la que el paciente busca vivir con más
satisfacción y libertad, y resulta que el aislamiento y el silencio, también
tienen valor; protege al individuo de las presiones de la vida en medio de los
avatares de la maraña ineludible de las relaciones objetales impredecibles. Hay
momentos dominados por sensaciones, y la construcción de la experiencia se hace
en privado, suspendiendo temporalmente el relato al analista, como objeto y
como ambiente. Se trata de ocasiones privadas en la experiencia que son saludables,
no exigen decirlo todo. Comunicarse y callar son instancias de la condición
humana. Crean y preservan la sensación de vida en el individuo y el proceso.
Aluden a lo que pueda comunicarse y a lo que es permitido reservarse, incluso a
lo que debe mantenerse en silencio. La privacidad se valora tanto como la
comunicación. Y el silencio tiene significado trasferencial. Hay ocasiones en
que el paciente busca palabras, mientras que en otras oportunidades simplemente
quiere mantenerse callado.
Pero tampoco
Ogden (1997) atenúa la regla fundamental. Propone más bien que en lugar de exigirle
al paciente que hable, se le puede invitar a hacerlo casi sin decírselo, mediante
la actitud. En las primeras sesiones prefiere actuar de manera que el
analizando aprenda en la práctica qué quiere decir ‘diálogo psicoanalítico’. La
idea es introducirlo al setting, a donde sostiene una conversación diferente de
todas las que haya tenido en el mundo, incluso si es una retoma o viene del
consultorio de otro analista.
Conminar al
paciente a que lo diga todo va en contra del proceso analítico. Esta actitud
autoritaria se opone a la dialéctica del reverie del analista y el analizado. Por
otro lado, hay deleite al comunicar, pero también lo hay en lo íntimo, en lo
incomunicado y lo sagrado, elementos que bien vale la pena preservar. Tener en
cuenta la intimidad del paciente evita llegar al impase cuando el silencio se
vuelve una resistencia inanalizable. Es una temeridad exigirle al analizando
que lo diga todo, a veces no sabe qué decir ni quién lo dice, porque en el
análisis ha descubierto que la primera persona del singular es más bien un
plural, pues tiene escisiones, y en ocasiones siente que quiere decir algo,
pero no sabe qué es.
El paciente
debe saber que es tan libre de hablar como de callar. Privilegiar el habla por
encima del silencio equivale a favorecer la trasferencia positiva sobre la
negativa, la gratitud sobre la envidia, el amor sobre el odio, la posición
depresiva sobre la esquizoparanoide. Contractuación que eventualmente hace
colapsar la dialéctica de las subjetividades del analista y el analizando. Cargarse
en el sentido de un polo lleva el proceso al terreno de la psicopatología, lo
cual implica fallas en ese tercero analítico intersubjetivo a la hora de
construir y preservar la relación. Sustituye la experiencia de vivir juntos por
el placer perverso de la excitación maníaca y las construcciones as-if, por
ejemplo. Cuando el análisis funciona bajo la presión de la regla fundamental,
el paciente podría sentir que el psicoanálisis es una evisceración emocional. Forzar
el habla es una irrupción que paraliza el reverie y aleja la capacidad de
analizarse genuinamente.
Por el otro
lado, la contraparte de la regla fundamental es la atención libremente flotante.
Su fin es captar los aspectos inconscientes de la comunicación del paciente. Entonces
no debería estar atada a reglas. Su funcionamiento debería ser libre. El analista
está dispuesto a jugar, en el sentido winnicottiano de la expresión. Requiere
tacto y habilidad. Se trata de escuchar sin preocuparse de nada más. El trabajo
del analista es analizar, entonces crea las condiciones mentales que abren el
espacio para que sus propios objetos internos resuenen con los del paciente.
Oye sin organizar datos. Capta a la persona que está ahí. Recibe su
experiencia. Se trata de esa misma escucha de Freud, Winnicott y Bion.
Cuando la
regla fundamental coincide con la atención libremente flotante se promueve en
el paciente y el analista un estado de receptividad, consciente e inconsciente,
disposición anímica que llamamos reverie, y nos permite vivir lo que está
sucediendo en el setting, construyendo asimétricamente el tercero analítico
intersubjetivo. Es bueno que en el psicoanálisis haya holgura para las palabras
y las ideas. La experiencia es ilimitada, incompleta, es una sensibilidad, es
la atmósfera de la mente, es imaginativa, y es allí a donde el reverie del
analista y del analizando se relacionan. Pero, así como es un asunto íntimo,
también forma parte del tercero analítico intersubjetivo, y aun cuando el
analista no le cuenta al paciente todo sobre su experiencia privada, sí le
habla desde el vértice de su experiencia.
Sucede que el
reverie abarca todo, incluyendo lo más cotidiano, prosaico y, en ocasiones, hasta
lo más embarazoso de la vida privada, entonces hay momentos en que no es fácil
hablar sobre ello. Estos asuntos tocan la frontera entre lo privado y lo
público. Pero también es cierto que las ocurrencias contratransferenciales no
son propiedad exclusiva del analista, son sucesos que surgen del tercero
analítico intersubjetivo. Eventos psicológicos individuales que se construyen conjuntamente.
Se trata de una construcción simbólica compartida que surge de la dialéctica de
la relación entre el analista y el analizando. Después de todo, no hay algo así
como un analista sin un analizando, ni un analizando sin un analista,
parafraseando a Winnicott. En la interacción entre el reverie del analista y el
del paciente hay que tener en cuenta que todo afecta el cuerpo y la mente del dúo
analítico. Las palabras, los silencios, las actitudes, el género, las
inclinaciones sexuales, todo tiene que ver. Se trata de una interacción
continua, y este es un hecho universal que surge cuando al menos dos personas
están juntas., pero lo que diferencia a la situación analítica es la técnica.
Podríamos
decir que el
reverie del analista escucha la melodía, la tonalidad, la musicalidad del
lenguaje del analizando, y, aun cuando no intenta propositivamente encontrar significados
ni símbolos, se interesa por lo que dice el paciente, el cómo suena y se siente
lo que sucede en la sesión. Esta es la música de lo que pasa en el consultorio,
los sonidos vivientes del lenguaje, consciente e inconsciente, del tercero
analítico intersubjetivo (Ogden, 1999).
La
poesía y la ficción, como el contenido manifiesto de la sesión, narran cosas implícitas,
que no se han dicho, cosas que con frecuencia son inenarrables. Pero no hay que
traducir ni decodificar todos los símbolos de la asociación libre, al menos
inmediatamente. De la
misma manera en que la prosa se hace poética cuando hay elementos que riman, en
el setting analítico también aparece el sentido de una manera estética, cuando
hay elementos conscientes e inconscientes, intersubjetivos, que reverberan unos
con otros.
Entonces el
analista del siglo XXI trabaja más que el analista clásico. Desde la década de
1990 el énfasis del psicoanálisis pasó de qué significa la asociación, el
sueño, el enactment, el síntoma, a qué sucede consciente e inconscientemente en
la intersubjetividad del dúo analítico. Lo cual implica que el lenguaje del
analista cambió. Con el advenimiento de la intersubjetividad no solo se interpreta
lo inconsciente, hay necesidad de capturar y trasmitir lo que está sucediendo
en ese tercero analítico. En este enfoque ya no se valida la interpretación con
las asociaciones subsecuentes del paciente, más bien se observa el destino de
esas palabras del analista, sea en un tiempo corto o largo (Ogden, 1997, Ogden,
1999).
Por último,
hay que considerar que todo análisis es incompleto. La trasferencia y la
contratransferencia son interminables. Es distinto un análisis fértil de uno
terminado, concepto que supone que bien podría existir una mente en la que los
conflictos se han elaborado por completo (Ogden, 1997; Ogden, 1999; Gabbard,
Ogden, 2009; Balsam, 2012).
¿Pero, cómo
se forma a una persona capaz de hacer todo esto?
Psicoanalista
es alguien que conoce la teoría y la técnica, pero no solo eso, también tiene entrenamiento
y experiencia en hablar con el analizando de una manera que se sienta y suene
espontánea, y que le sea útil. Se trata de un lenguaje que no se practica ni se
simula, tampoco lo dictan convencionalismos ni hay una fórmula magistral para
hacerlo. Es por eso que enseñar el psicoanálisis es un arte, tanto como ejercerlo (Ogden 2006b).
Es un desafío
el contrato analítico[3].
Se trata de que el analista esté disponible consciente e inconscientemente para
participar en la vida, también consciente e inconsciente, del paciente. Trabajo
exigente en que tanto el analista, como el analizando, pierden juntos sus
mentes individuales: las dejan momentáneamente de lado en sus capacidades de
pensar y crear experiencias como personas separadas para construir una juntos,
aun cuando asimétricamente, el tercero analítico intersubjetivo. Entonces el psicoanálisis
tiene efecto terapéutico al
crear claridades de
las que puedan surgir nuevas formas de pensar y soñar (Ogden, 1997).
El
aprendizaje psicoanalítico tiene dos aspectos, por un lado, el procedimiento
para mantener la relación analítica, que incluye interpretar, empleando el
reverie y la contratransferencia; y, por el otro, llega un momento en que hay
necesidad olvidar todo esto para alcanzar la libertad para construir una
relación analítica particular con cada paciente. Así que la enseñanza
psicoanalítica es paradójica: una persona que sabe, le enseña a alguien que no
sabe, y quiere aprender acerca de la importancia de tolerar no saber (Ogden,
2006b).
Tal vez por
la rigidez en la aplicación del método y la técnica se van tantos pacientes al
principio de la vida del analista, pues está más preocupado por el
procedimiento que por las vicisitudes del analizando. Pero también hay momentos
del ejercicio de nuestro oficio en que el analista sustituye el sonido de su
voz propia y sus palabras por fórmulas aprobadas por la técnica de alguna
escuela de pensamiento, y hasta puede imitar o identificarse con un analista o
supervisor, alguien a quien respete y admire.
Soñar es la
forma más pura del pensamiento según Bion (Gabbard, Ogden, 2009). Y el
psicoanalista en formación aprende a pensar y a soñar en situaciones en que la
tendencia habitual sería más bien a cerrar espacios. Soñar, dormido y
despierto, es el trabajo inconsciente que se hace con las percepciones
corporales y las emociones, volviéndolas, eventualmente, pensamiento. Así que la
enseñanza del psicoanálisis es una forma colectiva de soñar la experiencia
clínica individual, una forma grupal del tercero analítico intersubjetivo. En
un nivel está el contenido manifiesto que podría narrarse en palabras, y en
otro está el latente, la experiencia que es inenarrable. Y la formación psicoanalítica
trata de aumentar la capacidad de simbolizar de la persona a partir de las
incontables experiencias que se dan en la situación analítica.
De modo que el
asunto no es solo conocer la teoría y la técnica psicoanalítica, se requiere
que el analista crezca, construya su propia identidad analítica, que se sienta
cómodo en su papel de analista. Solo así puede llegar a dialogar
psicoanalíticamente con el analizando, lo cual es un gran logro, porque la voz
terapéutica no es artificial. El lenguaje analítico es el de una persona que está
viva, un idioma tan difícil de adquirir como aprender el arte de versificar
(Ogden, 1997).
Junto con el
análisis personal, la supervisión es un medio invaluable para trasmitir
conocimiento psicoanalítico. Es la manera de ayudar al supervisado a desarrollar
en la práctica su capacidad de soñar experiencias emocionales con el paciente. Ayuda
a superar problemas en el reverie que interfieren con la posibilidad de
utilizar interpretativamente esa experiencia en el setting, así como a elaborar
sueños interrumpidos del analista que lo dejaron ciego frente a algún aspecto
emocional de la experiencia compartida con el paciente. El supervisor ayuda al
supervisado a trabajar consciente e inconsciente sobre aspectos de la relación
analítica que no había podido soñar hasta entonces o apenas lograba soñarlos
parcialmente.
Pero hay que
tener en cuenta que el supervisado sueña al paciente durante la supervisión, no
lleva el paciente en sí, entonces se crea una ficción verdadera para el
supervisado sobre la experiencia emocional que vive con el analizando, de modo que
se da una relación inconsciente entre la supervisión y la relación analítica. También
hay que tener en mente que la supervisión individual, como cualquier
presentación de material clínico que llegue a hacerse, requiere de las mismas
libertades y limitaciones de la relación analítica: el material debe tratarse
con respeto y confidencialidad. Después de todo, cuando un analista se arriesga
a compartir material con sus colegas también le está mostrando su intimidad, su
subjetividad y lo está invitando a que participe en ella. Y para realizar este
trabajo, el supervisor aporta un marco que promueve que el supervisado tenga la
libertad para pensar y soñar y vivir la experiencia de lo que sucede en esa
relación analítica de supervisión (Ogden, 2005b). Así que la supervisión es una
forma de sueño guiado. Comentar los casos con los colegas es constructivo para
todos. La
presentación del material clínico en una supervisión colectiva es la
experiencia de un sueño en que los miembros del seminario utilizan sus
capacidades de wake dreaming para
asistir al que presenta el caso en los aspectos de la experiencia que el dúo
analítico no había podía elaborar juntos (Ogden 2006b; Gabbard, Ogden, 2009).
Pero el
psicoanalista que ha terminado de formarse en el instituto todavía busca su
propia voz, su estilo analítico personal. La adquisición de la identidad
analítica se da durante los años que vienen al terminar de formarse. Muchas experiencias,
como analistas y como persona, son fundamentales en la maduración. Dato
importante si consideramos que la capacidad de pensar y soñar es la vía
principal para aprender a partir de la experiencia y crecer psicológicamente. Que
cuando se interrumpe porque el estímulo supera la capacidad de elaboración, se
requiere de una segunda persona, un analista. Y esto se cumple para el paciente
y el analista, de modo que en virtud de la intersubjetividad el analista
analiza al paciente, pero también el analizando analiza al analista. De la
misma manera en que se requiere al menos dos personas para conformar una sola, como
en el caso de la relación madre bebé, se requieren tres para llegar a ser un
niño edípico saludable. Pero también se necesitan momentos de aislamiento. El
trabajo que el analista hace entre sesiones es tan importante como el que hace
dentro de la sesión propiamente dicha.
Madurar como psicoanalista
implica soñarse a sí mismo, escucharse para desarrollar una voz propia, lo cual
conlleva un nuevo parricidio pues la persona se libera de las ataduras a la voz
del analista, el supervisor y el maestro. Bion razonó que la madurez del
analista implica no estar sometido a teorías ni a identificaciones con otras
personas; mientras Winnicott lo expresó en términos de desarrollar la capacidad
de estar solo. Cada paciente exige un analista diferente, de manera que la
espontaneidad es decisiva, pues el psicoanálisis no se planea. Así las cosas, la
maduración del analista es un proceso de liberación, ya que es amo y esclavo de
la teoría, a la vez que debe ser original emancipándose de la ortodoxia.
Hay que
desmitificar el gradiente de madurez. Claro que, por el otro lado, estas
reflexiones no son una arenga para derrocar la gerontocracia, tampoco una
invitación a la defensa maniaca en contra de la madurez, revelándose frente el
establecimiento, ni mucho menos una incitación a tomarse el cielo por asalto. Las
considero, más bien, una invitación a que cada cual se haga cargo de su papel generacional,
en su momento histórico particular. Nuestra colectividad se enriquece y crece
con la pluralidad. La experiencia generativa de la formación psicoanalítica
inicia un proceso que perdura para siempre en la mente del analista, pues en
palabras Bion, el continente, es decir la capacidad de trabajar ideas sin
perturbarlas siempre está en relación con el contenido, o sea, lo que está por
elaborarse, y este es el aprendizaje a partir de la experiencia.
El estilo
analítico de cada cual describe aspectos personales de la manera en que ejerce
el psicoanálisis, aspectos que van más allá de la técnica y los principios para
la práctica desarrollados por generaciones anteriores de analistas. El estilo
psicoanalítico, que aun cuando implica que el analista conozca la teoría y la
técnica, tiene que ver con el uso que hace de las particularidades de su
personalidad reflejadas en su manera de pensar, oír, hablar, pero también en su
empleo de la metáfora, el humor, la ironía y demás componentes de su
personalidad. El analista toma elementos de su propia experiencia como
analista, pero también como analizando, padre de familia, hijo, cónyuge,
docente, estudiante, en fin, de todas las facetas de su vida. Y su manera de
pensar también está relacionada de forma intersubjetiva con la de sus colegas,
profesores, su analista y sus antecesores psicoanalíticos. Es fundamental la
actividad del analista en su sociedad psicoanalítica, en su instituto y en su
grupo de estudio.
El consejo de
Bion es escucharse escuchando, al que luego Ogden (2005b) le agregó, escucharse
hablando. La responsabilidad del analista es inventarse un nuevo psicoanálisis
con cada paciente, por eso siempre hay que pensar “cómo lo estoy haciendo”.
Experiencias de madurez que implican oírse a sí mismo hablando con los
pacientes, desarrollando una voz analítica propia, espontánea, a través de la
crítica de sí mismo frente a las experiencias clínicas vividas. Tal vez por esa
razón son tan fértiles para el analista los momentos clínicos extremos.
De tal forma
que el psicoanalista tiene la oportunidad, y la responsabilidad, de
transformarse según quien es, a través del aprendizaje a partir de su
experiencia. Y tal vez el elemento más importante en este proceso de maduración
es el desarrollo de su propia capacidad de hacer uso de lo que le es único,
idiosincrático. La meta es llegar a ser coherente con su propio estilo
analítico, logrando su manera personal de estar y de hablar con el analizando,
su propia forma de ejercer el psicoanálisis (Ogden, 2006a; Gabbard, Ogden, 2009).
Y para
terminar esta sección sobre la formación del psicoanalista, quisiera consignar
en estas páginas que este autor californiano (Ogden, 2005b, pgs. 1,271-73)
escribió un elogio de perder el tiempo. Argumenta que, de vez en cuando, en la
relación docente estudiante, o supervisor supervisado, debe haber,
espontáneamente, un tiempo que promueva la posibilidad de asociar libremente. Ratos
que abren la puerta a pensamientos no necesariamente ligados a asuntos
académicos del pensum, pero que sí, definitivamente, amplían la profundidad y
el rango de la experiencia de aprender. Recomienda, por ejemplo, leer
literatura extranalítica, sea poesía o ficción. Argumenta que este ejercicio sirve
de entrenamiento para tolerar la asociación libre del paciente y captar el
significado latente de las combinaciones de palabras. Considera esta actividad una forma de ampliar la
capacidad de los miembros del seminario para descubrir y responder con vida a
los efectos creados por el uso del lenguaje del paciente y del analista. Pero también recomienda leer textos psicoanalíticos
en voz alta, línea por línea, en pos de descubrir cómo piensa y escribe el
autor, cómo el lector se trasforma con la experiencia de estudiarlo (Ogden 2006b).
Al leer se
empieza a escribir. El analista también se crea y se descubre mediante la
experiencia de redactar acerca de temas analíticos y extranalíticos. Este
trabajo mental pone la atención en el devenir del propio proceso de maduración,
como respuesta a la necesidad de seguir creciendo y cambiando para ser original
y sincero en su propio pensamiento y comportamiento como analista. De modo que
la narrativa psicoanalítica implica desarrollar lo que es único y vivo de la
experiencia del autor. Salvo en el diario, las personas no escriben lo que
piensan, más bien piensan lo que escriben. Redactar favorece la elaboración, el
desarrollo, y ser analista implica lograr una personalidad altamente individual,
un ideal que se construye poco a poco, consciente e inconscientemente. Escribir
es un aspecto fundamental de la identidad analítica que hace parte integral de
nuestro quehacer (Ogden, 2005a; Gabbard, Ogden, 2009).
Durante el primer
siglo del psicoanálisis hubo grandes pensadores, pero solo un gran autor
angloparlante, Winnicott (Ogden, 2005a). En su obra la forma
y el contenido se complementan hasta el punto que es difícil leerlo de manera
oblicua, con algún método de lectura rápida para saber de qué se trata el texto,
el resultado suele ser trivial, desemboca en aforismos que no reflejan su
riqueza. Por lo general su lenguaje no llega a conclusiones, crea experiencias inseparables
del contenido. Ideas que deja ahí, para jugar, por eso es tan difícil
parafrasearlo.
Y Bion es el segundo modelo de prosa psicoanalítica para Ogden (2004a). Se trata de un autor difícil, lo
cual no es un defecto. Para el inglés una comunicación científica también es
una obra de arte.
Su prosa no busca informar, pretende más bien trasmitir la experiencia
emocional del analista en su trabajo. No describe, muestra, enseña en la
práctica al leerlo. Crea un estado de ánimo que trasmite la experiencia, reta
certezas y aclara confusiones. Bion intentó limpiar el lenguaje psicoanalítico
de la penumbra de asociaciones rígidas que lo limitaban, entonces utilizó
expresiones desconocidas y términos matemáticos. El psicoanálisis busca
significados que convergen, a la vez que construye significados y asociaciones.
El género
literario psicoanalítico es una interpretación. Sus ideas se refieren a la
relación consciente inconsciente. Aun cuando surgen de conceptos desarrollados
mediante un método riguroso, al mismo tiempo, es literatura por ser una
creación en palabras acerca de una experiencia, algo de por sí inenarrable. Y
estas son partes esenciales de la vida de un analista, pues tal como lo señala la
Tabla de Bion (1962), el apogeo del pensamiento y del desarrollo mental es el concepto
y el sistema científico deductivo.
Lo que hace tan peculiar y exigente la
prosa psicoanalítica es que la experiencia del analista es emocional, no tiene
palabras. De modo que al escribirla se trasforma en una ficción a través del
acto creativo de ponerla en palabras para trasmitir al lector la verdad
emocional que vivió con el paciente. El texto versa sobre la melodía de lo que
sucedió en el setting, y es artístico en la medida en que emplea el idioma de
una manera que le dé al lector los elementos esenciales de esa experiencia
clínica. Situación semejante a la de relatar un sueño: el soñante no narra el
sueño en sí, refiere una versión simbolizada, creada en el presente acerca de
esa experiencia pasada que le sucedió al dormir. El artículo psicoanalítico no
trata sobre la experiencia con el paciente, es una creación del autor, una
nueva experiencia a propósito de lo vivido con esa persona en ese momento
particular. Entonces la prosa psicoanalítica es creativa. Pero a diferencia de la ficción, el analista
se mantiene fiel a la estructura fundamental de lo sucedido. Entonces se
presenta una paradoja: la experiencia es inenarrable de modo que al relatarla
se transforma en ficción, y, por el otro lado, también es una crónica, un texto
que comparte una verdad emocional con el lector, verdad que sigue viva en la
memoria del autor y en la manera en que cambió con ella. Entonces redactar es
una oscilación entre la experiencia y la teoría analíticas. Los personajes que
figuran en el material clínico y en el desenvolvimiento de la trama se basan en
quienes intervinieron en el setting, en la vitalidad y la tridimensionalidad de
esa relación trasferencia contratransferencia. De modo que hay un equilibrio
frágil entre la experiencia con el paciente y los personajes de la historia en
el artículo. La literatura psicoanalítica es una metáfora, lo cual le da un
significado más amplio. Pero es central mantener el diálogo entre la teoría y
la experiencia analítica a través de la vitalidad de la escritura, aun cuando
la experiencia en sí sea inalcanzable.
A mi manera
de ver las cosas, el analista autor es un narrador personaje, y el reporte de
caso psicoanalítico es una forma particular del monólogo interior, en el
sentido literario de la expresión, aun cuando la prosa psicoanalítica tiene
unas bases teóricas y el compromiso de narrar lo que sucedió en el tercero
analítico intersubjetivo. El arte del texto psicoanalítico es que sea plausible, tal
como sucede con cualquier otra forma de la prosa, desde el cuento y la novela,
hasta el ensayo y el artículo científico. Redactar es un vicio, un juego, en las palabras de
Winnicott (1971). Simbolizar es uno de los grandes placeres de la vida, sin
olvidar las incontables ventajas que tiene como mecanismo de defensa ligado a
la posición depresiva. El escrito es un lugar virtual que le ofrece al autor la
libertad para poner en acción sus relaciones objetales, de tal manera que
resuenen con las del lector, así que una publicación también es una construcción
intersubjetiva que surge de la dialéctica de las subjetividades del autor y el
lector. Se trata de un espacio creativo construido conjuntamente por quien
escribe y quien lee, incluso cuando lo estudia o lo descarta, lo guarda para
otro día, lo cita, lo olvida o lo regala, es en esa interacción con los demás que
las publicaciones cobran vida, forjan su destino. No es solo cuestión de
publicar, o no publicar, ni estoy tan seguro de la importancia de qué tanto se
difunde una publicación, escribir organiza la mente. Y en este sentido me
parece que los textos sí se parecen a los hijos, cuando salen al mundo exterior
deberían ir equipados con lo suficiente para defenderse solos, que no les falte
ni les sobre nada. Así que en este momento debo darle las gracias, amable
lector, sin su mirada estas palabras estarían sin vida.
En el 2005
Ogden publicó “On psychoanalytic writing”, versa sobre su sistema para escribir
y da sus diez recomendaciones para un autor. Es un texto amable que invita a
todos los psicoanalistas del mundo a escribir, teniendo en cuenta que la prosa es particular, y no
hay reglas ni instrucciones para redactar. En eso se asemeja a la asociación
libre. No hay una manera
correcta ni una incorrecta de narrar. Aun cuando el escrito psicoanalítico debe tener
coherencia desde el punto de vista teórico, y a diferencia de la ficción, pero la voz literaria del analista es como
la de cualquier otro escritor. Tal vez por eso estos consejos se asemejan tanto a los de
otros autores.
1.
Escritor es alguien que escribe, y en el momento en que deja
de hacerlo, deja de ser escritor, de modo que el autor crea el texto, y el
texto crea al autor. El escrito se apropia de su vida, así esté haciendo otra
cosa. Situación que no es del todo grata, exige la capacidad de perdonarse las
atrocidades que a veces quedan publicadas.
Al redactar hay elementos conscientes
e inconscientes, el lenguaje da vida a la experiencia, la palabra tiene poder. Aun
cuando la
prosa psicoanalítica es un género literario por sí solo, Miguel de Cervantes
Saavedra (1605, p. 21) plantea esta situación en las líneas iniciales de la
introducción del Quijote:
Desocupado lector: podrás
creerme sin tener que jurarlo que querré que este libro, como hijo del
entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más juicioso que pudiera
imaginarse. Pero no he podía yo contravenir el orden de la naturaleza, que en
ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podía engendrar el estéril y
mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, mustio, antojadizo
y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados por ningún otro, como
engendrado que fue en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y
todo triste ruido su morada?
Escribir requiere de un estado
psicológico muy parecido a la meditación, donde el autor libra su lucha
solitaria contra las palabras díscolas para construir un documento inteligible,
elocuente, plausible, coherente, interesante, experimentando con la forma y el
contenido (Ogden, 1997). La competencia por
ocupar el tiempo del lector desocupado es enorme, de manera que es aconsejable
hacerle la vida amable, tratarlo con respeto y consideración, entretenerlo, estimular
sus dudas.
2.
Escribir es un placer. El idioma es arcilla dúctil. Redactar
supone algo de inspiración y talento, pero sobre todo trabajo y dedicación.
A este respecto es interesante leer el planteamiento de
Haruki Murakami (2010,
p. 108):
Por supuesto, también hay en
este mundo (aun que puedan contarse con los dedos de una mano) personajes
dotados de un enorme y auténtico talento, un talento inmarcesible que les
permite escribir obras cuya calidad nunca disminuye. Es un caudal de agua que
pueden usar a su antojo, porque nunca se agota. Y esto es algo de lo que la
literatura debe alegrarse. Si no existieran gigantes como ellos, la historia de
la literatura no podría enorgullecerse de la riqueza acumulada hasta ahora. Si
tuviera que dar nombres concretos, mencionaría a Shakespeare, Balzac, Dickens…
Pero los gigantes son eso: gigantes. Son a todas luces seres excepcionales,
legendarios. Los escritores que no somos gigantes, es decir, la gran mayoría
–por supuesto, yo me cuento entre ellos-, tenemos que ir supliendo nuestras
carencias a base de esfuerzo y de ir ingeniándonoslas en muchos aspectos. De
otro modo nos resultaría imposible escribir durante un periodo prolongado
novelas dignas de tenerse en cuenta. De qué manera, y en qué dirección cada uno
va supliendo sus propias carencias, eso dependerá ya del gusto y las
particularidades de cada cual.
A Ogden le
interesa la forma y el contenido de su obra, por eso es tan grato y aliviador
leerlo. Barrunto que el psicoanálisis le produce deleite. Para él es lo
central. Sus escritos trasmiten entusiasmo, la urgencia de desarrollar y
entender nuestra bella disciplina. Que, si bien no descubre nada nuevo en sus
textos, la innovación de su aporte está en la manera de narrarlo con intenciones
de que la metáfora del tercero analítico intersubjetivo sirva de modelo para
pensar en lo que está sucediendo en el setting y en la vida del psicoanalista. Es
un firme creyente de que todo analista, como todo paciente, es diferente, y
debe llegar a ser lo mejor que pueda ser. El psicoanálisis es un discurso de
libertad para todos.
3.
El estado de ánimo al redactar también se parece mucho al
reverie en el setting analítico: el autor se vuelve más permeable al influjo
del inconsciente, y la lectura en voz alta puede ayudarlo en este sentido. Escribir
es soñar despierto, y a veces dormido. Una experiencia situada en la frontera entre
la mente y el cuerpo. Así el texto adquiere vida, no solo corrección gramatical
y ortográfica, pues los programas de computador de hoy ayudan mucho en este
sentido.
En la cita que viene a continuación,
Svetlana Alexievich
(2005, p. 43) cuenta
sobre su lucha por elaborar y simbolizar y narrar el trauma. Cabe anotar que este
es un tema bastante presente en la literatura extranalítica desde hace tiempo,
como en el caso de Vasilli Grossman, y más recientemente, en el de Patrick
Modiano, y desde Freud sabemos que sublimar alivia.
-Yo soy testigo de
Chernóbil…, el acontecimiento más importante del siglo XX, a pesar de las
terribles guerras y revoluciones que marcan esta época. Han pasado veinte años
de la catástrofe, pero hasta hoy me persigue las mismas preguntas: ¿de qué dar
testimonio, del pasado o del futuro? Es tan fácil deslizarse a la banalidad. A
la banalidad del horror… pero yo miro a Chernóbil como al inicio de una nueva
historia; Chernóbil no solo significa conocimiento, sino también
preconocimiento, porque el hombre se ha puesto en cuestión con su anterior
concepción de sí mismo y del mundo. Cuando hablamos del pasado o del futuro,
introducimos en estas palabras nuestra concepción del tiempo, pero Chernóbil es
ante todo una catástrofe del tiempo. Los radionúclidos diseminados por nuestra Tierra
vivirán cincuenta, cien, doscientos mil años. Y más. Desde el punto de vista de
la vida humana, son eternos. Entonces, ¿qué somos capaces de entender? ¿Está
dentro de nuestras capacidades alcanzar y reconocer un sentido en este horror
del que seguimos ignorándolo casi todo?
Otro elemento interesante
que aporta esta autora es esa capacidad de narrar eventos con cierta distancia,
lo cual hace la diferencia entre la banalidad y la literatura. Un elemento que
bien vale la pena considerar a la hora de redactar textos psicoanalíticos. Esta distancia histórica está dada la capacidad
simbolización, un logro que implica elaborar el duelo, superar la identidad
simbólica (Segal, 1957). Cuando un analista escribe sobre perversión, por
ejemplo, no puede hacerlo sin narrar su propia experiencia en la relación
trasferencia contratransferencia, de lo contrario sería una pintura falsa y
desvitalizada, una disección higiénica, impersonal y teórica, de los sucesos en
el consultorio. De manera que para analizarla hay que vivirla, y elaborar la
relación trasferencia contratransferencia (Ogden, 1997).
4.
El autor no debería tropezarse con el lector. Los textos no
tienen por qué ser librescos. Si la obra trata acerca de la erudición y la
rigurosidad y el ingenio del autor, no es sobre la experiencia analítica, es un
documento de otra índole. Es importante detectar el lenguaje altisonante, el
retruécano, los lugares comunes, lo aburrido, la imitación, la monotonía, la
perogrullada.
Claro que todo depende de la
finalidad del texto. Una vez me gané un concurso literario con un cuento
narrado en primera persona, titulado “La Casa de las Geishas” (Barrios, 2009).
En la premiación uno de los jueces comentó que lo había divertido el
ferrocarril de siete adjetivos rocambolescos que utilicé para describir el vino
durante una cena gurmé a todo dar. La pedantería ambientaba ese relato.
Para Ogden y Borges, entre
muchos otros autores, Shakespeare es ejemplo de discreción y genialidad por ser
un narrador sutil que no se le atraviesa al lector, es casi invisible. Pero es
imposible complacer a todo el mundo, ya lo sabemos. En cambio, León Tolstoi
(1906) argumenta lo contrario, declara que admirar a Shakespeare es un antiguo hábito
del pensamiento de la humanidad. Insiste en que su obra es larga y tediosa, sus
tramas son imposibles y sus personajes inverosímiles, además nadie habla como
ellos. Por esa razón decidí más bien traer un fragmento tomado de Jack London
(1909, p. 29) que figura en un cuento interesantísimo sobre boxeo, sin que yo
sea especialmente entusiasta del deporte de las narices chatas. Pero de este
relato en particular me gustó el suspenso y la solidaridad que me despertó ese
narrador imperceptible con el personaje de King:
King se animó con un
estallido de fuerza. Dio dos golpes sucesivos –una izquierda, apenas demasiado
elevada, al plexo solar, y un cross a la mandíbula-. No fueron golpes muy
pesados; con todo, Sandel estaba tan débil y aturdido que cayó y quedó
temblando. El árbitro, de pie junto a él, le gritó la cuenta de segundos
fatales al oído. Si no se levantaba antes de que se pronunciara el décimo,
perdería la pelea. El público se quedó en silencio. King se mantuvo en pie
sobre sus piernas temblorosas. Un mareo mortal se abatió sobre él y, ante sus
ojos, el de caras osciló y se hundió, mientras que a sus oídos llegaba, como
desde una distancia remota, la cuenta del árbitro. La pelea era suya. Era
imposible que un hombre tan castigado pudiera levantarse. Solamente la Juventud
podía levantarse, y Sandel se levantó. A la cuenta de cuatro movió la cabeza y
manoteó ciegamente hacia las cuerdas. A la cuenta de siete se sostenía en una
rodilla, en la que descansaba, con la cabeza oscilando atontada entre los
hombros. Cuando el árbitro gritó “¡Nueve!”, Sandel se puso de pie, en guardia,
con su brazo izquierdo plegado contra su cara y el izquierdo contra el
estómago. Sus puntos vitales estaban resguardados, mientras se inclinaba hacia
adelante para acercarse a King, con la esperanza de provocar un clinch y ganar
más tiempo.
En principio no habría necesidad de
exhibir todo el conocimiento en un texto enciclopédico, resistencial,
angustiado, tampoco habría urgencia de hacer una arqueología sobre todos los
conceptos que se tocan, a menos que se esté redactando un diccionario, claro
está. El
psicoanalista no es un historiador
grave que describe todo con exactitud, es un narrador personaje casi invisible, que no quisiera
figurar en el texto, pero el tercero analítico intersubjetivo hace ineludible
que revele su intimidad en los textos. Lo
cual me pone a pensar en cómo elige un psicoanalista el material clínico sobre
el que va a escribir.
5.
No olvide la economía de las palabras. Cada texto debe estar
equipado con lo suficiente para explicarse por sí solo, pero también debe estar
libre de detalles superfluos que no benefician el relato.
“Funes
el memorioso” es un cuento de Borges (1944, p. 489) que atrajo a Ogden (2003a)
porque narra la incapacidad del personaje para pensar y soñar, para diferenciar
el percibir del fantasear, el dormir del despertar, lo consciente de lo inconsciente.
Los dos proyectos que he
indicado (un vocabulario infinito para la serie natural de los números, un
inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero
revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferir el
vertiginoso mundo de Funes. Este, no lo olvidemos, era incapaz de ideas generales,
platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos
dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las
tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las
tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias
manos, lo sorprendían cada vez.
De modo que es legítimo
aprovechar el contexto, y es bastante aconsejable darle espacio a la
imaginación del lector. Explicárselo todo es fatigante y, en ocasiones, hasta ofensivo.
Pero todo esto depende de la finalidad del texto, a quién va dirigido, en este
sentido no es lo mismo un cuento que un artículo científico o un texto de
referencia sobre urología, por ejemplo.
6.
La prosa psicoanalítica es personal, como la asociación
libre, y cada autor tiene su manera de escribir. En esto se parece a cualquier otra
forma de literatura, sea poesía o ficción.
Ogden insiste en no repetir.
A mí me parece sorprendente esta aseveración. Claro que también es posible que el
español tolere mejor que el inglés cierta reiteración, aun cuando en ambos
idiomas existe la aliteración. Paul Auster (2006), por ejemplo, lo hace
bellamente en “The Brooklyn follies”. A lo largo de la obra repite periódicamente
tal vez a manera de síntesis para orientar el lector. En todo caso, creo que una breve síntesis estratégicamente ubicada
en el texto no hace daño, por el contrario, redondea la idea, aclara el camino
de la historia, sirve para realzar alguna idea que pudo haber quedado escondida
dentro del relato.
La ilustración que viene a
continuación proviene de “2,666” de Roberto Bolaño (2004, p. 126).
El tercer día fue idéntico
al segundo: llamaron a Morini, se llamaron entre ellos, sopesaron diversas formas
de actuación, sopesaron la salud mental de Morini, su grado innegable de
madurez y sentido común, y no hicieron nada. Al cuarto día Pelletier llamó
directamente a la Universidad de Turín. Habló con un joven austriaco que
trabajaba temporalmente en el departamento de alemán. El austriaco no tenía
idea de dónde podía hallarse Morini. Le pidió que pusiera al aparato la
secretaria del departamento. El austriaco le informó de que la secretaria había
salido a desayunar y todavía no había vuelto. Pelletier llamó de inmediato a
Espinoza y le contó la llamada telefónica con lujo de detalles. Espinoza le
dijo que lo dejara probar suerte a él.
En este párrafo figuran al
menos diez y ocho repeticiones casi imperceptibles. Me parece que el problema
de la reiteración es la cacofonía, que, si puede evitarse, y beneficia el
relato, bienvenida sea la repetición. Haruki Murakami sugiere que la melodía de un escrito
debería sentirse como el ritmo al trotar, mientras que Paul Auster prefiere el de
caminar, yo en cambio me lo figuro como untarle mantequilla al pan. Me gusta
que el texto sea fluido y tenga textura a la vez.
7.
No hay que desesperar por encontrar un tema apropiado. Siempre
aparecen. El universo está lleno de ideas en busca de un pensador. Todo puede narrarse,
y al final ser interesante y útil.
Este punto quiero ilustrarlo
con el párrafo inicial de “La
fiesta de la insignificancia” de Milan Kundera (2013, p. 11).
Era el mes de junio, el sol
asomaba entre las nubes y Alain pasaba lentamente por una calle de París.
Observaba a las jovencitas que, todas ellas, enseñaban el ombligo entre el
borde del pantalón de cintura baja y la camiseta muy corta. Estaba arrobado;
arrobado e incluso trastornado: como si el poder de seducción de las jovencitas
ya no se concentrara en sus muslos, ni en sus nalgas, ni en sus pechos, sino en
ese hoyito redondo situado en mitad de su cuerpo.
Esto tiene que ser una
ironía. Me maravilla cómo las profundas elucubraciones de este autor puedan partir
del ombligo de las jovencitas. Esperaba algo más enjundioso de un intelectual
de su talla. Me sorprendió. Y debo confesar que precisamente por eso leí este
libro de pasta a pasta sin parar.
8.
Hay que tolerar la frustración de los primeros borradores.
En
lo personal, llega un momento en que me aburro de mis propios escritos,
entonces descanso de ellos, los guardo por un tiempo, corto o largo, lo
suficiente para olvidarlos. Así, al retomarlos, me alegro de verlos otra vez, y
encuentro los errores con más facilidad. Pero, aun así, me parece que hay que
renunciar al ideal de un texto acabado, perfecto y completo, siempre hay algo
para corregirles. Nunca se sabe qué pueda encontrarse allí. Seguramente por eso
García Márquez decía que le daba miedo volver a leer sus escritos ya publicados.
“El
cuento más hermoso del mundo”, de Rudyard Kipling (1893, p. 259), lo tradujo Borges
en 1965, y narra esta lucha con las versiones anteriores.
Reuní
mis notas; las leí: el resultado no era satisfactorio. Volví a leerlas. No
había nada que no hubiera podido extraerse de libros ajenos, salvo quizá la
historia de la batalla en el puerto. Las aventuras de un vikingo habían sido
noveladas ya muchas veces; la historia de un galeote griego tampoco era nueva
y, aunque yo escribiera las dos, ¿quién podría confirmar o impugnar la
veracidad de los detalles? Tanto me valdría redactar un cuento del porvenir.
Los Señores de la Vida y la Muerte eran tan astutos como lo había insinuado
Grish Chunder. No dejaría pasar nada que pudiera inquietar o apaciguar el ánimo
de los hombres. Aunque estaba convencido de eso, no podía abandonar el cuento.
El entusiasmo alternaba con la depresión, no una vez, sino muchas en las
siguientes semanas. Mi ánimo variaba con el sol de marzo y con las nubes
indecisas. De noche, o en la belleza de una mañana de primavera, creía poder
escribir esa historia y conmover a los continentes. En los atardeceres
lluviosos percibí que podría escribirse el cuento, pero que no sería otra cosa
que una pieza de museo apócrifa, con falsa pátina y falsa herrumbre. Entonces
maldije a Charlie de muchos modos, aunque la culpa no era suya.
9.
La forma del texto está al servicio del contenido, se
complementan la una a la otra. Hay que conocer la estructura básica del
artículo psicoanalítico -introducción, con la presentación del problema
investigación, revisión de la literatura, material clínico, discusión y
conclusiones-, pero al desarrollar una voz literaria propia es útil
experimentar con otras formas de escribir, tal como lo hizo Freud, quien le dio
formas variadísimas a sus textos.
Son tantas
las posibilidades de comunicación que ofrece la relación transferencia contratransferencia
que no sorprende que la diversidad de la prosa psicoanalítica también sea
inacabable, cada dúo analítico tiene su propio lenguaje. El tercero analítico
intersubjetivo construye un sistema de símbolos particular a partir de la
dialéctica de las subjetividades del analista y el analizando.
A continuación,
para ilustrar este punto, traigo las palabras que figuran al principio de “La
maravillosa vida breve de Óscar Wao” de Junot Díaz (2008, p. 23). Una obra premiada con el Pulitzer.
Nuestro héroe no era uno de
esos dominicanos de quienes todo el mundo anda hablando, no era ningún
jonronero ni fly bachatero, ni un playboy con un millón de conquistas.
Y salvo en una época
temprana de su vida, nunca tuvo mucha suerte con las jevas (qué poco dominicano
de su parte).
Entonces tenía siete años.
Pero no todos
están de acuerdo con estas construcciones, consideran el folklorismo un defecto
fatal. Mario Vargas Llosa (2012) insiste en que la cultura se ha trivializado,
que la banalidad ha usurpado el lugar de los intelectuales con la ayuda nefasta
de la Internet, una herramienta infernal de diseminación masiva de ideas
insulsas que, además, de la mano de las redes sociales y las aplicaciones de
los teléfonos inteligentes, ha corrompido el idioma.
Otros autores
(Nardeau, Barlow 2013), en cambio, aducen que este fenómeno es natural,
deseable y bello. El español es el idioma de quinientos millones de personas,
el doble de los hablantes franceses, por ejemplo. Es la lengua oficial de 21
países. Y el 60% de los hispanohablantes que viven, aman, elaboran duelos,
maduran y aprenden a partir de la experiencia se encuentran en Colombia,
España, México y Argentina.
Además es el
segundo idioma más utilizado y estudiado en Estados Unidos. Y en este país coexiste
con el spanglish, o inglañol, objeto de estudio cuidadoso por parte de la
Academia de la Lengua Norteamericana, cuyas sedes más grandes se encuentran en
Nueva York, Los Ángeles y Phoenix. Sucede que es posible encontrarse con
alguien que diga, por ejemplo, “vamos a
la mareketa en mi truca y la parquiamos un bloque adelante, pa verlo por la
window”[4].
El español es
uno de los idiomas de mayor entropía en el mundo. Este aspecto se refiere a su tendencia
al cambio, a su movilidad y dinamismo, y a que la adaptación de
extranjerismos es la mayor fuente de nuevas palabras para nuestro idioma. En el extremo opuesto del espectro de la
entropía podríamos poner el caso del mandarín, una lengua prácticamente
estática desde hace varios siglos.
10.
La originalidad es un ideal persecutorio, todo pensamiento
tiene contexto.
Las publicaciones nunca son originales,
siempre se refieren a otras más, y no hay un solo texto que sea el punto de
partida de todos las demás. Es un acto creativo y de genialidad descubrir de nuevo la
trasferencia como situación total, el yo corporal, la elaboración onírica, la
intersubjetividad, la relación trasferencia contratransferencia, el tercero
analítico intersubjetivo, por ejemplo. Para ilustrar este asunto Ogden (2005a) escogió
“Pierre Menard, autor del
Quijote”, también un cuento de Borges (1941, pgs. 449-450), y he aquí un fragmento:
No hay ejercicio intelectual
que no sea finalmente útil. Una doctrina filosófica es al principio una
descripción verosímil del universo; giran los años y es un mero capítulo –cuando
no un párrafo o un nombre- de la historia de la filosofía. En la literatura,
esa caducidad final es aún más notoria. “El Quijote –me dijo Menard- fue ante
todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patrióticos, de
soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo”. La gloria es una
incomprensión y quizá la peor.
En suma, estas
páginas son una invitación para todos a arriesgarse a escribir. Escribir es
divertido. Tal vez ayude un poco más renunciar a las aspiraciones de
originalidad, lo ingenioso de un texto es la manera en que se plantea el
asunto, y, dicho sea de paso, todos los temas valen la pena, todo depende de
cómo lo haga el autor. Lo que hace maravilloso un escrito es la convicción de
que está escribiendo algo indispensable.
Y para
terminar con este planteamiento sobre las conexiones entre la prosa analítica y
la extranalítica, en el 2014 apareció publicada una novela policiaca de Ogden,
titulada “The parts left out, a novel”. La trama se sitúa en un pueblo rural en
Kansas, a donde un policía sensible a la condición humana, permeable a las
vicisitudes del inconsciente, investiga el uxoricidio que cometió un hombre que
hasta ese momento había sido un marido dócil y un padre de familia ejemplar. Se
trata de un homicida improbable del que nadie hubiera esperado semejante cosa,
mucho menos frente a los ojos exorbitados de sus hijitos.
En otro orden
de ideas, Ogden, como otros pensadores de estirpe intersubjetiva, concibe el
psicoanálisis como un tratamiento (Bion, 1962; Stolorow, et al, 1994; Ogden,
1997; 2004a; 2004b; 2004c; Stern, 2004; Bohleber, 2010; 2013; Ferro, 2011; Mawson, 2011; Coderch, 2012). Y aun cuando
no lo menciona, en el universo de la literatura psicoanalítica coexisten al
menos dos maneras de investigar. Una de orientación clínica centrada en el
reporte de caso, instrumento invaluable para construir conocimiento desde
principios del siglo XX, sobre el que estas páginas han girado hasta ahora.
Pero también hay una vertiente apoyada en las técnicas de investigación de las
ciencias naturales, que estudian la eficacia y las indicaciones del tratamiento
psicoanalítico. Se trata de trabajos cualitativos y cuantitativos con técnicas
estadísticas y muestreos. Además, la intersubjetividad está relacionada con la
corriente filosófica conocida como fenomenología, http://santiagobarriosv.blogspot.com.co/2016/02/la-fenomenologia-el-psicoanalisis-y-la.html, y existen metodologías de
esta índole para investigar dentro de ese marco conceptual.
Pero estas
metodologías disímiles de investigación no conviven apaciblemente, hay controversia
entre los psicoanalistas. Una facción, tal vez mayoritaria, advierte que este enfoque
simplifica de manera burda y equivocada lo inefable de la subjetividad en un
elemental conjunto de variables directas e indirectas. Argumentan que estos
protocolos obedecen más que al interés por el descubrimiento, a conflictos
inconscientes del investigador que los llevan a defender el psicoanálisis pues
su identidad analítica está en vilo. En el otro bando, en cambio, los
partidarios de estas técnicas enarbolan el argumento de que desaprovechar los
métodos de investigación estadística aísla intelectualmente al psicoanálisis,
lo dispersa y promueve el estancamiento y la ortodoxia, pues sus premisas se
aceptan como artículos de fe. Pero algunos pensadores más esgrimen el argumento
de que por ser una disciplina hermenéutica el relativismo del psicoanálisis
imposibilita construir conocimiento científico, situándolo en el mismo lugar
epistemológico de la astrología, la medicina alternativa, la nigromancia,
sistemas de pensamiento respetables y milenarios que se enorgullecen de ser
refractarios al método científico.
Mi muy
personal opinión es que el método científico es una lógica humilde, útil y
viable para el psicoanálisis. Se basa en que toda afirmación, y toda
refutación, tiene una probabilidad calculable de error en el contexto del
observador. De manera que se diseñan experimentos para contestar la pregunta de
investigación que, por una parte, puedan reproducirse por otros investigadores
y, por otra, atenúan el conflicto de intereses y el sesgo del investigador,
disciplinando en algo las pasiones de quien investiga. Así que en el
psicoanálisis hay un bilingüismo a la hora de investigar: por una parte, el
reporte de casos habla desde la perspectiva intersubjetiva, desnaturalizando lo
menos posible la experiencia y, por otra, hay discusiones lícitas sobre la
eficacia y las indicaciones del tratamiento psicoanalítico. Un método no
sustituye ni contradice al otro. El analista sigue construyendo conocimiento a
través del valiosísimo reporte de casos, a la vez que participa en protocolos
de investigación con metodologías con diseños experimentales y análisis
estadístico. La plausibilidad de esta clase de investigaciones se basa en la
conjetura de que el psicoanálisis también es una ciencia, y progresa mediante
el conocimiento que se construye con ese método, el que corresponde a estas
disciplinas, por lo tanto, es objeto de investigación sistemática, en especial
sobre la técnica, la teoría del cambio, la cura, el proceso, el desenlace. De
modo que ahora participamos en la construcción de un psicoanálisis basado en la
evidencia. Y no hay que olvidar que también existen métodos de investigación
dirigidos a estudiar la neurobiología de la mente mediante imágenes
diagnósticas, por ejemplo, http://santiagobarriosv.blogspot.com.co/2016/02/neuropsicoanalisis.html. Además de generar conocimiento, son herramientas
útiles para comunicarse con otras disciplinas, así como con el público
analítico y no analítico por igual.
Para
terminar, traigo una anécdota. Entrando a cine una noche, una señora se me
acercó y se presentó. Luego me contó que vivía en Nueva Zelanda, y que pasaba
vacaciones en Bogotá visitando a su familia. Entonces me explicó que me había
reconocido por la fotografía que aparecía en el encabezado de mi blog, y me dio
las gracias, explicó que disfrutaba de leer los escritos que publico allí periódicamente.
Se trata de textos breves, de difusión, que nunca contienen material clínico. Después
de un rato de conversación entretenida y alegre, nos despedimos con un beso
amable en la mejilla para internamos en la negrura del teatro, cada uno con su
gente, para ver la película. No olvidé a mi nueva amiga del cine. Este episodio
me hizo pensar que aun cuando el papel impreso es mucho más prestigioso, la
Internet ofrece un espacio enorme de comunicación con la gente. Al contrario
del periódico de ayer que nadie quiere ya leer, los blogs quedan flotando en el
ciberespacio, y de vez en cuando se encuentran con algún internauta desocupado
que generosamente decide invertir su tiempo en leerlos.
Abstract:
Objective: It is
interesting to stop and think about the implications of the intersubjective
analytic third for the technique, as well as the training analyst, supervisions
and the acquisition of analytic identity, not to mention psychoanalytic prose.
Development: Within the process analyst and analysand become the best they can
be, after all, psychoanalysis, like life, is always developing. And it is the
responsibility of the analyst to invent a new psychoanalysis with each patient,
because in the analytical process implies an analytical third, a symbolic shared
virtual subject that is unique to each analytic relationship, and arises from
the dialectic of the subjectivities of he analyst and the patient, because of
the asymmetry generated by the technique in the setting. In addition, writing
is a psychological work and an important part of the life of the analyst, it
involves synthesis and symbolization. It is useful to explore and be critical
about our work. Conclusions: The art of psychoanalysis is that the analyst knows
the theory and technique, while at the same time, is free to think and be real
with the patient. The analyst's mind emerges from his personal life and his
analysis, together with his analytical and extranalitical readings, his
interactions with teachers, supervisors and colleagues, including his
experiences as an analyst and his psychoanalytic identity.
Key words:
Development, education, supervision, seminar, Ogden
[1]
El proceso de maduración del analista tiene
mucho en común con el desarrollo psíquico en general.
[2]
Utilizo el término ‘simbolización’ en estas páginas con el sentido que le dio
Hanna Segal (1957).
[3]
Expresión empleada por los Baranger (1993; 2008) para referirse al compromiso
de ofrecer actitud analítica al paciente.
[4]
Es decir, “vamos al mercado en mi camión, y lo parqueamos una cuadra más
adelante, para verlo por la ventana”.
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