Una paciente mencionó desde el diván en mi consultorio psicoanalítico que
había leído con sumo interés un artículo llamado, ¿Por qué te hace el amor, y
no quiere ser tu novio? Luego de que la sesión terminó me volvió a la cabeza ese
título tan taquillero, me impresionó la osadía y el ingenio de aquel autor
capaz de nombrar su documento de esa manera tan incendiaria, por lo pintoresca.
Entonces recordé una pieza de reggaetón
que escuché recientemente, se llama, No quiere novio, quiere vacilar na’ más. Pensé que muchas personas,
mujeres y hombres, reflexionan sobre este asunto. Así me pareció que era un
buen tema, y un título adecuado para el primer blog del 2015.
El lector conocedor de la neurociencia dirá que es fácil la
respuesta a este interrogante. Sucede que la ilusión opiácea de los románticos
amores proviene del influjo de hormonas sexuales, como testosterona y
estrógeno, pero también tiene que ver con la concentración de oxitocina, y, por
supuesto, con el efecto de neurotransmisores, como la serotonina, junto a otros
neuropéptidos y a la acción placentera de las feromonas. Así que los enamorados
exageran, son imprácticos y con frecuencia absurdos, por el carácter adictivo propio
de la condición bioquímica que llamamos amor. El enamoramiento es una
construcción cerebral. Una manifestación psicosomática de su tendencia a crear
representaciones del mundo, que, estamos convencidos, son verdaderas. Y la
seguridad es un sentimiento que no aporta evidencia para confirmar ni rechazar
la exactitud de las observaciones, esto se sabe desde Aristóteles. Entonces la
respuesta de los que enarbolan el argumento de la neurofisiología al por qué
hay quienes le tienen aversión al compromiso es que el noviazgo es una convención
social vacía, pues el determinismo de la biología tutela este sentimiento, tal
como sucede con cualquier otro estado anímico, así que no se justifica ese
formalismo estéril.
Un cristiano, en cambio, acotaría que el matrimonio es el
remedio contra la pasión. Sucede que cuando se presenta el caso vulgar de la
pareja fundamentada en la concupiscencia, en los caprichos del cuerpo, nuestra
morada transitoria, la persona está desconociendo que el amor es una gracia de Dios.
El sexo solo es dable con fines reproductivos dentro del matrimonio
sacramental. De manera que cuando la pareja está por fuera de esos confines es
una relación llena de pecado, y, como es de esperarse, esta situación anómala conlleva
sufrimiento y añoranza, puesto que hay algo incompleto. Se trata de una parejita
subterránea llena de vergüenza. Entonces la solución para el vértigo de los
amores reprobables es simple: ejerza la templanza, no ceda a las veleidades de
la carne, aléjese del pecado con disciplina en ofrenda al creador de todo lo
que existe, incluso del sexo, así podrá gozar de la recompensa de un alma
inmaculada y serena, y por qué no, de pronto su pareja también puede encontrar
el camino del bien y se case con usted algún día.
Pero ambas respuestas que acabamos de esgrimir dejan un mal
sabor en la boca. En las
palabras definitivas de Walt Whitman, la humanidad es amplia, contiene
multitudes. Así que lo primero que tengo para decir a propósito del
problema que traemos hasta este momento es que para las parejas hay incontables
maneras de estar juntas, y ninguna parece ser mejor que la otra, siempre y
cuando no atente contra la dignidad ni la integridad de los demás. En especial
ahora que la expectativa de vida ha aumentado tanto y en muchos paises, al
menos entre los que predomina el sistema de valores occidental, hay una cierta tendencia
a ser tolerantes con la diversidad. La condición humana es vasta y contradictoria,
hasta el punto que es imposible desarrollar una ley universal como la gravedad
que explique todas las mentalidades concebibles. No existe una idea que sea el
punto de partida de todas las demás, las cosas tienen contexto, son relativas y
cambiantes, por eso las generalizaciones suelen tener excepciones. Allí donde
hay mente, hay conflicto.
De manera que la pregunta de los doscientos cincuenta mil
dólares es más bien: ¿y cómo llegó su relación sentimental a ser tan
insatisfactoria, y a perdurar a pesar de sus carencias? Después de todo, el amor
es un sistema en el que ambos aportan, tanto para la construcción, como para la
destrucción de la relación. Así las cosas, en la pareja no hay víctima ni
victimario, incluso entre las que tienen un funcionamiento sadomasoquista. Hay
complementariedad, mientras uno es pasivo el otro es activo, o de pronto,
mientras uno agrede el otro padece, incluso si uno opta por el mundo de las
ideas el otro prefiere lo concreto, y así sucesivamente, son muchos los
aspectos que unen por ser diferentes, y así complementarios. El uno cubre las
carencias del otro, y viceversa, de modo que juntos hacen una buena yunta. Y
tenga en cuenta que las anotaciones consignadas en este blog son aplicables
tanto para parejas heterosexuales como homosexuales.
Pero también es plausible que ese sentimiento de que falta
un centavo para el peso, el lamento y la crítica, conforman un lenguaje estructurado.
Un sistema de comunicación particular de cada pareja que tiene efectos y
desenlaces variados y conocidos, un dialecto que se construye inconscientemente
con el tiempo y la experiencia y la convivencia. Las personas se quejan con
sinceridad. Algunos lo hacen como manifestación de angustia, otros de
depresión. Son esfuerzos para comunicar y afectar al ser amado, quieren movilizarlo.
Así que el catálogo de los defectos de la pareja es fatigante, sí,
desesperante, también, pero no hay que perder de vista que, adicionalmente, es amoroso,
tierno, conmovedor.
Parecería entonces que el deleite del amor está en
transformar al otro según lo que cada cuál cree es mejor. ¿Pero, por qué no
escogió a su pareja como la quería desde el principio? Si lo que buscaba era un
noviecito confiable y consistente, un hombre predecible que a la vez fuera un
continuo inventor de situaciones románticas y divertidas, que además fuera fiel
y devoto a usted, así como un amante ingenioso y entregado, ¿por qué eligió al
que seguro la haría sufrir por amor? Y otro tanto también le sucede a los
hombres, si es ávido de ternura y afecto y atención y comprensión, ¿por qué perseveró
con la cabrona? Los psicoanalistas llaman ‘decisiones neuróticas’ a elecciones
como estas que van en contra de la naturaleza de las personas, aquellas en las
que predomina el conflicto inconsciente, llevándolos a construir situaciones
que maltratan al repetir el trauma. Así que lo que llamamos pasado es el efecto
en la actualidad de situaciones ya vividas, y, desde este punto de vista, amar
es asumir las consecuencias de heridas causadas y reparadas en otras épocas.
De manera que en la elección de la pareja intervienen
incontables factores personales que se conjugan con los del otro. Tal vez Pablo
Neruda y Mario Benedetti han confundido a la humanidad: su poesía trata mayoritariamente
de la cara erótica del amor, soslayando el aspecto siniestro que también
conlleva, pues en la construcción de la pareja intervienen tanto elementos
amorosos, como agresivos, en todo caso, partes de la personalidad de cada cual que
requieren gratificación. El asunto está en que lo destructivo no sea tan preeminente,
incluso que esté al servicio de lo constructivo.
De allí proviene esa necesidad continua del enamorado de preguntarse
sobre la relación y su destino, esa urgencia de siempre estar deshojando
margaritas: me quiere mucho, poquito, nada; me quiere mucho, poquito, nada. Sucede
que el amor tiene una condición paradójica, pues queremos amar y ser amados,
pero al estar enamorados se siente vulnerabilidad, incertidumbre, terror a la
intimidad por la trascendencia que el otro adquiere, de manera que a la vez que
se hacen cosas para acercar a la pareja, también se hacen para alejarla.
Así que sentirse incompleto con el otro, irónicamente, es
una necesidad que permite amar, porque si el otro es imperfecto es posible
estar con él, de lo contrario sería intolerable. Y si fuera su novio legítimo
seguro no sería tan atractivo.