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viernes, 4 de octubre de 2019

El amor después de los cincuenta



Me parece que el amor después de los cincuenta es lo mejor que puede sucederle a un ser humano. Esta es una observación rigurosa y metódica acerca de las regularidades que se dan en la naturaleza, hecha en mi consultorio de psicoanalista que es un observatorio de la condición humana. Este es un amor vasto y apasionado, entregado y convencido, comprometido y definitivo. Es un amor diferente a los de otrora: el enamorado madurísimo ahora se pregunta “¿qué puedo hacer por ti?,” en lugar de “¿qué puedes hacer por mí?” Es un amor con vasectomía o sin ella, lo digo porque también hay hombres que nostalgian el vivir doméstico de la etapa reproductiva, entonces arrancan nuevas familias a estas alturas de la vida. Quizás lo que hace tan bello este amor otoñal es que el enamorado es un náufrago: es alguien que ha sobrevivido a mil batallas con aciertos y desaciertos, ha protagonizado experiencias ejemplares, y otras que no lo son tanto, es una persona que ha construido y ha destruido, es alguien que ha probado el gusto del pecado y ahora es capaz de tomar una decisión informada y libre. En suma, este es un tipo que ha vivido y ha hecho lo que ha querido, como canta tan bellamente Frank Sinatra.

Sigmund Freud, el primer psicoanalista, planteó la idea revolucionaria de que durante los primeros cinco años de la vida se construyen las bases de la mente en relación con el desarrollo del cuerpo, desde luego, en el contexto de la familia. Así empieza a conformarse tanto la identidad de género como la capacidad de pensar y negociar las necesidades personales con las del mundo exterior ancho y ajeno. Luego, en una siguiente etapa, que coincide aproximadamente con el periodo escolar temprano, el niño desarrolla todavía más su individualidad, sóio que ahora lo hace en un ámbito más amplio que el de la familia, un universo más complejo, impredecible y exigente. Hasta que años más tarde llega a la adolescencia, cuando los cambios corporales propios de esta etapa se dan al unísono con el descubrimiento de un mundo aún más amplio e insondable. Cambios que van de la mano del tránsito irremediable de la sexualidad infantil hacia la de la adultez temprana. De modo que, por así decirlo, en esta etapa se reviven situaciones infantiles, sólo que en una versión mucho más compleja y desafiante.

Pero ahí no para todo. Después la persona se transforma en un soltero con puesto, una expresión que leí alguna vez no recuerdo si en un artículo del periódico o de una revista, incluso hasta pudo ser en un libro, en todo caso se trata de una expresión que me pareció pintoresca. Se refiere al joven adulto que se encarga de su propia vida, solo que ahora lo hace con sus medios materiales y mentales, independiente de los padres, y lo hace con la bella inocencia de la juventud. Desde luego, se entrevé en estas líneas que la progresión del desarrollo de la mente depende de la manera en que se resolvieron las etapas anteriores. Siempre se está aprendiendo a partir de la experiencia vivida. De modo que ahora la persona pone a prueba una vez más su identidad sexual y su mente, sólo que a menudo lo hace desconociendo sus verdades más profundas e inconscientes, sus conflictos infantiles por resolver. Conjeturo que así puede explicarse que la incidencia de divorcio en el primer matrimonio se acerca al cincuenta por ciento.

El vivir doméstico durante la etapa reproductiva es demandante. Aparece, entonces, el problema bastante arduo del paso del enamoramiento al amor maduro. Cuando la pareja además de amarse aprende a ocupar el mundo de una manera eficaz, tolerando la distancia y el aplazamiento y la diferencia, hasta lograr zanjar el desacuerdo y asimilar la desilusión. Así se construye esa bella intimidad que existe entre los que han conocido la maravilla del sexo con amor a largo plazo. Porque tampoco creo que la pasión sea flor de un día, existen las pasiones duraderas.

Y llega el momento de la procreación. Uno de los aspectos de más consecuencias en la vida de una persona, sea porque decide tener hijos o porque, al contrario, opta por no tenerlos. La paternidad es un evento que desarrollo todavía más la identidad de género y el sentimiento de adueñarse de quien se es. Pero también es tan complejo ser padre como no serlo. Además, no todo el mundo sigue el camino de la reparación y la elaboración y el tránsito hacia la madurez. En la adultez, las personas continúan con ese proceso de construir la identidad de género y perduran las exploraciones sexuales de la infancia. La familia es un grupo de altísimo valor sentimental, eso sin mencionar el infortunio y los sinsabores del vivir doméstico, entonces aparece la infidelidad y el divorcio. Entre más veo a las personas en mi consultorio, más me impresiona la dificultad y el dolor que supone romper con una pareja y desde luego con la familia. Contrario al mito urbano, me parece que el divorcio es un evento catastrófico en la vida de la gente, todos pierden: la pareja, los hijos, la familia, los amigos. La viudez, en cambio, tiene la connotación del infortunio y es más elegante; mientras que el divorcio es como si la pareja que se fue se transformara en un muerto viviente, en un zombie como dicen en la televisión, lo cual hace que el duelo sea más complejo porque se mantiene la relación entre los que fueron esposos. Es escalofriante pensar que estamos juntos hasta que la muerte nos separe.

Pasado es el efecto en el presente de eventos ya acaecidos, y es común que el hombre de cincuenta haya vivido esta vorágine. La vida es un continuo aprendizaje: la realidad es imperfecta, siempre contraría los deseos y las explicaciones personales, de manera que la capacidad de elaborar duelos es fundamental. La frustración estimula el pensamiento, mientras que la gratificación no enseña tanto. Así que sabiduría es lo que se encuentra al final del duelo, no es la felicidad. Lo que sucede es que duelo no es sólo dejar de penar por la pérdida, implica reparar, ser capaz de construir de nuevo y seguir adelante de una manera genuina y coherente, que incorpore el conocimiento que se ha adquirido al echar a perder. Lo que abre la posibilidad del aprendizaje y el cambio a partir de la experiencia es sentirse mal consigo mismo y el anhelo de transformarse. Pero no siempre se logra este ideal. El duelo es un trabajo mental exigente que no tiene atajos. Y las personas con frecuencia desfallecen. Al darse por vencidas, optan por los psicofármacos y las estupefacientes y el licor para olvidar, o simplemente repiten compulsivamente. Las personas son genio y figura hasta la sepultura, si no tienen autocrítica, tampoco se sienten incómodas con el estado actual de las cosas ni se hacen preguntas existenciales.

Desde luego también hay parejas convencionales que funcionan como en 1950, se trata de parejas exitosas que son la quintaesencia de la monogamia. Conjeturo que todo esto tiene que ver con la salud mental de base, con la personalidad premórbida podríamos decir. Así hay quienes logran desarrollarse conservando el contacto consigo mismo, siendo genuino y cómodo con lo que se es. Se trata de personas maduras que se desarrollan en familias amorosas y equilibradas y estables. Entonces logran una progresión de sus mentes que es más homogénea y oportuna, sin ser precoz ni mantenerse inmaduro, simplemente, evolucionan de una manera más ecuánime. Asuntos de extrema complejidad, lo digo porque el vértigo de la infidelidad no es para todos, mientras que el divorcio soluciona unos problemas y causa otros nuevos, a menudo imprescindibles.

De modo que la maravilla del amor a los cincuenta está en que es imperfecto. Es un crisol a donde se amalgaman innumerables experiencias pasadas, logrando una mezcla más humana de las pasiones y el pensamiento. La maduración es un trabajo pos de resolver las cuentas pendientes, y en la medida en que la persona conoce más, logra ser coherente tomando decisiones que le hacen más adecuado su funcionamiento en el mundo. La mente está en continuo desarrollo desde el nacimiento hasta la muerte, y el amor después de los cincuenta es el resultado de haber trasegado este mundo inconmensurable e indiferente, por eso a estas edades se valora tanto a la otra persona. El hombre por encima de los cincuenta es alguien que sabe de cosa buena, pero también ha conocido las inclemencias de la vida corriente. O, como decía mi anciano padre: “el joven no sabe apreciar a la mujer.”

martes, 6 de enero de 2015

¿Por qué te hace el amor, y no quiere ser tu novio?


Una paciente mencionó desde el diván en mi consultorio psicoanalítico que había leído con sumo interés un artículo llamado, ¿Por qué te hace el amor, y no quiere ser tu novio? Luego de que la sesión terminó me volvió a la cabeza ese título tan taquillero, me impresionó la osadía y el ingenio de aquel autor capaz de nombrar su documento de esa manera tan incendiaria, por lo pintoresca. Entonces recordé una pieza de reggaetón que escuché recientemente, se llama, No quiere novio, quiere vacilar na’ más. Pensé que muchas personas, mujeres y hombres, reflexionan sobre este asunto. Así me pareció que era un buen tema, y un título adecuado para el primer blog del 2015.

El lector conocedor de la neurociencia dirá que es fácil la respuesta a este interrogante. Sucede que la ilusión opiácea de los románticos amores proviene del influjo de hormonas sexuales, como testosterona y estrógeno, pero también tiene que ver con la concentración de oxitocina, y, por supuesto, con el efecto de neurotransmisores, como la serotonina, junto a otros neuropéptidos y a la acción placentera de las feromonas. Así que los enamorados exageran, son imprácticos y con frecuencia absurdos, por el carácter adictivo propio de la condición bioquímica que llamamos amor. El enamoramiento es una construcción cerebral. Una manifestación psicosomática de su tendencia a crear representaciones del mundo, que, estamos convencidos, son verdaderas. Y la seguridad es un sentimiento que no aporta evidencia para confirmar ni rechazar la exactitud de las observaciones, esto se sabe desde Aristóteles. Entonces la respuesta de los que enarbolan el argumento de la neurofisiología al por qué hay quienes le tienen aversión al compromiso es que el noviazgo es una convención social vacía, pues el determinismo de la biología tutela este sentimiento, tal como sucede con cualquier otro estado anímico, así que no se justifica ese formalismo estéril.

Un cristiano, en cambio, acotaría que el matrimonio es el remedio contra la pasión. Sucede que cuando se presenta el caso vulgar de la pareja fundamentada en la concupiscencia, en los caprichos del cuerpo, nuestra morada transitoria, la persona está desconociendo que el amor es una gracia de Dios. El sexo solo es dable con fines reproductivos dentro del matrimonio sacramental. De manera que cuando la pareja está por fuera de esos confines es una relación llena de pecado, y, como es de esperarse, esta situación anómala conlleva sufrimiento y añoranza, puesto que hay algo incompleto. Se trata de una parejita subterránea llena de vergüenza. Entonces la solución para el vértigo de los amores reprobables es simple: ejerza la templanza, no ceda a las veleidades de la carne, aléjese del pecado con disciplina en ofrenda al creador de todo lo que existe, incluso del sexo, así podrá gozar de la recompensa de un alma inmaculada y serena, y por qué no, de pronto su pareja también puede encontrar el camino del bien y se case con usted algún día.

Pero ambas respuestas que acabamos de esgrimir dejan un mal sabor en la boca. En las palabras definitivas de Walt Whitman, la humanidad es amplia, contiene multitudes. Así que lo primero que tengo para decir a propósito del problema que traemos hasta este momento es que para las parejas hay incontables maneras de estar juntas, y ninguna parece ser mejor que la otra, siempre y cuando no atente contra la dignidad ni la integridad de los demás. En especial ahora que la expectativa de vida ha aumentado tanto y en muchos paises, al menos entre los que predomina el sistema de valores occidental, hay una cierta tendencia a ser tolerantes con la diversidad. La condición humana es vasta y contradictoria, hasta el punto que es imposible desarrollar una ley universal como la gravedad que explique todas las mentalidades concebibles. No existe una idea que sea el punto de partida de todas las demás, las cosas tienen contexto, son relativas y cambiantes, por eso las generalizaciones suelen tener excepciones. Allí donde hay mente, hay conflicto.

De manera que la pregunta de los doscientos cincuenta mil dólares es más bien: ¿y cómo llegó su relación sentimental a ser tan insatisfactoria, y a perdurar a pesar de sus carencias? Después de todo, el amor es un sistema en el que ambos aportan, tanto para la construcción, como para la destrucción de la relación. Así las cosas, en la pareja no hay víctima ni victimario, incluso entre las que tienen un funcionamiento sadomasoquista. Hay complementariedad, mientras uno es pasivo el otro es activo, o de pronto, mientras uno agrede el otro padece, incluso si uno opta por el mundo de las ideas el otro prefiere lo concreto, y así sucesivamente, son muchos los aspectos que unen por ser diferentes, y así complementarios. El uno cubre las carencias del otro, y viceversa, de modo que juntos hacen una buena yunta. Y tenga en cuenta que las anotaciones consignadas en este blog son aplicables tanto para parejas heterosexuales como homosexuales.

Pero también es plausible que ese sentimiento de que falta un centavo para el peso, el lamento y la crítica, conforman un lenguaje estructurado. Un sistema de comunicación particular de cada pareja que tiene efectos y desenlaces variados y conocidos, un dialecto que se construye inconscientemente con el tiempo y la experiencia y la convivencia. Las personas se quejan con sinceridad. Algunos lo hacen como manifestación de angustia, otros de depresión. Son esfuerzos para comunicar y afectar al ser amado, quieren movilizarlo. Así que el catálogo de los defectos de la pareja es fatigante, sí, desesperante, también, pero no hay que perder de vista que, adicionalmente, es amoroso, tierno, conmovedor.

Parecería entonces que el deleite del amor está en transformar al otro según lo que cada cuál cree es mejor. ¿Pero, por qué no escogió a su pareja como la quería desde el principio? Si lo que buscaba era un noviecito confiable y consistente, un hombre predecible que a la vez fuera un continuo inventor de situaciones románticas y divertidas, que además fuera fiel y devoto a usted, así como un amante ingenioso y entregado, ¿por qué eligió al que seguro la haría sufrir por amor? Y otro tanto también le sucede a los hombres, si es ávido de ternura y afecto y atención y comprensión, ¿por qué perseveró con la cabrona? Los psicoanalistas llaman ‘decisiones neuróticas’ a elecciones como estas que van en contra de la naturaleza de las personas, aquellas en las que predomina el conflicto inconsciente, llevándolos a construir situaciones que maltratan al repetir el trauma. Así que lo que llamamos pasado es el efecto en la actualidad de situaciones ya vividas, y, desde este punto de vista, amar es asumir las consecuencias de heridas causadas y reparadas en otras épocas.

De manera que en la elección de la pareja intervienen incontables factores personales que se conjugan con los del otro. Tal vez Pablo Neruda y Mario Benedetti han confundido a la humanidad: su poesía trata mayoritariamente de la cara erótica del amor, soslayando el aspecto siniestro que también conlleva, pues en la construcción de la pareja intervienen tanto elementos amorosos, como agresivos, en todo caso, partes de la personalidad de cada cual que requieren gratificación. El asunto está en que lo destructivo no sea tan preeminente, incluso que esté al servicio de lo constructivo.

De allí proviene esa necesidad continua del enamorado de preguntarse sobre la relación y su destino, esa urgencia de siempre estar deshojando margaritas: me quiere mucho, poquito, nada; me quiere mucho, poquito, nada. Sucede que el amor tiene una condición paradójica, pues queremos amar y ser amados, pero al estar enamorados se siente vulnerabilidad, incertidumbre, terror a la intimidad por la trascendencia que el otro adquiere, de manera que a la vez que se hacen cosas para acercar a la pareja, también se hacen para alejarla.


Así que sentirse incompleto con el otro, irónicamente, es una necesidad que permite amar, porque si el otro es imperfecto es posible estar con él, de lo contrario sería intolerable. Y si fuera su novio legítimo seguro no sería tan atractivo.

lunes, 4 de marzo de 2013

Infidelidad


Convencidos de que el fin justifica los medios, por vergonzosos que sean, los infieles, hombres y mujeres por igual, así como heterosexuales y homosexuales, siguen con sus vidas de vértigo llenas de límites y de restricciones siempre alerta a no contradecir la penúltima versión de la realidad, preservando la desesperada ignorancia del engañado. Alentados por la extravagante felicidad de lo prohibido, guiados por la desaforada esperanza de volver a encontrarse, siempre los amantes presienten el viento de la desgracia, el final, o, peor, ser descubiertos ya de regreso al hogar legítimo con el fuego de un único amor en los ojos, claro, del amor extramatrimonial. Los seres humanos están destinados a grandes luchas, espléndidas o secretas, llevan la elegante esperanza de ser felices en pareja, uno de los mayores y mejores placeres de la vida, al menos para los que han conocido la maravilla del sexo con amor.

Las pasiones son esencialmente judeocristianas, eso ya lo sabemos, no quiero entrar en discordias heréticas, pero sí, definitivamente, planteo que la infidelidad es el reflejo de  problemas sentimentales en las parejas. Los pensadores de Hollywood ya han producido innumerables películas sobre este tópico, que, por lo general, terminan en desgracia con castigo ejemplar para el réprobo, me refiero al infiel. Parecería que la preocupación de ellos siempre es el desenlace de la historia. En cambio, el cine europeo se ocupa en especial del drama que hay detrás de estas historias, se interesa más por el cómo se llega a ser lo que se es, aspira a comprender, incluso a aceptar las limitaciones humanas. La infidelidad se presenta con frecuencia, no obstante todos los factores para la pareja ser próspera y exitosa, y surge cuando va a menos. De modo que me parece constructivo darle a este asunto un enfoque sindromático: se trata de conductas que se manifiestan en muchas situaciones, es la consecuencia de los problemas de pareja, no la causa, así que el tratamiento se dirige a las dificultades conyugales, no a las manifestaciones externas.

Todo sugiere que es una trasgresión al pacto sinalagmático de exclusividad de la pareja. Y esta es una definición bastante vaga. Resulta que podría haber desde una infidelidad mental, es decir una nostalgia por otra persona, una cierta añoranza, así nunca se cristalicen esos amores escondidos, así solo sean romances virtuales que se sostienen en las redes sociales en la Internet, por ejemplo. En cambio para otros solo el coito la indica. De manera que un beso apasionado o el sexo oral no la configurarían. Incluso, otros más afirman, con seriedad y convicción, que solo hay infidelidad cuando el amor y el sexo se combinan, de modo que si solo se trata de sexo, como en el caso de un encuentro casual, aislado, sin ton ni son, casi sin saber el nombre del otro, no habría afrenta. En este caso, el sexo mercenario, con prostitutas, verbigracia, no sería infiel. Pero también hay quienes son románticos, sentimentales, responsables, serios, personas que mantienen relaciones extramatrimoniales estables y duraderas, porque en la casa no los aprecian, les hace falta ternura y comprensión. No se trata de amores brutos, mucho menos de un arrocito en bajo, como dicen en el Caribe colombiano. Más bien, por el contrario, lo consideran un merecidísimo descanso de sus abnegadas y prolongadas responsabilidades conyugales, un refugio de las meditaciones profundas que agobian al hombre de mundo, o a la señora sedienta de romance. En todo caso, una brisa indispensable para refrescar el hogar, y mantener el equilibrio doméstico. En suma, tal como suele suceder con los asuntos humanos, siempre es posible legitimar las cosas, siempre habrá una explicación razonable para todo.

En el inconsciente hay toda suerte de mecanismos que explican la infidelidad. Van desde la perversión, como en el caso del donjuanismo y la ninfomanía, o la fascinación por el sexo en grupo, el simple deleite de la cacería, la cacería como deporte, y la disociación madona prostituta, como cuando el señor requiere de al menos dos compañeras: una es de fiar, con ella es posible tener hijos, compartir las responsabilidades y el peso de la existencia, el sexo es respetable, higiénico, esporádico, habitualmente en posición de misionero, se trata de un lago apacible que reconforta de las presiones de la cotidianidad; en cambio la otra es lo opuesto, con ella es posible realizar todas las fantasías sexuales más inusitadas, además ella no inspira respeto, incluso, puede haber algo de degradación, pero es una tempestad en la cama, un mar embravecido sin un minuto de tranquilidad. Además existen otras posibilidades. Amar supone confianza, tolerar la incertidumbre, aceptar la inocencia y la buena voluntad del otro. Exige entregarse al ser amado. Ser vulnerable frente al otro. Necesitar con serenidad y madurez. De manera que amar también es una experiencia que para algunos llega a ser aterradora. Esta sensación se llama terror a la intimidad. De manera que la infidelidad en estas circunstancias se vuelve una suerte de válvula de escape que libera del agobio de la exclusividad. Permite sobrellevar la gran paradoja: la necesidad de amar y ser amado, a la vez que soluciona el terror a amar y ser amado. Para otros, en cambio, la infidelidad es una manera de completarse, de gratificar las necesidades emocionales descubiertas. Incluso para algunos más, la infidelidad es una suerte de venganza secreta en la que se da rienda suelta a la agresividad y al resentimiento, como por ejemplo, cuando un infiel es descubierto, y su pareja también toma un amante, para igualar las cargas, además el corneado no tiene autoridad moral, ni siquiera debería preguntar. Un recurso que también es pedagógico, como con la idea de que el infiel aprenda lo que duelen los cuernos. Un escarmiento que sería más severo si le es infiel con alguien que conozca el que ya ha sido infiel.

De manera que este asunto tiene muchos matices y funciones psicológicas. No es tan elemental como simplemente afirmar: “los hombres no son de fiar, pecan hasta sin querer”, o decir “la infidelidad de las mujeres es muy peligrosa, ellas mienten mucho mejor que ellos”. Hay teóricos que han escrito voluminosos tratados con recomendaciones para porfueriar de manera segura y discreta. Como quien dice, ya que decidió entregarse a la zozobra de las razones prohibidas, por lo menos hágalo bien. La mayoría de ellos empiezan por recomendar el uso del condón, con la finalidad de evitar embarazos indeseados, pero sobretodo, de evitar el contagio de enfermedades de transmisión sexual. Por otra parte, los teléfonos celulares han facilitado enormemente la comunicación, en especial entre los amantes, claro, pero no hay que perder de vista que esos aparatos infernales mantienen registros de la historia de su uso, se trata de bitácoras que archivan toda clase de información sobre la operación del aparato, de manera que allí hay una fuente inagotable de información sobre actividades ilícitas. Incluso de los mensajes de texto -un invento que transformó el mundo entero, y le dejó cantidades enormes de dinero a los operadores de las empresas de telecomunicaciones-, son peligrosísimos, porque al borrarlos quedan huellas electrónicas durante varios días. Los teléfonos inteligentes disponen de sistemas de mensajes gratuitos y globales, que amplían las posibilidades comunicativas a las parejas clandestinas, pero también aumentan el riesgo de los rastros cibernético. Y qué decir del resto del universo virtual, de la Internet y sus servicios, a donde es tan fácil abrir una cuenta de correo electrónico, o en una red social. Solo hay que ser precavidos con las claves de acceso, que como se sabe, siempre es mejor que sean combinaciones de letras mayúsculas y minúsculas, intercaladas con números, además de configurar el computador para que nunca las recuerde, y siempre que salga de su cuenta furtiva, no olvide cerrarla.

Y para el mundo real también hay recomendaciones. Si va a salir a un lugar público, asegúrese de no hacer cosas extraordinarias, excesivamente llamativas, que sea fácil explicar su presencia en ese lugar, a esa hora y con esa persona. En todo caso, siempre serán más seguros los lugares privados, lejos de los ojos curiosos. Porque, así usted no sea una celebridad, es muy fácil seguir su rastro, solo se requiere la motivación para hacerlo, por ejemplo, una persona que sospecha que su pareja está porfueriando. Incluso hay empresas de detectives que se especializan en líos de faldas, como suelen llamar a estas situaciones en el ambiente de la inteligencia militar. En todo caso, desde los tiempos de Alejandro Dumas se dice que cuando un hombre se sale de la habitualidad, es posible, incluso probable, que haya otra mujer que explique el cambio.

Los lapsus, los errores, las equivocaciones y otras ligerezas que hacen que el engañado descubra la infidelidad, no son accidentales, por el contrario, son actos que comunican, que expresan malestar, resentimiento, ira, en fin. De manera que siempre es mejor decir las cosas antes de llegar a estos extremos oprobiosos. La infidelidad es un síndrome, ya dijimos, una manifestación de los conflictos de pareja. Un evento que se presenta cuando no se tiene la sabiduría para manejar el paso inevitable del enamoramiento al amor maduro. Pero no es un suceso inexorable, ni mucho menos generalizado, hay muchas parejas que logran tener éxito sin ser infieles. Y es posible timonear la relación de pareja a través de las aguas turbulentas, y muy peligrosas, de la rutina de hierro, a través del diálogo. Tratando de expresarse  libre y espontáneamente con la pareja, partiendo de la base de que las personas siempre se quejan con sinceridad, es posible reparar muchas cosas. Además, la psicoterapia individual, la de pareja y la de familia son alternativas que abren espacios constructivos para ordenar pensamientos y sentimientos, en lugar de proceder directamente con la infidelidad. Una conducta que lastima a la pareja, a la familia, incluso al amante, y además es una manera estéril de sobrellevar la soledad.