Convencidos de que el fin justifica los medios, por
vergonzosos que sean, los infieles, hombres y mujeres por igual, así como
heterosexuales y homosexuales, siguen con sus vidas de vértigo llenas de
límites y de restricciones siempre alerta a no contradecir la penúltima
versión de la realidad, preservando la desesperada ignorancia del engañado. Alentados
por la extravagante felicidad de lo prohibido, guiados por la desaforada
esperanza de volver a encontrarse, siempre los amantes presienten el viento de
la desgracia, el final, o, peor, ser descubiertos ya de regreso al hogar
legítimo con el fuego de un único amor en los ojos, claro, del amor
extramatrimonial. Los seres humanos están destinados a grandes luchas,
espléndidas o secretas, llevan la elegante esperanza de ser felices en pareja,
uno de los mayores y mejores placeres de la vida, al menos para los que han conocido
la maravilla del sexo con amor.
Las pasiones son esencialmente judeocristianas, eso ya lo
sabemos, no quiero entrar en discordias heréticas, pero sí, definitivamente, planteo
que la infidelidad es el reflejo de problemas
sentimentales en las parejas. Los pensadores de Hollywood ya han producido
innumerables películas sobre este tópico, que, por lo general, terminan en
desgracia con castigo ejemplar para el réprobo, me refiero al infiel. Parecería
que la preocupación de ellos siempre es el desenlace de la historia. En cambio,
el cine europeo se ocupa en especial del drama que hay detrás de estas
historias, se interesa más por el cómo se llega a ser lo que se es, aspira a
comprender, incluso a aceptar las limitaciones humanas. La infidelidad se
presenta con frecuencia, no obstante todos los factores para la pareja ser
próspera y exitosa, y surge cuando va a menos. De modo que me parece
constructivo darle a este asunto un enfoque sindromático: se trata de conductas
que se manifiestan en muchas situaciones, es la consecuencia de los problemas
de pareja, no la causa, así que el tratamiento se dirige a las dificultades conyugales,
no a las manifestaciones externas.
Todo sugiere que es una trasgresión al pacto sinalagmático de
exclusividad de la pareja. Y esta es una definición bastante vaga. Resulta que
podría haber desde una infidelidad mental, es decir una nostalgia por otra
persona, una cierta añoranza, así nunca se cristalicen esos amores escondidos,
así solo sean romances virtuales que se sostienen en las redes sociales en la
Internet, por ejemplo. En cambio para otros solo el coito la indica. De manera que
un beso apasionado o el sexo oral no la configurarían. Incluso, otros más
afirman, con seriedad y convicción, que solo hay infidelidad cuando el amor y
el sexo se combinan, de modo que si solo se trata de sexo, como en el caso de
un encuentro casual, aislado, sin ton ni son, casi sin saber el nombre del
otro, no habría afrenta. En este caso, el sexo mercenario, con prostitutas, verbigracia,
no sería infiel. Pero también hay quienes son románticos, sentimentales,
responsables, serios, personas que mantienen relaciones extramatrimoniales
estables y duraderas, porque en la casa no los aprecian, les hace falta ternura
y comprensión. No se trata de amores brutos, mucho menos de un arrocito en
bajo, como dicen en el Caribe colombiano. Más bien, por el contrario, lo
consideran un merecidísimo descanso de sus abnegadas y prolongadas responsabilidades
conyugales, un refugio de las meditaciones profundas que agobian al hombre de
mundo, o a la señora sedienta de romance. En todo caso, una brisa indispensable
para refrescar el hogar, y mantener el equilibrio doméstico. En suma, tal como
suele suceder con los asuntos humanos, siempre es posible legitimar las cosas, siempre
habrá una explicación razonable para todo.
En el inconsciente hay toda suerte de mecanismos que
explican la infidelidad. Van desde la perversión, como en el caso del
donjuanismo y la ninfomanía, o la fascinación por el sexo en grupo, el simple deleite
de la cacería, la cacería como deporte, y la disociación madona prostituta, como
cuando el señor requiere de al menos dos compañeras: una es de fiar, con ella
es posible tener hijos, compartir las responsabilidades y el peso de la
existencia, el sexo es respetable, higiénico, esporádico, habitualmente en
posición de misionero, se trata de un lago apacible que reconforta de las
presiones de la cotidianidad; en cambio la otra es lo opuesto, con ella es
posible realizar todas las fantasías sexuales más inusitadas, además ella no
inspira respeto, incluso, puede haber algo de degradación, pero es una tempestad
en la cama, un mar embravecido sin un minuto de tranquilidad. Además existen
otras posibilidades. Amar supone confianza, tolerar la incertidumbre, aceptar
la inocencia y la buena voluntad del otro. Exige entregarse al ser amado. Ser
vulnerable frente al otro. Necesitar con serenidad y madurez. De manera que amar
también es una experiencia que para algunos llega a ser aterradora. Esta
sensación se llama terror a la intimidad. De manera que la infidelidad en estas
circunstancias se vuelve una suerte de válvula de escape que libera del agobio
de la exclusividad. Permite sobrellevar la gran paradoja: la necesidad de amar
y ser amado, a la vez que soluciona el terror a amar y ser amado. Para otros,
en cambio, la infidelidad es una manera de completarse, de gratificar las
necesidades emocionales descubiertas. Incluso para algunos más, la infidelidad
es una suerte de venganza secreta en la que se da rienda suelta a la
agresividad y al resentimiento, como por ejemplo, cuando un infiel es
descubierto, y su pareja también toma un amante, para igualar las cargas, además
el corneado no tiene autoridad moral, ni siquiera debería preguntar. Un recurso
que también es pedagógico, como con la idea de que el infiel aprenda lo que duelen los cuernos. Un escarmiento que sería más severo
si le es infiel con alguien que conozca el que ya ha sido infiel.
De manera que este asunto tiene muchos matices y funciones
psicológicas. No es tan elemental como simplemente afirmar: “los hombres no son
de fiar, pecan hasta sin querer”, o decir “la infidelidad de las mujeres es muy
peligrosa, ellas mienten mucho mejor que ellos”. Hay teóricos que han escrito voluminosos tratados con
recomendaciones para porfueriar de
manera segura y discreta. Como quien dice, ya que decidió entregarse a la
zozobra de las razones prohibidas, por lo menos hágalo bien. La mayoría de
ellos empiezan por recomendar el uso del condón, con la finalidad de evitar
embarazos indeseados, pero sobretodo, de evitar el contagio de enfermedades de transmisión
sexual. Por otra parte, los teléfonos celulares han facilitado enormemente la
comunicación, en especial entre los amantes, claro, pero no hay que perder de
vista que esos aparatos infernales mantienen registros de la historia de su uso,
se trata de bitácoras que archivan toda clase de información sobre la operación
del aparato, de manera que allí hay una fuente inagotable de información sobre
actividades ilícitas. Incluso de los mensajes de texto -un invento que
transformó el mundo entero, y le dejó cantidades enormes de dinero a los
operadores de las empresas de telecomunicaciones-, son peligrosísimos, porque al
borrarlos quedan huellas electrónicas durante varios días. Los teléfonos
inteligentes disponen de sistemas de mensajes gratuitos y globales, que amplían
las posibilidades comunicativas a las parejas clandestinas, pero también
aumentan el riesgo de los rastros cibernético. Y qué decir del resto del universo
virtual, de la Internet y sus servicios, a donde es tan fácil abrir una cuenta
de correo electrónico, o en una red social. Solo hay que ser precavidos con las
claves de acceso, que como se sabe, siempre es mejor que sean combinaciones de
letras mayúsculas y minúsculas, intercaladas con números, además de configurar
el computador para que nunca las recuerde, y siempre que salga de su cuenta
furtiva, no olvide cerrarla.
Y para el mundo real también hay recomendaciones. Si va a
salir a un lugar público, asegúrese de no hacer cosas extraordinarias,
excesivamente llamativas, que sea fácil explicar su presencia en ese lugar, a
esa hora y con esa persona. En todo caso, siempre serán más seguros los lugares
privados, lejos de los ojos curiosos. Porque, así usted no sea una celebridad,
es muy fácil seguir su rastro, solo se requiere la motivación para hacerlo, por
ejemplo, una persona que sospecha que su pareja está porfueriando. Incluso hay empresas de detectives que se
especializan en líos de faldas, como suelen llamar a estas situaciones en el
ambiente de la inteligencia militar. En todo caso, desde los tiempos de
Alejandro Dumas se dice que cuando un hombre se sale de la habitualidad, es
posible, incluso probable, que haya otra mujer que explique el cambio.
Los lapsus, los errores, las equivocaciones y otras
ligerezas que hacen que el engañado descubra la infidelidad, no son
accidentales, por el contrario, son actos que comunican, que expresan malestar,
resentimiento, ira, en fin. De manera que siempre es mejor decir las cosas
antes de llegar a estos extremos oprobiosos. La infidelidad es un síndrome, ya
dijimos, una manifestación de los conflictos de pareja. Un evento que se presenta
cuando no se tiene la sabiduría para manejar el paso inevitable del
enamoramiento al amor maduro. Pero no es un suceso inexorable, ni mucho menos
generalizado, hay muchas parejas que logran tener éxito sin ser infieles. Y es
posible timonear la relación de pareja a través de las aguas turbulentas, y muy
peligrosas, de la rutina de hierro, a través del diálogo. Tratando de
expresarse libre y espontáneamente con
la pareja, partiendo de la base de que las personas siempre se quejan con
sinceridad, es posible reparar muchas cosas. Además, la psicoterapia
individual, la de pareja y la de familia son alternativas que abren espacios
constructivos para ordenar pensamientos y sentimientos, en lugar de proceder
directamente con la infidelidad. Una conducta que lastima a la pareja, a la
familia, incluso al amante, y además es una manera estéril de sobrellevar la
soledad.
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