domingo, 3 de marzo de 2013

Carta de Amor de un Masoquista


Por aquellas cosas incomprensibles del universo cibernético, hace algunos días llegó al buzón de entrada de mi correo electrónico éste mensaje dolorido y apasionado de un autor anónimo. Al leerlo quise ayudarle a difundirlo en estas páginas virtuales porque me di cuenta de que plantea de una manera muy concreta y universal que el amor no es lo único que une a las parejas, lo agresivo también aporta un nexo estable. Incluso, en ocasiones, lo tanático es mucho más poderoso y duradero que lo erótico, se le conoce como relación sadomasoquista.

Mi amor, sé que no gustas de mí, me lo dices siempre, con toda claridad y a buen volumen. Y yo, mientras tanto, cada día te quiero más. Sé que sueñas con alguien mejor, más interesante, comprensivo y confiable, un hombre más flaco, deportista y ordenado en la casa, sobre todo en el baño, alguien con más de esto y más de lo otro. Porque cada día descubres nuevos defectos en mí, y los anexas a la lista de mis defectos que ya te la sabes de memoria, defectos que de por sí ya son bastantes. A veces me pregunto qué nos une. Te disgusta todo lo mío. Te aburres cuando hablo, y cuando estás conmigo todo te parece monótono, pura rutina. Cualquiera diría que estás enamorada de otro hombre. Pero yo no tengo dudas, soy tu hombre. Comprendo que eres así, malgeniadita, y no te gusta que te pregunte nada. Entonces me paso las horas tratando de saber qué te disgusta tanto de mí, porque siempre sé que estás superbrava. Solo que nunca sé que bicho te picó.
Pero cuando estás sin mí es peor. Desconfías, juras que estoy con alguna loca mucho más sabia que tú entre la cama y con mucho más tiempo libre. Eres celosita, muy celosita, pero así te quiero. ¿Te acuerdas? El otro día fui al baño en un centro comercial, y te emberracaste porque creíste que le mandaba mensajes a la otra. Se te olvida que no puedo vivir sin ti. Pero a ti no te gusta hablar sobre nosotros, me dices “¿¡pa’ qué hablamos de eso, eso es de viejas, sea macho!?”. Además crees que todo lo que te digo es mentira.
Una mañana estabas de buen genio, era el día de tu cumpleaños. Cuando te pregunté cómo habías amanecido, me dijiste: “estoy muy vieja como para replantear mi vida, no me interesa, así estoy bien. Mucho menos quiero recordar mi infancia, ni mis traumas. Si no le gusta como soy, váyase, hay muchas mujeres más jóvenes, más cariñosas y más ricas que yo. ¡Los psicoanalistas, los psicólogos y los psiquiatras no sirven para nada! Lo único que aceptaría de ellos es que me formularan unas pastillas que me hicieran dormir toda la noche, que volvieran a darme ganas de tirar y que me quitaran el aburrimiento y la rabia. De resto, no veo para que hablar, no tengo tiempo para sentimentalismos.”.  Entonces te di un ramo de flores y te preparé un desayuno especial. Te pareció aburrido arreglar el florero. El desayuno no te gustó, te comprendo, la culinaria no es lo mío. Los huevitos te parecieron crudos, muy blanditos, el pan muy duro, el café muy caliente, la fruta muy madura, y además se regó un poco de jugo sobre la sábana, ahí sí que te pusiste furiosa. En todo caso, pasé feliz contigo, espero que celebremos muchos cumpleaños más, juntos.
Te quiero. Y quiero que te vaya bien en todo lo tuyo, y que conmigo te vaya mejor todavía, que seas feliz. También quisiera que me necesitaras tanto como yo a ti, pero eso es imposible, cómo esperar que alguien de tus cualidades y condiciones necesite a un infeliz como yo. Te veo como una mujer que acaba de saber que está embarazada, y tiene la sospecha de que su hijo es Cristo.
El viernes pasado te esperé durante tres horas sentado entre el carro, en el radio se oía: “¡Alerta, Bogotá! Esta es La Cariñosa, la emisora noticiosa. ¡Sí hay trabajo! Recuerde: el trabajo dignifica, y la pereza mortifica. Se buscan meseros en el barrio Venecia, preferiblemente jóvenes, con experiencia, y que sean prácticos.”. Cuando por fin contestaste el teléfono, al día siguiente, el sábado, te dije, “anoche te esperé durante horas.”. Entonces me respondiste como si nada, “¡qué tontería!, ¿por qué lo hiciste?”, y yo te dije, “porque teníamos una cita a las siete”. Estaba sorprendido con tu pregunta y tu frialdad, pero me imaginé que era tu pasión disfrazada de indiferencia. No te reclamé. Sé que eres muy ocupada como para tener tiempo de vivir la vida conmigo. Y a manera de explicación me dijiste aburridísima: “yo sé que teníamos una cita anoche pero no me sentí con ganas de ver a nadie, no fue nada personal contra ti, simplemente no me dieron ganas de salir”. Oir esto me dio desánimo y dolor en el estómago, ganas de llorar y me contuve de preguntarte, “¿por qué no me llamaste para avisarme que no ibas, en vez de dejarme ahí, como un idiota?”, eso habría iniciado una pelea tremenda, entonces más bien te dije, “¿y cuándo crees que volverás a tener ganas de salir?”. “No sé, veremos”, respondiste entretenida digitando en el teclado de tu computador, lo supe porque podía oír los clics por el teléfono. Habías dado por terminada la conversación. Desde que estoy contigo sé que es peor hablar que no hablar. Y cuando te vi, unos días más tarde, me quedé callado a tu lado, disfrutando del ritmo de tu respiración mientras dialogabas con mensajes de texto en la pantalla de tu teléfono inteligente.
El otro día te oí reír hablando por el teléfono con alguien. Entonces me di cuenta de que hacía semanas no oía tu risa, ni te besaba en la boca, tampoco hacíamos el amor, ni nos divertíamos. Te extraño, mi amor. ¿Y qué hacer para en el futuro no volver a molestarte? Creo que nunca lo voy a lograr. Siempre te pone brava algún detalle: mi tono para hablar, mi voz, la manera de tratar a la gente o la de usar las cosas de la casa. Vivir a tu lado me gusta mucho, es interesante, es como construir la casa en un barranco, y siempre estar preocupado pensando cuándo se va a derrumbar. A veces te pregunto, “por qué me odias tanto”, o “¿te pasa algo?”, otras veces me pongo bravo, y te digo, “¿ahora qué fue?”, y a veces, cansado de buscarte sin encontrarte y de tus quejas, te reclamo, “¿¡carajo, y qué hay de nuevo!?”.
La verdad es que te amo. Adoro estar contigo. Contigo disfruto mucho más, hasta la derrota es dulce, cuando estoy contigo. Señora mía, estoy a su entera disposición.

PD. Decidí publicar esta carta anónimamente en la Internet porque te la entregué imprimida en papel, pero no has tenido tiempo de leerla. La escribí con mucho cuidado y trabajo, sabes que esto tampoco no es lo mío, y me pareció horrible que nadie la leyera, así fuera algún desconocido en la red.

Cualquiera se preguntaría por qué siguen juntos.

Sin embargo es común que los románticos amores se basen en mecanismos sadomasoquistas. De hecho, el mundo está lleno de quejas sobre la pareja, de chistes sarcásticos a menudo de muy mal gusto, de oprobios y de objeciones a la vida juntos. Incluso se ha demostrado que el matrimonio es una paradoja de la democracia: a la vez que es un sistema de pensamiento que promueve la libertad, este sacramento propende por lo contrario, la exclusividad hasta que la muerte los separe.

Lo que sucede es que la vida es un eterno presente, y las parejas funcionan con modelos de relación inconscientes, podríamos llamarlos hábitos del pensamiento, que los aprisionan en un sistema nefasto dándole al otro un papel maligno que a menudo no puede eludir. El esquema sadomasoquista hace imposible dejar de considerar al otro como un enemigo mortal. Y nótese que no siempre el sadomasoquismo se refiere al lugar común de la relación sexual escatológica, violenta y cruel, entre un calabozo en el que él está encadenado a una mesa de madera, y una mujer de labios carmesí vestida de cuero, lo latiga y humilla hasta el orgasmo. También existen matices mucho más sutiles, simbólicos, como en el caso del maltrato psicológico de la pareja. Y otro elemento interesante es que en estas parejas usualmente el papel del sádico y el del masoquista son intercambiables, se turnan tanto la actitud pasiva, como la activa.

La psicoterapia psicoanalítica de pareja es útil para estas situaciones. Al asistir a la consulta y esforzarse por narrar los avatares de la vida en pareja al psicoanalista, un observador neutral, hay una ganancia al contar las cosas de un manera inteligible y socialmente aceptable. Pero, lo más importante de estas sesiones es que las personas descubren los mecanismos inconscientes que las unen y las llevan a sufrir tanto, al hacer consciente el mecanismo sadomasoquista inconsciente que los une y los atormenta, al mismo tiempo, por tantos años y sin contradicción aparente.


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