Cuando los hijos se vuelven los padres de
los padres[1]
La eterna juventud es una aspiración tan antigua
como la humanidad. La medicina moderna ofrece tecnología para diagnóstico y
tratamiento, junto con la salud pública y la prevención, el avance del
conocimiento biomédico y sus aplicaciones prácticas han aumentado la
expectativa de vida hasta el punto de que la edad máxima teórica en la
actualidad se estima en ciento veinticinco años. La población mayor de sesenta
tiende a crecer por todo el mundo, en especial en los países más desarrollados,
claro está. Un estado de cosas que también plantea un dilema ético: un grupo
enarbola la idea de que la longevidad es un logro y es legítimo que la inmensa
mayoría viva todo lo que más se pueda; mientras que otro sector argumenta que
no es natural tener una vida tan larga, por un lado, implica desafíos para los gobiernos
y los sistemas de salud por los costos y exigencias del cuidado del paciente geriátrico
y además consideran la longevidad un atentado contra el equilibrio frágil de la
ecología de nuestro planeta.
La vida tiene límite. Los telómeros, las
secciones terminales de la doble hélice de ADN, se comportan como reloj que
limita la división celular. La telomerasa, enzima que interviene específicamente
en la replicación de estas regiones, reconstruye de manera incompleta el
telómero durante la replicación, de modo que en condiciones normales este
proceso solo puede darse un número finito de veces. Las células cancerosas son
las únicas inmortales. Así que el elíxir de la eterna juventud es una quimera,
y, aun así, no falta el charlatán asegurando que vende a cambio de una módica
suma el jarabe, la crema o el emplasto que él mismo prepara con una fórmula
secreta y milenaria, orgánica y natural, sin efectos adversos y de eficacia
comprobada.
No existe la vejez sana. El riesgo de
enfermar aumenta con la edad, pues el envejecimiento es los cambios
degenerativos en todos los sistemas del cuerpo, cambios subrepticios que
empiezan desde que se completa el crecimiento y el desarrollo. Vivir tiene
consecuencias. Sería inagotable enumerar en este momento las maneras en que se
presenta este proceso inexorable y progresivo. En el sistema nervioso, por
ejemplo, se manifiesta tanto con cambios cognitivos, tales como los que se
asocian con la demencia senil, como con alteraciones de la motricidad, este es
el caso del Parkinson, y en el sistema cardiovascular las incidencias de la hipertensión
arterial y el infarto son mayores cuanto más avanzada es la edad; pero también
hay alteraciones osteomusculoesqueléticas y cambios en los órganos de los
sentidos, como en el caso de las reducciones en la agudeza visual y la audición,
mientras que los sistemas inmunológico, digestivo y genitourinario también se deterioran,
sin olvidar los cambios en la piel y las faneras, solo para mencionar algunos aspectos
de este proceso fisiológico. Incluso, con el paso de los años, se hace más
probable tener alguna forma de cáncer. Gabriel García Márquez se refería a esta
etapa como ‘el basurero de la vejez’.
A lo sumo que puede aspirarse es a envejecer
bien. Lo que se busca es adaptarse a las limitaciones que la condición humana
impone: tratar las enfermedades según vayan apareciendo por el camino de la
vida, manteniendo hasta donde se pueda la autonomía, junto con los vínculos emocionales.
Y no solo me refiero a que la solución para la vejez es la vida pareja, pues envejecer
acompañado, en el sentido romántico de la expresión, también tiene sus
complejidades. Aludo a que envejecer bien supone permanecer en relación con el
mundo y sus habitantes: las relaciones familiares, los amigos, las actividades
como el trabajo, en ciertos casos, y en general una capacidad de goce y
satisfacción. Me refiero a la habilidad de adaptarse a las circunstancias cambiantes,
lo cual demanda elaborar los duelos ante los avatares que supone entrar en esta
época de la vida. Sabiduría es la capacidad de confesar que se ha vivido.
Y solo la salud mental, por la capacidad de
duelo y de aprender a partir de la experiencia, hace posible envejecer bien a
pesar de las malas noticias que siempre trae esta etapa. No solo se trata de la
pérdida de la salud y de la vitalidad, de los cambios que se ven todas las
mañanas en el espejo del baño ni de que envejecer es como entrar en un túnel
puesto que muchas decisiones ya se tomaron, no queda tanta libertad de maniobra
como antes. Toda la familia entra en duelo al percibir las transformaciones
cada vez más evidentes que anuncian el envejecimiento de los padres. La
capacidad de encarar los hechos tozudos, cosa que no siempre es fácil, lleva a
que se modifique la dinámica familiar. Los hijos se vuelven los padres de los
padres. Una nueva situación en que se encargan del cuidado y de la protección
de los viejos, contrario a lo que pasaba antes, cuando los padres eran los
padres de los hijos. Es toda una transformación en la mentalidad familiar, ya
que los hijos adquieren la capacidad de asumir su responsabilidad generacional
mientras que los padres acceden a entregarles la nueva posición de adultos
responsables. Claro que también hay que considerar que existen personas que
afrontan solas la vejez. El anciano aislado y desamparado está en desventaja.
Envejecer bien es un estilo de vida. Hay
que cuidar del cuerpo: mantener un peso adecuado, ejercitarse, evitar el tabaco
y otras adicciones, cuidarse del sol, hacer revisiones médicas periódicas para
identificar y corregir factores de riesgo, eso sin mencionar la disciplina que
demanda hacer tratamientos oportunos, tratamientos que con frecuencia implican
complicaciones y efectos adversos. Pero también hay que tener resuelta la
situación financiera: de qué se va vivir en los años dorados y cómo se van a
cubrir los costos de la salud. La jubilación es el reposo antes del reposo
eterno, asunto que preocupa al mundo entero: cada vez hay más ancianos y la
vida es más larga, lo cual supone unos costos impagables.
Otra consecuencia de la longevidad y el
progreso es que la poligamia secuencial se ha vuelto común: es frecuente que
las personas tengan varias parejas durante sus largas vidas, incluso más de una
familia, y, por supuesto, múltiples sociedades conyugales. Es mejor que todo
quede claro. Esta es una actitud conciliadora y amorosa, después de todo el
derecho de familia ya está inventado y los protocolos de familia existen. El
problema de la muerte es de los vivos.
De modo que envejecer lo afecta todo: la
salud física y mental, la situación material y la productividad, el sistema de
salud, la industria que gira alrededor de la salud y el Estado. Este es un
proceso psicosomático que se descubre en la relación consigo mismo y con los
demás, de modo que sí es posible envejecer bien. Muchos tratan a los viejos con
condescendencia y comprensión, con respeto y admiración, con curiosidad y
ternura, pero también existen casos ignominiosos de abandono, abuso,
explotación y humillación. La familia y la sociedad se encargan de sus ancianos
hasta el último día, en condiciones ideales, claro.
Santiago Barrios Vásquez
Médico, Psicoanalista
Miembro Titular, Sociedad Colombiana de
Psicoanálisis
[1] Este texto se publicó
originalmente en Epicrisis, el órgano de difusión del Colegio Médico
Colombiano.
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