viernes, 1 de febrero de 2013

Odio el iPhone



A Alexandra, Pablo y Camilo

Mi argumento es sencillo: detesto este aparato infernal porque es un obstáculo para la comunicación libre y espontánea entre las personas. Me refiero al arte de la conversación, tan esencial para cualquiera que desee el roce con la gente. Un arte cuyo estilo es tan importante como el de un escritor, y pocas cosas son tan agradables como charlar. La manera de decir valoriza, o también degrada, claro está.
El contertulio hábil pone sus ojos y oídos disponibles para quien habla, nada se escapa de su observación, el que quiere ser agradable escucha con atención. Evita ofensas y disputas, al igual que alterarse en público, al menos. Además tiene consideración por el amor propio del otro, no hace elogio de sí mismo, ni interrumpe, evita el tono elevado, no habla rápido ni despacio. Y, para no cansar, no se adueña de la atención por tiempos prolongados, a menos que la conversación sea entretenida y brillante, quien la monopoliza es fatigante sin importar qué tan instruido o inteligente sea. La tertulia no es lo mismo que un discurso. Su objetivo es intercambiar ideas y conocer al otro, pero también se trata de entretener y divertir, tanto como de acompañar y compartir. La pequeña conversación es útil, pero aburre hablar siempre sobre insustancialidades, por eso es pertinente una sólida y variada erudición, la buena memoria y la franqueza. El buen conversador es prudente al hablar sobre temas que desconoce, no generaliza. Al opinar no entra en argumentaciones extensas, las reserva más bien para un debate. No interroga, tampoco contradice, ni corrige la pronunciación y las imprecisiones del otro, esto lo hace en clase, si es profesor, claro está. No echa indirectas, prefiere decir las cosas con claridad. Se ríe después del chiste o la anécdota jocosa, no antes. Evita aburrir con enfermedades, cuitas, las gracias de los niños y las dificultades laborales. Llama las cosas por su nombre, solo utiliza palabras raras y vulgares cuando aportan riqueza al relato, por ser irremplazables. Las chanzas y las bromas son peligrosa, primero hay que saber a quién se le hacen, para no herir susceptibilidades.  Considera las murmuraciones tan nocivas como el escándalo, así que las evita por iracundo que llegue a estar. Y no hay nada más ofensivo que llamar a parte a alguien para decirle un secreto. Por último, para reanimar una conversación hace relaciones para conmover e interesar al auditorio, intercalándolas de cuentos y anécdotas oportunas.
Estas anotaciones sobre el arte de conversar son útiles en este momento para darse una idea de qué tanto han cambiado las cosas con el advenimiento del siglo XXI. Y no estoy en contra del progreso, no me malinterprete. Odio el iPhone por considerarlo, en muchos casos, un obstáculo para las relaciones humanas a fuera del universo cibernético. No tengo un teléfono inteligente, me defiendo divinamente con una flecha, como llaman los jóvenes a los celulares modestos que solo sirven para hablar y mandar mensajes de textos elementales. No sé como sean las cosas con otros teléfonos inteligentes, a mi alrededor han proliferado los iPhones, por eso me refiero a ellos. Solo puedo informar que no hay nada más exasperante que un almuerzo con un grupo de entusiastas de esta máquina fastidiosa, encarnizados con su pantalla táctil mientras simulan interés por lo que usted está diciendo.
Es posible que sea anatema afirmar que detesto este aparato nefasto para las relaciones humanas. Al fin y al cabo, los consumidores de todo el planeta lo han recibido con frenesí, hasta el punto que sus ventas multimillonarias contribuyeron de manera decisiva a situar el nombre del fabricante, Apple, entre las diez marcas más valiosas del mundo, junto a Coca Cola, por ejemplo. Y no vaya a creer que no me intimida contradecir a la mayoría. Por eso, publico este blog acá en El Magacín Punto Com, mi página web. En todo caso, aun cuando presumo que a las autoridades internáuticas les importa un carajo mi opinión sobre este equipo electrónico maligno que invade la privacidad y va en contra del arte de conversar, no me arriesgo a la represión, aun cuando tal vez esté exagerando mi propia importancia.
Lo que más me molesta de este aparato terrible es la paradoja de que mientras comunica y ofrece incontables servicios para la comodidad del comprador, aleja a las personas, liquidando la charla. Además la mayoría de sus innovaciones no son novedosas, ni especialmente útiles. Por lo general, me consta, funciona como un teléfono celular cualquiera. Si la red está bien, permite contestar y hacer llamadas cuando el dueño así lo quiere, de lo contrario, además de los mensaje de voz habituales, ofrece la alternativa de un sistema de correo automático que envía un texto prefabricado en inglés que puede traducirse así: “lo lamento, ahora no puedo hablar con usted, inténtelo más tarde”.
Toda la capacidad de procesar datos que el iPhone ofrece está justo allí entre su bolsillo, o su cartera, según sea el caso. El feliz propietario del equipo siempre está al tanto de la actividad en su correo electrónico y sus redes sociales, así como de otras fuentes de información, como revistas y periódicos publicados en la Internet. Verbigracia, un cocinero parado en la sección de las verduras de un supermercado encuentra de repente unas alcachofas estupendas, entonces consulta su iPhone para coger ideas sobre cómo podría prepararlas, y compra los demás ingredientes de una vez, ya que está allí. Y así sucesivamente con todos los intereses que puedan tener los compradores de estas máquinas. Hay herramientas para los aficionados a la música, la fotografía, los videos y la lectura, por ejemplo, así que permite almacenar discotecas, álbumes fotográficos, filmotecas y bibliotecas de proporciones descomunales. Sobra anotar que este equipo fastidioso ha elevado las posibilidades del porno casero a niveles inconcebibles de refinamiento. De modo que el usuario de este aparato puede pasar días y noches conectado con su oficina, sus amigos y sus aficiones, sin interrupción. Aun cuando consume mucha energía por ofrecer tantos recursos. Pero los diseñadores pensaron en todo. El aparato viene dotado de un cable para conectarlo a varias fuentes de electricidad: el muro, un computador, el encendedor del carro, incluso al equipo de sonido mientras se deleita oyendo música variada.
Pero también está provisto de innumerables aplicaciones, algunas gratuitas, otras no, la mayoría de dudosa utilidad, aun cuando muchas son divertidas, al menos en un principio. Este aparato es como una navaja suiza, tiene de todo. Consta de herramientas como una lupa indispensable para los que padecemos presbicia. También tiene una linterna para cuando se va la luz, aun cuando todavía no entiendo para qué sirve el modo estroboscópico. Tal vez algún lector curioso pueda solucionarme esta duda que no me deja dormir. Por otro lado, incluye programas que muestran ubicaciones, como la del vuelo de la persona que usted espera, la de las constelaciones en el firmamento y la de las calles congestionadas, de modo que en las horas pico la ciudad se vuelve un solo manchón rojo, y basta con ver a través de la ventana del carro el tráfico furioso y sin escapatoria para confirmar que el iPhone tenía razón. Además, como si fuera poco, incluye un sistema libre de intercambio de mensajes de texto que permiten estar siempre en contacto con los amigos dispersos por todo el planeta. Un recurso tan ubicuo que muchos académicos, a lo largo y ancho de Hispanoiberoamérica, están preocupados pues consideran que estos sistemas de comunicación están dando al traste con la ortografía y la gramática de la lengua española.  Por último, si le roban el celular puede ubicarlo mediante la tecnología asombrosa del GPS, solo le queda ir a recuperarlo a donde los maleantes.
Por otro lado, y aquí es a donde se completa la paradoja del iPhone, con tantos recursos disponibles a la punta de los dedos del usuario entusiasta de este teléfono increíble se comprende que el arte de la conversación haya perdido tanto interés para muchos de ellos. Así que con frecuencia los que los acompañan, quedan excluidos. Resulta que para muchos de los usuarios de esta tecnología asombrosa es imposible tener una charla distendida sin consultar el equipo, ya ni siquiera se necesita erudición ni memoria, cualquier duda puede resolverse de inmediato. Tampoco es posible una velada romántica como las que conocimos en el siglo pasado, ahora se puede estar al tanto de la actividad en la Internet, y hasta se puede pagar de una vez, durante la cena, por ejemplo, los servicios públicos, sin perder un minuto. Incluso el placer elemental, y delicioso, de bailar ya no es como antes, el iPhone ofrece una herramienta que identifica el título, el autor y el intérprete, junto con otra información pertinente, de todas las canciones que existen en el mundo.
Ahora debo aclarar que he aprendido sobre el funcionamiento del iPhone observando a los que me rodean. Que si para su desgracia también lo consideran una persona de confianza, peor para usted. A pesar de los servicios que ofrece este celular inverosímil, sus llamadas fallidas pasarán desapercibidas, junto con sus mensajes de texto, además el teléfono se descargará irremediablemente. Adicionalmente no contestarán a sus llamadas ni a sus mensajes por considerarlo un acto de muy mala educación que fastidia a quienes no son de confianza. Además anotarán los compromisos con usted en la agenda electrónica, y luego los olvidarán. De modo que este aparato carísimo solo sirve para comunicarse con los demás, si usted es de confianza debe olvidarse del arte de conversar.
Así que odio el iPhone porque extraño las charlas como se acostumbraban en el siglo pasado. Claro que tal vez aquí se pueda utilizar el mismo argumento de la Asociación Americana de Productores de Armas de Fuego: “el problema no es el equipo, es el uso que se le dé”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta, por favor, aprecio mucho las impresiones del lector.