La adolescencia es una etapa ineludible, un imperativo
biológico y psicológico, que idealmente se da en el momento oportuno, ni muy tarde,
ni muy temprano, un periodo que suele presentarse entre los doce y los dieciocho
años, aun cuando no hay una edad exacta, y algunos pueden ser precoces, así
como también los hay tardíos y hasta prolongados, incluso, en sentido figurado,
en cuanto a la actitud, algunas personas nunca la superan, son adolescentes
perpetuos. Pero en sentido estricto esta es una época del desarrollo
psicosomático que trascurre, como la infancia y la latencia, en relación con
los padres y el ambiente, ya sea porque están presentes o ausentes, para bien o
para mal, de modo que así como puede ser un periodo feliz, interesante,
constructivo, también pueden ser años tremendos y siniestros y trágicos, así es
la condición humana. Trasformaciones mentales que van acaballadas
sobre los cambios físicos propios de esta etapa del desarrollo normal: tenga en
cuenta que termina de madurar y de crecer el sistema nervioso, en lo
relacionado con las regiones vinculadas a la regulación del sistema endocrino, en
particular con las hormonas que tienen que ver con los rasgos sexuales
secundarios masculinos y femeninos, según sea el caso, pero también se
modifican las áreas motora y sensitiva, después de todo, el cuerpo del
adolescente cambia sus proporciones casi a diario, y por esta razón, en
ocasiones, parecen un poco descoordinados; así mismo en el cerebro terminan de
organizarse las áreas ligadas a los procesos cognitivos, lo cual se relaciona
con la nueva manera de representar el mundo entre sus cabezas.
En la humanidad no hay dos personas iguales, y esto también
es cierto para los adolescentes, pero de todas maneras sí es posible describir
algunas regularidades en sus mecanismos psicológicos. Las raíces de su
mentalidad están en la infancia, de manera que las manifestaciones psicológicas
de este período, por así decirlo, son reediciones de las vicisitudes psíquicas
del pasado, y en este sentido la adolescencia se parece a otras etapas de la
vida, como la menopausia, por ejemplo. Así que habitualmente el desarrollo del muchacho
no se descarrila, mantiene su carácter aun cuando adquiere dimensiones mucho
más amplias y eficaces en el mundo exterior, dentro y fuera de la casa; por eso
es tan angustiosa esta época para los padres, los hace sentir la inmensidad de
su impotencia y de su incapacidad para controlar. Así que la adolescencia
también es una crisis que supone poner a prueba el fundamento de su
personalidad, y trae al presente duelos pasados que siguen vigentes. La mente
del joven es móvil y dúctil, sí, y ahora tiene nuevos recursos físicos y psíquicos
para expresar sus debilidades y fortalezas, empieza a hacer consciencia de que
el mundo en nada se parece a lo que pensaba, que la realidad siempre es más
rica que la fantasía, y así pierde la inocencia infantil, descubre poco a poco
que nada es totalmente bueno ni malo, las cosas tienen matices. Es un tiempo
feliz y despreocupado, pero también enlutado y nostálgico, además de una oportunidad
para construir un nuevo modelo para explicarse a sí mismo y a los demás, pues
el que traía hasta ese momento se ha vuelto obsoleto. El adolescente es
paradójico: quiere ser libre y cuidado por sus padres al mismo tiempo, es
grande y quiere ser niño, tiene momentos razonables y otros que no lo
son, se vuelve estratégico, y hasta manipulador, tiene cosas espontáneas
y privadas, como la sexualidad genital y la vida social; requiere respaldo y que lo dejen suelto al mismo tiempo, y sin conflicto aparente, desafía todo, la lógica, la autoridad, los temores, las prohibiciones, adquiere posiciones y opiniones sobre todo lo humano y lo divino. En última instancia
trata de habitar su propio cuerpo, y estar cómodo en él. Construye la capacidad
de estar solo, busca ser un individuo autónomo con gustos y teorías
particulares, mientras descubre la incertidumbre que supone crecer y la angustia que
produce la libertad. Pero también es la época del alto riesgo de los embarazos
indeseados y de la drogadicción, así como de la depresión y del incremento de las
tazas de suicidio.
Mi muy personal opinión es que sobrevivir es el secreto del éxito de la paternidad, y la maternidad, del adolescente. No me refiero a
sobrevivir en el sentido biológico de la expresión, aludo a que el muchacho debería
sentir que los padres siempre están ahí, disponibles mental y emocionalmente,
teniendo en cuenta que, en últimas, el joven busca confirmar que tiene una base
firme y flexible en la familia, el universo a donde nació. Pero, por el otro
lado, en el siglo XXI la familia es una estructura dinámica, para bien o para
mal, así como hay viudeces, también hay divorcios y nuevas uniones, eventos que
intervienen en el desarrollo mental de los muchachos, y nótese que no digo que
sea bueno ni malo, todo depende del caso por caso, así como hay divorcios
escandalosos y antihigiénicos, también los hay decentes y de común acuerdo; y
de la misma manera, hay padrastros y madrastras que tienen relaciones
ejemplares con los hijos de sus parejas, porque no siempre estas situaciones devienen como en los cuentos de los hermanos Grimm, pero también las hay
tremendas, abusivas y psicóptícas. En todo caso, y tal como sucedió en la
infancia, el adolescente está interesado en conocer la vida íntima de sus
padres, y está bien darle una cierta cantidad de información, lo suficiente
como para que conozca sobre su momento emocional actual, pero definitivamente
no tienen por qué conocer la totalidad los detalles de la vida sexual del papá,
o de la mamá. De manera que así como los avatares de la vida familiar pueden
enriquecer la perspectiva del muchacho, también pueden empobrecerla. La
relación padres e hijos es el marco de referencia para el adolescente, y, como
suele suceder con todo, la experiencia incide más que las palabras, así que, en
el mundo ideal, los padres deberían ser coherentes y confiables; pero en la
práctica no es fácil, la vida está llena de desafíos, verbigracia, el
matrimonio siempre está a prueba. De manera que la existencia es un continuo
movimiento. Es una búsqueda de equilibrio así sea transitorio, un aprendizaje continuo
a partir de las experiencias que la vida trae.
La personalidad del padre y de la madre, tal como la del
muchacho, tienen rasgos y peculiaridades con raíces que datan de la infancia,
de modo que los hijos se desarrollan en relación con esos sistemas de valores,
conflictos y miedos, los adolescentes acrisolan esas experiencias haciéndolas propias al desarrollar su versión personal. Los muchachos, en primera
instancia, ven el mundo a través de los ojos de sus padres, así que entre
más saludables y satisfechos sean los mayores, mejor para los hijos. Un ideal
bastante persecutorio. Soy de los psicoanalistas que piensan que basta con ser
un padre, o una madre, suficientemente bueno, no perfecto, porque la
frustración dosificada que recibe el hijo es pedagógica y desarrolla su mente
siempre y cuando no sean eventos traumáticos, ni abrumadores, y logren darle contención
emocional y continuidad al muchacho, o la muchacha. De manera que padres y
madres deben cuidar de su salud mental. Empeñarse en ser lo mejor que puedan llegar a ser, de esta manera tendrán mucho más para compartir con su adolescente, y no
me refiero a las posesiones mundanas, esta no es una invitación al hedonismo,
más bien quiero decir que así se logra ser una persona más satisfecha consigo
misma, mejor compañía para los demás. Y tenga en cuenta que los hijos son los hijos, no son amigos,
confidentes, ni enfermeros, tampoco sirvientes, encargados de satisfacer todas
las necesidades emocionales de los padres, ni mucho menos son sus terapeutas,
simplemente son los hijos. Observe a su adolescente, auscúltelo, trate de
comprender su carácter, sus contradicciones y angustias, lo cual
también implica duelos para los padres, puesto que en la medida en que crece el
muchacho pierden al niño, además mientras el joven se desarrolla exige que progresivamente
acepten que se trata de persona diferente que no necesariamente cumplirá con las
metas y expectativas de los progenitores. Pero si no logra asimilar los desafíos
que plantea el adolescente porque toca temas sensibles para usted, no se
asuste, con la intención basta, para el muchacho lo fundamental es que esté ahí, necesita que lo acompañe en su duelo de la infancia y a encarar
anticipación y la incertidumbre de la adultez que vendrá. Los padres no tienen
que ser los dueños de la verdad. Ya no es un niño, pero tampoco un adulto, y,
por supuesto el adolescente lo hará recordar sus propias vicisitudes
personales, pondrá a prueba sus valores y explicaciones de las cosas. Se trata
de una relación apasionada, de manera que los padres tienen más influencia y
poder en ella de la que sospechan, así al hablarle al adolescente sienta una
intensa sensación de vacío. La mejor manera de enseñar ideales y valores es a
través del ejemplo, se trata de la coherencia entre lo que se dice y lo que se
hace. Pero, en últimas, el padre y la madre deben aprender a confiar en él, o en
ella, pues no es posible controlar todas las variables de sus vidas, y ese
sentimiento de que los padres los respetan y confían en ellos los hace
responsables, importantes, aun cuando hay necesidad de dosificar la autonomía
monitoreándola a través de la respuesta del muchacho, y su eficacia en el
mundo. Hay necesidad de permitirles cometer sus propios errores, y luego
repararlos, responsabilizarse de sus actos, pero también, hay que protegerlos,
claro, procurando que estos errores sean riesgos calculados que no lleguen a ser
catastróficos. Por último, lo que llamo “el éxito en la educación del
adolescente” es que al final del proceso, al entrar en la adultez temprana, sean
personas que vivan cómodas consigo mismas, que sean capaces de tomar decisiones
coherentes con lo que son y de acuerdo a sus capacidades y circunstancias, que encuentren cómo sacar el mayor partido de sus fortalezas, a la vez que logren encarar sus debilidades, que puedan ser autónomos, éticos, consideradas con los
demás, ciudadanos de bien.
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