lunes, 11 de marzo de 2019

De la decisión de morir dignamente



De la decisión de morir dignamente[1]

A Terencio se le atribuye la expresión “senectus ipsa est morbus”, significa “la vejez por sí misma es una enfermedad”. Con esta cita tan erudita quiero señalar que desde la bruma de los tiempos el envejecimiento y la enfermedad y la muerte han sido motivos de elucubración. Morir no es una experiencia. En la práctica, nadie ha regresado a la vida para narrar su recorrido personal a lo largo del trayecto completo de la defunción. Jamás ha revivido el polvo que yace allí, y que alguna vez fue el cuerpo de una persona. El morir es una inferencia que parte de verse reflejado a sí mismo en el fallecimiento de otra persona e, incluso, de la mascota, después de todo, ha sido objeto de amor y se le prodigaron cuidados durante años. Así que el vivir corriente está lleno de signos premonitorios que llevan a concluir que algún día llegará el momento definitivo.

Pero también esta sentencia latina me sirve para señalar que no han cambiado los conflictos esenciales del ser humano, lo que progresa es la tecnología y la manera de pensar acerca de las cosas. Hay quienes se alivian con el honor que pueda haber en ciertas muertes, me refiero a los mártires, entonces el sobreviviente se alivia con que el difunto se realza, fallecer le da excelencia y gravedad, autoridad y preeminencia. Para otros pensadores, en cambio, la muerte es indigna, indecorosa, injustificable, carece de mérito alguno porque el único requisito para morir es vivir. Expirar es un evento biológico inherente a la condición humana ineludible, somos primates, formamos parte de la diversidad de la vida sobre la Tierra.

Pero también consuela pensar que el difunto no sufrió, quizá por eso es tan importante el buen morir. Gramaticalmente, la expresión ‘morir dignamente’ es un oxímoron, pues está conformada por palabras de significados opuestos que juntas crean un nuevo sentido. Morir dignamente se refiere al derecho fundamental que forma parte del derecho a la vida y de proteger y respetar la autonomía y la dignidad del paciente con enfermedad terminal, con consentimiento libre e informado, y no solo se refiere al homicidio por piedad, también abarca las alternativas del cuidado paliativo y el derecho a renunciar al tratamiento.

La resolución 1216 de 2015 reglamenta el derecho a morir con dignidad. Se expidió en cumplimiento de la orden expresa de la Corte Constitucional en la sentencia T-970 de 2014 y C-239 de 1997. Prolongar la vida cuando el paciente afligido no lo desea se considera trato cruel e inhumano, una anulación de la dignidad y la autonomía del sujeto moral, sea niño, adolescente o adulto. Y mientras redacto esta columna se legisló en Colombia la voluntad anticipada. De manera que, apreciado lector, si usted puede ahora leer este escrito y le interesa este asunto, quizá sea un buen momento de firmar la voluntad anticipada. Para que el documento se considere válido se requiere que el firmante tenga pleno uso de sus facultades mentales. Mañana no se sabe. Llegado el momento, un comité interdisciplinario verifica que los criterios legales se cumplan, y al autorizar el procedimiento designa al médico encargado de realizarlo. Claro que también, por el otro lado, existe la objeción de conciencia del doctor, emana de la sentencia de la Corte C-355 de 2006 en relación con el aborto.

Arnaldo Meneses, un connotado abogado peruano, me sorprendió en una ocasión cuando me explicó que es avanzadísima nuestra legislación en este campo, si se compara con la de otros países del subcontinente. Pero todo es relativo. En otra oportunidad, comentando estos temas con Elena Bonett, directora de médica del laboratorio farmacéutico Lilly para la región de Francia, Holanda, Bélgica, Argelia, Marruecos y Túnez, la conversación desembocó en que si bien es enorme el progreso de nuestras leyes en esta campo, también es cierto que todavía hay un espacio enorme para avanzar más en este sentido, si se comparan con la legislación de países como Holanda y Suiza, por ejemplo.

De modo que hoy en día se puede entrar en contacto con la Fundación Pro Morir Dignamente. Apoya, protege y difunde este derecho según las creencias del paciente y la legislación colombiana. En su página web encontrará acceso a información variada y a bibliografía, junto con actualizaciones y educación continuada sobre este tema, al igual que conexiones con organizaciones internacionales. Además la Fundación ofrece asesoría a pacientes y familiares, junto con orientación en la toma de decisiones y acceso a grupos de apoyo.

Está establecida la ruta para el derecho a una muerte digna. Incluye una voluntad expresa del paciente, la valoración del médico tratante quién informa acerca de las alternativas: prolongar la vida, la limitación del trabajo terapéutico, las posibilidades del cuidado paliativo y la muerte anticipada. Conocer alivia. Averiguar y entender ponen en orden los pensamientos y los sentimientos. Tranquiliza hablar con la familia, con los amigos, con la comunidad religiosa si es creyente. La compañía es invaluable. Pensar y trajinar sobre estos temas ayuda a descubrir y elaborar las propias creencias y concepciones acerca del morir.

Pero, en todo caso, la teoría es muy distinta de la práctica. Es imposible vacunarse contra la adversidad. Además, aun cuando pueden anticiparse muchas consecuencias de las decisiones, otras se mantienen impredecibles. Conversaba el otro día con Luz Kelly Anzola, prestigiosa médica nuclear, acerca de que cuando se es rico en salud y juventud suena razonable fijar una posición personal drástica acerca del morir. Pero el hábito de vivir es tenaz. A la hora de la verdad la perspectiva cambia. Todo se ve desde un ángulo muy distinto cuando se está ante el ser querido terminal o cuando se es el paciente agonizante. Es curioso. Tememos a nuestros muertos a la vez que los queremos. La cercanía del final modifica todas las prioridades.

Y para regresar el asunto de las elucubraciones universales acerca de la inminencia de la muerte, según Ricardo Soca el sustantivo ‘difunto’ viene del adjetivo latino ‘defunctus’ que se empleaba para referirse a quien por fin saldó una deuda. Fue la Iglesia Católica quien empezó a utilizar este vocablo como eufemismo para referirse al cadáver.

Santiago Barrios Vásquez
Médico, Psicoanalista
Miembro Titular, Sociedad Colombiana de Psicoanálisis





[1] Este texto se publicó originalmente en Epicrisis, el órgano de difusión del Colegio Médico Colombiano.

Cuando los hijos de vuelven los padres de los padres



Cuando los hijos se vuelven los padres de los padres[1]

La eterna juventud es una aspiración tan antigua como la humanidad. La medicina moderna ofrece tecnología para diagnóstico y tratamiento, junto con la salud pública y la prevención, el avance del conocimiento biomédico y sus aplicaciones prácticas han aumentado la expectativa de vida hasta el punto de que la edad máxima teórica en la actualidad se estima en ciento veinticinco años. La población mayor de sesenta tiende a crecer por todo el mundo, en especial en los países más desarrollados, claro está. Un estado de cosas que también plantea un dilema ético: un grupo enarbola la idea de que la longevidad es un logro y es legítimo que la inmensa mayoría viva todo lo que más se pueda; mientras que otro sector argumenta que no es natural tener una vida tan larga, por un lado, implica desafíos para los gobiernos y los sistemas de salud por los costos y exigencias del cuidado del paciente geriátrico y además consideran la longevidad un atentado contra el equilibrio frágil de la ecología de nuestro planeta.

La vida tiene límite. Los telómeros, las secciones terminales de la doble hélice de ADN, se comportan como reloj que limita la división celular. La telomerasa, enzima que interviene específicamente en la replicación de estas regiones, reconstruye de manera incompleta el telómero durante la replicación, de modo que en condiciones normales este proceso solo puede darse un número finito de veces. Las células cancerosas son las únicas inmortales. Así que el elíxir de la eterna juventud es una quimera, y, aun así, no falta el charlatán asegurando que vende a cambio de una módica suma el jarabe, la crema o el emplasto que él mismo prepara con una fórmula secreta y milenaria, orgánica y natural, sin efectos adversos y de eficacia comprobada.

No existe la vejez sana. El riesgo de enfermar aumenta con la edad, pues el envejecimiento es los cambios degenerativos en todos los sistemas del cuerpo, cambios subrepticios que empiezan desde que se completa el crecimiento y el desarrollo. Vivir tiene consecuencias. Sería inagotable enumerar en este momento las maneras en que se presenta este proceso inexorable y progresivo. En el sistema nervioso, por ejemplo, se manifiesta tanto con cambios cognitivos, tales como los que se asocian con la demencia senil, como con alteraciones de la motricidad, este es el caso del Parkinson, y en el sistema cardiovascular las incidencias de la hipertensión arterial y el infarto son mayores cuanto más avanzada es la edad; pero también hay alteraciones osteomusculoesqueléticas y cambios en los órganos de los sentidos, como en el caso de las reducciones en la agudeza visual y la audición, mientras que los sistemas inmunológico, digestivo y genitourinario también se deterioran, sin olvidar los cambios en la piel y las faneras, solo para mencionar algunos aspectos de este proceso fisiológico. Incluso, con el paso de los años, se hace más probable tener alguna forma de cáncer. Gabriel García Márquez se refería a esta etapa como ‘el basurero de la vejez’.

A lo sumo que puede aspirarse es a envejecer bien. Lo que se busca es adaptarse a las limitaciones que la condición humana impone: tratar las enfermedades según vayan apareciendo por el camino de la vida, manteniendo hasta donde se pueda la autonomía, junto con los vínculos emocionales. Y no solo me refiero a que la solución para la vejez es la vida pareja, pues envejecer acompañado, en el sentido romántico de la expresión, también tiene sus complejidades. Aludo a que envejecer bien supone permanecer en relación con el mundo y sus habitantes: las relaciones familiares, los amigos, las actividades como el trabajo, en ciertos casos, y en general una capacidad de goce y satisfacción. Me refiero a la habilidad de adaptarse a las circunstancias cambiantes, lo cual demanda elaborar los duelos ante los avatares que supone entrar en esta época de la vida. Sabiduría es la capacidad de confesar que se ha vivido.

Y solo la salud mental, por la capacidad de duelo y de aprender a partir de la experiencia, hace posible envejecer bien a pesar de las malas noticias que siempre trae esta etapa. No solo se trata de la pérdida de la salud y de la vitalidad, de los cambios que se ven todas las mañanas en el espejo del baño ni de que envejecer es como entrar en un túnel puesto que muchas decisiones ya se tomaron, no queda tanta libertad de maniobra como antes. Toda la familia entra en duelo al percibir las transformaciones cada vez más evidentes que anuncian el envejecimiento de los padres. La capacidad de encarar los hechos tozudos, cosa que no siempre es fácil, lleva a que se modifique la dinámica familiar. Los hijos se vuelven los padres de los padres. Una nueva situación en que se encargan del cuidado y de la protección de los viejos, contrario a lo que pasaba antes, cuando los padres eran los padres de los hijos. Es toda una transformación en la mentalidad familiar, ya que los hijos adquieren la capacidad de asumir su responsabilidad generacional mientras que los padres acceden a entregarles la nueva posición de adultos responsables. Claro que también hay que considerar que existen personas que afrontan solas la vejez. El anciano aislado y desamparado está en desventaja.

Envejecer bien es un estilo de vida. Hay que cuidar del cuerpo: mantener un peso adecuado, ejercitarse, evitar el tabaco y otras adicciones, cuidarse del sol, hacer revisiones médicas periódicas para identificar y corregir factores de riesgo, eso sin mencionar la disciplina que demanda hacer tratamientos oportunos, tratamientos que con frecuencia implican complicaciones y efectos adversos. Pero también hay que tener resuelta la situación financiera: de qué se va vivir en los años dorados y cómo se van a cubrir los costos de la salud. La jubilación es el reposo antes del reposo eterno, asunto que preocupa al mundo entero: cada vez hay más ancianos y la vida es más larga, lo cual supone unos costos impagables.

Otra consecuencia de la longevidad y el progreso es que la poligamia secuencial se ha vuelto común: es frecuente que las personas tengan varias parejas durante sus largas vidas, incluso más de una familia, y, por supuesto, múltiples sociedades conyugales. Es mejor que todo quede claro. Esta es una actitud conciliadora y amorosa, después de todo el derecho de familia ya está inventado y los protocolos de familia existen. El problema de la muerte es de los vivos.

De modo que envejecer lo afecta todo: la salud física y mental, la situación material y la productividad, el sistema de salud, la industria que gira alrededor de la salud y el Estado. Este es un proceso psicosomático que se descubre en la relación consigo mismo y con los demás, de modo que sí es posible envejecer bien. Muchos tratan a los viejos con condescendencia y comprensión, con respeto y admiración, con curiosidad y ternura, pero también existen casos ignominiosos de abandono, abuso, explotación y humillación. La familia y la sociedad se encargan de sus ancianos hasta el último día, en condiciones ideales, claro.

Santiago Barrios Vásquez
Médico, Psicoanalista
Miembro Titular, Sociedad Colombiana de Psicoanálisis




[1] Este texto se publicó originalmente en Epicrisis, el órgano de difusión del Colegio Médico Colombiano.