lunes, 4 de marzo de 2013

Infidelidad


Convencidos de que el fin justifica los medios, por vergonzosos que sean, los infieles, hombres y mujeres por igual, así como heterosexuales y homosexuales, siguen con sus vidas de vértigo llenas de límites y de restricciones siempre alerta a no contradecir la penúltima versión de la realidad, preservando la desesperada ignorancia del engañado. Alentados por la extravagante felicidad de lo prohibido, guiados por la desaforada esperanza de volver a encontrarse, siempre los amantes presienten el viento de la desgracia, el final, o, peor, ser descubiertos ya de regreso al hogar legítimo con el fuego de un único amor en los ojos, claro, del amor extramatrimonial. Los seres humanos están destinados a grandes luchas, espléndidas o secretas, llevan la elegante esperanza de ser felices en pareja, uno de los mayores y mejores placeres de la vida, al menos para los que han conocido la maravilla del sexo con amor.

Las pasiones son esencialmente judeocristianas, eso ya lo sabemos, no quiero entrar en discordias heréticas, pero sí, definitivamente, planteo que la infidelidad es el reflejo de  problemas sentimentales en las parejas. Los pensadores de Hollywood ya han producido innumerables películas sobre este tópico, que, por lo general, terminan en desgracia con castigo ejemplar para el réprobo, me refiero al infiel. Parecería que la preocupación de ellos siempre es el desenlace de la historia. En cambio, el cine europeo se ocupa en especial del drama que hay detrás de estas historias, se interesa más por el cómo se llega a ser lo que se es, aspira a comprender, incluso a aceptar las limitaciones humanas. La infidelidad se presenta con frecuencia, no obstante todos los factores para la pareja ser próspera y exitosa, y surge cuando va a menos. De modo que me parece constructivo darle a este asunto un enfoque sindromático: se trata de conductas que se manifiestan en muchas situaciones, es la consecuencia de los problemas de pareja, no la causa, así que el tratamiento se dirige a las dificultades conyugales, no a las manifestaciones externas.

Todo sugiere que es una trasgresión al pacto sinalagmático de exclusividad de la pareja. Y esta es una definición bastante vaga. Resulta que podría haber desde una infidelidad mental, es decir una nostalgia por otra persona, una cierta añoranza, así nunca se cristalicen esos amores escondidos, así solo sean romances virtuales que se sostienen en las redes sociales en la Internet, por ejemplo. En cambio para otros solo el coito la indica. De manera que un beso apasionado o el sexo oral no la configurarían. Incluso, otros más afirman, con seriedad y convicción, que solo hay infidelidad cuando el amor y el sexo se combinan, de modo que si solo se trata de sexo, como en el caso de un encuentro casual, aislado, sin ton ni son, casi sin saber el nombre del otro, no habría afrenta. En este caso, el sexo mercenario, con prostitutas, verbigracia, no sería infiel. Pero también hay quienes son románticos, sentimentales, responsables, serios, personas que mantienen relaciones extramatrimoniales estables y duraderas, porque en la casa no los aprecian, les hace falta ternura y comprensión. No se trata de amores brutos, mucho menos de un arrocito en bajo, como dicen en el Caribe colombiano. Más bien, por el contrario, lo consideran un merecidísimo descanso de sus abnegadas y prolongadas responsabilidades conyugales, un refugio de las meditaciones profundas que agobian al hombre de mundo, o a la señora sedienta de romance. En todo caso, una brisa indispensable para refrescar el hogar, y mantener el equilibrio doméstico. En suma, tal como suele suceder con los asuntos humanos, siempre es posible legitimar las cosas, siempre habrá una explicación razonable para todo.

En el inconsciente hay toda suerte de mecanismos que explican la infidelidad. Van desde la perversión, como en el caso del donjuanismo y la ninfomanía, o la fascinación por el sexo en grupo, el simple deleite de la cacería, la cacería como deporte, y la disociación madona prostituta, como cuando el señor requiere de al menos dos compañeras: una es de fiar, con ella es posible tener hijos, compartir las responsabilidades y el peso de la existencia, el sexo es respetable, higiénico, esporádico, habitualmente en posición de misionero, se trata de un lago apacible que reconforta de las presiones de la cotidianidad; en cambio la otra es lo opuesto, con ella es posible realizar todas las fantasías sexuales más inusitadas, además ella no inspira respeto, incluso, puede haber algo de degradación, pero es una tempestad en la cama, un mar embravecido sin un minuto de tranquilidad. Además existen otras posibilidades. Amar supone confianza, tolerar la incertidumbre, aceptar la inocencia y la buena voluntad del otro. Exige entregarse al ser amado. Ser vulnerable frente al otro. Necesitar con serenidad y madurez. De manera que amar también es una experiencia que para algunos llega a ser aterradora. Esta sensación se llama terror a la intimidad. De manera que la infidelidad en estas circunstancias se vuelve una suerte de válvula de escape que libera del agobio de la exclusividad. Permite sobrellevar la gran paradoja: la necesidad de amar y ser amado, a la vez que soluciona el terror a amar y ser amado. Para otros, en cambio, la infidelidad es una manera de completarse, de gratificar las necesidades emocionales descubiertas. Incluso para algunos más, la infidelidad es una suerte de venganza secreta en la que se da rienda suelta a la agresividad y al resentimiento, como por ejemplo, cuando un infiel es descubierto, y su pareja también toma un amante, para igualar las cargas, además el corneado no tiene autoridad moral, ni siquiera debería preguntar. Un recurso que también es pedagógico, como con la idea de que el infiel aprenda lo que duelen los cuernos. Un escarmiento que sería más severo si le es infiel con alguien que conozca el que ya ha sido infiel.

De manera que este asunto tiene muchos matices y funciones psicológicas. No es tan elemental como simplemente afirmar: “los hombres no son de fiar, pecan hasta sin querer”, o decir “la infidelidad de las mujeres es muy peligrosa, ellas mienten mucho mejor que ellos”. Hay teóricos que han escrito voluminosos tratados con recomendaciones para porfueriar de manera segura y discreta. Como quien dice, ya que decidió entregarse a la zozobra de las razones prohibidas, por lo menos hágalo bien. La mayoría de ellos empiezan por recomendar el uso del condón, con la finalidad de evitar embarazos indeseados, pero sobretodo, de evitar el contagio de enfermedades de transmisión sexual. Por otra parte, los teléfonos celulares han facilitado enormemente la comunicación, en especial entre los amantes, claro, pero no hay que perder de vista que esos aparatos infernales mantienen registros de la historia de su uso, se trata de bitácoras que archivan toda clase de información sobre la operación del aparato, de manera que allí hay una fuente inagotable de información sobre actividades ilícitas. Incluso de los mensajes de texto -un invento que transformó el mundo entero, y le dejó cantidades enormes de dinero a los operadores de las empresas de telecomunicaciones-, son peligrosísimos, porque al borrarlos quedan huellas electrónicas durante varios días. Los teléfonos inteligentes disponen de sistemas de mensajes gratuitos y globales, que amplían las posibilidades comunicativas a las parejas clandestinas, pero también aumentan el riesgo de los rastros cibernético. Y qué decir del resto del universo virtual, de la Internet y sus servicios, a donde es tan fácil abrir una cuenta de correo electrónico, o en una red social. Solo hay que ser precavidos con las claves de acceso, que como se sabe, siempre es mejor que sean combinaciones de letras mayúsculas y minúsculas, intercaladas con números, además de configurar el computador para que nunca las recuerde, y siempre que salga de su cuenta furtiva, no olvide cerrarla.

Y para el mundo real también hay recomendaciones. Si va a salir a un lugar público, asegúrese de no hacer cosas extraordinarias, excesivamente llamativas, que sea fácil explicar su presencia en ese lugar, a esa hora y con esa persona. En todo caso, siempre serán más seguros los lugares privados, lejos de los ojos curiosos. Porque, así usted no sea una celebridad, es muy fácil seguir su rastro, solo se requiere la motivación para hacerlo, por ejemplo, una persona que sospecha que su pareja está porfueriando. Incluso hay empresas de detectives que se especializan en líos de faldas, como suelen llamar a estas situaciones en el ambiente de la inteligencia militar. En todo caso, desde los tiempos de Alejandro Dumas se dice que cuando un hombre se sale de la habitualidad, es posible, incluso probable, que haya otra mujer que explique el cambio.

Los lapsus, los errores, las equivocaciones y otras ligerezas que hacen que el engañado descubra la infidelidad, no son accidentales, por el contrario, son actos que comunican, que expresan malestar, resentimiento, ira, en fin. De manera que siempre es mejor decir las cosas antes de llegar a estos extremos oprobiosos. La infidelidad es un síndrome, ya dijimos, una manifestación de los conflictos de pareja. Un evento que se presenta cuando no se tiene la sabiduría para manejar el paso inevitable del enamoramiento al amor maduro. Pero no es un suceso inexorable, ni mucho menos generalizado, hay muchas parejas que logran tener éxito sin ser infieles. Y es posible timonear la relación de pareja a través de las aguas turbulentas, y muy peligrosas, de la rutina de hierro, a través del diálogo. Tratando de expresarse  libre y espontáneamente con la pareja, partiendo de la base de que las personas siempre se quejan con sinceridad, es posible reparar muchas cosas. Además, la psicoterapia individual, la de pareja y la de familia son alternativas que abren espacios constructivos para ordenar pensamientos y sentimientos, en lugar de proceder directamente con la infidelidad. Una conducta que lastima a la pareja, a la familia, incluso al amante, y además es una manera estéril de sobrellevar la soledad.

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