jueves, 25 de febrero de 2016

La Internet y el papel impreso


No deja de sorprenderme el poder de la palabra. Al emplearla alivia, simboliza, elabora conflictos mentales, organiza sentimientos, coordina ideas, repara pérdidas, cicatriza heridas emocionales. Transmite mensajes sofisticadísimos y elementales por igual. Comunica alegrías, deseos y sueños, construye proyectos, enseña, seduce, divierte. Ejercita el cerebro como alzar pesas fortalece el músculo. El hombre es el mono gramático, como decía Octavio paz.
Encuentro interesantísimo el lenguaje corriente, el de todos los días en la calle, la clínica, el consultorio, el mercado, el taxi. Me gustan los giros e innovaciones del uso común, en ocasiones tan pintorescos, de modo que las academias siempre van un paso atrás de los hablantes. Pero también me parece hermosa la jerga técnica del psicoanálisis, por ejemplo, el sustantivo ‘histeria’. Una palabra que originalmente viene del vocablo griego histera, que significaba útero, y luego llegó al latín como hystericus con el mismo sentido. Al principio este término se utilizó para referirse a síntomas mentales que se pensaban solo se presentaban en las mujeres, se relacionaron con la represión sexual de la época victoriana en Europa. En la actualidad, se refiere a las conductas que en el argot psiquiátrico se denominan trastorno limítrofe, mientras que en su acepción popular sirve para referirse a una persona temperamental, dramática, teatral, irritable. La lengua está viva, en constante desarrollo y crecimiento, los neologismos y extranjerismos la ensanchan, le dan dinamismo y actualidad, traen la globalización a la cotidianidad. De palabras está construido el universo. Son magníficos los tradicionales cultismos y los vocablos rebuscados, embellecen el idioma, le dan sonoridad, y, cuando se usan bien, sin petulancia, le dan elegancia. Eso sin mencionar las malas palabras, que le dan tanto colorido a la lengua, y aportan un efecto catártico, se trata de expresiones irremplazables.
De manera que el idioma ofrece una variedad enorme de posibilidades, de matices y de recursos para expresarse. Por eso se justifica estudiarlo, leerlo, hablarlo, usar el diccionario. Y mi muy personal opinión es que la Internet contribuye a las posibilidades comunicativas que el lenguaje ofrece. No creo que el género epistolar, ni ninguno otro, hayan muerto. Me parece más bien que los computadores ampliaron las posibilidades para redactar. Abrieron todavía más las puertas para la comunicación, aportaron posibilidades variadísimas. Incluso un decálogo de las normas de conducta en la web, lo denominaron con el anglicismo, netiqueta.
Y con un tuit diario, durante mil y un días, Héctor Abad Faciolince espera terminar su primera tuitnovela. Un cálculo aproximado en caracteres le sugirió que equivalía a casi ochenta páginas de una novela corta. Las redes sociales se convirtieron en parte fundamental de su rutina, en su cuenta de Twitter ya ha escrito más de mil tuits. Entonces tomó esta decisión con la que ha ganado todavía más lectores, la clave para el nuevo proyecto de este escritor colombiano, conocido por sus crónicas y novelas. Tres meses después de comenzar, 7.651 seguidores ya leían la tuitnovela, que hoy cuenta con 101 tuits. Para él, la escritura ha dejado de ser una obra acabada, se convirtió en un borrador. Ahora se equivoca en público, hasta cambia el nombre a sus personajes, deja que el azar escoja las líneas de su ficción.
Pero no todos los intelectuales son tan entusiastas. Mario Vargas Llosa advierte que la imparable robotización por la Internet cambiará la vida cultural y hasta cómo opera el cerebro. Nicholas Carr estudió Literatura en Dartmouth y en Harvard, y fue en su juventud un voraz lector de buenos libros. Luego, como le ocurrió a su generación, descubrió los prodigios de la revolución informática, y no sólo navegó y se valió de los servicios online, se hizo un profesional experto en las nuevas tecnologías de la comunicación, y ha escrito extensamente sobre estos temas. Resulta que un día notó que había dejado de ser lector. Su concentración se disipaba, en especial si el libro era complejo y demandaba atención y reflexión. Perdía el sosiego y el hilo, la lectura profunda se le volvió un esfuerzo. Y este parece ser un fenómeno generalizado entre los alumnos, han perdido el hábito de leer. Preocupado, Carr tomó una decisión radical: se fue a vivir con su señora a una cabaña de las montañas sin telefonía celular ni un servicio adecuado de Internet. Allí escribió el polémico libro que lo hizo famoso: en inglés The Shallows: What the Internet is Doing to Our Brains y, en español, Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con Nuestras Mentes? Sin que sea un renegado de la informática, un ludita contemporáneo que quisiera acabar con las computadoras, reconoce los aportes que servicios como el de Google, MySpace y Skype prestan a la información y a la comunicación, el tiempo que ahorran, la facilidad con que se pueden compartir experiencias, así como los beneficios que todo esto acarrea a empresas, a la investigación y al desarrollo económico de las naciones. Una herramienta fabulosa. ¿Quién negaría que es un avance milagroso que en pocos segundos, con un clic en el ratón, el internauta recaba información que hace unos años le habría exigido horas, y horas, de consultas?
Ese volumen es una reivindicación de las ideas de Marshall MacLuhan, a quien nadie le hizo caso, aseguró que los medios no solo eran vehículos del contenido, ejercían una influencia sobre éste, modificaban la manera de pensar y de actuar de las personas. En esa época se refería a la televisión, y los argumentos de Carr sugieren que semejante tesis tiene actualidad en relación con la Internet. Cuando la memoria deja de ejercitarse, se entumece y se debilita como el músculo que dejan de usarse. Una transformación grande en la vida cultural y en la manera de operar el cerebro. Así que, desde su punto de vista, no es cierto que el web sea sólo una herramienta. Un utensilio, una prolongación del cuerpo, o mejor, del cerebro, que se adapta a este nuevo sistema para informarse y pensar, pues renuncia a las funciones que el computador hace por él y, a veces, mejor que él. La inteligencia artificial no está a su servicio del hombre, por el contrario soborna y empereza el órgano del pensamiento hasta el punto de llegar a depender de ella. ¿Para qué estudiar si todo está almacenado en la Internet, la mejor y más grande biblioteca del mundo? ¿Para qué concentrarse y poner atención si pulsando un par de teclas los recuerdos regresan de las entrañas de la máquina?
Por otro lado, el profesor Joe O’Shea, filósofo de la Universidad de Florida, es entusiasta de la Web. Afirma que leer un libro de cabo a rabo es un sinsentido, no es buen uso del tiempo, ya que es posible tener toda la información disponible a través de la Red, de manera que cuando se es un cazador experimentado en la Internet los libros se vuelven superfluos. Pero no solo se lee para informarse. Uno de los estragos que causa la adicción frenética al universo virtual es que los alumnos ya no leen libros enteros. No necesitan leer Crimen y Castigo, ni Ulises, picotean información en los computadores, sin hacer esfuerzos largos de concentración, se han condicionado con ese mariposeo cognitivo en la Red, quedaron vacunados contra la atención y la reflexión, contra la paciencia y el abandono al leer, la única manera de gozar de la gran literatura. No solo eso, toda obra gratuita, no subordinada, queda a fuera del conocimiento y la cultura que propicia la Web. Sin duda la Internet almacena con facilidad a Proust, Homero, Kant y Platón, pero difícilmente sus obras tendrán lectores. ¿Para qué leer esos libros completos si en cualquier buscador puede encontrarse una síntesis sencilla, clara y amena?
Vargas Llosa leyó el libro de Carr de un tirón, y quedó fascinado, asustado y triste. Tal vez aquí haya exageraciones, como suele ocurrir con los argumentos que defienden tesis controvertidas. En todo caso, la revolución informática apenas empieza. Cada día surgen nuevas posibilidades. Y esa cultura reemplaza a la antigua, un cambio inquietante si al confiar a los computadores la solución de todos los problemas cognitivos, se reduce la capacidad mental para construir estructuras estables de conocimientos. Este es un llamado de atención que seguramente no será escuchado, la robotización de la humanidad en función de la inteligencia artificial es imparable.
En cambio Umberto Eco tiene ideas menos fatalistas a este respecto. Insiste en que los reportes acerca de la muerte de los libros y las librerías, a manos de las tabletas, los computadores y otros lectores electrónicos, han sido exagerados. Y rara vez se dice que si las casas editoriales dejaran de publicar, surgiría un próspero mercado para volúmenes antiguos, y los puestos callejeros, el único lugar donde podrían encontrarse, disfrutarían de una nueva vida. Este debate se inició hace más de 30 años, con el uso generalizado del primer computador personal. Y la llegada del lector electrónico de libros generó renovadas inquietudes. Aun cuando defender la idea de un buen porvenir para los libros no implica negar que ciertas obras, por ejemplo, de referencia, son más fáciles de cargar en una tableta, o que las personas con defectos visuales puedan leer con más comodidad un periódico en un aparato electrónico que les permita aumentar el tamaño de la fuente del texto, o que ya no hay necesidad de cargar libros pesadísimos. Tampoco aseguraría que la versión en papel de El Amor en los Tiempo del Cólera es más rica y divertida que la electrónica. Pero concuerdo con Eco en que sí lo es, sin embargo los gustos varían. Hay una gran diferencia entre la experiencia de sostener y hojear un libro, y la de leer la misma obra en una pantalla. Incluso si admitimos que hay quienes sienten placer con tales cosas, siempre habrá entusiastas manteniendo un próspero mercado de libros. Si ciertos libros desechables, algunos bestsellers y de autoayuda, horarios de ferrocarriles y colecciones de chistes, desaparecieran de las librerías y vivieran sólo en los lectores electrónicos, mejor. Piense en todo el papel que se ahorraría.
Los libros tendrían una larga vida, en la forma de volúmenes que fueron impresos hace más de 500 años y se encuentran aún en excelentes condiciones, igual que los pergaminos que han sobrevivido 2.000 años. En contraste, no tenemos prueba de que un medio electrónico pueda persistir en la misma forma. En el lapso de 30 años el disco blando, o floppy, fue reemplazado por un disco más pequeño de cubierta rígida, que a su vez fue sustituido por el CD, y luego por la memoria USB. Ningún computador construido hoy en día lee los medios magnéticos de los años 80, así que no sabemos si lo que fue escrito en determinado disco duraría digamos 500 años. Es mejor anotar las memorias en papel. En las librerías del pasado, cualquiera que entrara a curiosear era enfrentado por alguien que exigía saber qué deseaba. El desconcertado cliente, intimidado, se retiraba de inmediato. Ya no es así. Ahora es más alentador visitar las librerías, es posible sentarse durante horas y hojear todo lo que se quiera. Tal vez si los lectores electrónicos van a absorber el mercado disponible de libros, las librerías quizá servirán para algo: podrían convertirse en lugares para buscar el tipo de libros que no se desechan.
Finalmente, razonó Eco, a lo largo del tiempo, ha habido muchos ejemplos de innovaciones que amenazaron con reemplazar a sus predecesores, pero no lo lograron. La fotografía no ha liquidado la pintura, a lo sumo ha desalentado los paisajes y los retratos, mientras ha promovido el arte abstracto. El cine no ha acabado la fotografía, ni la televisión ha matado el radio. Así como los trenes coexisten con los carros y los aviones. De modo que tal vez el futuro sea de ambos. Mañana se seguirá leyendo en papel y en pantallas, lo cual, podría llevar a un incremento astronómico en el número de gente que aprenda a leer. Y eso es progreso.
En conclusión, la escritura es una actividad llena de vida, de cambios, matizada por una estrecha relación con los lectores, gracias a la Internet. Ha permitido un acceso al público de una manera mucho más amplia y abierta. Y me parece drástica la idea de que cuanto más inteligente el computador, más tontos seremos. Además lo virtual no siempre es pasajero, también ofrece alternativas para la posteridad. Luego de la masacre de Virginia, en la que murieron 32 personas a manos de un tipo armado que les disparó en la Universidad Tecnológica, los perfiles en Facebook de los fallecidos se inundaron de pésames y recuerdos. Entonces la red social cambio su política. Ahora, cuando muere un usuario, existe la opción de llenar un formulario para que su perfil se transforme en un mausoleo virtual y sus amigos puedan rendirle homenaje. Quien informe sobre la muerte deberá saber el nombre y el apellido del propietario de la cuenta, su fecha de nacimiento, el correo electrónico que usaba para conectarse, así como informar y comprobar la relación que tenía con el difunto. Entonces se borra la información más sensible, como las actualizaciones de estado, además, automáticamente, se restringe el acceso al perfil sólo para los amigos, para algunos podría ser la única posibilidad de honrar a un ser querido que ya no está. Y en caso de que  algún familiar lo solicite, la cuenta podrá cerrarse, a algunos les puede parece irrespetuoso vivir un luto en línea.
En este mundo ancho y ajeno hay espacio para la Internet y el papel impreso. Todo depende del público al que se quiera llegar. Para mí es un desafío redactar un blog, de la misma manera que lo es escribir un artículo para una revista de difusión, una científica o una académica. El papel ofrece una experiencia peculiar, sin duda, pero los eBooks, las redes sociales y las otras formas de publicación virtual son instrumentos cuya potencialidad está por explorarse. En la Red es posible encontrar escritos complejos y trascendentales, como también banales y malos. De hecho, recientemente la administración de la Enciclopedia Británica tomó la decisión de acabar con su versión impresa para entregarse, exclusivamente, a su portal en la Internet. De igual modo, la tradicional y muy respetable revista Newsweek dejará de circular en papel a finales de este año, solo aparecerá en la Web.

Sobre estética literaria


Hace unos días entré a Facebook. En el correo encontré solo un mensaje, era de Alonso Sánchez Baute, contenía el enlace a la columna de Julio César Londoño sobre el escritor que busca su propia voz, aquella persona que necesita construir su identidad literaria para sentir que realiza su destino, link que Jorge Franco también pegó a su muro, y que además contenía anotaciones sobre cómo la estética era variable, pasajera, un recurso pedagógico, no la meta en el viaje del autor.
En ese mismo día encontré en mi correo electrónico el anuncio de la nueva columna de Ricardo Soca sobre la revolución lingüística que se avecina. Su premisa era que los ajustes ortográficos que la Academia Española viene poniendo en práctica son precisiones sobre normas que ya llevan años de vigencia, así que no hay tales novedades, tan solo pretende eliminar zonas dudosas de la ortografía, una corrección de códigos que nada tiene que ver con transformaciones de fondo en el idioma. Considera que promover las ventas de La Nueva Ortografía de la Lengua Española, que aparecerá en el mercado el 28 de noviembre en Guadalajara, es la motivación principal para el gran despliegue publicitario en los periódicos, que como cualquiera necesitan vender para sobrevivir, y la Real Academia tampoco es la excepción a las exigencias del capitalismo. La lengua viva pertenece a sus hablantes, por ello cambia permanentemente, mientras las academias nada pueden hacer, aunque lo intenten, así que en la escritura las autoridades lingüísticas solo acatan las decisiones de los usuarios consignándolas en diccionarios y gramáticas, ya sea que la ortografía se mantiene, como en el caso del francés y el inglés, o que cambie periódicamente, como en español. Así que se trata de pequeños ajustes, de esos que la docta casa aplica de vez en cuando desde hace trescientos años. Eliminar la ’ch’ y la ‘ll’ se refiere a que estos dígrafos ya dejaron de existir en los diccionarios, ahora simplemente se incluyen dentro de la ’c’ y la ‘l’; suprimir la tilde diacrítica de los demostrativos, ‘este’, ‘ese’, ‘aquel’, ‘esto’, ‘eso’, ‘aquello’, así como de ‘solo’, en su forma de adverbio y de adjetivo, es una tendencia con más cincuenta años de tradición, y por supuesto, una medida razonable, al igual que llamar ‘ye’ a la ‘i griega’; también en ese libro se recomienda emplear la forma ‘cuórum’ en lugar de ‘quórum’, de acuerdo con la premisa académica de ajustar la ortografía a la tradición española, y la ‘o’ después de ‘qu’ no está en ella desde el siglo XVIII, algo semejante al cambio de la ‘q’ por la ‘k’ en ‘Irak’, pues en español no existe la ‘q’ al final de las palabras; además indicar que el prefijo ‘ex’ vaya unido a la palabra es coherente con la norma de la Nueva Gramática de la Lengua Española, solucionando la confusión con respecto a que también puede verse separado o con guión interpuesto; por último, la supresión de las tildes en palabras como ‘guión’ y ‘truhán’ hace que dejen de ser bisílabas ajustándolas a la pronunciación monosilábica propia de la península ibérica.
Estoy de acuerdo con Soca en que la lengua es de los usuarios no de las academias, mucho menos de los académicos, también concuerdo en que los cambios que trae esta nueva obra de ochocientas páginas seguramente serán de forma y no de fondo, sin embargo me parece interesantísimo leer qué tiene para decir la Academia Española, como aficionado a las letras me gustaría conocer el pensamiento de los profesionales. Para escribir hay que leer. Entonces todo texto tiene contexto, como proponen los postmodernos: cualquier escrito, así sea el documento científico más riguroso, es producto de la historia personal y académica del autor, tanto como de sus necesidades emocionales. Lo importante es lograr que la forma y la esencia coincidan al hallar la mejor manera para que el escritor alcance la mayor claridad posible al expresar su mensaje, y un buen principio es escoger construcciones gramaticales y palabras orientadas en el mismo sentido del tema, sin llegar a suponer que existen vocablos prohibidos por una u otra razón. Así como en cualquier otra forma de expresión, se trata de una búsqueda sin fin que solo en momentos rarísimos de plenitud logra en verdad tocar al usuario de la obra, al lector en este caso. Así que para escribir no existen leyes universales, como lo es la gravedad, por ejemplo; no es lo mismo redactar un artículo titulado Cambios en la Expresión Genética de las Células de la Corteza Cerebral Frente a Estímulos Somatosensoriales, que un ensayo llamado La Metafísica de Kant y el Psicoanálisis Contemporáneo, una serie de libros de bolsillo denominada Culinaria Inolvidable para Finales del 2010 o una novela de nombre La Fantasía de los Casados.
Para terminar, me pareció tan interesante el tópico de la columna de Londoño que decidí escribir este blog luego de leer de nuevo su base bibliográfica: la nota introductoria de Borges para el Elogio de la Sombra, poemario que apareció en 1969, es decir lo publicó a sus setenta años cuando ya era un autor de vasta experiencia y una voz literaria inconfundible. Se trata de un texto de un valor estético abrumador, como todo escrito borgiano, y este en particular termina así: “Espero que el lector descubra en mis páginas algo que pueda merecer su memoria; en este mundo la belleza es común.”

Anotaciones sobre el lenguaje de la mente


Considere lo siguiente: el argot de la salud mental es de uso común en el lenguaje coloquial; se emplea como crítica, en el mejor de los casos, y lo más habitual es utilizarlo peyorativamente, incluso como insulto y burla. Son frecuentes expresiones del estilo de “eres egoísta, te lo digo por tu bien”, o, “eres insufrible, tenlo en cuenta para tu próxima relación”. Las personas hablan sobre el funcionamiento mental de los demás como si fueran expertos en la mentalidad del otro, tal vez con la esperanza de que con sus observaciones anticiparan conductas, controlaran la relación.
 Y me parece que este es un fenómeno único entre las disciplinas de la salud, casi sin antecedentes en el resto de la jerga de la ciencia médica. Salvo en el caso de 'gonorrea', que en su acepción coloquial sirve para maldecir al infortunio, "¡qué gonorrea, me robaron!", o también puede emplearse como sustantivo, "¡gonorrea, haga fila!". Así mismo, hay quienes insisten en que una joven angustiada y malhumorada, “está premenstrual”, y si es mayorcita, “está menopáusica”. Todo esto sin dejar de lado el uso corriente de algunas expresiones anatómicas, como: “mi marido es un güevón”, “qué película tan cula” y “mucha teta, no vio el otro carro y se estrelló”; así como otras de corte más bien fisiológico, “qué cagada, nos perdimos”. 
Pero, insisto, el universo semiótico de la salud mental es especial, y muy apetecido en la calle. Para decir, por ejemplo, que alguien es enclenque y apocado, lo llaman ‘acomplejado’; para referirse a una mujer temperamental y vehemente se utiliza el adjetivo ‘histérica’, mientras que para un señor furioso e impaciente se usa ‘neurótico’; y para nombrar a alguien que se conmueve con las cosas se dice 'bipolar'. Además para describir al enamorado disfrutando de los mimos de la amada, se diría: “es un caso de complejo de Edipo”. Por otro lado, en la comunidad, ‘manía’ es una maña, un resabio; al cabo que ‘trastorno’ es un vahído. Una mujer pudorosa a la hora de expresar sentimientos, “es frígida”, mientras ‘estrés’ significa angustia y ansiedad en especial en relación con las finanzas y el trabajo. A una persona meticulosa y ordenada, cumplida y precisa, pulcra y limpia, se le dice, “tiene un TOC, un trastorno obsesivo compulsivo”, y para nombrar a alguien que se distrae con facilidad, “tiene déficit de atención”, e incluso hasta, “es hiperactivo”. A la vez que si está insatisfecho con el trabajo afirma: “me hacen bulín en la oficina”. Sin dejar de lado, ‘bruto’, ‘idiota’, ‘bestia’ y ‘burro’, que se consideran sinónimos de ‘retrasado mental’, términos agresivos que se emplean para expresar la ira de una persona que se siente incomprendida, que no le obedecen, así como para decir que una persona le parece demasiado cándida. Y si “está alcoholizado”, le gusta el licor y la parranda, una expresión que puede utilizarse como atributo o defecto, todo depende del contexto en que se emplee este adjetivo. Por último, nada es más interesante que la vida sexual de los demás: para una mujer fácil se usa la palabra ‘zunga’, mientras que para un hombre infiel, ‘perro’.
Las palabras de la salud mental fascinan, describen la vida cotidianidad. Pero decirle a alguien que su padecimiento es psicosomático equivale a insultarlo y trivializarlo, a subestimar la importancia de sus síntomas, a llamarlo mentiroso y simulador, teatral y manipulador. Aun cuando la mente apasiona, los diagnósticos aterran. Aluden a la esencia de las personas. Temas interesantes desde siempre. Sócrates, por ejemplo, decía, “conócete”; para él la verdad estaba en el interior de cada uno, y la única manera de conocerla era a través de la reflexión y la introspección hasta encontrar la virtud que yace en el interior de cada cual, sin ser evidente. Por ‘virtud’ se refería a la habilidad, a la destreza, a la verdad personal, a lo que satisface a cada uno a su manera; al virtuosismo del pianista, por ejemplo.
Aún así, nuestro argot tiene algo especial que lo hace materia prima del sarcasmo. Pero quién decide que estas palabras sean oprobiosas. Que rara vez se utilicen para elogiar, salvo en el caso de vocablos como ‘maduro’ y ‘sano’, y en el de los extranjerismos ‘acertivo’ y ‘reciliente’, palabras que se emplean más bien como valores e ideales persecutorios. Por lo general los vocablos de nuestro oficio se utilizan en la calle para insultar y criticar, para burlarse y ridiculizar. Aluden al funcionamiento íntimo, inconsciente, violan la privacidad. Sugieren defectos, síntomas mentales, lo cual supone equivocadamente que la persona es débil, incapaz, mediocre, peligrosa, y hasta inescrupulosa. 
Ni qué decir de la voluminosa literatura de autosuperación. Pero no me malinterprete, no tengo nada en contra de la autoayuda, es solo que no he logrado publicar ni un solo libro de este género tan apreciado en la comunidad. El atractivo de estas obras está en que se refieren a la mente de una manera amigable con el enfoque gringo de hágalo-usted-mismo: “así como será un plomero, o un electricista, excelente después de leer este libro, de la misma manera podrá solucionar sus problemas mentales con solvencia”. Describen, verbigracia, “la crisis de los cincuenta, los nuevos treinta”, una situación que se presenta cuando un hombre, luego de al menos dos décadas de matrimonio estable, y con hijos, decide divorciarse para irse a vivir con una más joven. Otras publicaciones, por cierto un poco feminista, aseguran que los hombres aman a las cabronas; mientras que las mujeres que aman demasiado son bobas, se labran sus destinos infelices como víctimas de los hombres. 
Y el duelo está de moda, pero no hay sorpresa en ello, la vida implica reveces y pérdidas. Hay innumerables libros que ofrecen la vacuna contra el sufrimiento, con el mensaje latente de que entristecerse es indeseable, no hay que dejarse llevar por el sentimentalismo. Es intolerable que alguien esté triste, porque murió su mamá, ha envejecido, o un hijo se fue a vivir al exterior, por ejemplo. La gente siempre debe ser feliz. Hay que dominar los sentimientos, y tomar decisiones racionales, seguir adelante como si nada hubiera pasado. Existen en el mercado, verbigracia, obras que prometen la fórmula para superar el dolor de los cuernos y de los amores desairados. Páginas que, en suma, aseguran que quien es valeroso lucha para volver a ser feliz. Sugieren destruir los recuerdos, arrasando las memorias con ellos: proponen devolver regalos, romper fotos y cambiar la habitualidad, todo con tal de evitar pensar en el que se fue, y, por supuesto, jamás regresar a los sitios que frecuentaban; borrar los números telefónicos del que partió y desterrarlo de las redes sociales, no hay que sucumbir a la tentación de llamarlo, ni se le vaya a ocurrir hacerle inteligencia para descubrir sobre sus andanzas. Apague el radio para no oír música de plancha, pues a los despechados les parece que todas las baladas están hechas a su medida. Viaje, rompa la rutina, cambie de casa, o mejor, váyase del país, a otro continente preferiblemente. La consigna es: “supere los apegos”. También ayúdese con remedios naturales y de la industria farmacéutica, al fin y al cabo la añoranza es un desequilibrio químico del cerebro. 
En este mundo globalizado hay información de toda clase. La Internet y los medios de comunicación son fuerzas de transformación cultural que también se reflejan en el colorido del lenguaje, y fácilmente enseñan el lenguaje de la mente. Gente de todos los pelambres narra, expresa, divulga y relata. El idioma hace parte de los dolores y las alegrías, de los conflictos y los aciertos, de los resquemores y los descubrimientos científicos; así como se usa para negociar, también sirve para rezar. Con él se ama, se odia y se conoce. Todo es palabra. La palabra acompaña a la persona desde que nace hasta que muere, la única forma viable de alcanzar la inmortalidad es expresarse, al publicar, por ejemplo. 
Así que la palabra tiene significados que van mucho más allá del uso culto y del empleo profesional que figura en los diccionarios, como en el caso del lenguaje de la mental. Entonces surgen asociaciones particulares en el contexto y la historia de cada cual. Se trata de contenidos impredecibles, inconscientes. Tema que cobra importancia en la relación entre el terapeuta y el paciente, porque el psicoanalista tiene funciones que cambian según el momento trasferencial de las sesiones: hay ratos de idealización y alegría, pero también de odio y envidia, al igual que de curiosidad y deseo de reparar. De manera que el lenguaje de la relación terapéutica es dinámico, y muy particular, todo depende las vicisitudes del momento.
Soy de los psicoanalistas que piensan que es imposible pensar sin el uso de símbolos. No hay que subestimar el poder de la palabra. Así como acerca y crea vínculos, también aleja y confunde, todo depende del uso que se le dé, y de los significados que cada uno construye. El secreto del arte de hablar es, primero, escuchar, de la misma manera en que al leer se empieza a escribir. Quien se atreve a opinar sobre la mente del otro asume una posición de superioridad equivocada. Se atribuye a sí mismo una estatura moral que lo autoriza a señalar, corregir y educar. Así sea por compasión, es insultante decirle a una persona que sus creencias, valores y emociones son síntomas mentales.

Ahora un blog en pro de las palabras rebuscadas


Si se hiciera un concurso internacional para elegir La Reina de las Palabras Indigestas, Ernesto Sábato postularía 'parámetro' y Jorge Luis Borges, 'conmilitón', ¿cuál sería su candidata? Yo, por mi parte, postularía 'rebuscado', una palabra rebuscada, y muy sonsa, que tal vez significa insistir en buscar, hacerlo por lo menos dos veces; se trata de una expresión que me hace recordar la crítica implacable de la época en que redacté mis primeros textos, un vocablo innecesario que puede reemplazarse por adjetivos respetables como 'desconocido', 'infrecuente', incluso 'culto' podría funcionar. Así que supongo sería enorme la cantidad de aspirantes a ganarse este dudoso reconocimiento, y no hay que perder de vista que se trata de una valoración estética, entonces sería muy difícil elegir cual tiene méritos suficientes para ganar este premio improbable.
Y varias diatribas se han publicado en contra de las palabras rebuscadas, seguramente más que sobre las subidas de tono. Es como si existiera una policía lingüística al acecho de la más mínima transgresión idiomática, y me imagino que en aras de la eficiencia, el organismo debe estar centralizado, así que la misma autoridad que se responsabiliza de mantener al día el catálogo prohibido de las malas palabras se encarga de actualizar el archivo de las rebuscadas, so pena de que quien las use será acusado de petulante y grandilocuente, de cursi y afecto del circunloquio y el retruécano, un réprobo en todo caso.
Según entiendo, en todas las lenguas hay palabrotas así como también las hay rebuscadas, y tal vez este sea otro argumento a favor de la existencia de una gramática universal, es decir, aun cuando los idiomas son tan distintos, tienen elementos comunes hasta el punto que la plasticidad de las áreas lingüísticas del cerebro, antes de los ocho años de edad, permite que los niños aprendan cualquier idioma como lengua materna. Y el argumento estaría precisamente en que en todos los idiomas hay palabras elevadas y vulgares por igual, como si se tratara de representaciones verbales de la capacidad humana de lograr los asuntos más nobles y los más bajos al mismo tiempo, y sin conflicto aparente. Otra manifestación de las contradicciones fundamentales del ser humano.
Como decía al principio, las palabras rebuscadas se emplean de vez en cuando, es por eso precisamente que las encuentro tan divertidas, y además son sonoras, así que de ellas me agrada en especial que por su uso esporádico es posible recordar las circunstancias en que se conocieron y se emplearon por primera vez. Descubrí 'munificente', por ejemplo, hace algunos años leyendo a Carlos Fuentes, y a penas tuve oportunidad de emplearla hace poco para describir una situación plena, de entrega total, generosa, inagotable, espléndida, abundante. En cambio ‘ditirambo’ se me apareció leyendo a Mario Vargas Llosa, un sustantivo hermoso que puede utilizarse incluso para nombrar la correspondencia dirigida a la amada cuando se trata de textos mucho más incendiarios que los poemas y las modestas cartas de amor; y téngase en cuenta que las mujeres se quejan de que los hombres dejan de ser ditirámbicos en la medida en que el enamoramiento se transforma en amor maduro -¡jaj!, esta es la primera vez que encuentro a dónde emplear convenientemente esta hermosa palabra que en sentido estricto quiere decir lisonjear, adular, seducir, un término originado en los textos laudatorios latinos-, y así me sucede con otras palabras semejantes, verbigracias, ‘vicisitudes’, que me recuerda la época en que me formaba como psicoanalista en la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis, que sin ser técnica, aludía al aprendizaje a partir de la experiencia; mientras ‘obsceno’ me trae a la memoria a José Donoso.
Y qué decir de las construcciones rebuscadas. Como cuando en un almacén una señorita desconocida le dice al comprador “recuérdeme su nombre, por favor”, o en la mesa se usa la expresión “regálame la sal, por favor”, y hace poco aprendí que en fútbol se utilizan expresiones del talante de “el acrílico hepático” en lugar de “la tarjeta amarilla” y “allí dónde el carpintero puso la escuadra” en vez de “la esquina del arco”. Pero que sean expresiones altisonantes no implica que sean moralmente malas, en todo caso, detrás de ellas subyace la intención de agradar al interlocutor, de acercarlo, de explicarle, de darle familiaridad. Sin embargo la policía lingüística nunca descansa. Hasta considera nefastas las expresiones latinas, las llama despectivamente latinajos, sus detractores insisten en que son arrogantes, así que citar a Séneca puede ser muy mal visto, como en el caso de et post malam segetem segendum est, que significa “es preciso sembrar después de una mala cosecha" un mensaje aliviador que apunta a la reparación frente a la adversidad ineludible. Y en el caso de las palabras y expresiones rebuscadas, expresiones que de todas maneras hacen parte del universo semiótico de la lengua española, emplearlas aumenta las posibilidades de comunicación, da mayor versatilidad y más posibilidades expresivas porque matizan lo que se dice. El asunto está en que al emplearlas su sonido sea natural, que enriquezcan el significado, que aporten al ambiente del texto, y que no se utilicen exclusivamente para realzar la erudición del autor. Así que de nuevo, como en el caso de las malas palabras, la elección de los vocablos depende del contexto, del mensaje que quiere transmitirse, del público al que se quiere llegar, del sentido que quiere dársele al mensaje, incluso de las necesidades emocionales de quien las expresa.
Por todo esto es que para los psicoanalistas es tan importante el lenguaje del analizando. Resulta que observarlo en su forma original, sin modificarlo con otros giros gramaticales, da tanta información sobre la persona, y no solo me refiero a los aspectos sociopoliticoeconómicos, quiero decir que el uso del idioma está estrechamente relacionado con la naturaleza del conflicto que la persona lleva a la sesión y el estado de ánimo en el momento. Por otro lado, al usar las mismas palabras del interlocutor, se hace más probable que el mensaje llegue claramente, después de todo, se trata de los vocablos que ya le son familiares a la persona que yace en el diván.

Un blog en pro de las malas palabras


Las malas palabras son irremplazables. El vocabulario subido de tono aporta expresividad y matices a lo que se comunica, no solo por su sonoridad, también porque beneficia a la claridad de las ideas, además es terapéutico por el efecto catártico que produce emplearlo, la contextura física de pronunciarlo y su fuerza alivian al promover la descarga de las emociones. Tal vez por eso se emplea el superlativo 'palabrotas' para referirse a ellas, pues son evidentes, no pasan desapercibidas, ilustran, incluso son pedagógicas, se explican solas y nunca se olvidan.
Pero se toman como vulgares, como si eso fuera defecto, me pregunto qué de malo hay en que algo sea popular, como tomar cerveza o disfrutar del fútbol. Adicionalmente el malhablado aporta a la riqueza del idioma, como en el caso del vocablo 'gonorrea', que para los médicos es una infección bacteriana de contagio sexual, cuya característica es la inflamación con pus fétida y verdosa, y responde divinamente al tratamiento con espectinomicina, mientras en su acepción extrahospitalaria sirve para maldecir el infortunio, como cuando se dice "¡qué gonorrea, me robaron!" o para protestar en contra de alguien que abusa, este es el caso de "¡oiga gonorrea, haga fila!". Así que el lenguaje de la calle tiene mucha vida, precisamente porque se usa ampliamente.
Sin embargo el vocabulario soez es una familia marginal de palabras. Una autoridad anónima debió ordenar en algún momento que no debían emplearse, en especial ante los mayores y las damas, hasta el punto que en una ocasión conocí a una monja tan loca que no captaba la metáfora detrás de 'boquisucio', así que cuando sorprendía a algún niño malhablado le lavaba la boca con jabón en barra para la ropa. La prohibición de su uso hace parte de la educación, del mundo de "eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca", y seguramente por eso son tan difundidas, es más, creo que a los jóvenes les atraen porque escandalizan a los adultos, y los apasionan mientras aprenden a emplearlas de manera tolerable para la comunidad.
Así que están determinadas por la cultura, no son universales, lo que se considera vulgaridad cambia según las regiones y los países, y sigue siendo una incógnita quién clasifica las malas palabras, sobre quién recae la responsabilidad de decidir cuales lo son y cuales no, razonaba Fontanarrosa precisamente en su intervención en un Congreso de la Lengua Española. Además esa misma autoridad arbitraria en ocasiones opta por dar una amnistía a alguna mala palabra: este es el caso de 'güevón´, y prefiero utilizar su forma onomatopéyica porque así tiene más realismo y sabor a calle que 'huevón', como figura en el Diccionario de la Lengua Española, de todas maneras, se trata de un término indispensable que no puede superarse empleando 'torpe', ‘bobo’, 'necio' ni 'cándido', y que desde hace tiempo las separadas lo utilizan para referirse a los exesposos, luego esta innovación lingüística se extendió a todo el género masculino, hasta el punto que ahora para muchas mujeres es simplemente otro sinónimo de 'hombre', perdiendo para siempre su carácter soez; hasta que por último surgió 'güevi', una derivación cuyo significado queda a mitad de camino entre su drástica forma original y los eufemismos inofensivos, y hasta puede emplearse con cariño.
En suma, aquí no se trata de hacer una defensa decidida de las malas palabras. En todo caso debe tenerse en cuenta que es agotador un discurso sin finalidad médica que gira alrededor de alusiones a las funciones digestiva, urinaria y reproductiva, utilizadas solo por sus efectos dramático y hostil, ya que el uso estrecho del vocabulario es extenuante para cualquiera. Este blog solo propone un cese de hostilidades contra las malas palabras, tan útiles en ciertos contextos.

De la lengua española


Almorzaba Andrés en un restaurante de comida rápida, cuando llamó su atención una morena que casi rebosaba la camisa de escote insoslayable y calzaba ceñidísimo bluyín que confluía, a la usanza de Peter Pan, entre elocuentes botas negras. Desfilaba. No solía hacer castin, ni detallar desconocidas, pero esa mujer era un prodigio de la naturaleza. Y, al pasar frente a sus ojos románticos, descubrió sus delgadísimos tacones altos y metálicos, junto con la inscripción bordada en el bolsillo trasero izquierdo donde podía leerse I love you con nitidez, a pesar de la distancia, la cadencia de sus caderas caribeñas y la miopía que lo acompañaba desde hacía un par de años. Todo sucedía mientras Andrés esperaba, parado frente al mostrador, la adición de kétchup que sazonaría su enorme hamburguesa preparada al carbón acompañada de papas a la francesa, hidratadas con cerveza holandesa muy fría. Ella se llamaba Jenny, y él todavía no lo sabía.
En cambio a mí, al leer esa inscripción bamboleante y alentadora, se me ocurrió redactar este blog sobre el placer de relatar, utilizando precisamente esa historia de amor en construcción, como las instrucciones de un Lego, con la intensión de ilustrar varios usos de la lengua española. Se trataba de juegos lingüísticos que invitaban al lector desprevenido, y muy ocupado, a momentos de intimidad con el autor a través del placer de la lectura, así se trate de un riguroso texto científico, pues todo es digno de contarse, la perspectiva del narrador es lo fundamental, entonces tan solo quedaba redactar. Además, un escrito se asemejaba a una sesión psicoanalítica: constaba de una urgencia, es decir, de una idea central vinculada a otras periféricas, configurando un mensaje consciente y otro inconsciente, el misterio del asunto estaba en descubrirlos.
Desde aquel día, en el restaurante de comida rápida, he reflexionado sobre cómo la intensión del escrito define el vocabulario por emplear, ya que ese objetivo es la guía para elaborar un documento útil y placentero. Así que forma y contenido tienen valor, se complementan. En el caso de las aventuras de Andrés, y Jenny, el uso de anglicismos enriqueció la descripción de esa escena de amor a primera vista, y algo desesperada, que sucedió en un ambiente de tradición yanqui. Por otro lado, los extranjerismos y cultismos también eran útiles, por ejemplo, en la jerga de los oficios, como en el caso de las innumerables palabras, ahora castizas, a causa del progreso informático y la diseminación de la Internet, así mismo sucedía en el mundo de la gastronomía, verbigracia con el vocablo 'cebiche', al igual que en medicina, donde, entre otros, existe ‘baipás coronario’, y no es bluf. Así mismo, pueden emplearse neologismos, como viernestardelibre, que no es un viernes común y corriente sino uno como el que planeamos con mis amigos de colegio, con la única finalidad de despedir el 2,009.
Ah, y el vocabulario soez. Nada era más agradable que expresarse con comodidad, holgadamente. Una frase contundente como “la puta navidad”  podía sustituir páginas y páginas de descripciones engorrosas sobre el tráfico furioso, el tedio de la decoración monótona con sus colores y motivos emblemáticos, amenizados con los villancicos que por desgracia nunca pasan de moda; hasta el punto que solo el licor y la buena mesa hacían llevadera esa época del año, nostálgica de tiempos más gratos, o al menos, inocentes, de la infancia. Así que la gran variedad de palabras, las hacía herramientas valiosísimas a la hora de construir textos.
Hasta aquí esta digresión sobre la vida de los vocablos, para regresar a las aventuras de Andrés y Jenny.
Luego de unos segundos eternos de zozobra con dolor abdominal, sudor en las manos y la convicción de que si perdía esa oportunidad jamás volvería a ver a esa diosa silvestre, él venció su timidez,  y finalmente descubrió el nombre de ella. Esa misma tarde se hicieron amigos en féisbuc y luego, con el tiempo, novios, puesto que eran solteros sin hijos. Entonces transcurrieron meses de tranquilidad y felicidad para ellos sin anécdotas dignas de recordarse, se sabe lo desabridas que son esas relaciones de pareja. Y decidí no decir nada más a este respecto porque si bien la economía de las palabras suponía expresarse con tantas como se requiera, la capacidad de síntesis tenía importancia; además dosificar la información era crucial, como el escote de Jenny: tan definitivo lo que revelaba, como lo que ocultaba.
Sucedió un día que ella fue a pasar las vacaciones de Navidad en la isla caribeña donde vivían sus padres. El creyó desfallecer sin verla, no lo invitaron al viaje puesto que no había suficiente confianza como para que compartieran esas fechas. Como es natural, le urgía enviarle un correo electrónico, del que solamente estaba seguro incluiría un emoticón, pero no de su forma literaria, que tal vez podría ser como un aviso clasificado del estilo de:
Chizgononón:
Jenny, úrgeme verte; te quiero, casémonos.
Teléfono: (571) 6157599
E mail: barriossantiago@gmail.com
También era viable utilizar hermosas hipérboles, perfectas para transmitir sus exageraciones de enamorado abandonado, por ejemplo “Jenny, mi adoración, te quiero tanto que ya no puedo vivir sin ti, hasta me duele respirar cuando no estás, no vuelvas a dejarme. ¡Te lo ruego!”. Además era posible emplear comparaciones, siempre elocuentes, como el caso de metáforas del orden de “Jenny, mi lucero, mi devoción por ti es el universo entero, mientras tu ausencia, el infierno”; o tal vez hasta un símil, “Jenny, mi ángel, te amo más que rey Salomón a la reina de Saba, por ti sería capaz de mucho más que componer el Cantar de los Cantares”. Adicionalmente, otra alternativa era repetir palabras, un arte elegante que enfatizaba ideas, recordaba algo al lector y hasta  dramatizaba, además en su caso extremo, repetir mediante aliteraciones conmovedoras siempre era agradable, después de todo, ¿a quién no le parecería bello encontrar un “estoy muy muy enamorada de ti”?, sabiendo que un tercer ‘muy’ sería excesivo, hasta sarcástico y ofensivo, de todas maneras repetir no siempre era redundante, todo dependía de la construcción empleada.
Por último, no supe cuál fue la elección de Andrés, solo que se casaron unos meses después con pompa y alegría, una fiesta inolvidable. En todo caso, me interesaba más dejar en claro que cualquiera de las formas aquí registradas podía ser eficaz, incendiaria en la mente de la amada, o, por el contrario, cursi y risible, todo dependía del contexto y de qué tan oportuno fuera decir algo así.
Entonces elucubré que la elasticidad de la lengua crecía exponencialmente al combinar palabras, que las  oraciones simples eran eficientes a la hora de mensajes concretos y específicos, como documentos técnicos, o  al describir algo impactante, importante; en cambio, para relatar situaciones sentimentales, o descripciones, solían emplearse construcciones más complejas; sin embargo, esta no era una ley. Por otra parte, si bien existen pautas para la puntuación, también era legítimo modificarlas en busca de reacciones específicas en el lector, lo importante era conservar intacto el mensaje. Además, leer ayudaba en la toma de estas decisiones, enseñaba sobre cómo otros ensamblaron relatos obteniendo tal o cual efecto: embelesaban, causaban gracia y alegran, hasta enamoraban, en otras ocasiones aburrían y entristecen, por ejemplo. Y admiraba especialmente la suavidad de Mario Vargas Llosa, las elecciones de adjetivos y adverbios de Marcelo Birmajer, la versatilidad de Roberto Bolaño, el humor de Jorge Amado, la prosa sabrosa de Santiago Gamboa, la ternura de Mario Benedetti, el ritmo de Alonso Sánchez Baute.
La lengua era de sus usuarios, quienes a diario la manoseaban, padecían a través de ella: la saboreaban, reían y lloraban, narraban con ella sus vicisitudes más íntimas. Así que la Academia de la Lengua Española, por su parte, rastreaba tendencias idiomáticas, describía patrones gramaticales y de vocabulario establecidos por los hispanohablantes del mundo, un grupo bastante grande y en constante crecimiento, pero de ninguna manera era una tiranía reguladora, no se trataba de la policía lingüística, por el contrario, era una guía que ofrecía un marco de referencia que mantenía la coherencia de esta arcilla dúctil que llamamos español.
Y para terminar la historia de amor y gramática entre Andrés y Jenny, debo informar que se divorciaron luego de quince años de vida doméstica con dificultades y alegrías en compañía de sus tres hijos, y muy a pesar de familiares y amigos, quienes se lamentaron de que ya nadie estaba dispuesto  a sufrir por el matrimonio. Según me contó él, ella se transformó en una casta y obesa ama de casa iracunda, que siempre vestía sudadera y tenis. En cambio la versión de ella no pudo conocerse, ya que se fue a vivir a la casa de sus padres en una remota isla caribeña. Solo sé que los muchachos viven con él en la actualidad.

La palabra


Redactar textos sin encontrar lectores es como considerarse taxista y no tener pasajeros, como ser un psicoanalista sin pacientes o un cocinero sin comensales, pues todo es relativo a la relación con los demás, eso es lo que define las cosas. De modo que ser un soldado sin enemigos mortales, un piloto sin turistas o un actor sin público, no deja de ser inquietante, e incluso la situación podría llegar al absurdo. Y un filósofo posmoderno diría: “claro, todo tiene contexto, los objetos se diferencian por lo que son, pero también por lo que no son, así que no existe una sola idea que sea la base de todas las demás, ni completamente original”. Al decir “árbol”, por ejemplo, me refiero a un vegetal voluminoso con raíces, tronco, ramas y hojas; pero también al escoger el vocablo ‘árbol’ afirmo que ese objeto no es una flor, aun cuando algunos árboles también florecen, y tampoco es un hongo, una brizna pasto, ni siquiera un cactus; un árbol se refiere más bien un abeto, un sauce, un baobab, un urapán, o cualquier otra especie semejante. 
Alguna vez conversaba con Alonso Sánchez Baute. Comentábamos que al publicar, el texto deja de ser propiedad exclusiva del autor, y pasa a ser del lector que se conmueve y recuerda eventos ya pasados, se ríe y se aburre, se pone de acuerdo y se enfurece, en fin, el usuario de la obra se identifica de una u otra forma con el escrito. De manera que, parafraseando a Pablo Neruda, las palabras no son de los autores, mucho menos de los diccionarios, los textos, ni de las academias de la lengua, pertenecen a quién las necesita. Así las cosas, el autor solo llega a ser espontáneo y libre para expresarse, cuando está convencido de que no tiene nada que perder. Y, en esta misma línea, Paul Auster sostiene que los textos tienen alma, y que crecen cada vez que alguien los lee, o los menciona, incluso cuando los bota, los quema o los regala, ese pasar de mano en mano le da vida a los escritos.
La palabra tiene poder. El pastor cristiano Terry Jones anunció hace un par de años la quema ceremonial del Corán con motivo del aniversario del ataque del Once de Septiembre. Esta idea causó revuelo global. Hubo protestas y arengas en contra de la iniciativa de este hombre de dios, y murieron 20 personas en el frenesí que desataron. Hasta que unos meses más tarde el religioso cumplió con su juicio al libro central de los musulmanes, por crímenes en contra de la humanidad, entonces quemó un ejemplar del Corán. En esa ocasión hubo 30 muertos y 150 heridos en las revueltas que suscitó el ritual. Y hace apenas un mes, soldados norteamericanos también quemaron el Corán en una base militar en Afganistán, generando nuevas protestas que en esta oportunidad dejaron 41 muertos y 270 heridos, junto con un nuevo conflicto diplomático entre Estados Unidos y ese país. No cabe duda, la palabra es sagrada.
Y no es solo el opio de pueblo, ni un instrumento de opresión de la oligarquía, como tantos subversivos han clamado en incontables oportunidades y en muchos escenarios, todo esto porque la palabra también sirve para divulgar ideologías, sistemas de valores y religiones. Claro que hay regímenes que suprimen la libertad de expresión. Sucede que la palabra comunica, por eso, muchos la consideran peligrosísima. Incluso, como todo el mundo sabe, la palabra enamora. Hasta existe la posibilidad del sexo telefónico, según me informaron en mi consultorio, además, como si fuera poco, hay parejas que fueron capaces de mantener el ardor de la pasión por correspondencia, y más recientemente a través de la Internet, hasta el punto de que muchas de ellas llegaron a ser matrimonios de bien, que ahora viven juntos y felices.
De modo que la humanidad pasó de la oratoria, a la palabra escrita, a las telecomunicaciones y a la Internet. Y supongo que muchos entusiastas del papel, como yo, estarán apesadumbrados al saber que la Enciclopedia Británica, que empezó a publicarse en 1768, ha tomado la decisión de suprimir su versión impresa para dedicarse de lleno a su negocio en la web. Las fuerzas del mercado así lo impusieron. Mientras en 1990 vendieron 120,000 ejemplares, en el 2010 a penas llegaron a los 8,000. De manera que en la actualidad menos del 1% de sus ingresos provienen de la versión impresa, el resto se origina de la Internet. Y su competencia más fuerte en esta acometida es Wikipedia, que es gratis y tiene 3,700,000 registros alimentados por la comunidad; claro que la Británica sigue firme, aun cuando cuesta y solo tiene 100,000 artículos, todos están hechos con el rigor de siempre por académicos especializados en cada tema. Así como mi generación es afín al papel impreso, la juventud lo es a los computadores, hay que aceptarlo, los tiempos cambiaron, mi edición de la Enciclopedia Británica, que apareció en 1973, ya no solo tiene valor sentimental, ahora se convirtió en un incunable.
Pero esta no es una diatriba inflamada en contra de la Internet, y a favor del papel impreso. Los blogs tienen vida, así el lector esquivo borre el mensaje anunciando la nueva publicación sin echarle siquiera una ojeada al texto, leyéndolo de manera oblicua para llevarse una idea general sobre el tema de que trata. Así aprendí a hacerlo en un curso de lectura rápida que tomé cuando era adolescente, estaba embrollado con algunas materias en mi colegio de curas benedictinos austeros y meticulosos. En todo caso, como decía, los blogs son textos dinámicos. Y lo más interesante de estas publicaciones es que permiten que los lectores comenten, abriendo la posibilidad de un diálogo interesantísimo. ¡Es como tomarle el pulso al lector! Lo acerca al autor. Al fin y al cabo, la lectura es un acto privado, íntimo, pero no es una actividad solitaria, por el contrario, esas dos mentes se conectan de una manera única.
Sin embargo, no hay que pensar que siempre se trata de una relación apacible y cariñosa. Así como hay comentarios amables, que a cualquiera llenarían de entusiasmo para seguir redactando, otros son críticas constructivas, muy útiles por cierto, porque sacan al autor de sus errores, prejuicios y sesgos, de modo que aun cuando no sea del todo grato recibir estas noticias, es muy recomendable ponerles atención, y agradecerlas. Pero también hay críticas aniquiladoras, con insultos y oprobios, con palabras improcedentes que hasta me da pena citarlas en esta página web, dedicada al arte. Sin embargo, no hace mucho tuve la oportunidad de leer algunas anotaciones de los lectores a las columnas de Santiago Gamboa en El Espectador Punto Com: debo informar que fue aliviador ver la gama de afectos que sus textos despertaron entre el público, allí encontré desde insultos asombrosos que aportaron nuevas palabras a la lengua española, hasta notas de admiración y gratitud.
Y para terminar, como psicoanalista, también valoro la palabra. Es la forma privilegiada de expresarse durante la sesión. Es la manera de simbolizar y representar conflictos inconscientes, así como de construir la biografía de cada cual. Permite hacer catarsis, claro, pero también elaborar y cicatrizar las vicisitudes que tanto aquejan, pues es la vía para hacer los duelos. La palabra no es lo mismo que la cosa en sí, aun cuando afecta a las personas, no tiene un efecto directo sobre los objetos del mundo, por eso el consultorio del psicoanalista es como un laboratorio a donde el analizando pone a prueba su lógica, sus temores, sus pesares, en fin, sus maneras de relacionarse con las personas, con el objeto de comprender esos mecanismos inconscientes y aprender a partir de la experiencia. Así que de la misma manera en que la palabra da libertad, también es el límite del saber humano, y afecta la forma en que se construyen las percepciones, siempre hay versiones, todo es relativo, como ya se anotó.
Resulta que la palabra estimula áreas cerebrales específicas que hacen que el sistema nervioso central de quienes reciben el mensaje funcione como si en efecto ellos mismos estuvieran realizando la acción, percibiendo las descripciones, participando en los diálogos. De hecho, la buena literatura está poblada de personajes que despiertan pasiones entre los lectores que los acompañan a recorrer aventuras increíbles, y todo esto obedece a mecanismo neurofisiológicos que representan la experiencia de leer. Así que los biólogos conjeturan que la elocuencia superó las duras pruebas de la selección natural porque se trata de un rasgo que aumentó la probabilidad de procrear al otorgar la habilidad de relacionarse con los demás, y las demás claro está, pasando el ADN a la siguiente generación, y así cada vez más, el hombre llegó a tener mayores posibilidades para comunicarse y crear el universo con la palabra.

Santiago Barrios Vásquez


15/3/2012

¿Para qué leer?


Además de lo obvio, estudiar, navegar la Internet, aprender sobre las capitales del mundo, conocer de actualidad nacional e internicional, así como construir un repertorio amplio para compartir en una reunión social, todos motivos legítimos, ¿qué tiene leer de especial, qué hace que un texto conmueva, y a veces llegue a ser inolvidable? No es solo el tema ni la erudición del autor, después de todo hay incontables documentos valiosísimos que pasaron desapercibidos, sin que por ello carezcan de valor. Además todo puede relatarse, el universo está hecho de palabras.
Una vez leí, por ejemplo, en la bellamente ilustrada revista Soho, unas reflexiones sobre el mouse del computador, me pareció un documento maravilloso que me sorprendió por el tema tan árido a primera vista, y aun así el autor confeccionó un documento interesantísimo y divertido, incluso humorístico. Y en otra ocasión me encontré con un pasaje inolvidable de Roberto Bolaño sobre botanomancia, me pareció excelente, y otro día, leí una escena sobre una cena romántica en un país escandinavo en que Álvaro Mutis hacía sentir al lector el misterio del ambiente casi polar de la región a través de la comida que ordenó la parejita en esa noche memorable. En fin, se trata de escenas asombrosas que enriquecen la lectura sin ser textos que se refieran a los misterios más insondables de la existencia.
La hipótesis de la neurociencia sobre por qué una lectura conmueve y llega a ser inquietante es que la palabra escrita tiene el poder de estimular el cerebro del lector como si en efecto estuviera viviendo la experiencia que se le está relatando, en persona, como si fuera el protagonista de la obra. En otras palabras, el lector se refleja en la lectura como en un espejo. Es una experiencia íntima, entre el lector y el autor, con tantas posibilidades como lectores, se trata de una colaboración en que el usuario de la obra pone en práctica, dentro de su cabeza, claro está, una serie de destrezas sociales que le dan ideas, permitiéndole ampliar el menú de sus respuestas sociales. Un ejercicio mental que amplía el reservorio de herramientas y recursos con nuevos elementos que le sirven para afrontar situaciones desconocidas, e incluso conocida. Los textos siempre enseñan algo. Así que la ficción se comporta como un modelo para pensar sobre el funcionamiento de la personalidad, las relaciones consigo mismo y los demás, de una manera más activa y eficaz que cualquier otra forma del arte, incluso el cine y la televisión, que aun cuando también narran, ahorran esfuerzo mental al espectador, al fin y al cabo, al menos en el caso de las producciones de los pensadores de Hollywood, los eventos suelen suceder en Los Ángeles o Nueva York y los protagonistas tienen la cara de Brad Pitt y Angelina Jolie. Los personajes literarios son una abstracción de la misma manera que en la literatura científica un círculo es un recurso heurístico para describir fenómenos físicos o el gradiente de una curva representa el promedio de velocidad de las partículas que componen un sistema simboliza el cambio de su temperatura.
De manera que estudios sobre el funcionamiento cerebral de grupos de lectores a través de resonancia nuclear magnética funcional han revelado patrones diferentes de activación según el tipo de pasaje que se esté leyendo en el momento. Como decir, las áreas motoras se estimulan durante las escenas de acción, así el lector en efecto esté apoltronado serenamente en una terraza con una hermosa vista al mar Caribe, se trata de activación de las mismas áreas cerebrales de la persona que está actuando en el momento. Y algo semejante sucede cuando el pasaje leído invita a la reflexión y el recuerdo, cuando genera un punto de vista, una opinión, entonces se activan las áreas más anteriores del lóbulo frontal. Por otra parte, y de manera análoga, sucede con las descripciones, estimulan áreas específicas de la corteza cerebral dedicadas a las percepciones de los órganos de los sentidos, las sensaciones táctiles, así como las visuales, el olfato, la temperatura y el gusto.
Así que el poder de la palabra escrita, incluso en el caso de la lectura por placer, está en que promueve la actividad cerebral. Y lo que hace asombroso a un texto es su sensualidad. La capacidad que tenga de despertar imágenes, sensaciones, recuerdos, reflexiones, sentimientos. Aun cuando, claro, todo depende del área de interés del lector, según quién es y sus circunstancias. Cuando se publica un texto deja de ser propiedad del autor, pasa a ser del lector, tal vez una de las relaciones más espontáneas, aun cuando no siempre desprevenidas, un acto muy personal que puede llegar a tener efectos duraderos, como en el caso de una carta de amor incendiaria, por ejemplo, o de la lectura de un poema desgarrado o simplemente al escuchar la letra de una pieza musical de salsa de alcoba.
Y a la hora de escribir textos eficaces, lo principal es el respeto por el lector. Facilitarle la experiencia con el texto. Por otra parte, la elocuencia, que también implica economía en las palabras, supone administrar la información de manera que el escrito signifique, se defienda solo, encontrando en equilibrio sin abrumar al lector con detalles superfluos, sin decir lo obvio, eso es ofensivo, como decirle imbécil. La idea es darle la mano al lector para que haga un viaje placentero entre las palabras, haciéndolo una aventura cómoda, interesante, divertida. Además ayuda un vocabulario amplio y cierto dominio de la gramática española. El tema, es lo de menos, lo que valoriza el escrito es la convicción del autor de que redacta una obra indispensable.

Cien blogs


Para redactar los cien blogs que conforman Pura Vida usé unas 150,000 palabras, casi setecientos mil caracteres que tiñen unas 400 páginas, escritas en Verdana 12 a espacio sencillo. Describir los blogs de esta manera suena a trabajos forzados. Sin embargo escribirlos fue una de las diez cosas más gratas de mi vida, sabiendo de antemano que no es un logro de la importancia del descubrimiento de la vacuna contra el virus del papiloma, pero tampoco es tan banal como un salivazo en el océano. Estos ejercicios composición fueron motivo de reunión para el grupo creciente que los siguió y, en muchas oportunidades, los comentó. Tal vez por eso dicen en la jerga de la Internet que bloguear es un viaje virtual que forma comunidades abiertas. Lo cual explica el ánimo festivo de este blog improbable.
Y en estas páginas virtuales predominó la perspectiva psicoanalítica, el modelo teórico que empleo para explicar la mente. Primero apreció ¿Y Qué Es Psicoanálisis?, un texto recibido con cierto entusiasmo, aun cuando alguien sugirió que trivializaba la disciplina; también se publicó ¿Por qué es difícil ir al psicoanalista?, que me trajo satisfacciones y buenos recuerdos, puesto que fue hecho por encargo. Antinomia, en cambio, trató la relación consciente inconsciente expresada en ambivalencia, la duda continua del querer y no querer al mismo tiempo, y con la misma intensidad; al cabo que El Chisme se refirió a la unidad mente cuerpo y  Elogio del Pesimismo a la capacidad de aprender a partir de la experiencia, que explica, sin ir lejos, el proceso de maduración psicológica y la eficacia psicoterapéutica; entonces fue cuando se hizo necesario redactar ¿Y el presente, qué?, expresando que solo puede vivirse la actualidad, no hay alternativa, puesto que el futuro es incierto y el pasado vago. Por otra parte, la serie sobre sexualidad, que culminó en El Complejo de Edipo, trató problemas en el desempeño de mujeres, hombres y parejas desde la perspectiva psicosomática, y de la construcción de los modelos mentales para actuar, después de todo, el psicoanálisis es el estudio de las relaciones humanas. Luego Hijastras e hijastros, madrastras y padrastros tocó el efecto de la vida moderna en el desarrollo psicosexual de los niños, junto a Sobre Motivaciones Humanas y La Fuerza del Destino se dedicaron al arduo tema del aplazamiento de las gratificaciones, también vinculado a las vicisitudes de la familia, a donde todo empieza.
Pero no siempre los blogs sobre las veleidades del amor podían ser enjundiosos, habrían sido agotadores. Sin embargo, esta decisión llevó a que a veces, algunos comentaristas, calificaran a Pura Vida de trivial, lite y hasta de paparazzi. Incluso, una dama neoyorquina, ahora una amiga en Facebook, me recomendó alguna vez que dejara de ser tan evidente en mi solidaridad de género con la regularidad de los hábitos irregulares de los maridos díscolos, que probara ser discreto o, al menos, neutro; todo esto a raíz de Tiger Woods, el Mejor Marido del Mundo, que a propósito, impulsó a un primo mío, quien también vive en Nueva York, a que me escribiera el primer E mail en veinticinco años. Hasta ese punto lo conmovió este blog. Aun cuando puede sonar ligera y trivial esta manera de ilustrar la tendencia lamentable a la degradación del amor, a pesar de la necesidad humana de querer y ser querido, también fue una forma de reflexión que llevó a muchos a identificarse en la preocupación de que el modelo monogámico siempre está prueba, y flaquea con frecuencia, tal como lo como lo expresó El Matrimonio, Otra Paradoja de la Democracia. Historias, como la del divorcio de Al Gore, de 62 años, luego de un solo matrimonio de 40 años de evolución, a donde se educaron 4 hijos, y después de comprar hace poco una casa de 9,000,000 de dólares, llevan preguntarse qué le habrá disgustado a la señora Tipper, cuando él era el hombre perfecto, estaba dotado de un Nobel de Paz, era ambientalista y no tenía el problema económico, era casi un santo. Pero también utilicé la ficción para explorar estos asuntos. Este es el caso de La Escéptica y Es imposible Vivir Sin Masturbarse, se trata de cuentos que, como cualquier publicación, despertaron reacciones variadas: unos los consideraron autobiográficos y carentes de valor literario, otros los llamaron misóginos y algunos más, los tomaron como aportes valiosísimos a las letras colombianas. Se trató de piezas relacionadas con la publicación de mi libro de cuentos para adultos titulado, Los Hombres También Pueden Amar. Hasta que por último, Crónica de un divorcio anunciado me sirvió de origen para una novela que está en construcción en este momento, la llamé Ironía; La completa verdad sobre las discutidas aventuras del doctor Rafael Sandoval, psicoanalista.
Y como es natural, apareció la muerte en estos blogs. No solo en la viudez, también como problema filosófico y médico, como un asunto de salud mental desde el punto de vista de los duelos, en la reseña sobre nuestro protocolo de investigación sobre el suicidio, y premiado en Inglaterra. Surgió en varios obituarios. Y que sirva esta ocasión para recordar el fallecimiento reciente del Nobel de Literatura José Saramago. Eventos trágicos que invitaron a reflexionar en estas páginas virtuales sobre vulnerabilidad humana, el dolor ante la desaparición de los seres queridos y el paso inexorable del tiempo con sus consecuencias, a veces impredecibles.
En estas páginas hubo anotaciones personales, como cuando Ángel Cabrera ganó el Másters de golf de 2009, que, por ser un atleta y un campeón más viejo y gordo que yo, me llené de ímpetu y optimismo. De igual modo hubo blogs sobre crónicas de restaurantes, comentarios sobre noticias y novelas de amigos, así como de otros autores, además figuraron reflexiones sobre cine, que algunos tomaron por recomendaciones, y hasta aparecieron comentarios sobre opera en estas páginas. En especial recuerdo Turandot, que para mí tiene tanto valor sentimental, pues con ella descubrí el prodigio de las transmisiones en vivo y en directo desde el Metropolitan Opera House de Nueva York. Los temas médicos y científicos también estuvieron presentes, como en el blog titulado El virus Influenza A N1H1 y la serie sobre cáncer de seno, escritos que para unos lectores fueron tan pedagógicos como desabridos, mientras para otros, interesantes y útiles; además hubo exposiciones sobre métodos de investigación y dilemas éticos, como el auge de los bancos de células madre, por ejemplo. Y se conmemoró el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin, al igual que se publicó ¿Qué nos hace humanos?, cuya síntesis fue “Sobre cómo la evolución de los genes causó al ser humano.”.
En otras entradas aparecieron temas culinarios. Incluyeron recetas de pavo, cebiche y rabo de toro, entre otras. Blogs que algunas señoras consideraron se trataba de publicaciones que servían de relleno cuando se me agotaban las ideas, mientras que para otros lectores, enriquecían la rutina nutricional diaria, hasta el punto que una amiga y periodista los consideró magníficos, y me invitó a redactar la primera columna que jamás vendí a una revista en papel impreso. Pero también hubo temas sensibles y controversiales que fueron desde la tauromaquia hasta el maltrato infantil y los delitos sexuales de los curas, donde además se le abrió espacio a la perspectiva de la Iglesia, explicando su punto de vista a este respecto. Porque Pura Vida también ha sido un lugar hospitalario para los textos de autores invitados, con una serie sobre colombianos que viven en otros países. Y mucha gente cercana y querida pasó por estas páginas, incluyendo amigos del colegio y la universidad, al igual que, como ya anotamos, sirvió de punto de encuentro familiar, por ejemplo con Mi Primo Tico. De todos modos, algunos dijeron en alguna épco que Pura Vida se había vuelto cursi cuando colgué Sentidísimo Homenaje Público a Pablo Barrios Pacheco, a propósito de que mi hijo el internacionalista entró a la universidad, aun así, y de igual modo, por acá también pasaron mis otros hijos, el Gringo y el Rastafari, así como mi padre y mis hermanos, a través de sus expresiones y reflexiones.
Publicar blogs con regularidad es en efecto llevar una bitácora en la web, es un diario cibernético que conlleva rastros de la cotidianidad del autor, así sean inconscientes. Y la libertad que este medio de comunicación ofrece es uno de sus mayores atractivos. La Fe Es Saludable, por ejemplo, fue un texto sobre neurofisiología que primero rechazaron en una revista por considerarlo demasiado laico, entonces lo publiqué como blog. En otra oportunidad, los administradores del widget de Facebook -en el argot de los cibernautas, esta es la herramienta informática que sigue el desenvolvimiento de los blogs-, los jerarcas de esa red social rechazaron a Pura Vida al expulsar estos escritos modestos por considerarlos inconexos. Tal vez tenían razón.
Entonces las publicaciones son independientes del autor, tienen una vida propia dada por los lectores que las interpretan y las utiliza según sus circunstancias. Además, nunca son perfectas. Un cirujano amigo, por ejemplo, señaló errores ortográficos en De la Lengua Española, así mismo, lo hizo un oftalmólogo, también amigo mío, que me mostró contradicciones en Sobre suicidio. Mientras alguien me enseñó la forma correcta de escribir los números y las fechas, otros revelaron lugares comunes y perogrulladas, hasta descubrieron una cita de Benedetti que atribuí equivocadamente a Neruda.
Así que los blogs son páginas publicas que permanecen y se relacionan con otras mediante motores de búsqueda que permiten seguir conexiones, ampliando la información al actualizarlas con textos en orden cronológico, donde los autores mantienen su identidad y autonomía. Y en el caso de Pura Vida sirvieron para explorar, en esencia, tres temas: el amor, la vida y la muerte.


Para terminar, creo que mi próximo objetivo será redactar blogs más cortos y fáciles de leer.

Sobre el poder de la palabra


Pura Vida cumplió su primer año el 2 de julio del 2009. Por así decirlo, este blog es cáncer, dato que seguramente tiene implicaciones que van mucho más allá de lo que alcanzo a vislumbrar. Y me refiero a él con signo zodiacal y en tercera persona, porque el blog, en general, es un invento prodigioso que tiene vida propia. Viaja por su cuenta y riesgo. Además recorre el mundo entero creando vínculos virtuales, lo cual no es desdeñable pues en muchas ocasiones son estrechos y estables, incluso románticos, y se dan de una manera muy peculiar que solo por este medio puede lograrse. El blog tiene voluntad propia. Como en otras formas de la palabra escrita, el lectores utiliza los textos según sus gustos, apetencias e interpretaciones, dándoles autonomía, un destino impredecible que el autor es incapaz de anticipar.
Octavio Paz llamaba al hombre “El Mono Gramático”. Su tesis lúcida era que la humanidad, otra especie más dentro de la gran familia de los primates, se diferenciaba de los demás animales en la sintaxis. Así que en la Tierra, el hombre es único por su capacidad de emplear el lenguaje escrito y hablado. Dos instancias muy distintas del idioma, puesto que hablar es algo que se hace presente, mientras al escribir el texto queda en el pasado. La palabra está presente en toda operación mental: surge al pensar, al narrar, al investigar, al sufrir, está en la esencia humana.  Con ella se construyeron organizaciones sociales, aumentando las posibilidades de sobrevivir. Incluso la probabilidad procrear se incrementó con el uso de la palabra. La habilidad verbal se volvió definitiva en la vida amorosa, de modo que la elocuencia superó el duro tamiz de la selección natural y la evolución de la especie.
Los temas esenciales del ser humano no cambian, ni son muchos, permanecen inalterados aun cuando la ciencia y la tecnología progresen. La muerte y el amor casi siempre están presentes, por ejemplo. Así puede explicarse por qué algunos vocablos fundamentales, como mamá y papá, angustia y felicidad, enemigo y odio, hombre y mujer, día y noche, rojo y azul, sin olvidar sal, pimienta y albahaca, tienen etimologías con más de 6,000 años de historia. Sus orígenes pueden rastrearse hasta el indoeuropeo, idioma anterior al griego y al latín, de  donde surgió la gran familia lingüística de donde nacieron la mayoría de idiomas europeos y algunos asiáticos, unos 150 idiomas en total, incluyendo al español. Idiomas empleados en la vida cotidiana la mitad de la humanidad, con ellos narran alegrías y tristezas, aciertos y desilusiones, esperanzas y frustraciones.
La palabra transforma la perspectiva sobre la experiencia y la manera de relacionarse con el mundo al simbolizar. Al representar la cosa en sí es posible meditar sobre ella y transformarla. Se trata de representaciones cerebrales mediadas por la actividad metabólica de las neuronas estimuladas en el momento de recibir los estímulos sensoriales, ya sea al escuchar, leer, hablar o escribir. Y esta misma  propiedad, llamada neuroplasticidad, explica el efecto terapéutico del psicoanálisis, la cura mediante el habla, como la llamaba Sigmund Freud.
Incluso el aséptico lenguaje matemático está sujeto a la condición humana, y la paradoja de Zenón de Elea es una hermosa ilustración de ello. Aquiles retó a la tortuga a una carrera. El hombre, seguro de su velocidad insuperable, razonó que era bueno darle alguna ventaja al animal. Que, para simplificar este planteamiento, digamos que fue de 10 metros. La tortuga arrancó primero. Luego nuestro héroe, y para cuando recorrió los primeros 10 metros, la tortuga ya no estaba ahí, se había desplazado 5 metros más, y cuando Aquiles cuando avanzó este nuevo trayecto, tampoco la alcanzó porque una vez más se había movido a la mitad de la distancia. Y así sucesivamente hasta el infinito. En resumen, el hombre jamás alcanzó a la tortuga. Contra todo pronóstico, Aquiles perdió la carrera. Y de esta experiencia algunos pensadores llagaron a la conclusión de que el movimiento es una imposibilidad. Sin embargo, todos sabemos, esta conclusión es errónea, el espacio no es infinitamente divisible. A mi manera de entender esta discrepancia: las matemáticas son símbolos que sirven describir fenómenos, pero la naturaleza se reserva su independencia de ellos.
Por último, las palabras tienen significados según su contexto. Así las apropiamos, hacemos combinaciones con ellas, les damos usos novedosos. Hasta pueden extravasarse de otros idiomas. Como en el caso de la terminología inglesa empleada en el universo de la Internet y los computadores, que en la actualidad forma parte del español más castizo. Entonces mientras alguien hable y escriba las palabras, no se gastan, por el contrario, se enriquecen, se embellecen, adquieren nuevos sentidos, crecen al vincularlas con recuerdos. Resplandecen.
Las palabras no son de las academias de la lengua, los diccionarios, ni los autores, solo pertenecen a quien las necesita. Mi consejo es: aprovéchelas para decir, expresar y compartir, no para ocultar, ofender y confundir. No es lo mismo un "te quiero" al amanecer, que al anochecer, tampoco lo es un domingo, un miércoles, o un viernes, ni mucho menos decírselo a la pareja, la familia, o a los amigos.


¡Feliz cumpleaños, Pura Vida!