jueves, 25 de febrero de 2016

Ahora un blog en pro de las palabras rebuscadas


Si se hiciera un concurso internacional para elegir La Reina de las Palabras Indigestas, Ernesto Sábato postularía 'parámetro' y Jorge Luis Borges, 'conmilitón', ¿cuál sería su candidata? Yo, por mi parte, postularía 'rebuscado', una palabra rebuscada, y muy sonsa, que tal vez significa insistir en buscar, hacerlo por lo menos dos veces; se trata de una expresión que me hace recordar la crítica implacable de la época en que redacté mis primeros textos, un vocablo innecesario que puede reemplazarse por adjetivos respetables como 'desconocido', 'infrecuente', incluso 'culto' podría funcionar. Así que supongo sería enorme la cantidad de aspirantes a ganarse este dudoso reconocimiento, y no hay que perder de vista que se trata de una valoración estética, entonces sería muy difícil elegir cual tiene méritos suficientes para ganar este premio improbable.
Y varias diatribas se han publicado en contra de las palabras rebuscadas, seguramente más que sobre las subidas de tono. Es como si existiera una policía lingüística al acecho de la más mínima transgresión idiomática, y me imagino que en aras de la eficiencia, el organismo debe estar centralizado, así que la misma autoridad que se responsabiliza de mantener al día el catálogo prohibido de las malas palabras se encarga de actualizar el archivo de las rebuscadas, so pena de que quien las use será acusado de petulante y grandilocuente, de cursi y afecto del circunloquio y el retruécano, un réprobo en todo caso.
Según entiendo, en todas las lenguas hay palabrotas así como también las hay rebuscadas, y tal vez este sea otro argumento a favor de la existencia de una gramática universal, es decir, aun cuando los idiomas son tan distintos, tienen elementos comunes hasta el punto que la plasticidad de las áreas lingüísticas del cerebro, antes de los ocho años de edad, permite que los niños aprendan cualquier idioma como lengua materna. Y el argumento estaría precisamente en que en todos los idiomas hay palabras elevadas y vulgares por igual, como si se tratara de representaciones verbales de la capacidad humana de lograr los asuntos más nobles y los más bajos al mismo tiempo, y sin conflicto aparente. Otra manifestación de las contradicciones fundamentales del ser humano.
Como decía al principio, las palabras rebuscadas se emplean de vez en cuando, es por eso precisamente que las encuentro tan divertidas, y además son sonoras, así que de ellas me agrada en especial que por su uso esporádico es posible recordar las circunstancias en que se conocieron y se emplearon por primera vez. Descubrí 'munificente', por ejemplo, hace algunos años leyendo a Carlos Fuentes, y a penas tuve oportunidad de emplearla hace poco para describir una situación plena, de entrega total, generosa, inagotable, espléndida, abundante. En cambio ‘ditirambo’ se me apareció leyendo a Mario Vargas Llosa, un sustantivo hermoso que puede utilizarse incluso para nombrar la correspondencia dirigida a la amada cuando se trata de textos mucho más incendiarios que los poemas y las modestas cartas de amor; y téngase en cuenta que las mujeres se quejan de que los hombres dejan de ser ditirámbicos en la medida en que el enamoramiento se transforma en amor maduro -¡jaj!, esta es la primera vez que encuentro a dónde emplear convenientemente esta hermosa palabra que en sentido estricto quiere decir lisonjear, adular, seducir, un término originado en los textos laudatorios latinos-, y así me sucede con otras palabras semejantes, verbigracias, ‘vicisitudes’, que me recuerda la época en que me formaba como psicoanalista en la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis, que sin ser técnica, aludía al aprendizaje a partir de la experiencia; mientras ‘obsceno’ me trae a la memoria a José Donoso.
Y qué decir de las construcciones rebuscadas. Como cuando en un almacén una señorita desconocida le dice al comprador “recuérdeme su nombre, por favor”, o en la mesa se usa la expresión “regálame la sal, por favor”, y hace poco aprendí que en fútbol se utilizan expresiones del talante de “el acrílico hepático” en lugar de “la tarjeta amarilla” y “allí dónde el carpintero puso la escuadra” en vez de “la esquina del arco”. Pero que sean expresiones altisonantes no implica que sean moralmente malas, en todo caso, detrás de ellas subyace la intención de agradar al interlocutor, de acercarlo, de explicarle, de darle familiaridad. Sin embargo la policía lingüística nunca descansa. Hasta considera nefastas las expresiones latinas, las llama despectivamente latinajos, sus detractores insisten en que son arrogantes, así que citar a Séneca puede ser muy mal visto, como en el caso de et post malam segetem segendum est, que significa “es preciso sembrar después de una mala cosecha" un mensaje aliviador que apunta a la reparación frente a la adversidad ineludible. Y en el caso de las palabras y expresiones rebuscadas, expresiones que de todas maneras hacen parte del universo semiótico de la lengua española, emplearlas aumenta las posibilidades de comunicación, da mayor versatilidad y más posibilidades expresivas porque matizan lo que se dice. El asunto está en que al emplearlas su sonido sea natural, que enriquezcan el significado, que aporten al ambiente del texto, y que no se utilicen exclusivamente para realzar la erudición del autor. Así que de nuevo, como en el caso de las malas palabras, la elección de los vocablos depende del contexto, del mensaje que quiere transmitirse, del público al que se quiere llegar, del sentido que quiere dársele al mensaje, incluso de las necesidades emocionales de quien las expresa.
Por todo esto es que para los psicoanalistas es tan importante el lenguaje del analizando. Resulta que observarlo en su forma original, sin modificarlo con otros giros gramaticales, da tanta información sobre la persona, y no solo me refiero a los aspectos sociopoliticoeconómicos, quiero decir que el uso del idioma está estrechamente relacionado con la naturaleza del conflicto que la persona lleva a la sesión y el estado de ánimo en el momento. Por otro lado, al usar las mismas palabras del interlocutor, se hace más probable que el mensaje llegue claramente, después de todo, se trata de los vocablos que ya le son familiares a la persona que yace en el diván.

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