jueves, 25 de febrero de 2016

La Internet y el papel impreso


No deja de sorprenderme el poder de la palabra. Al emplearla alivia, simboliza, elabora conflictos mentales, organiza sentimientos, coordina ideas, repara pérdidas, cicatriza heridas emocionales. Transmite mensajes sofisticadísimos y elementales por igual. Comunica alegrías, deseos y sueños, construye proyectos, enseña, seduce, divierte. Ejercita el cerebro como alzar pesas fortalece el músculo. El hombre es el mono gramático, como decía Octavio paz.
Encuentro interesantísimo el lenguaje corriente, el de todos los días en la calle, la clínica, el consultorio, el mercado, el taxi. Me gustan los giros e innovaciones del uso común, en ocasiones tan pintorescos, de modo que las academias siempre van un paso atrás de los hablantes. Pero también me parece hermosa la jerga técnica del psicoanálisis, por ejemplo, el sustantivo ‘histeria’. Una palabra que originalmente viene del vocablo griego histera, que significaba útero, y luego llegó al latín como hystericus con el mismo sentido. Al principio este término se utilizó para referirse a síntomas mentales que se pensaban solo se presentaban en las mujeres, se relacionaron con la represión sexual de la época victoriana en Europa. En la actualidad, se refiere a las conductas que en el argot psiquiátrico se denominan trastorno limítrofe, mientras que en su acepción popular sirve para referirse a una persona temperamental, dramática, teatral, irritable. La lengua está viva, en constante desarrollo y crecimiento, los neologismos y extranjerismos la ensanchan, le dan dinamismo y actualidad, traen la globalización a la cotidianidad. De palabras está construido el universo. Son magníficos los tradicionales cultismos y los vocablos rebuscados, embellecen el idioma, le dan sonoridad, y, cuando se usan bien, sin petulancia, le dan elegancia. Eso sin mencionar las malas palabras, que le dan tanto colorido a la lengua, y aportan un efecto catártico, se trata de expresiones irremplazables.
De manera que el idioma ofrece una variedad enorme de posibilidades, de matices y de recursos para expresarse. Por eso se justifica estudiarlo, leerlo, hablarlo, usar el diccionario. Y mi muy personal opinión es que la Internet contribuye a las posibilidades comunicativas que el lenguaje ofrece. No creo que el género epistolar, ni ninguno otro, hayan muerto. Me parece más bien que los computadores ampliaron las posibilidades para redactar. Abrieron todavía más las puertas para la comunicación, aportaron posibilidades variadísimas. Incluso un decálogo de las normas de conducta en la web, lo denominaron con el anglicismo, netiqueta.
Y con un tuit diario, durante mil y un días, Héctor Abad Faciolince espera terminar su primera tuitnovela. Un cálculo aproximado en caracteres le sugirió que equivalía a casi ochenta páginas de una novela corta. Las redes sociales se convirtieron en parte fundamental de su rutina, en su cuenta de Twitter ya ha escrito más de mil tuits. Entonces tomó esta decisión con la que ha ganado todavía más lectores, la clave para el nuevo proyecto de este escritor colombiano, conocido por sus crónicas y novelas. Tres meses después de comenzar, 7.651 seguidores ya leían la tuitnovela, que hoy cuenta con 101 tuits. Para él, la escritura ha dejado de ser una obra acabada, se convirtió en un borrador. Ahora se equivoca en público, hasta cambia el nombre a sus personajes, deja que el azar escoja las líneas de su ficción.
Pero no todos los intelectuales son tan entusiastas. Mario Vargas Llosa advierte que la imparable robotización por la Internet cambiará la vida cultural y hasta cómo opera el cerebro. Nicholas Carr estudió Literatura en Dartmouth y en Harvard, y fue en su juventud un voraz lector de buenos libros. Luego, como le ocurrió a su generación, descubrió los prodigios de la revolución informática, y no sólo navegó y se valió de los servicios online, se hizo un profesional experto en las nuevas tecnologías de la comunicación, y ha escrito extensamente sobre estos temas. Resulta que un día notó que había dejado de ser lector. Su concentración se disipaba, en especial si el libro era complejo y demandaba atención y reflexión. Perdía el sosiego y el hilo, la lectura profunda se le volvió un esfuerzo. Y este parece ser un fenómeno generalizado entre los alumnos, han perdido el hábito de leer. Preocupado, Carr tomó una decisión radical: se fue a vivir con su señora a una cabaña de las montañas sin telefonía celular ni un servicio adecuado de Internet. Allí escribió el polémico libro que lo hizo famoso: en inglés The Shallows: What the Internet is Doing to Our Brains y, en español, Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con Nuestras Mentes? Sin que sea un renegado de la informática, un ludita contemporáneo que quisiera acabar con las computadoras, reconoce los aportes que servicios como el de Google, MySpace y Skype prestan a la información y a la comunicación, el tiempo que ahorran, la facilidad con que se pueden compartir experiencias, así como los beneficios que todo esto acarrea a empresas, a la investigación y al desarrollo económico de las naciones. Una herramienta fabulosa. ¿Quién negaría que es un avance milagroso que en pocos segundos, con un clic en el ratón, el internauta recaba información que hace unos años le habría exigido horas, y horas, de consultas?
Ese volumen es una reivindicación de las ideas de Marshall MacLuhan, a quien nadie le hizo caso, aseguró que los medios no solo eran vehículos del contenido, ejercían una influencia sobre éste, modificaban la manera de pensar y de actuar de las personas. En esa época se refería a la televisión, y los argumentos de Carr sugieren que semejante tesis tiene actualidad en relación con la Internet. Cuando la memoria deja de ejercitarse, se entumece y se debilita como el músculo que dejan de usarse. Una transformación grande en la vida cultural y en la manera de operar el cerebro. Así que, desde su punto de vista, no es cierto que el web sea sólo una herramienta. Un utensilio, una prolongación del cuerpo, o mejor, del cerebro, que se adapta a este nuevo sistema para informarse y pensar, pues renuncia a las funciones que el computador hace por él y, a veces, mejor que él. La inteligencia artificial no está a su servicio del hombre, por el contrario soborna y empereza el órgano del pensamiento hasta el punto de llegar a depender de ella. ¿Para qué estudiar si todo está almacenado en la Internet, la mejor y más grande biblioteca del mundo? ¿Para qué concentrarse y poner atención si pulsando un par de teclas los recuerdos regresan de las entrañas de la máquina?
Por otro lado, el profesor Joe O’Shea, filósofo de la Universidad de Florida, es entusiasta de la Web. Afirma que leer un libro de cabo a rabo es un sinsentido, no es buen uso del tiempo, ya que es posible tener toda la información disponible a través de la Red, de manera que cuando se es un cazador experimentado en la Internet los libros se vuelven superfluos. Pero no solo se lee para informarse. Uno de los estragos que causa la adicción frenética al universo virtual es que los alumnos ya no leen libros enteros. No necesitan leer Crimen y Castigo, ni Ulises, picotean información en los computadores, sin hacer esfuerzos largos de concentración, se han condicionado con ese mariposeo cognitivo en la Red, quedaron vacunados contra la atención y la reflexión, contra la paciencia y el abandono al leer, la única manera de gozar de la gran literatura. No solo eso, toda obra gratuita, no subordinada, queda a fuera del conocimiento y la cultura que propicia la Web. Sin duda la Internet almacena con facilidad a Proust, Homero, Kant y Platón, pero difícilmente sus obras tendrán lectores. ¿Para qué leer esos libros completos si en cualquier buscador puede encontrarse una síntesis sencilla, clara y amena?
Vargas Llosa leyó el libro de Carr de un tirón, y quedó fascinado, asustado y triste. Tal vez aquí haya exageraciones, como suele ocurrir con los argumentos que defienden tesis controvertidas. En todo caso, la revolución informática apenas empieza. Cada día surgen nuevas posibilidades. Y esa cultura reemplaza a la antigua, un cambio inquietante si al confiar a los computadores la solución de todos los problemas cognitivos, se reduce la capacidad mental para construir estructuras estables de conocimientos. Este es un llamado de atención que seguramente no será escuchado, la robotización de la humanidad en función de la inteligencia artificial es imparable.
En cambio Umberto Eco tiene ideas menos fatalistas a este respecto. Insiste en que los reportes acerca de la muerte de los libros y las librerías, a manos de las tabletas, los computadores y otros lectores electrónicos, han sido exagerados. Y rara vez se dice que si las casas editoriales dejaran de publicar, surgiría un próspero mercado para volúmenes antiguos, y los puestos callejeros, el único lugar donde podrían encontrarse, disfrutarían de una nueva vida. Este debate se inició hace más de 30 años, con el uso generalizado del primer computador personal. Y la llegada del lector electrónico de libros generó renovadas inquietudes. Aun cuando defender la idea de un buen porvenir para los libros no implica negar que ciertas obras, por ejemplo, de referencia, son más fáciles de cargar en una tableta, o que las personas con defectos visuales puedan leer con más comodidad un periódico en un aparato electrónico que les permita aumentar el tamaño de la fuente del texto, o que ya no hay necesidad de cargar libros pesadísimos. Tampoco aseguraría que la versión en papel de El Amor en los Tiempo del Cólera es más rica y divertida que la electrónica. Pero concuerdo con Eco en que sí lo es, sin embargo los gustos varían. Hay una gran diferencia entre la experiencia de sostener y hojear un libro, y la de leer la misma obra en una pantalla. Incluso si admitimos que hay quienes sienten placer con tales cosas, siempre habrá entusiastas manteniendo un próspero mercado de libros. Si ciertos libros desechables, algunos bestsellers y de autoayuda, horarios de ferrocarriles y colecciones de chistes, desaparecieran de las librerías y vivieran sólo en los lectores electrónicos, mejor. Piense en todo el papel que se ahorraría.
Los libros tendrían una larga vida, en la forma de volúmenes que fueron impresos hace más de 500 años y se encuentran aún en excelentes condiciones, igual que los pergaminos que han sobrevivido 2.000 años. En contraste, no tenemos prueba de que un medio electrónico pueda persistir en la misma forma. En el lapso de 30 años el disco blando, o floppy, fue reemplazado por un disco más pequeño de cubierta rígida, que a su vez fue sustituido por el CD, y luego por la memoria USB. Ningún computador construido hoy en día lee los medios magnéticos de los años 80, así que no sabemos si lo que fue escrito en determinado disco duraría digamos 500 años. Es mejor anotar las memorias en papel. En las librerías del pasado, cualquiera que entrara a curiosear era enfrentado por alguien que exigía saber qué deseaba. El desconcertado cliente, intimidado, se retiraba de inmediato. Ya no es así. Ahora es más alentador visitar las librerías, es posible sentarse durante horas y hojear todo lo que se quiera. Tal vez si los lectores electrónicos van a absorber el mercado disponible de libros, las librerías quizá servirán para algo: podrían convertirse en lugares para buscar el tipo de libros que no se desechan.
Finalmente, razonó Eco, a lo largo del tiempo, ha habido muchos ejemplos de innovaciones que amenazaron con reemplazar a sus predecesores, pero no lo lograron. La fotografía no ha liquidado la pintura, a lo sumo ha desalentado los paisajes y los retratos, mientras ha promovido el arte abstracto. El cine no ha acabado la fotografía, ni la televisión ha matado el radio. Así como los trenes coexisten con los carros y los aviones. De modo que tal vez el futuro sea de ambos. Mañana se seguirá leyendo en papel y en pantallas, lo cual, podría llevar a un incremento astronómico en el número de gente que aprenda a leer. Y eso es progreso.
En conclusión, la escritura es una actividad llena de vida, de cambios, matizada por una estrecha relación con los lectores, gracias a la Internet. Ha permitido un acceso al público de una manera mucho más amplia y abierta. Y me parece drástica la idea de que cuanto más inteligente el computador, más tontos seremos. Además lo virtual no siempre es pasajero, también ofrece alternativas para la posteridad. Luego de la masacre de Virginia, en la que murieron 32 personas a manos de un tipo armado que les disparó en la Universidad Tecnológica, los perfiles en Facebook de los fallecidos se inundaron de pésames y recuerdos. Entonces la red social cambio su política. Ahora, cuando muere un usuario, existe la opción de llenar un formulario para que su perfil se transforme en un mausoleo virtual y sus amigos puedan rendirle homenaje. Quien informe sobre la muerte deberá saber el nombre y el apellido del propietario de la cuenta, su fecha de nacimiento, el correo electrónico que usaba para conectarse, así como informar y comprobar la relación que tenía con el difunto. Entonces se borra la información más sensible, como las actualizaciones de estado, además, automáticamente, se restringe el acceso al perfil sólo para los amigos, para algunos podría ser la única posibilidad de honrar a un ser querido que ya no está. Y en caso de que  algún familiar lo solicite, la cuenta podrá cerrarse, a algunos les puede parece irrespetuoso vivir un luto en línea.
En este mundo ancho y ajeno hay espacio para la Internet y el papel impreso. Todo depende del público al que se quiera llegar. Para mí es un desafío redactar un blog, de la misma manera que lo es escribir un artículo para una revista de difusión, una científica o una académica. El papel ofrece una experiencia peculiar, sin duda, pero los eBooks, las redes sociales y las otras formas de publicación virtual son instrumentos cuya potencialidad está por explorarse. En la Red es posible encontrar escritos complejos y trascendentales, como también banales y malos. De hecho, recientemente la administración de la Enciclopedia Británica tomó la decisión de acabar con su versión impresa para entregarse, exclusivamente, a su portal en la Internet. De igual modo, la tradicional y muy respetable revista Newsweek dejará de circular en papel a finales de este año, solo aparecerá en la Web.

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