jueves, 25 de febrero de 2016

¿Para qué leer?


Además de lo obvio, estudiar, navegar la Internet, aprender sobre las capitales del mundo, conocer de actualidad nacional e internicional, así como construir un repertorio amplio para compartir en una reunión social, todos motivos legítimos, ¿qué tiene leer de especial, qué hace que un texto conmueva, y a veces llegue a ser inolvidable? No es solo el tema ni la erudición del autor, después de todo hay incontables documentos valiosísimos que pasaron desapercibidos, sin que por ello carezcan de valor. Además todo puede relatarse, el universo está hecho de palabras.
Una vez leí, por ejemplo, en la bellamente ilustrada revista Soho, unas reflexiones sobre el mouse del computador, me pareció un documento maravilloso que me sorprendió por el tema tan árido a primera vista, y aun así el autor confeccionó un documento interesantísimo y divertido, incluso humorístico. Y en otra ocasión me encontré con un pasaje inolvidable de Roberto Bolaño sobre botanomancia, me pareció excelente, y otro día, leí una escena sobre una cena romántica en un país escandinavo en que Álvaro Mutis hacía sentir al lector el misterio del ambiente casi polar de la región a través de la comida que ordenó la parejita en esa noche memorable. En fin, se trata de escenas asombrosas que enriquecen la lectura sin ser textos que se refieran a los misterios más insondables de la existencia.
La hipótesis de la neurociencia sobre por qué una lectura conmueve y llega a ser inquietante es que la palabra escrita tiene el poder de estimular el cerebro del lector como si en efecto estuviera viviendo la experiencia que se le está relatando, en persona, como si fuera el protagonista de la obra. En otras palabras, el lector se refleja en la lectura como en un espejo. Es una experiencia íntima, entre el lector y el autor, con tantas posibilidades como lectores, se trata de una colaboración en que el usuario de la obra pone en práctica, dentro de su cabeza, claro está, una serie de destrezas sociales que le dan ideas, permitiéndole ampliar el menú de sus respuestas sociales. Un ejercicio mental que amplía el reservorio de herramientas y recursos con nuevos elementos que le sirven para afrontar situaciones desconocidas, e incluso conocida. Los textos siempre enseñan algo. Así que la ficción se comporta como un modelo para pensar sobre el funcionamiento de la personalidad, las relaciones consigo mismo y los demás, de una manera más activa y eficaz que cualquier otra forma del arte, incluso el cine y la televisión, que aun cuando también narran, ahorran esfuerzo mental al espectador, al fin y al cabo, al menos en el caso de las producciones de los pensadores de Hollywood, los eventos suelen suceder en Los Ángeles o Nueva York y los protagonistas tienen la cara de Brad Pitt y Angelina Jolie. Los personajes literarios son una abstracción de la misma manera que en la literatura científica un círculo es un recurso heurístico para describir fenómenos físicos o el gradiente de una curva representa el promedio de velocidad de las partículas que componen un sistema simboliza el cambio de su temperatura.
De manera que estudios sobre el funcionamiento cerebral de grupos de lectores a través de resonancia nuclear magnética funcional han revelado patrones diferentes de activación según el tipo de pasaje que se esté leyendo en el momento. Como decir, las áreas motoras se estimulan durante las escenas de acción, así el lector en efecto esté apoltronado serenamente en una terraza con una hermosa vista al mar Caribe, se trata de activación de las mismas áreas cerebrales de la persona que está actuando en el momento. Y algo semejante sucede cuando el pasaje leído invita a la reflexión y el recuerdo, cuando genera un punto de vista, una opinión, entonces se activan las áreas más anteriores del lóbulo frontal. Por otra parte, y de manera análoga, sucede con las descripciones, estimulan áreas específicas de la corteza cerebral dedicadas a las percepciones de los órganos de los sentidos, las sensaciones táctiles, así como las visuales, el olfato, la temperatura y el gusto.
Así que el poder de la palabra escrita, incluso en el caso de la lectura por placer, está en que promueve la actividad cerebral. Y lo que hace asombroso a un texto es su sensualidad. La capacidad que tenga de despertar imágenes, sensaciones, recuerdos, reflexiones, sentimientos. Aun cuando, claro, todo depende del área de interés del lector, según quién es y sus circunstancias. Cuando se publica un texto deja de ser propiedad del autor, pasa a ser del lector, tal vez una de las relaciones más espontáneas, aun cuando no siempre desprevenidas, un acto muy personal que puede llegar a tener efectos duraderos, como en el caso de una carta de amor incendiaria, por ejemplo, o de la lectura de un poema desgarrado o simplemente al escuchar la letra de una pieza musical de salsa de alcoba.
Y a la hora de escribir textos eficaces, lo principal es el respeto por el lector. Facilitarle la experiencia con el texto. Por otra parte, la elocuencia, que también implica economía en las palabras, supone administrar la información de manera que el escrito signifique, se defienda solo, encontrando en equilibrio sin abrumar al lector con detalles superfluos, sin decir lo obvio, eso es ofensivo, como decirle imbécil. La idea es darle la mano al lector para que haga un viaje placentero entre las palabras, haciéndolo una aventura cómoda, interesante, divertida. Además ayuda un vocabulario amplio y cierto dominio de la gramática española. El tema, es lo de menos, lo que valoriza el escrito es la convicción del autor de que redacta una obra indispensable.

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