sábado, 16 de marzo de 2013

El Chisme



Me pregunto por qué es tan interesante la intimidad de otros adultos, en especial sus vidas sexuales. Hace unas semanas Colombia debatió con amplitud los amores del actor Robinson Díaz y su colega, la joven actriz Sara Corrales, de quien la opinión pública ya conocía en detalle su exuberante juventud de piel bronceada, pelo salvaje, ojos de llamarada, boca entreabierta y ropas ligerísimas. En todo caso, para los propósitos de estas reflexiones, es suficiente informar que toda la nación lo supo de una u otra manera, incluso su esposa, la periodista Adriana Arango. Pero por qué es tan llamativo para gente ajena al problema que estos personajes fornicaran, cuando la infidelidad es tan común como el arroz, papa y carne.
Además la fruición por el chisme no es solo colombiana. Se me ocurre la notoriedad que alcanzan las noches locas, y de copas, de Paris Hilton, o la inquietud que desperta la predilección razonable de Hugh Grant por la grata compañía y el sexo predecible con las meretrices. En todo caso, el encanto del cotilleo es tan universal que forma un amplio mercado para numerosas publicaciones de la industria de los tristemente célebres paparazzi y de los canales de televisión que difunden la vida privada de las celebridades del mundo del espectáculo.
Como si fuera poco, la fascinación por la habladuría no es nueva. Hace casi doscientos años el gran Rossini (1792-1868) estrenó su famosa ópera “El Barbero de Sevilla”. Una obra especial por su música entretenidísima, así como el humor, y a diferencia de la mayoría de las piezas de ése género, no es trágica, no hay difunto al final. En ella tan solo intentan aniquilar al indeseable pretendiente de Rosina mediante “La Calumnia”, https://www.youtube.com/watch?v=tOSzxtwCyco. Un aria hermosa donde el profesor de música, don Basilio, convence a don Bártolo sobre la utilidad de este recurso temporal, que empieza en voz baja como una sutil ventisca, ya que el misterio de su eficacia está en saber sembrarla, en iniciarla diestramente, para que al pasar de boca en boca crezca y progrese hasta transformarse en un ventarrón que al final aniquila al mezquino calumniado, con la certeza del golpe de un cañonazo.
Entonces queda claro que el deleite de la murmuración es universal. Como puede leerse en la edición especial de la revista de Scientific American, sobre el cerebro y la mente, que apareció en noviembre del 2008, de estos hallazgos surge la idea que comparten antropólogos, sociólogos, neurofisiólogos, biólogos, de que el innegable encanto de conocer las vidas privadas de los demás se debe a la organización cerebral, lograda a partir de la evolución guiada por la mano azarosa de la selección natural. La ventaja del chisme estuvo en que promovió la organización social al transmitir información sobre conductas indeseables, pues el réprobo se volvía ejemplo de lo que no debía hacerse, entonces desalentaba conductas individualista, contrarias al altruismos, y el ostracismo era un castigo temible. Se convirtió en una manera de difundir normas tácitas de la cultura, sus valores, una ética particular, después de todo, el ser humano habitaba en apacibles comunidades pequeñas, y era indispensable saber las conductas de los demás para predecir quién no era confiable. Datos útiles para organizarse mejor y sobrevivir.
Pero la habladuría no era cualquier relato. Se relacionaba con personas especiales, de cierto prestigio, tales como competidores, parejas, parientes, socios comerciales, poderosos con influencia sobre la vida de los demás; y se consideraban de mayor interés cuando trataban sobre rivales de la misma edad y sexo, mientras en el género opuesto cobraban importancia si tenían potencial erótico. Se trataba de información que afectaba la posición social relativa del narrador, pues al conocer la enciclopedia de malignidades y divertidas miserias de los adversarios aumentaban sus probabilidades de procrear. En cambio las buenas noticias no eran tan espectaculares, así fueran sobre los aliados. En últimas, se trató de un mecanismo democrático, pues promovió la igualdad al desmitificar personajes.
Además esta inteligencia social llevó a que quienes estaban más interesados en la vida del prójimo se reprodujeran con más éxito, y sus genes llegaron hasta nosotros. Sin embargo, con el progreso esta destreza ya no tiene tanta utilidad, ahora se requieren herramientas estadísticas para describir poblaciones. Pero aún así, el poder de lo particular perdura, incluso en medio de nuestra sociedad fundamentalmente gregaria los chismes todavía unen, después de todo, solo se comparten con alguien de mucha confianza.
Así, la familiaridad que dan los medios de comunicación con las celebridades podría explicar en parte por qué Sara Corrales, Robinson Díaz, Paris Hilton, Hugh Grant son protagonistas de tantas historias. Y, siguiendo la teoría de la evolución del chisme, dejaron claro ante el mundo entero que el fornicio es problemático, mal visto, y en todo caso no es baladí, tiene hondas consecuencias, generalmente impredecibles, hasta el punto de que el escándalo promovió sus profesiones. De todas maneras, el mensaje en pro del reposado vivir doméstico fue claro, sin ser perfecto, después de todo el modelo monogámico, en especial el matrimonio, siempre está a prueba y tiene una fuerte tendencia a no superarlas. Por otra parte, el escándalo sí paga, a Sara se le abrieron posibilidades laborales en Miami, se dice que con Robinson, así mismo crece el interés por las intimidades de Paris Hilton y Hugh Grant, incluso en “El Barbero de Sevilla” la calumnia no trascendió, pues triunfó el amor del conde de Almaviva por la bella y virginal Rosina.
Así que parecería que el chisme hace parte de la tendencia voyerista del ser humano, y como cualquier otro impulso instintivo, es perentorio, siempre se gratificará, como la urgencia de respirar, al descubrir detalles sexuales, violentos, perversos y adicciones de los demás. La fascinación con descubrir los sucesos íntimos proviene del complejo de edipo, donde uno de sus aspectos determinantes son las fantasías que hacen los niños sobre la intimidad de sus padres, lo que imaginan sucede a puerta cerrada en su alcoba, y para develar el secreto se despiertan a mirar, a irrumpir en la privacidad del recinto. Sus fantasías a este respecto pueden ser intensamente eróticas, pero también violentas, y, en el adulto, la lujuria por  violar la privacidad de los otros es un vestigio de esta lógica infantil. Por otra parte, podría pensarse que la envidia que despierta el éxito motiva el deleite del chisme, después de todo, siempre hay quienes se solazan con las desgracias ajenas, así como también es posible identificarse con esas conductas y realizarlas de manera vicariante a través de otros.
Así que en resumen, el chisme es un asunto muy serio y complejo, un objeto de investigación respetable.


lunes, 4 de marzo de 2013

Infidelidad


Convencidos de que el fin justifica los medios, por vergonzosos que sean, los infieles, hombres y mujeres por igual, así como heterosexuales y homosexuales, siguen con sus vidas de vértigo llenas de límites y de restricciones siempre alerta a no contradecir la penúltima versión de la realidad, preservando la desesperada ignorancia del engañado. Alentados por la extravagante felicidad de lo prohibido, guiados por la desaforada esperanza de volver a encontrarse, siempre los amantes presienten el viento de la desgracia, el final, o, peor, ser descubiertos ya de regreso al hogar legítimo con el fuego de un único amor en los ojos, claro, del amor extramatrimonial. Los seres humanos están destinados a grandes luchas, espléndidas o secretas, llevan la elegante esperanza de ser felices en pareja, uno de los mayores y mejores placeres de la vida, al menos para los que han conocido la maravilla del sexo con amor.

Las pasiones son esencialmente judeocristianas, eso ya lo sabemos, no quiero entrar en discordias heréticas, pero sí, definitivamente, planteo que la infidelidad es el reflejo de  problemas sentimentales en las parejas. Los pensadores de Hollywood ya han producido innumerables películas sobre este tópico, que, por lo general, terminan en desgracia con castigo ejemplar para el réprobo, me refiero al infiel. Parecería que la preocupación de ellos siempre es el desenlace de la historia. En cambio, el cine europeo se ocupa en especial del drama que hay detrás de estas historias, se interesa más por el cómo se llega a ser lo que se es, aspira a comprender, incluso a aceptar las limitaciones humanas. La infidelidad se presenta con frecuencia, no obstante todos los factores para la pareja ser próspera y exitosa, y surge cuando va a menos. De modo que me parece constructivo darle a este asunto un enfoque sindromático: se trata de conductas que se manifiestan en muchas situaciones, es la consecuencia de los problemas de pareja, no la causa, así que el tratamiento se dirige a las dificultades conyugales, no a las manifestaciones externas.

Todo sugiere que es una trasgresión al pacto sinalagmático de exclusividad de la pareja. Y esta es una definición bastante vaga. Resulta que podría haber desde una infidelidad mental, es decir una nostalgia por otra persona, una cierta añoranza, así nunca se cristalicen esos amores escondidos, así solo sean romances virtuales que se sostienen en las redes sociales en la Internet, por ejemplo. En cambio para otros solo el coito la indica. De manera que un beso apasionado o el sexo oral no la configurarían. Incluso, otros más afirman, con seriedad y convicción, que solo hay infidelidad cuando el amor y el sexo se combinan, de modo que si solo se trata de sexo, como en el caso de un encuentro casual, aislado, sin ton ni son, casi sin saber el nombre del otro, no habría afrenta. En este caso, el sexo mercenario, con prostitutas, verbigracia, no sería infiel. Pero también hay quienes son románticos, sentimentales, responsables, serios, personas que mantienen relaciones extramatrimoniales estables y duraderas, porque en la casa no los aprecian, les hace falta ternura y comprensión. No se trata de amores brutos, mucho menos de un arrocito en bajo, como dicen en el Caribe colombiano. Más bien, por el contrario, lo consideran un merecidísimo descanso de sus abnegadas y prolongadas responsabilidades conyugales, un refugio de las meditaciones profundas que agobian al hombre de mundo, o a la señora sedienta de romance. En todo caso, una brisa indispensable para refrescar el hogar, y mantener el equilibrio doméstico. En suma, tal como suele suceder con los asuntos humanos, siempre es posible legitimar las cosas, siempre habrá una explicación razonable para todo.

En el inconsciente hay toda suerte de mecanismos que explican la infidelidad. Van desde la perversión, como en el caso del donjuanismo y la ninfomanía, o la fascinación por el sexo en grupo, el simple deleite de la cacería, la cacería como deporte, y la disociación madona prostituta, como cuando el señor requiere de al menos dos compañeras: una es de fiar, con ella es posible tener hijos, compartir las responsabilidades y el peso de la existencia, el sexo es respetable, higiénico, esporádico, habitualmente en posición de misionero, se trata de un lago apacible que reconforta de las presiones de la cotidianidad; en cambio la otra es lo opuesto, con ella es posible realizar todas las fantasías sexuales más inusitadas, además ella no inspira respeto, incluso, puede haber algo de degradación, pero es una tempestad en la cama, un mar embravecido sin un minuto de tranquilidad. Además existen otras posibilidades. Amar supone confianza, tolerar la incertidumbre, aceptar la inocencia y la buena voluntad del otro. Exige entregarse al ser amado. Ser vulnerable frente al otro. Necesitar con serenidad y madurez. De manera que amar también es una experiencia que para algunos llega a ser aterradora. Esta sensación se llama terror a la intimidad. De manera que la infidelidad en estas circunstancias se vuelve una suerte de válvula de escape que libera del agobio de la exclusividad. Permite sobrellevar la gran paradoja: la necesidad de amar y ser amado, a la vez que soluciona el terror a amar y ser amado. Para otros, en cambio, la infidelidad es una manera de completarse, de gratificar las necesidades emocionales descubiertas. Incluso para algunos más, la infidelidad es una suerte de venganza secreta en la que se da rienda suelta a la agresividad y al resentimiento, como por ejemplo, cuando un infiel es descubierto, y su pareja también toma un amante, para igualar las cargas, además el corneado no tiene autoridad moral, ni siquiera debería preguntar. Un recurso que también es pedagógico, como con la idea de que el infiel aprenda lo que duelen los cuernos. Un escarmiento que sería más severo si le es infiel con alguien que conozca el que ya ha sido infiel.

De manera que este asunto tiene muchos matices y funciones psicológicas. No es tan elemental como simplemente afirmar: “los hombres no son de fiar, pecan hasta sin querer”, o decir “la infidelidad de las mujeres es muy peligrosa, ellas mienten mucho mejor que ellos”. Hay teóricos que han escrito voluminosos tratados con recomendaciones para porfueriar de manera segura y discreta. Como quien dice, ya que decidió entregarse a la zozobra de las razones prohibidas, por lo menos hágalo bien. La mayoría de ellos empiezan por recomendar el uso del condón, con la finalidad de evitar embarazos indeseados, pero sobretodo, de evitar el contagio de enfermedades de transmisión sexual. Por otra parte, los teléfonos celulares han facilitado enormemente la comunicación, en especial entre los amantes, claro, pero no hay que perder de vista que esos aparatos infernales mantienen registros de la historia de su uso, se trata de bitácoras que archivan toda clase de información sobre la operación del aparato, de manera que allí hay una fuente inagotable de información sobre actividades ilícitas. Incluso de los mensajes de texto -un invento que transformó el mundo entero, y le dejó cantidades enormes de dinero a los operadores de las empresas de telecomunicaciones-, son peligrosísimos, porque al borrarlos quedan huellas electrónicas durante varios días. Los teléfonos inteligentes disponen de sistemas de mensajes gratuitos y globales, que amplían las posibilidades comunicativas a las parejas clandestinas, pero también aumentan el riesgo de los rastros cibernético. Y qué decir del resto del universo virtual, de la Internet y sus servicios, a donde es tan fácil abrir una cuenta de correo electrónico, o en una red social. Solo hay que ser precavidos con las claves de acceso, que como se sabe, siempre es mejor que sean combinaciones de letras mayúsculas y minúsculas, intercaladas con números, además de configurar el computador para que nunca las recuerde, y siempre que salga de su cuenta furtiva, no olvide cerrarla.

Y para el mundo real también hay recomendaciones. Si va a salir a un lugar público, asegúrese de no hacer cosas extraordinarias, excesivamente llamativas, que sea fácil explicar su presencia en ese lugar, a esa hora y con esa persona. En todo caso, siempre serán más seguros los lugares privados, lejos de los ojos curiosos. Porque, así usted no sea una celebridad, es muy fácil seguir su rastro, solo se requiere la motivación para hacerlo, por ejemplo, una persona que sospecha que su pareja está porfueriando. Incluso hay empresas de detectives que se especializan en líos de faldas, como suelen llamar a estas situaciones en el ambiente de la inteligencia militar. En todo caso, desde los tiempos de Alejandro Dumas se dice que cuando un hombre se sale de la habitualidad, es posible, incluso probable, que haya otra mujer que explique el cambio.

Los lapsus, los errores, las equivocaciones y otras ligerezas que hacen que el engañado descubra la infidelidad, no son accidentales, por el contrario, son actos que comunican, que expresan malestar, resentimiento, ira, en fin. De manera que siempre es mejor decir las cosas antes de llegar a estos extremos oprobiosos. La infidelidad es un síndrome, ya dijimos, una manifestación de los conflictos de pareja. Un evento que se presenta cuando no se tiene la sabiduría para manejar el paso inevitable del enamoramiento al amor maduro. Pero no es un suceso inexorable, ni mucho menos generalizado, hay muchas parejas que logran tener éxito sin ser infieles. Y es posible timonear la relación de pareja a través de las aguas turbulentas, y muy peligrosas, de la rutina de hierro, a través del diálogo. Tratando de expresarse  libre y espontáneamente con la pareja, partiendo de la base de que las personas siempre se quejan con sinceridad, es posible reparar muchas cosas. Además, la psicoterapia individual, la de pareja y la de familia son alternativas que abren espacios constructivos para ordenar pensamientos y sentimientos, en lugar de proceder directamente con la infidelidad. Una conducta que lastima a la pareja, a la familia, incluso al amante, y además es una manera estéril de sobrellevar la soledad.

domingo, 3 de marzo de 2013

Carta de Amor de un Masoquista


Por aquellas cosas incomprensibles del universo cibernético, hace algunos días llegó al buzón de entrada de mi correo electrónico éste mensaje dolorido y apasionado de un autor anónimo. Al leerlo quise ayudarle a difundirlo en estas páginas virtuales porque me di cuenta de que plantea de una manera muy concreta y universal que el amor no es lo único que une a las parejas, lo agresivo también aporta un nexo estable. Incluso, en ocasiones, lo tanático es mucho más poderoso y duradero que lo erótico, se le conoce como relación sadomasoquista.

Mi amor, sé que no gustas de mí, me lo dices siempre, con toda claridad y a buen volumen. Y yo, mientras tanto, cada día te quiero más. Sé que sueñas con alguien mejor, más interesante, comprensivo y confiable, un hombre más flaco, deportista y ordenado en la casa, sobre todo en el baño, alguien con más de esto y más de lo otro. Porque cada día descubres nuevos defectos en mí, y los anexas a la lista de mis defectos que ya te la sabes de memoria, defectos que de por sí ya son bastantes. A veces me pregunto qué nos une. Te disgusta todo lo mío. Te aburres cuando hablo, y cuando estás conmigo todo te parece monótono, pura rutina. Cualquiera diría que estás enamorada de otro hombre. Pero yo no tengo dudas, soy tu hombre. Comprendo que eres así, malgeniadita, y no te gusta que te pregunte nada. Entonces me paso las horas tratando de saber qué te disgusta tanto de mí, porque siempre sé que estás superbrava. Solo que nunca sé que bicho te picó.
Pero cuando estás sin mí es peor. Desconfías, juras que estoy con alguna loca mucho más sabia que tú entre la cama y con mucho más tiempo libre. Eres celosita, muy celosita, pero así te quiero. ¿Te acuerdas? El otro día fui al baño en un centro comercial, y te emberracaste porque creíste que le mandaba mensajes a la otra. Se te olvida que no puedo vivir sin ti. Pero a ti no te gusta hablar sobre nosotros, me dices “¿¡pa’ qué hablamos de eso, eso es de viejas, sea macho!?”. Además crees que todo lo que te digo es mentira.
Una mañana estabas de buen genio, era el día de tu cumpleaños. Cuando te pregunté cómo habías amanecido, me dijiste: “estoy muy vieja como para replantear mi vida, no me interesa, así estoy bien. Mucho menos quiero recordar mi infancia, ni mis traumas. Si no le gusta como soy, váyase, hay muchas mujeres más jóvenes, más cariñosas y más ricas que yo. ¡Los psicoanalistas, los psicólogos y los psiquiatras no sirven para nada! Lo único que aceptaría de ellos es que me formularan unas pastillas que me hicieran dormir toda la noche, que volvieran a darme ganas de tirar y que me quitaran el aburrimiento y la rabia. De resto, no veo para que hablar, no tengo tiempo para sentimentalismos.”.  Entonces te di un ramo de flores y te preparé un desayuno especial. Te pareció aburrido arreglar el florero. El desayuno no te gustó, te comprendo, la culinaria no es lo mío. Los huevitos te parecieron crudos, muy blanditos, el pan muy duro, el café muy caliente, la fruta muy madura, y además se regó un poco de jugo sobre la sábana, ahí sí que te pusiste furiosa. En todo caso, pasé feliz contigo, espero que celebremos muchos cumpleaños más, juntos.
Te quiero. Y quiero que te vaya bien en todo lo tuyo, y que conmigo te vaya mejor todavía, que seas feliz. También quisiera que me necesitaras tanto como yo a ti, pero eso es imposible, cómo esperar que alguien de tus cualidades y condiciones necesite a un infeliz como yo. Te veo como una mujer que acaba de saber que está embarazada, y tiene la sospecha de que su hijo es Cristo.
El viernes pasado te esperé durante tres horas sentado entre el carro, en el radio se oía: “¡Alerta, Bogotá! Esta es La Cariñosa, la emisora noticiosa. ¡Sí hay trabajo! Recuerde: el trabajo dignifica, y la pereza mortifica. Se buscan meseros en el barrio Venecia, preferiblemente jóvenes, con experiencia, y que sean prácticos.”. Cuando por fin contestaste el teléfono, al día siguiente, el sábado, te dije, “anoche te esperé durante horas.”. Entonces me respondiste como si nada, “¡qué tontería!, ¿por qué lo hiciste?”, y yo te dije, “porque teníamos una cita a las siete”. Estaba sorprendido con tu pregunta y tu frialdad, pero me imaginé que era tu pasión disfrazada de indiferencia. No te reclamé. Sé que eres muy ocupada como para tener tiempo de vivir la vida conmigo. Y a manera de explicación me dijiste aburridísima: “yo sé que teníamos una cita anoche pero no me sentí con ganas de ver a nadie, no fue nada personal contra ti, simplemente no me dieron ganas de salir”. Oir esto me dio desánimo y dolor en el estómago, ganas de llorar y me contuve de preguntarte, “¿por qué no me llamaste para avisarme que no ibas, en vez de dejarme ahí, como un idiota?”, eso habría iniciado una pelea tremenda, entonces más bien te dije, “¿y cuándo crees que volverás a tener ganas de salir?”. “No sé, veremos”, respondiste entretenida digitando en el teclado de tu computador, lo supe porque podía oír los clics por el teléfono. Habías dado por terminada la conversación. Desde que estoy contigo sé que es peor hablar que no hablar. Y cuando te vi, unos días más tarde, me quedé callado a tu lado, disfrutando del ritmo de tu respiración mientras dialogabas con mensajes de texto en la pantalla de tu teléfono inteligente.
El otro día te oí reír hablando por el teléfono con alguien. Entonces me di cuenta de que hacía semanas no oía tu risa, ni te besaba en la boca, tampoco hacíamos el amor, ni nos divertíamos. Te extraño, mi amor. ¿Y qué hacer para en el futuro no volver a molestarte? Creo que nunca lo voy a lograr. Siempre te pone brava algún detalle: mi tono para hablar, mi voz, la manera de tratar a la gente o la de usar las cosas de la casa. Vivir a tu lado me gusta mucho, es interesante, es como construir la casa en un barranco, y siempre estar preocupado pensando cuándo se va a derrumbar. A veces te pregunto, “por qué me odias tanto”, o “¿te pasa algo?”, otras veces me pongo bravo, y te digo, “¿ahora qué fue?”, y a veces, cansado de buscarte sin encontrarte y de tus quejas, te reclamo, “¿¡carajo, y qué hay de nuevo!?”.
La verdad es que te amo. Adoro estar contigo. Contigo disfruto mucho más, hasta la derrota es dulce, cuando estoy contigo. Señora mía, estoy a su entera disposición.

PD. Decidí publicar esta carta anónimamente en la Internet porque te la entregué imprimida en papel, pero no has tenido tiempo de leerla. La escribí con mucho cuidado y trabajo, sabes que esto tampoco no es lo mío, y me pareció horrible que nadie la leyera, así fuera algún desconocido en la red.

Cualquiera se preguntaría por qué siguen juntos.

Sin embargo es común que los románticos amores se basen en mecanismos sadomasoquistas. De hecho, el mundo está lleno de quejas sobre la pareja, de chistes sarcásticos a menudo de muy mal gusto, de oprobios y de objeciones a la vida juntos. Incluso se ha demostrado que el matrimonio es una paradoja de la democracia: a la vez que es un sistema de pensamiento que promueve la libertad, este sacramento propende por lo contrario, la exclusividad hasta que la muerte los separe.

Lo que sucede es que la vida es un eterno presente, y las parejas funcionan con modelos de relación inconscientes, podríamos llamarlos hábitos del pensamiento, que los aprisionan en un sistema nefasto dándole al otro un papel maligno que a menudo no puede eludir. El esquema sadomasoquista hace imposible dejar de considerar al otro como un enemigo mortal. Y nótese que no siempre el sadomasoquismo se refiere al lugar común de la relación sexual escatológica, violenta y cruel, entre un calabozo en el que él está encadenado a una mesa de madera, y una mujer de labios carmesí vestida de cuero, lo latiga y humilla hasta el orgasmo. También existen matices mucho más sutiles, simbólicos, como en el caso del maltrato psicológico de la pareja. Y otro elemento interesante es que en estas parejas usualmente el papel del sádico y el del masoquista son intercambiables, se turnan tanto la actitud pasiva, como la activa.

La psicoterapia psicoanalítica de pareja es útil para estas situaciones. Al asistir a la consulta y esforzarse por narrar los avatares de la vida en pareja al psicoanalista, un observador neutral, hay una ganancia al contar las cosas de un manera inteligible y socialmente aceptable. Pero, lo más importante de estas sesiones es que las personas descubren los mecanismos inconscientes que las unen y las llevan a sufrir tanto, al hacer consciente el mecanismo sadomasoquista inconsciente que los une y los atormenta, al mismo tiempo, por tantos años y sin contradicción aparente.