Me
pregunto por qué es tan interesante la intimidad de otros adultos, en especial
sus vidas sexuales. Hace unas semanas Colombia debatió con amplitud los amores
del actor Robinson Díaz y su colega, la joven actriz Sara Corrales, de quien la
opinión pública ya conocía en detalle su exuberante juventud de piel bronceada,
pelo salvaje, ojos de llamarada, boca entreabierta y ropas ligerísimas. En todo
caso, para los propósitos de estas reflexiones, es suficiente informar que toda
la nación lo supo de una u otra manera, incluso su esposa, la periodista
Adriana Arango. Pero por qué es tan llamativo para gente ajena al problema que
estos personajes fornicaran, cuando la infidelidad es tan común como el arroz,
papa y carne.
Además
la fruición por el chisme no es solo colombiana. Se me ocurre la notoriedad que
alcanzan las noches locas, y de copas, de Paris Hilton, o la inquietud que
desperta la predilección razonable de Hugh Grant por la grata compañía y el
sexo predecible con las meretrices. En todo caso, el encanto del cotilleo es
tan universal que forma un amplio mercado para numerosas publicaciones de la
industria de los tristemente célebres paparazzi y de los canales de televisión
que difunden la vida privada de las celebridades del mundo del espectáculo.
Como
si fuera poco, la fascinación por la habladuría no es nueva. Hace casi
doscientos años el gran Rossini (1792-1868) estrenó su famosa ópera “El Barbero
de Sevilla”. Una obra especial por su música entretenidísima, así como el
humor, y a diferencia de la mayoría de las piezas de ése género, no es trágica,
no hay difunto al final. En ella tan solo intentan aniquilar al indeseable
pretendiente de Rosina mediante “La Calumnia”, https://www.youtube.com/watch?v=tOSzxtwCyco. Un aria hermosa donde el profesor
de música, don Basilio, convence a don Bártolo sobre la utilidad de este
recurso temporal, que empieza en voz baja como una sutil ventisca, ya que el
misterio de su eficacia está en saber sembrarla, en iniciarla diestramente,
para que al pasar de boca en boca crezca y progrese hasta transformarse en un
ventarrón que al final aniquila al mezquino calumniado, con la certeza del
golpe de un cañonazo.
Entonces
queda claro que el deleite de la murmuración es universal. Como puede leerse en
la edición especial de la revista de Scientific American, sobre el cerebro y la
mente, que apareció en noviembre del 2008, de estos hallazgos surge la idea que
comparten antropólogos, sociólogos, neurofisiólogos, biólogos, de que el
innegable encanto de conocer las vidas privadas de los demás se debe a la
organización cerebral, lograda a partir de la evolución guiada por la mano
azarosa de la selección natural. La ventaja del chisme estuvo en que promovió
la organización social al transmitir información sobre conductas indeseables,
pues el réprobo se volvía ejemplo de lo que no debía hacerse, entonces
desalentaba conductas individualista, contrarias al altruismos, y el ostracismo
era un castigo temible. Se convirtió en una manera de difundir normas tácitas
de la cultura, sus valores, una ética particular, después de todo, el ser
humano habitaba en apacibles comunidades pequeñas, y era indispensable saber
las conductas de los demás para predecir quién no era confiable. Datos útiles para
organizarse mejor y sobrevivir.
Pero
la habladuría no era cualquier relato. Se relacionaba con personas especiales,
de cierto prestigio, tales como competidores, parejas, parientes, socios
comerciales, poderosos con influencia sobre la vida de los demás; y se
consideraban de mayor interés cuando trataban sobre rivales de la misma edad y
sexo, mientras en el género opuesto cobraban importancia si tenían potencial
erótico. Se trataba de información que afectaba la posición social relativa del
narrador, pues al conocer la enciclopedia de malignidades y divertidas miserias
de los adversarios aumentaban sus probabilidades de procrear. En cambio las
buenas noticias no eran tan espectaculares, así fueran sobre los aliados. En
últimas, se trató de un mecanismo democrático, pues promovió la igualdad al
desmitificar personajes.
Además
esta inteligencia social llevó a que quienes estaban más interesados en la vida
del prójimo se reprodujeran con más éxito, y sus genes llegaron hasta nosotros.
Sin embargo, con el progreso esta destreza ya no tiene tanta utilidad, ahora se
requieren herramientas estadísticas para describir poblaciones. Pero aún así,
el poder de lo particular perdura, incluso en medio de nuestra sociedad
fundamentalmente gregaria los chismes todavía unen, después de todo, solo se
comparten con alguien de mucha confianza.
Así,
la familiaridad que dan los medios de comunicación con las celebridades podría
explicar en parte por qué Sara Corrales, Robinson Díaz, Paris Hilton, Hugh
Grant son protagonistas de tantas historias. Y, siguiendo la teoría de la
evolución del chisme, dejaron claro ante el mundo entero que el fornicio es
problemático, mal visto, y en todo caso no es baladí, tiene hondas
consecuencias, generalmente impredecibles, hasta el punto de que el escándalo
promovió sus profesiones. De todas maneras, el mensaje en pro del reposado
vivir doméstico fue claro, sin ser perfecto, después de todo el modelo
monogámico, en especial el matrimonio, siempre está a prueba y tiene una fuerte
tendencia a no superarlas. Por otra parte, el escándalo sí paga, a Sara se le
abrieron posibilidades laborales en Miami, se dice que con Robinson, así mismo
crece el interés por las intimidades de Paris Hilton y Hugh Grant, incluso en
“El Barbero de Sevilla” la calumnia no trascendió, pues triunfó el amor del
conde de Almaviva por la bella y virginal Rosina.
Así
que parecería que el chisme hace parte de la tendencia voyerista del ser
humano, y como cualquier otro impulso instintivo, es perentorio, siempre se
gratificará, como la urgencia de respirar, al descubrir detalles sexuales,
violentos, perversos y adicciones de los demás. La fascinación con descubrir
los sucesos íntimos proviene del complejo de edipo, donde uno de sus aspectos
determinantes son las fantasías que hacen los niños sobre la intimidad de sus
padres, lo que imaginan sucede a puerta cerrada en su alcoba, y para develar el
secreto se despiertan a mirar, a irrumpir en la privacidad del recinto. Sus
fantasías a este respecto pueden ser intensamente eróticas, pero también
violentas, y, en el adulto, la lujuria por violar la privacidad de los
otros es un vestigio de esta lógica infantil. Por otra parte, podría pensarse
que la envidia que despierta el éxito motiva el deleite del chisme, después de
todo, siempre hay quienes se solazan con las desgracias ajenas, así como
también es posible identificarse con esas conductas y realizarlas de manera
vicariante a través de otros.
Así
que en resumen, el chisme es un asunto muy serio y complejo, un objeto de
investigación respetable.