miércoles, 24 de febrero de 2016

La fenomenología, el psicoanálisis y la intersubjetividad




Noli foras ire, in te redi, in interiore homine habitat veritas
(No vaya al exterior, regrese al interior, la verdad yace dentro del hombre)
San Agustín


En las sedosas páginas de la edición quince de la Enciclopedia Británica publicada en 1974 -lo aclaro para que no vaya a pensar, amable lector, que para redactar este blog me basé en Wikipedia ni en El Rincón del Vago Punto Com- puede leerse que la palabra ‘fenomenología’ apareció en el siglo XVIII, cuando Johann Heinrich Lambert la utilizó para referirse a la sección de la teoría del conocimiento que diferencia entre verdad, ilusión y error. Luego en el siglo XIX se usó para designar la obra de Hegel, donde el filósofo plantea el desarrollo del espíritu desde la percepción a través de los órganos de los sentidos hasta el conocimiento absoluto. Y en el siglo XX empezó a emplearse para el movimiento cuyo objetivo es investigar y describir los fenómenos según se perciben, sin ocuparse de la causalidad, liberándose de preconceptos y suposiciones.

La fenomenología abarca perspectivas variadas. Su punto de partida se sitúa en Edmund Husserl (1859-1938), pensador alemán nacido en Australia. La consideraba un método destinado a trasformar la ciencia y la filosofía, y la elaboró progresivamente a lo largo su carrera como filósofo profesional. En todo caso, se dice que este enfoque no nació, se desarrolló, pues tiene una larga historia, y es una línea heterogénea de pensamiento.

Se trata del método que propone encarar desprevenidamente la experiencia ante el fenómeno, lo más libre que se pueda de prejuicios y del interés de describir con exactitud. El punto es dejarse impresionar. Después puede vislumbrarse la esencia del fenómeno junto con sus relaciones, basándose en el estudio de casos concretos provenientes de la experiencia o la imaginación, rastreando sus variaciones sistemáticas. Más aun, algunos insisten en que es necesario investigar la manera en que el fenómeno se presenta a la consciencia intencional -es decir, la atención dirigida hacia el objeto-. Pero otros investigadores, en cambio, proponen que el método también puede explorar la génesis de la presentación del fenómeno. Y algunos pensadores más buscan formas existenciales, estudiando el significado del fenómeno, por ejemplo de la angustia, utilizando la interpretación hermenéutica. El objeto del estudio fenomenológico es la información absoluta captada mediante intuición pura, inmanente, buscando comprender las estructuras esenciales, o noesis, y las entidades objetivas que les corresponden, o noema. En otras palabras, se infiere el objeto en sí a través de la experiencia que produce la relación con fenómeno en el observador.

Husserl argumenta que la filosofía es una ciencia. Como Kant piensa que lo empírico tiene una validez relativa, nunca absoluta, apodíctica, entonces investiga la esencia, en lugar del dato. Por ejemplo, critica el historicismo por su relativismo, pues sus premisas se construyen a través de observadores que relatan el suceso estando inmersos en el contexto histórico particular; de modo que concuerda con Dilthey en que la historia es un género literario que trata de hechos, pero no es una ciencia.

La fenomenología, en cambio, busca la esencia. Es lo opuesto al positivismo y al empirismo, escuelas que propenden por solo tener en cuenta el dato concreto. Elementos que hay que considerar porque de allí nació el pensamiento de Franz Brentano (1838-1917), filósofo descollante de la época, que fue el maestro de Husserl y que también influyó en su contemporáneo Sigmund Freud (1856-1939), por ejemplo. Husserl era matemático, y Brentano lo atrajo a la filosofía, su psicología descriptiva parecía un buen fundamento para una filosofía científica. De hecho la intencionalidad es central en la fenomenología, y proviene del pensamiento de Brentano.

Como es bien sabido, la originalidad, como la objetividad, es un ideal inalcanzable. No hay una idea que sea el punto de partida de todas las demás. De manera que de la obra de Brentano surge indirectamente la fenomenología, a través de su alumno Husserl, y, por lo tanto, la filosofía actual. Resulta que Brentano había utilizado las ciencias naturales como modelo para pensar, pues a su vez estaba influenciado por Descartes, Leibniz, Santo Tomás y Aristóteles. Por la época en que vivió Brentano debió ser un positivista posthegeliano, pero como fue sacerdote al principio de su vida, una feliz coincidencia que lo llevó a que sus raíces filosóficas estuvieran en los escolásticos, por lo tanto en la tradición aristotélica, lo cual hizo que su pensamiento fuera fecundo, preciso y serio. Consideraba el idealismo desde Kant hasta Hegel una pérdida de tiempo, pues su posición era opuesta a la suya. Como Aristóteles propendía por la observación directa sin deducciones racionales, pues solo así podía alcanzarse la esencia. De modo que el pensamiento de Brentano es revolucionario: es la conexión entre la filosofía griega y la moderna.

Entonces el trabajo filosófico de Husserl empezó a fines del siglo XIX preguntándose cómo llegaron a conformarse los números, que no son un producto natural sino un logro de la mente. Por esta vía llegó al análisis y la crítica del psicologismo, la idea de que la psicología es la base de la lógica pura. Entonces estudió la esencia de los actos mentales. Examinó la relación entre la consciencia y el ser, donde el ser es producto de la consciencia, y debe investigarse mediante una ciencia que capte la esencia, como la fenomenología. La consciencia es el lugar a donde se construyen los significados a partir de intuiciones puras, sin interpretaciones, allí se encuentra el objeto como fenómeno, no como entidad objetiva. Pero el pensamiento de Husserl también se relaciona con el de Bolzano y con el de los filósofos ingleses, en particular de Hume, además consideró a Kant y guarda cierto nexo con otros discípulos de Brentano, como Anton Marty y Alexius Meinong.

Por otra parte, Husserl también entró en conflicto con el naturalismo -la aplicación de los métodos de las ciencias naturales a todo conocimiento, incluso el que trata de la mente-, de modo que su enfoque se hizo antinaturalista. Los intentos de legitimar las ciencias humanas con una psicología experimental fracasaban en esa época porque el objeto de estudio dejaba por fuera gran parte del problema.

En general hace cien años se consideraba un dislate tomar el pensamiento como fenómeno natural. Es más, Freud también encaró esta misma dificultad, como puede leerse en el “Proyecto de una psicología científica”. Y aun cuando toda la obra freudiana está permeada por la intuición de que hay una base biológica para la mente, no tenía los recursos científicos para documentarlo. Estos pensadores estaban limitados por el conocimiento disponible de la época. En todo caso, estamos hablando de trabajos sobre este tema que aparecieron cuando recién descubrían la estructura microscópica del tejido nervios, antes de los hallazgos revolucionarios de la neurofisiología, del descubrimiento de los genes y sus mecanismos de expresión, así como de los progresos tecnológicos en este campo.

Pero, curiosamente, aún hoy perdura el antiguo hábito del pensamiento antinaturalista. Más de un siglo después en el número del International Journal of Psychoanalysis que apareció publicado en diciembre de 2015, figura un artículo que aboga por no estudiar neuropsicoanálisis escrito por Rachel Blass en colaboración con Zvi Carmeli. Cuando hoy el pensamiento imperante sí considera la mente un fenómeno natural. La mente construye representaciones del mundo modificando la neurobiología, mientras que, al mismo tiempo, la neurofisiología se expresa en la mente. Hay una relación recíproca entre mente y cerebro, conformando la unidad psicosomática.

Es más, la ontogenia de la intersubjetividad es una nueva área de investigación. Se trata del estudio de cómo se llega a desarrollar en el ser humano el fenotipo intersubjetivo, cómo se logra ese rasgo que lo hace construir relaciones simbólicas, emocionales, inconscientes, que van mucho más allá del cuerpo. Pongamos el caso de una pareja enamorada, que es mucho más que dos. Entonces la ontogenia de la intersubjetividad se pregunta cómo se logra la capacidad de vincular a las personas, cómo se alcanza este rasgo desde el desarrollo embrionario, fetal y luego en el postparto, conformando y madurando las estructuras neurológicas que dan lugar a esa capacidad mental que llamamos intersubjetividad. Cómo trasforman al individuo esas relaciones mente cuerpo en la medida en que trascurre la vida, interactuando consigo mismo y con los demás, desde la infancia hasta la senectud.

De todos modos, y de regreso a Husserl, la fenomenología acepta el dato pero también tiene en cuenta lo que no puede percibirse mediante los órganos de los sentidos, así como lo categórico, las relaciones y valores, siempre y cuando se presenten intuitivamente. Acepta los universales. Tolera las relaciones esenciales de lo empírico. Además coincide con el análisis lingüístico en tener en cuenta el reflejo del fenómeno en el aura de los significados del lenguaje común y corriente como punto de partida para el análisis fenomenológico, haciendo la salvedad de que el estudio lingüístico no basta como fundamento para el análisis del fenómeno, porque el idioma no necesariamente revela su complejidad.

Por el otro lado, contrario al fenomenalismo, la fenomenología descarta el límite poroso entre apariencia y realidad, pues considera que los fenómenos son lo único que existe y siempre hay intencionalidad en la construcción consciente de la experiencia a través de la percepción. Además la fenomenología insiste en la formación y verificación intuitivas de conceptos, entonces se opone a las reinterpretaciones trasformadoras del fenómeno, a cambio de analizarlo por lo que es en sí mismo y en sus propios términos; un postura también contraria a la del racionalismo, que privilegia la razón por encima de la experiencia, y la de la filosofía analítica, que sustituye las percepciones y las construcciones simples por los análisis complejos acerca de lo que está dado, como en el caso de la navaja de Ockham, el franciscano inglés del siglo XIII educado en Oxford. Por último, está en completo desacuerdo con el planteamiento del existencialismo de que la existencia humana es inadecuada para el análisis fenomenológico porque le da carácter de objeto a lo que no puede dársele carácter de objeto.

El método básico de la fenomenología es reduccionista. La existencia del mundo debe sopesarse, no porque dude de su existencia, lo que sucede es que el mundo en sí no es su objeto de estudio, más bien investiga cómo se construye conocimiento acerca de él. La reducción invierte la visión de su orientación hacia adelante, hacia el objeto, para dirigirla hacia adentro, hacia la consciencia, hacia cómo el fenómeno afecta al observador. La intuición es central. La persona capta algo inmediato a su presencia corporal, evento primordial sobre el que todo se fundamenta y hace colateral cualquier especulación filosófica.

El primer paso es una reducción fenomenológica: todo se percibe en la consciencia, lo cual incluye intuición, recuerdo, imaginación, juicio. El segundo paso es la reducción eidética, es decir en pos de la esencia. Sucede que la consciencia no es suficiente para llegar a conocer, entonces acude a intuiciones sobre la esencia y la estructura en busca de aquello que permanece inalterado a pesar de la infinidad de manifestaciones del fenómeno. Husserl lo llamó, invariable. Hasta que por último, el tercero paso es la reducción trascendental, lo nombró así siguiendo a Kant, pues en esta etapa vincula el fenómeno con el tiempo y el espacio, abriendo la puerta a la construcción del significado.

Entonces la fenomenología propone el retorno a la intuición y a descubrimientos esenciales como base última de la filosofía. El investigador fenomenológico siempre tiene en cuenta al observador, las diversas formas de su intencionalidad y su actitud reflexiva, porque así accede esa persona en particular al ámbito de los objetos. Cada individuo se acerca al dato a través de los significados que le atribuye, de modo que hay que examinar cómo las categorías del observador abarcan los objetos del mundo. Así que la fenomenología no es ajena a la ciencia, por el contrario trata de entender que sucede en el interior de ella, así que vuelve objeto de estudio un problema que antes no lo era.

Para Husserl el mundo de la vida recibe su forma a través de la experiencia inmediata de la persona. La relación entre la mente y el mundo está mediada por el cuerpo. No se explica el éxito rutilante de las ciencias naturales y del fracaso estrepitoso de las ciencias humanas. Así no puedan determinarse mediante una medición exacta, las verdades del mundo de la vida no son inferiores a las verdades de las ciencias exactas, son explicaciones complementarias. Lo que se necesita no es exactitud sino el acto fundamental. Y Husserl le echó la culpa de esta situación a Descartes, el primer hombre moderno, por haber creado en su filosofía la escisión entre la objetividad de lo físico y la subjetividad de lo trascendental; pero ahora la fenomenología supera este hiato artificial, antiguo y equivocado, en pos de que el hombre cultive conjuntamente lo objetivo y lo subjetivo.

Sucede que la fenomenología pasa por Descartes, el primero en construir una teoría de la subjetividad -la llama res cogitans, en contraposición a la res extensa, la información concreta, objetiva, que se percibe, y se mide-, es más, para este pensador la subjetividad es central, tiene carácter ontológico, hasta el punto que su aforismo es, “dudo luego existo”. Sin embargo, para él los sujetos son mónadas aisladas, noción que perdura en la filosofía durante siglos hasta llegar al psicologismo, en esta concepción las mentes son independientes, interactúan unas con otras, pero no se trasforman ni se afectan, tampoco construyen conjuntamente.

Me parece que los filósofos han estudiado la mente durante más de dos milenios, así que bien puede afirmarse que la raíz de estos conceptos están en la filosofía. Después de todo, fueron ellos quienes se ocuparon de comprender al hombre y sus vicisitudes, junto con sus relaciones con los demás y con la naturaleza. Algo semejante a lo que sucedía con la física y la astronomía en la antigüedad, cuando los filósofos también se encargaron de esas áreas del saber. Por el otro lado, además de un tratamiento, el psicoanálisis es una concepción del hombre y un movimiento, de modo que también tiene contexto cultural, filosófico.

Tenga en cuenta que la descripción del método fenomenológico es asombrosamente parecida al manejo técnico de la contratrasferencia –es decir, la subjetividad del psicoanalista en el diálogo analítico-, en especial en lo relacionado con la idea de alcanzar una disposición anímica que le permita dejarse impresionar por lo que trae la persona al consultorio, sean palabras, objetos, acciones o emociones. Y a través de esa actitud de observador desprevenido, neutro y abstinente, a lo largo del proceso analítico, puede llegar a conocer lo esencial en la persona, el contenido inconsciente y el conflicto, con la finalidad terapéutica de que viva más plenamente, con lo que dispone.

El psicoanalista siente, percibe, escucha, observa, recuerda y vincula esa experiencia con el aquí y el ahora, conmigo, de lo que está sucediendo inconscientemente en la sesión con esa persona en particular. Esta información perceptiva adquiere forma al identificar el patrón, se trata de la manera que el analista organiza y piensa sobre el contenido de lo que allí sucede con esa persona. Pero estos elementos solo adquieren significado en relación con las vicisitudes inconscientes de quien está ahí al interpretarlos en relación con el tiempo, el espacio y la presencia física del analista.  De modo que aun cuando cada analista, como cada persona, es diferente, la finalidad terapéutica del psicoanálisis es que la persona viva mejor, entonces al utilizar la técnica analítica, indistintamente del analista, la persona encontrará su camino personal. Se trata de una posición más coherente consigo mismo.

En otro orden de ideas, la fenomenología dio lugar a desarrollos posteriores, y alrededor de ella se formó el grupo Múnich. Alexander Pfänder se interesó por una psicología fenomenológica que se dedicó a la lógica pura, además redactó un texto filosofía fenomenológica. Moritz Geiger aplicó el método a la estética, Adolf Reinach a la filosofía del derecho, Max Scheler se enfocó en los problemas del valor y la obligación, el polaco Roman Ingarden trabajó en ontología estructural y analizó varias obras de arte, mientras Hedwig Conrad-Martius, un realista cósmico, estudió la ontología de la naturaleza. Sin embargo, ninguno de los seguidores tempranos de Husserl cultivó el idealismo trascendental, más bien se dedicaron al Realismo.

Martin Heidegger (1889-1976) también estudió a Brentano, y además fue alumno de Husserl hasta que en 1916 se unió al Grupo de Múnich. Sin embargo su distanciamiento del maestro empezó casi de inmediato. Mientras Husserl proponía innovar, de modo que con excepción de Descartes, Locke, Hume y Kant, no valía la pena estudiar filosofía, Heidegger argumentaba que sí había que conocerlos a todos. Para él la fenomenología era un método y una metafísica. Regresó a la ontología. Partía de que en griego, según Aristóteles, ‘phainomenon’ significa aquello que se muestra desde sí mismo, mientras que ‘logos’ es permitir que lo que se muestra se vea desde sí mismo de la manera exacta en que se muestra, por sí mismo. Además se alejó del método reduccionista de Husserl.

A principios del siglo XX imperaba en la filosofía una aversión por la metafísica, tal vez por eso Husserl eludió el tema, lo cual fue otro de los puntos de desencuentro con Heidegger. Por ejemplo, Husserl diría que la fórmula de Newton es verdadera así nadie haya pensado en ella; en cambio Heidegger argumentaría que este problema es una insignificancia porque la fórmula no existiría si nadie la hubiera pensado. En todo caso, como Husserl sigue a Sócrates, Platón, Descartes y Kant en que la filosofía es una ciencia estricta y definitiva. Además del pensamiento de su maestro, utiliza el de Scheler, pero también guarda relación con las formas más precisas de la metafísica, en especial con Aristóteles. Su tesis doctoral fue sobre John Duns Scotus, el gran franciscano inglés, pero también se interesó por Kant, y en sus trabajos pueden identificarse ideas presocráticas, de Platón y San Agustín, también conocido como el filósofo del hombre interior, al igual que de Descartes, Hegel, Kierkegaard, Dilthey y Bergson.

Empezó por estudiar el ser con un método hermenéutico que parte de la situación del ser humano, de manera que se volvió objeto de estudio lo que ya se comprende. En especial en lo relacionado con la poesía y la metafísica, pues se basaba en que el ser se ha olvidado a cambio de la tecnología y la fascinación del hombre moderno por dominar la Tierra, controlando seres considerados objetos. En su análisis, quien puede preguntarse acerca del ser, porque es capaz de hacerlo, tiene una posición privilegiada. El Dasein, es decir el estar aquí y ahora, es estar en el mundo. Así que es superfluo el antiguo problema de la diferencia sujeto objeto. La estructura básica del Dasein se origina en los estados de ánimo, la comprensión y el logos, delimitados por el presente. Entonces solo hay dos posibilidades para el hombre: lo auténtico y lo inauténtico, por ejemplo, cuando alguien más decide por uno.

En todo caso, el pensamiento de Heidegger es bastante desarrollado, incluso creó una terminología filosófica de muy difícil comprensión y traducción, buscaba expresar nuevas ideas y revelar realidades ignoradas a través de un lenguaje que no estuviera ya cargado de significados. Y en la segunda mitad del siglo XX, en el universo psicoanalítico sucedió algo semejante con la obra del inglés Wilfred Bion: desarrolló su propio lenguaje por la misma razón. Esta, me parece es una solución loable e ingeniosa, aun cuando también restringe las posibilidades de acceso a la obra. A veces hasta se necesita un exégeta para comprenderlos.

En suma, según “La historia de la filosofía” de Julian Marías los antecedentes de la fenomenología pueden rastrearse por más de dos mil años. Se reconoce por su precisión, fecundidad y alto nivel académico, y cuando apareció plenamente en el siglo XX se consideró el renacimiento de la auténtica filosofía. Por esa época no había una escuela imperante, el positivismo había desplazado al idealismo. Había anarquía filosófica, aun cuando en Inglaterra prevalecía el psicologismo, y Husserl se resistía a ese movimiento, por un lado porque predominaba el escepticismo, es decir, negaba que la verdad pudiera conocerse, y, por el otro lado, era relativista, cualquier cosa podía ser verdad. La fenomenología es la ciencia de los objetos ideales, así que es una ciencia a priori, una ciencia universal, estudia la esencia de la experiencia, que en últimas es un evento psíquico. Además de la experiencia, la fenomenología investiga el objeto de ella, porque es intencional y su referencia es esencial. Los objetos ideales, especies o esencias, son atemporales, mientras los reales están aquí, ahora, conmigo.

En el psicoanálisis también está presente esta dualidad: a la vez que es una disciplina hermenéutica que da significado al fenómeno, es una ciencia. La relación analítica tiene mucho que ver con dar significados a palabras, emociones, sensaciones, actitudes y conductas, en la sesión. Construye significados interpretativos, hermenéuticos. Pero también de la secuencia de las sesiones surge el proceso analítico, lo cual lleva a la elaboración de los conflictos. Entonces el psicoanálisis, como ciencia, es una disciplina que construye conocimiento basándose en innumerables casos concretos, estudiando sus variaciones, identificando regularidades de donde luego surgen explicaciones sobre la génesis de los fenómenos clínicos.

Tomemos el caso del duelo. Existe un duelo ideal como concepto que figura en los libros de teoría, y en este sentido es eterno, atemporal, invariable. Pero, por el otro lado, cómo una persona en particular vive su duelo aquí y ahora, conmigo, frente a esta pérdida en especial, es el fenómeno, el objeto de la clínica psicoanalítica. Así que cada duelo en la práctica es diferente. El aspecto hermenéutico está en darle significado a esos contenidos mentales inconscientes en la situación analítica. Y el proceso analítico es el desenvolvimiento de esa situación en una persona con su contexto.

Luego se construye conocimiento psicoanalítico al estudiar el caso individual, mediante el tradicional reporte de casos. Pero también pueden agruparse muchos casos de duelos elaborados en procesos psicoanalíticos, incluso con diferentes analistas, y compararlos mediante pruebas estadísticas cualitativas o cuantitativas, información que puede emplearse para describir desenlaces, así como para compararlos con otros tratamientos, como el conductismo o los psicofármacos, hasta puede ponerse a prueba el psicoanálisis frente a diagnósticos mentales para medir su eficacia en esas circunstancias. Al fin y al cabo, el psicoanálisis es un tratamiento, y puede investigarse para buscar verdades esenciales, pero también para buscar regularidades en el fenómeno clínico, y para medir su eficacia y establecer sus indicaciones.

Es por eso que en las publicaciones psicoanalíticas periódicas coexisten los tradicionales reportes de casos con trabajos hechos con diversos tipos de diseños, tanto cualitativos, como cuantitativos. Vivimos una época interesantísima, presenciamos la construcción del psicoanálisis basado en la evidencia. Y déjeme decirle que el proceso psicoanalítico se correlaciona fuertemente con la mejoría de las personas, y tiene indicaciones bastante amplias en salud mental. Pero, por ahora, dejemos acá esta digresión sobre investigación psicoanalítica, para seguir con la historia tan interesante que traíamos sobre filosofía.

En Alemania, luego de la Segunda Guerra Mundial, resurgió el interés por la fenomenología en Colonia por iniciativa de Ludwig Langrebe, Gerhard Funke y las ediciones de Walter Biemel, y también se difundió por el mundo. En Francia, uno de los primeros fue Emmanuel Lévinas, un personalista pluralista que combina las ideas de Husserl y Heidegger.

Así mismo Jean Paul Sartre (1905-1980), el principal existencialista francés, también parte de estas ideas, en especial del análisis de la consciencia de Husserl, al diferenciar entre la consciencia perceptual y la imaginativa, mediante el concepto de la intencionalidad. Además emplea la ideación como método y acepta la importancia de la psicología, hasta propone un psicoanálisis existencial. Por el otro lado, de Heidegger toma el problema de la nada, aun cuando descarta la idea del Dasein. Considera la diferencia entre ser en sí –que es opaco, materia, inalterado- y el ser para sí –o sea la consciencia permeada por la nada, donde la mala fe predomina, sin poder superarla porque es fáctica, está dada y trasciende, puede llegar a ser, no puede combinarse-. Su definición de hombre es un ser con posibilidades que se encuentra o se pierde en las elecciones que toma en relación consigo mismo. Concepto lejanamente emparentado con el Dasein que se materializa a sí mismo.

El carácter fenomenológico del análisis de Sartre está en la manera en que dilucida el comportamiento, en especial en lo que se refiere a amor, odio, sadismo, masoquismo e indiferencia, los movimientos psíquicos que son aptos para la interpretación filosófica. Además la influencia de Hegel también aparece en la obra de Sartre al interpretarlo todo de manera dialéctica, el hombre en relación con el otro, el mirar y ser visto, al dominar y ser dominado. Pero, por el otro lado, para Sartre la libertad es la característica básica del hombre, de modo que este autor está vinculado a la tradición de los grandes filósofos moralistas franceses. Claro que al final de su vida hace un viraje marxista, aun cuando desarrolla un método influenciado por la hermenéutica: ahora las elecciones del hombre están limitadas por sus condiciones sociales y psicológicas.

Pero el psicoanálisis también está permeado de esta misma dialéctica hegeliana. Al fin y al cabo, en su concepción de la mente es central la dialéctica consciente inconsciente, del yo no yo, de lo genital pregenital, de lo esquizoparanoide depresivo, de subjetividad intersubjetividad, solo para citar algunos ejemplos. La dialéctica se considera central en el hombre. Por otro lado, la dialéctica entre el determinismo y el libre albedrío también está presente en el análisis, con la premisa de que entre más madura y sana es la persona, más posibilidades tiene de libre albedrío, y para poder llegar a esa situación se habría liberado de las ataduras al pasado, a figuras de autoridad y a funcionamientos arcaicos, estereotipados, a la compulsión a la repetición.

De regreso a la difusión de la fenomenología en Francia y su relación con el existencialismo, partiendo de la idea de Husserl de la vida en el mundo, Maurice Merleau-Ponty -quien murió en 1961- gira alrededor de la noción de que la percepción de las sensaciones corporales, es decir del cuerpo como experiencia y como vía para la experiencia, en que el sujeto percibido se encarna como enlace al mundo fenomenológico. Su fenomenología de la presencia humana en el mundo ofrece una alternativa al dilema rígido del idealismo y el realismo, ya que la consciencia y el mundo pueden coexistir en una relación recíproca, mutua. Entonces la fenomenología se vuelve la vía para revelar la participación esencial de la experiencia humana en el mundo, empezando por la percepción de la cotidianidad. Al final Merleau-Ponty terminó siendo más cercano a Heidegger que a Husserl. De todos modos, dio una nueva interpretación al cuerpo desde la perspectiva fenomenológica, ligándolo a la percepción del espacio, el mundo natural, el tiempo y la libertad. Así que este autor es el fenomenólogo más influyente de su país y un representante importante del existencialismo francés, junto con Sartre y Simone de Beauvoire, una escritora y novelista, también vinculada a Jessica Benjamin, una psicoanalista norteamericana de línea intersubjetiva y feminista.

Pero también Paul Ricoeur es un estudioso de la experiencia de la volición y del problema del concepto teológico de la culpa, además es el traductor de Husserl que acercó su filosofía a los jóvenes. Mientras que Suzanne Bahelard, también traductora suya, pone el acento en su importancia para la lógica moderna. Y Jacques Derrida, un filósofo que se mueve en el límite entre el pensamiento y el lenguaje, combina la fenomenología y el estructuralismo en su interpretación de la literatura, abriendo la puerta al postestructuralismo o postmodernidad.

Las obras póstumas de Husserl y su biblioteca personal se encuentran en la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica, por iniciativa de HL Van Breda y Alphonse de Waelhens. Mientras en Holanda Stephan Strasser trabaja en psicología fenomenológica; en Italia Enzo Paci dirige el círculo de la fenomenología; en Checoslovaquia trabaja Jan Patocka, experto en fenomenología de tradición metafísica, mientras que en Polonia lo hace Roman Ingarden. Además hay actividad en este campo en Yugoslavia, Portugal, Inglaterra, Sudamérica, Japón y la India.

En Estados Unidos la fenomenología fue más bien marginal hasta que florecieron los trabajos de Marvin Farber, estudiante de Husserl, y las publicaciones de Alfred Schütz, un sociólogo austriaco estudioso del área cognitiva, que desarrolló una sociología fenomenológica. Y Aron Gurwitsch, un filósofo lituano, que llegó a la fenomenología a través de sus estudios de la psicología Gestalt en la obra de Adhemar Gelb y Kurt Goldstein, un autor que también influyó en Merleau-Ponty, y que toca áreas tan variadas como matemáticas, ciencias naturales, psicología y metafísica. Por último, también figura Herbert Spiegelberg, un fenomenólogo oriundo de Alsacia, que redactó la primera historia del movimiento.

De modo que la fenomenología ha influido en otras disciplinas como matemáticas y biología, pero sobre todo en psicología, donde Brentano y Carl Stampf abrieron el paso a William James, con la escuela de Würzburg y la Gestalt. Y en psicopatología figura Karl Jaspers, un existencialista contemporáneo que subrayó la importancia de la exploración fenomenológica de la subjetividad del paciente. Y lo siguió Ludwig Binswanger, entre otros. Además la fenomenología es importante en la psiquiatría existencial norteamericana y ha afectado la sociología, la historia y la teología. Así que la fenomenología ha resultado un lenguaje que comunica muchas disciplinas y devolvió la respetabilidad a lo cotidiano y lo subjetivo de las personas.

Y en 1984 el psicoanalista norteamericano Robert Stolorow publicó sobre fenomenología psicoanalítica. La raíz extranalítica de la intersubjetividad. En esas páginas plantea la situación en términos de que el psicoanalista es alguien que vive experiencias en relación con la persona que asiste a su consulta, y en el nivel más profundo de sus construcciones teóricas siempre hay subjetividad, aspectos emocionales, inconscientes, elementos que van mucho más allá de lo concreto. De modo que el mundo material es un dominio de la experiencia, lo cual se opone a la idea materialista y determinista de que el mundo físico tiene una esencia predominante que supedita la consciencia humana. Stolorow se une a los que abogan por una ciencia de la experiencia. Pero, mientras el psicoanálisis está hecho de las observaciones acerca del caso por caso, interpretaciones que surgen de la relación analítica, el filósofo reflexiona privadamente, en pos de construir conocimiento en términos universales, no individuales. En todo caso, Stolorow se basó fundamentalmente los planteamientos Husserl, Heidegger y Sartre acerca del estudio sistemático de la experiencia, pues diferencian entre los objetos en el mundo de la experiencia y las propiedades de la subjetividad propiamente dicha.

La otra fuente filosófica de la fenomenología psicoanalítica, o intersubjetividad, es el estructuralismo. Un enfoque que atraviesa también por disciplinas como psicología, filosofía, antropología, lingüística y crítica literaria. El análisis estructural es un método para estudiar cómo se llega a un modo particular de comprensión. Parte de las relaciones entre los fenómenos estudiados, no el fenómeno en particular, de modo que el aspecto empírico de la investigación estructural es inteligible al ordenar principios y patrones, se trata de principio inmanentes, intrínsecos del fenómeno que se estudia, y no busca factores externos, ni es una investigación causal, tampoco busca predecir. No establece conexiones entre causa y efecto, más bien estudia relaciones entre fenómenos que conforman unidades, y por lo tanto sistemas abiertos que pueden ser impredecibles. Después de todo no tienen porqué predecir el desenlace. Lo cual no quiere decir que no haya leyes que lo rijan. Así que lo adecuado de una explicación estructural no está en su capacidad predictiva, sino en unificar fenómenos mediante explicaciones de eventos que antes parecían no estar relacionados. Busca lo invariable. Una configuración estructural que se mantiene en diferentes circunstancias. La finalidad del análisis estructural es identificar las regularidades en un sistema de eventos que antes era inexplicado, desordenado, caótico. Y el psicoanálisis es la ciencia de la estructura de la subjetividad, se ocupa del patrón que organiza la experiencia y la conducta de cada persona.

La mayoría de escuelas psicoanalíticas de la actualidad han virado en el sentido de la intersubjetividad. Los psicoanalistas del mundo son más conscientes de que su subjetividad es tan determinante como la de la persona que asiste a la consulta. Que la neutralidad y la abstinencia son ideales deseables, sí, pero inalcanzables.

La intersubjetividad se atribuye fundamentalmente al psicoanálisis norteamericano porque el primero en utilizar el sustantivo ‘intersubjetividad’ en este sentido fue Stolorow, aun cuando el primero en emplearlo como adjetivo, fue Lacan. Además, según Werner Bohleber -un psicoanalista alemán de quien Peter Fonagy dice que es un erudito en filosofía europea continental-, unos años más tarde vino Thomas H Ogden, también analista norteamericano y abanderado de la intersubjetividad, quien desarrolló sus ideas acerca del tercero analítico intersubjetivo a partir de la noción del sujeto cuerpo que figura en las especulaciones filosóficas de Merleau-Ponty. Por eso se dice que Ogden lleva la fenomenología un paso más allá.

Pero la intersubjetividad no es una metapsicología, una teoría ni una escuela, tampoco es un enfoque revisionista. Es una categoría a donde desde hace un poco más de treinta años se agrupan los pensadores psicoanalíticos que consideran que la relación analítica es el producto simbólico de la dialéctica de las subjetividades del analista y el analizando en el setting analítico. Las raíces conceptuales psicoanalíticas de la intersubjetividad se encuentran fundamentalmente en la corriente postkleiniana, sin dejar de lado a Winnicott, Fairbairn y Freud, entre otros autores.

Claro que, por el otro lado, los militantes del bando poskleiniano dudan que la intersubjetividad aporte algo nuevo a la noción de que la relación trasferencia contratrasferencia es una situación total mediada por la identificación proyectiva, fantasía central a la hora de construir relaciones objetales y conocimiento psicoanalítico. Argumentan que lo que sucede es que las ideas de Klein llegaron tarde a Estados Unidos. Luego de la Segunda Guerra Mundial en ese país predominó la psicología del yo de Hartmann, después vinieron la psicología interpersonal de Sullivan y la escuela kohutiana; mientras que, por el otro lado, en los años 50 Mitchell, seguidor de Schafer y Loewald, desarrolló el modelo relacional, muy cercano al objetal inglés, pero sin tanta resonancia en el psicoanálisis mundial. Hasta que por fin en los años 80 los norteamericanos descubrieron el enfoque postkleiniano, unos cuarenta años después de que los británicos lo hallaran.


Soy de los que piensan que el psicoanálisis siempre ha sido intersubjetivo. Desde el principio ha sido una relación terapéutica que se basa en la construcción de significados a través de la interacción entre la persona y el psicoanalista. Lo que sucede es que en su etapa inicial el objeto de estudio psicoanalítico era el contenido mental de la persona que estaba en consulta con el analista. Luego, con los desarrollos teóricos posteriores en especial de la teoría objetal, se llegó a la conclusión de que el psicoanálisis es una relación entre dos personas, aun cuando asimétrica porque la persona busca ayuda, y el analista utiliza la técnica e interpreta las relaciones inconscientes que se dan entre ellos. Y, por último, mirar la relación analítica como un fenómeno intersubjetivo enriquece todavía más la situación analítica, porque el psicoanalista se vuelve copartícipe de esa estructura simbólica que se construye conjuntamente con esa persona que está ahí. 

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