domingo, 28 de abril de 2013

¿Cómo Hablar Sobre Sexo con los Hijos?


Videoblog ¿Cómo Hablar Sobre Sexo con los Hijos



Las familias felices son todas parecidas; en cambio las infelices, son infelices de maneras particulares
León Tolstoi



Me parece que la respuesta más adecuada para la pregunta de cómo hablar sobre sexo con los hijos es: “de la manera más simple y llana que usted pueda hacerlo”.

Con simple, quiero decir que trate expresarse de una forma que corresponda a la inquietud del muchacho, sin dar más, ni menos información que la que pide, conteste como lo haría en la entrevista con el cónsul para sacar la visa americana. En estos diálogos es tan importante escuchar, como hablar. Se trata de conocer, valorar y medir cuál es el verdadero alcance de la duda, qué pasa en la vida del chino.

Por lo general las preguntas sobre la mecánica del amor no solo se refieren al procedimiento de la cópula, a la ciencia de la reproducción y a la técnica de la planificación familiar, tampoco se limitan al diagnóstico, el tratamiento y la prevención de las enfermedades de contagio sexual, sin duda información importantísima. Las inquietudes de los hijos van mucho más allá. Apuntan al sistema de valores, a la identidad sexual, a lo que se espera de ellos, a cómo deberían comportarse, en últimas, hasta donde pueden contar con los padres. Estas inquietudes surgen en relación con lo que está sucediendo en la vida corriente del muchacho, en su vida emocional, es una preocupación importante y compleja. Y en la medida en que los padres toleran la angustia que producen preguntas del estilo de, “¿cómo se hace el amor”, “¿cómo llegan los niños a la barriga de la mamá”, “¿una niña puede quedar embarazada con un beso en los labios”, los jóvenes reciben el mensaje de que sí se puede hablar con ellos, se preocupan por sus inquietudes, los toman en serio y los respetan. Se crea un ambiente abierto al diálogo, y no se trata de que sean amigos, sucede que los padres tienen la experiencia y el conocimiento sobre sexualidad que el pelao apenas empieza a construir.

Resulta que el desarrollo psicológico va de la mano del proceso de maduración del sistema nervioso central. Y los niños encuentran gratificaciones en el cuerpo desde el nacimiento, que al principio giran alrededor de la boca, lo cual es razonable, al fin y al cabo se trata de conductas que en primera instancia lo alimentan, pero también nutren el vínculo emocional con la madre, en condiciones ideales, claro está. Además surge el autoerotismo, por ello el chupo puede apaciguar a un bebé, se trata de una capacidad que perdura hasta la adultez. Luego, en la medida en que el niño crece, pasando de lactante a preescolar, además de los placeres orales el angelito descubre otras áreas agradables en el cuerpo, y la zona de mayor interés se traslada al ano. En esa época empieza a adquirir cierto dominio del mundo, logra caminar, por ejemplo, y también llega el entrenamiento del hábito intestinal y vesical a través del control de los esfínteres y del aplazamiento de las gratificaciones. Luego, con el tiempo, el niño sigue progresando y adquiere la palabra, su mundo crece todavía más, más gente participa en su vida en el sentido de que ahora es capaz de relacionarse con esas personas de maneras mucho más complejas: inicia la escolaridad. Además descubre que existen dos tipos de seres humanos, unos con pene y otros sin él. Se pregunta sobre estas diferencias, siente curiosidad. Suele pensar que ella lo perdió, que la castración es un castigo plausible, y, por otra parte, cuando se trata de una niña, lo anhela, incluso, en algunos casos, lo envidia. En todo caso el niño es diferente de la niña, y ambos sienten curiosidad, exploran su propio cuerpo y el del otro sexo. Además, de nuevo, en condiciones ideales, el hijo se identifica con la madre y con el padre, toma más de sus gestos, conductas y expresiones, pero también asimila sus valores, ideales y prohibiciones. Descubre que la madre que antes solo consideraba buena cuando lo complacía y mala cuando lo frustraba, es la misma persona que funciona en distintas instancias de la vida familiar, aprende sobre gratitud. Después el muchacho entra en una etapa en la que los asuntos de la sexualidad pasan a un segundo plano, en su lugar su universo crece todavía más, construyendo cada vez más autonomía. Hasta que por último, llegan a la adolescencia. Época en que retoman el interés preeminente por la sexualidad, solo que ahora está dotado de un cuerpo capaz de procrear. Su genital adquiere características adultas, los senos se desarrollan, aparece el vello corporal, la voz cambia, hasta que al final de este proceso vertiginoso termina transformado en un adulto joven.

De manera que, las respuestas a las inquietudes sexuales del muchacho deben ser simples, teniendo en cuenta su edad, el momento histórico de su vida, las vicisitudes emocionales de la actualidad. No es lo mismo hablar sobre sexo con un niño en los primeros años del colegio fascinado con su profesora de inglés, que conversar con un adolescente encarando el primer amor, que deja huellas tan definitivas en el corazón, tanto por lo bueno como por lo malo que hay en él; ni qué decir del muchacho con inclinaciones homosexuales que lucha por su libertad, o del universitario que integra su carrera con las mieles del amor, pues con ella ha tenido momentos fabulosos, noches inolvidables; y qué tal comentar los asuntos del vivir doméstico con el hijo adulto, el padre los nietos que afronta un divorcio, una viudez, o una enfermedad catastrófica, por ejemplo. En fin, a lo largo de toda la vida se habla sobre sexo con los hijos.

Y también las respuestas a estas inquietudes deben ser llanas, como decíamos, porque se trata de tópicos que angustian a los padres. Los confrontan. Los ponen al límite de sus conocimientos científicos, desafían sus valores, sus creencias y su moral. Además los conmueve el sufrimiento del hijo: nada es peor que ver a un muchacho padeciendo por un amor desairado, el dolor de los cuernos, por ejemplo. Además los padres se preocupan por las consecuencias psicológicas, sociales y económicas de los avatares de las prácticas sexuales del hijo. En medio de la zozobra que producen las dudas sexuales, verbigracia, frente a un embarazo en la adolescencia, y a verse avocados a afrontar la decisión de tener a la criaturita o de abortarla, los padres pueden refugiarse en la autoridad y la represión y en las amenazas, o utilizan el circunloquio, el retruécano y vocabulario elevado, creando todavía más confusión. Llevando al muchacho a perderse todavía más en los meandros de la sexualidad juvenil. Además la vida íntima de los hijos pone a los padres en una situación de impotencia. Está por fuera de su control. De manera que, en últimas, hay que confiar en lo que los hijos han aprendido en el seno familiar desde su infancia, hay que creer en su buen juicio, en su sentido común, en suma, en su salud mental.

La sexualidad no es solo coito. Es la tendencia a procurarse satisfacciones, abarcando el cuidado por sí mismo, y lo constructivo. Elementos que tienen mucho que ver con la estructura de la personalidad. Están presentes en la manera de concebir la vida y el mundo y las otras personas. Rasgos de personalidad que empiezan desde el nacimiento, y que esquemáticamente podrían plantearse dentro de una gama de posibilidades que van desde el hedonismo más irreflexivo hasta el enfoque epicúreo más responsable. Todo depende del sistema de valores, creencias e ideales de la familia, pero también de elementos propios del muchacho y de su comprensión de la vida.

El hedonismo es la búsqueda del pacer como el único bien posible, excluyendo el dolor, el sufrimiento y el penar por completo; todos tienen el derecho de hacer lo que esté en su poder para procurarse el mayor goce. Una noción que se atribuye a Aristipo, estudiante de Sócrates en la Antigua Grecia. Y bien vale la pena recordar a este pensador ahora porque su ética es cada día más vigente en este mundo moderno, interconectado y muy confortable para todos, para la creciente clase media, la gran masa de consumidores que mantienen saludable de la economía global. Mario Vargas Llosa, por ejemplo, sostiene que así la cultura se trivializó, se hizo ligera, intrascendente. Los creadores ya no aspiran a generar transformaciones fundamentales que perduren para la posteridad, solo los mueve acceder al mercado masivo de lo desechable que enriquece todavía más a egoístas capitalistas. Además advierte que el romance murió, y lo reemplazó la pornografía. De modo que así como hay deleite en el deporte, el arte y la intelectualidad, también lo hay en saciarse la panza, en el uso de sustancias psicoactivas, y, naturalmente, en el sexo. Entonces, con el progreso, fornicar de todas las maneras concebibles, indiscriminadamente, se volvió aceptable. En este mundo ancho y ajeno, hay incontables fuentes de satisfacción, la creatividad humana es inagotable.

Pero no todos han estado de acuerdo con Aristipo. Epicuro, un materialista griego que iba en contra de la superstición, y era ateo, planteó que el mayor bien era buscar un placer modesto y duradero, sereno y sin miedo, evitando el dolor y el sufrimiento para sí mismo y los demás, al reconocer las limitaciones del cuerpo.  Promovía los placeres sencillos evitando excesos. Un goce maduro que se logra a través del saber y la reflexión, de la amistad y el amor, de una vida virtuosa y de templanza, sin herir ni ser herido. Para él, el placer es imposible sin sabiduría, bondad y justicia. Las adicciones, la gula y los excesos sexuales no son satisfactorias, incluso desaconseja participar en política. Pensaba que solo así se lograba la felicidad, y ataraxia fue el nombre que le dió esta lógica.

Así que la manera de vivir y de disfrutar, la forma de relacionarse con los demás y la de solucionar los conflictos en el seno de la familia enseña a los hijos mucho más que los discursos más elocuentes y sesudos. Lo fundamental  es la coherencia entre lo que se dice y lo que hace. De modo que hablar con ellos sobre sexo es una oportunidad invaluable que se logra, poco a poco, desde la infancia. Si bien es un campo inquietante, también abre la puerta para la relación con el muchacho sea cercana, cálida, abierta y constructiva. Y desde el punto de vista de la forma, como ya lo dijimos, lo mejor es hablarles de una manera simple y llana, teniendo en cuento el momento que están viviendo. Después de todo, este interrogante ha rondado la cabeza de generaciones, y generaciones, de padres de familia, al menos dentro de la tradición judeocristiana. Me expreso así porque lo que se considera buenas costumbres es central a la hora de tratar este tema. No me sorprendería que entre los progenitores educados en otras culturas y credos también existieran estas preocupaciones. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta, por favor, aprecio mucho las impresiones del lector.