Videoblog: Margaret Thatcher (1925-2013)
Desde hace por lo menos dos décadas he admirado a Margaret
Thatcher. No la conocí en persona, ni soy ciudadano británico, tampoco trabajo
en la diplomacia, ni en el mundo de la geopolítica. Ella me atrajo por ser una
mujer sesuda. Fue Primer Ministro de Inglaterra cuando nadie se lo esperaba, de
hecho, hasta Winston Churchill ya había escrito un editorial ameno y divertido,
como todos sus textos, en que explicaba más allá de cualquier duda por qué una
mujer jamás sería Primer Ministro de Inglaterra. Estaba equivocado, aun cuando sus
aseveraciones se consideraban dogma. Ella lo logró, no sin dificultades, claro
está. Era una mujer de mente desarrollada, o en palabras de mi papá: una mujer
de esas que intimidan a los hombres.
Su autobiografía abarca dos tomos muy interesantes, sí, aun
cuando también muy aburridos. Al terminarlos me prometí que jamás volvería a
leer libros completos tan solo por disciplina. Se trata de un par de volúmenes
construidos con una prosa muy al punto, con adjetivos y adverbios opacos, llenos
de lugares comunes, casi sin metáforas, además dotados de descripciones chatas,
chistes fallidos y detalles excesivos que no dejan nada a la imaginación del
lector. Tienen un tono altisonante, fastidioso. Pero qué se puede hacer, nadie
se las sabe todas.
Nació en Gratham -ciudad inglesa que también fue la cuna de
sir Isaac Newton, motivo de orgullo para ella-, en el seno de una familia
tradicional y apacible. La frugalidad era una fascinación para ellos. Su primer
recuerdo infantil era el tráfico furioso y abarrotado de su pueblo natal. Amaba
a su padre por encima de todas las cosas. Un jugador de bolos y un fumador
incansable, pero también era un metodista devoto, un patriota y, además de ser
tendero, era un hombre con un extraordinario sentido del deber que en sus
escasos ratos libres participaba en el Club de los Rotarios y en otras
actividades comunitarias organizadas por el partido conservador, claro está. Así
ella supo sobre política desde muy niña, y pronto descubrió que hablar sobre
actualidad nacional, e internacional, era la vía regia para cautivar la
atención de su amado padre. Ella no era deportista, más bien disfrutaba de la
lectura, así como de la música apacible, y sin sobresaltos, pero sobre todo de
las películas románticas de los pensadores de Hollywood. Luego vino la Segunda
Guerra Mundial. Para cuando terminó, llegado el momento, estudió ingeniería
química en Oxford. Era buena estudiante, pero también era una rubia chusca, además
de discreta y seria, juiciosa y dirigida a realizar metas. Como dicen las mamás
bogotanas: era una niña que no daba qué hacer. Pero no era dócil. Muy por el
contrario, era bastante llevada de su parecer. Y en el club de debate de la
universidad descubrió que era una oradora incendiaria y convincente.
También por esa misma época conoció a Dennis Thatcher –y hay
que anotar que su apellido de soltera era Roberts, Thatcher era el de casada-,
se trataba de un muchacho apuesto dotado de una considerable fortuna congénita
que había asumido con responsabilidad. En esa época él manejaba un Jaguar
convertible, último modelo. Un carro importantísimo para ella porque allí nació
esa pasión ecuánime que los unió hasta el final de sus días. En su primera cita
hablaron durante horas, hasta el alba, sobre asuntos técnicos de la fórmula
química de una nueva pintura para aviones que una empresa de Dennis había
lanzado recientemente al mercado. Así es el amor, misterioso. Y desde esa noche
fue su compañero inseparable. Asumió con facilidad el papel del príncipe
consorte: la acompañaba a sus labores políticas, discretamente, y se alegraba
cuando le iba bien, mientras que cuando tenía reveces en sus gestas electorales
la invitaba a comer a un buen restaurante y le regalaba alguna joya,
generalmente un diamante. Con el tiempo se casaron y luego tuvieron a los gemelos.
Poco después ella ingresó a la facultad de derecho. Y al terminar sus estudios
se dedicó de lleno a la política, hasta que llegó a ser Primer Ministro, y
luego la reeligieron. Mientras la familia Thatcher vivió en el Diez de Downing
Street, la famosísima dirección de la casa del Ministro Inglés, Margaret y
Dennis continuaron con sus vidas ajetreadas y se reunían a principios de cada
año, con agendas en mano, para ponerse de acuerdo sobre qué eventos
compartirían, y cuáles no. Eran una pareja flemática y organizada.
Su gobierno sorteó, por ejemplo, la desaparición de su hijo
en el Rally de Paris Dakar, las decisiones militares de la guerra de las
Malvinas y las de la Primera Guerra de Iraq, además hubo grandes dificultades
económicas en su país con protestas populares que terminaron en la muerte de varios
huelguistas, a causa de su huelga de hambre. También estuvo al mando durante la
Caída del Muro de Berlín. Y ella, impávida, se mantuvo en el poder, por eso la
llamaban “La Dama de Hierro”. En Rusia gobernaba Mijail Gorbachov, quien le
parecía sospechoso, en cambio en Francia estaba Francois Mitterrand, con quien
tuvo una relación entrañable, lo consideraba un hombre fascinante, y en Estados
Unidos el presidente era Ronald Regan, con él tuvo una amistad tan cercana que en
alguna oportunidad él dijo públicamente: Margaret es el mejor hombre que hay en
Inglaterra. En todo caso, personajes con los que tuvo relaciones cómodas y
definitivas para los eventos de finales del siglo XX en el mundo. Líderes que
guiaron a gran parte de la humanidad en tiempos difíciles. Como la Perestroika,
el colapso definitivo del comunismo, al igual que el surgimiento del modelo
neoliberal, en muchos países, con estados más pequeños dedicados exclusivamente
a gobernar, y por esa misma razón privatizaron tantas empresas públicas,
negocios que no eran su vocación primordial. Hasta que por último salió del
poder cuando su partido le quitó el respaldo después de haberse equivocado al
menos tres veces: en el manejo de la crisis económica en Inglaterra; al subestimar
a Nelson Mandela y soslayar los cambios en la política antisegregación racial
que se dieron en Sudáfrica; y al oponerse con vehemencia a la unificación de
Alemania. ¡Nadie es perfecto, como ya anotamos!
Entonces desapareció de la luz pública, tuvo la sabiduría de
reconocer cuándo dejar de mandar. Y hace un par de años hicieron una película
sobre ella, se titulaba, como era de esperarse, La Dama de Hierro. La protagonizó
Meryl Streep, quien ganó el Premio Óscar por su interpretación del personaje. En
este film los pensadores de Hollywood la pintaron como viuda solitaria y sometida
por la demencia senil quien recordaba su vida política con nostalgia y sin
mayor coherencia. No sé qué tan autobiográfica haya sido esta cinta, en todo
caso, me pareció un retrato bastante desafortunado.
Y ahora me conmueve la muerte de Margaret Thatcher, por eso
redacté esta nota necrológica sentida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta, por favor, aprecio mucho las impresiones del lector.