Me parece que el amor después de los
cincuenta es lo mejor que puede sucederle a un ser humano. Esta es una
observación rigurosa y metódica acerca de las regularidades que se dan en la
naturaleza, hecha en mi consultorio de psicoanalista que es un observatorio de
la condición humana. Este es un amor vasto y apasionado, entregado y
convencido, comprometido y definitivo. Es un amor diferente a los de otrora: el
enamorado madurísimo ahora se pregunta “¿qué puedo hacer por ti?,” en lugar
de “¿qué puedes hacer por mí?” Es un amor con vasectomía o sin ella, lo digo
porque también hay hombres que nostalgian el vivir doméstico de la etapa
reproductiva, entonces arrancan nuevas familias a estas alturas de la vida. Quizás
lo que hace tan bello este amor otoñal es que el enamorado es un náufrago: es
alguien que ha sobrevivido a mil batallas con aciertos y desaciertos, ha
protagonizado experiencias ejemplares, y otras que no lo son tanto, es una
persona que ha construido y ha destruido, es alguien que ha probado el gusto
del pecado y ahora es capaz de tomar una decisión informada y libre. En suma, este
es un tipo que ha vivido y ha hecho lo que ha querido, como canta tan
bellamente Frank Sinatra.
Sigmund Freud, el primer psicoanalista,
planteó la idea revolucionaria de que durante los primeros cinco años de la
vida se construyen las bases de la mente en relación con el desarrollo del
cuerpo, desde luego, en el contexto de la familia. Así empieza a conformarse tanto la identidad de género como la capacidad de pensar y negociar las necesidades personales
con las del mundo exterior ancho y ajeno. Luego, en una siguiente etapa, que
coincide aproximadamente con el periodo escolar temprano, el niño desarrolla
todavía más su individualidad, sóio que ahora lo hace en un ámbito más amplio
que el de la familia, un universo más complejo, impredecible y
exigente. Hasta que años más tarde llega a la adolescencia, cuando los cambios
corporales propios de esta etapa se dan al unísono con el descubrimiento de un
mundo aún más amplio e insondable. Cambios que van de la mano del tránsito
irremediable de la sexualidad infantil hacia la de la adultez temprana. De modo
que, por así decirlo, en esta etapa se reviven situaciones infantiles, sólo que
en una versión mucho más compleja y desafiante.
Pero ahí no para todo. Después la persona
se transforma en un soltero con puesto, una expresión que leí alguna vez no
recuerdo si en un artículo del periódico o de una revista, incluso hasta pudo
ser en un libro, en todo caso se trata de una expresión que me pareció
pintoresca. Se refiere al joven adulto que se encarga de su propia vida, solo
que ahora lo hace con sus medios materiales y mentales, independiente de los
padres, y lo hace con la bella inocencia de la juventud. Desde luego, se
entrevé en estas líneas que la progresión del desarrollo de la mente depende de
la manera en que se resolvieron las etapas anteriores. Siempre se está
aprendiendo a partir de la experiencia vivida. De modo que ahora la persona
pone a prueba una vez más su identidad sexual y su mente, sólo que a menudo lo
hace desconociendo sus verdades más profundas e inconscientes, sus conflictos
infantiles por resolver. Conjeturo que así puede explicarse que la incidencia
de divorcio en el primer matrimonio se acerca al cincuenta por ciento.
El vivir doméstico durante la etapa
reproductiva es demandante. Aparece, entonces, el problema bastante arduo del
paso del enamoramiento al amor maduro. Cuando la pareja además de amarse
aprende a ocupar el mundo de una manera eficaz, tolerando la distancia y el
aplazamiento y la diferencia, hasta lograr zanjar el desacuerdo y asimilar la
desilusión. Así se construye esa bella intimidad que existe entre los que han
conocido la maravilla del sexo con amor a largo plazo. Porque tampoco creo que
la pasión sea flor de un día, existen las pasiones duraderas.
Y llega el momento de la procreación. Uno
de los aspectos de más consecuencias en la vida de una persona, sea porque
decide tener hijos o porque, al contrario, opta por no tenerlos. La paternidad
es un evento que desarrollo todavía más la identidad de género y el sentimiento
de adueñarse de quien se es. Pero también es tan complejo ser padre como no
serlo. Además, no todo el mundo sigue el camino de la reparación y la
elaboración y el tránsito hacia la madurez. En la adultez, las personas
continúan con ese proceso de construir la identidad de género y perduran las
exploraciones sexuales de la infancia. La familia es un grupo de altísimo valor
sentimental, eso sin mencionar el infortunio y los sinsabores del vivir
doméstico, entonces aparece la infidelidad y el divorcio. Entre más veo a las
personas en mi consultorio, más me impresiona la dificultad y el dolor que
supone romper con una pareja y desde luego con la familia. Contrario al mito
urbano, me parece que el divorcio es un evento catastrófico en la vida de la
gente, todos pierden: la pareja, los hijos, la familia, los amigos. La viudez,
en cambio, tiene la connotación del infortunio y es más elegante; mientras que el
divorcio es como si la pareja que se fue se transformara en un muerto viviente, en
un zombie como dicen en la
televisión, lo cual hace que el duelo sea más complejo porque se mantiene la
relación entre los que fueron esposos. Es escalofriante pensar que estamos
juntos hasta que la muerte nos separe.
Pasado es el efecto en el presente de
eventos ya acaecidos, y es común que el hombre de cincuenta haya vivido
esta vorágine. La vida es un continuo aprendizaje: la realidad es
imperfecta, siempre contraría los deseos y las explicaciones personales, de
manera que la capacidad de elaborar duelos es fundamental. La frustración estimula
el pensamiento, mientras que la gratificación no enseña tanto. Así que sabiduría
es lo que se encuentra al final del duelo, no es la felicidad. Lo que sucede es
que duelo no es sólo dejar de penar por la pérdida, implica reparar, ser capaz
de construir de nuevo y seguir adelante de una manera genuina y coherente, que
incorpore el conocimiento que se ha adquirido al echar a perder. Lo que abre la
posibilidad del aprendizaje y el cambio a partir de la experiencia es sentirse
mal consigo mismo y el anhelo de transformarse. Pero no siempre se logra este
ideal. El duelo es un trabajo mental exigente que no tiene atajos. Y las personas
con frecuencia desfallecen. Al darse por vencidas, optan por los psicofármacos
y las estupefacientes y el licor para olvidar, o simplemente repiten
compulsivamente. Las personas son genio y figura hasta la sepultura, si no
tienen autocrítica, tampoco se sienten incómodas con el estado actual de las cosas ni se
hacen preguntas existenciales.
Desde luego también hay parejas convencionales que
funcionan como en 1950, se trata de parejas exitosas que son la quintaesencia
de la monogamia. Conjeturo que todo esto tiene que ver con la salud mental de
base, con la personalidad premórbida podríamos decir. Así hay quienes logran
desarrollarse conservando el contacto consigo mismo, siendo genuino y cómodo
con lo que se es. Se trata de personas maduras que se desarrollan en familias
amorosas y equilibradas y estables. Entonces logran una progresión de sus
mentes que es más homogénea y oportuna, sin ser precoz ni mantenerse inmaduro,
simplemente, evolucionan de una manera más ecuánime. Asuntos de extrema
complejidad, lo digo porque el vértigo de la infidelidad no es para todos, mientras que el divorcio soluciona unos problemas y causa otros nuevos, a menudo imprescindibles.
De modo que la maravilla del amor a los
cincuenta está en que es imperfecto. Es un crisol a donde se amalgaman
innumerables experiencias pasadas, logrando una mezcla más humana de las pasiones y el pensamiento. La maduración es un trabajo pos de resolver las cuentas pendientes, y en la medida en que la persona conoce más,
logra ser coherente tomando decisiones que le hacen más adecuado su
funcionamiento en el mundo. La mente está en continuo desarrollo desde el
nacimiento hasta la muerte, y el amor después de los cincuenta es el resultado
de haber trasegado este mundo inconmensurable e indiferente, por eso a estas
edades se valora tanto a la otra persona. El hombre por encima de los cincuenta es alguien que
sabe de cosa buena, pero también ha conocido las inclemencias de la vida
corriente. O, como decía mi anciano padre: “el joven no sabe apreciar a
la mujer.”