Santiago
Barrios Vásquez. Psicoanalista. Clínica Reina Sofía, Bogotá, Colombia.
Resumen: El grupo no domina al individuo,
le da objeto de identificación, lo define por lo que es y por lo que no es. En
la familia empieza la dialéctica entre
la individualidad y la colectividad, facetas ineludibles del hombre. Las
fantasías colectivas permiten aplicar la teoría psicoanalítica a las
comunidades de trabajo y las organizaciones. Hay niveles en la rebelión:
desafío, secesión o exilio, anarquía y revolución. El psicoanálisis de grupos,
que complementa al individual, es la relación terapéutica guiada por la
relación transferencia contratransferencia, indicada en problemas de carácter,
hábitos y adicciones, en dificultades en las relaciones interpersonales.
Abstract: The group does not dominate
the individual. It is the object of identifications, it defines us by whom we
are and whom we are not. Family is the origin of the dialectic between
individuality and collectivity, inescapable facets of man. Collective fantasies
are studied by psychoanalytic theory in work communities and other
organizations. There are levels in rebellion: challenge, secession or exile,
anarchy and revolution. Group psychoanalysis complements individual sessions,
it is the therapeutic relationship based on transference an
countertransference. It is indicated on character issues, habits and
addictions, difficulties in interpersonal relations.
Palabras
clave:
psicoanálisis, grupo, transferencia, contratransferencia, relación objetal,
identificación proyectiva, supuestos básicos, rebelión, inconsciente
El
grupo no avasalla. Por el contrario, revela lo mejor y lo peor que de por sí
hay en el hombre. Da vitalidad, desarrolla la personalidad tanto en el sentido
constructivo como en el destructivo. La relación con los demás es central.
Testigos participantes de la existencia propia que gratifican, complementan y
enseñan, así como frustran, segregan y excluyen. La primera experiencia en
comunidad es nacer en una familia, padre, madre e hijo, o en cualquier otra
circunstancia -tenga en cuenta que el mínimo grupo es de tres personas, pues se
producen cambios cualitativos en las relaciones, mientras que en pareja
predomina la psicología individual-, así que la colectividad no desdibuja la
identidad, hace parte de quien se es. Incluso el ermitaño más ascético que
pueda concebirse tiene un lugar en la sociedad. Las personas se describen según
su relación con los demás: ya sea terrorista, delincuente, soldado, o policía;
niño, mayor de edad, o persona de la tercera edad; industrial, mendigo,
sacerdote, o psicoanalista. Integrarse a la comunidad gratifica. Identificarse
es una elección inconsciente, activa, incluye sentimientos, recuerdos, valores
y modelos de relación. Las personas se vinculan según sus vicisitudes psíquicas
que determinan el papel que desempeñan: sea líder o, por el contrario,
seguidor, sea integrador o rebelde. Incluso hay aspectos sociales al redactar
estas palabras esperanzadas en encontrar lectores que reflexionen conmigo desde
la óptica psicoanalítica del siglo XXI a cerca de la dialéctica entre lo
egoísta y lo altruista. Se justifica el estudio de las regularidades en la
psicología de las masas, “el hombre es el animal político”, en palabras de
Aristóteles.
Piense
en el caso del fútbol, no quiero que este sea un artículo libresco, lo prefiero
terrenal. Las personas escogen el equipo de sus amores por muchas razones: sus
atributos, lo que representa, la tradición, la nacionalidad, en fin, por
innumerables motivos subjetivos. Y cuando tiene partido, en especial si es un
clásico, unos hinchas se congregan alrededor del televisor en la casa o en
lugares públicos, los demás van al estadio. En esos días los pacientes dejan de
asistir al consultorio del psicoanalista. En los corredores del centro médico
puede oírse la narración de los comentaristas en los televisores de las salas
de espera, intercalados con salvas de aplausos e interjecciones ante alguna
jugada meritoria o cuando meten un gol, y en especial si no lo logran. Los
hinchas son sabios en materia de estrategia futbolera. Entre los que van al
estadio también opera la psicología de grupo: se aglutinan, olvidan las
diferencias, pierde importancia la actualidad nacional y los problemas. La
identidad se diluye sin perderse, y la colectividad no obliga a nadie. Los entusiastas
del mejor espectáculo del mundo se reúnen, desinhibiéndose, actúan de maneras
que no lo harían individualmente. En medio de la vorágine gritan, sufren, se
alegran, se enfurecen, lloran, aportan nuevas palabras y giros lingüísticos al
idioma. Un columnista connotado me explicó que su magia estaba en que era una
experiencia catártica como una tragedia griega. Se sabe que habrá un triunfador
y un perdedor, pero solo los dioses conocen el destino. Mientras tanto, el
hombre ignorante debe descubrirlo poco a poco en el frenesí de los noventa
minutos del partido. Y un empresario me aclaró que este deporte se pone en
escena con los mejores jugadores posibles, los más caros por lo general, y de
allí proviene el prestigio del club, la taquilla que recauda, los precios de
los derechos radiales y televisivos. ¡La pasión del fútbol se vive, se siente! No
solo en el apogeo del partido, en ocasiones hay peleas a trompadas durante y
después del encuentro. La autoridad ya lo sabe, de modo que en el estadio no se
permite el consumo de licor, ni el porte de armas, la seguridad está
garantizada por un grupo antimotines de la policía. Pero también hay una
facción extrema: las barras bravas, que en países angloparlantes se les conoce
como hooligans. Se trata de grupos
juveniles en que los mayores suelen ser líderes carismáticos, que dedican la
vida entera a su equipo predilecto. Lo siguen a donde vaya. Forman congregaciones
que invierten energía, tiempo y dinero rindiéndole culto. Incluso entre ellos
hay parejas estables. Y algunos llegan al estadio ya bajo los efectos del licor
y los estupefacientes. Lo que los caracteriza es la conducta intolerante,
xenofóbica, sectaria, atacan despiadados
a los hinchas de otros equipos en batallas campales con lesiones personales y muerte
y vandalismo. En suma, hay hinchas de todos los pelambres, depende de la
personalidad de cada uno. Aun cuando la conducta grupal es regresiva –y tenga
en cuenta que en este documento el adjetivo ‘regresivo’ se refiere a una forma
del recuerdo que trae al presente funcionamientos infantiles de la personalidad,
de manera inconsciente, no alude a la hipnosis, ni a la exploración de las
vidas pasadas en el contexto de los que creen en la reencarnación-, no enajena
al individuo, por el contrario, le abre espacio para expresar aspectos
primitivos de su mentalidad.
El
comportamiento gregario es natural. Cuenta con millones de años de evolución, así
se explica esta tendencia entre los primates y, por supuesto, en el hombre. El
grupo aumenta la probabilidad de sobrevivir y reproducirse cuando los
depredadores atacan la horda, o los fenómenos naturales la desafían, entonces se
pone a prueba la colectividad. Además en la naturaleza predomina la
organización piramidal con un macho dominante en el vértice controlando las
hembras y los recursos. La relación entre el líder y el grupo es compleja, implica
alianzas, confianza en que la colectividad perdurará, en especial, la
disponibilidad de alimentos, además regula el ambiente social para que siga
estable y predecible en caso de un relevo en el poder. La conjetura de la etología
es que existe una base biológica para el comportamiento social que tiende a
formar comunidades bajo la égida y la tutela de un líder elegido por su fuerza,
inteligencia, desempeño sexual y afecto. En todo caso, el grupo no puede
aislarse del líder, es una unidad indivisible. Y una paradoja es que forma
parte de la comunidad a la vez que es capaz de verla desde la distancia en una
suerte de identificación parcial, una integración peculiar de su narcisismo con
el socialismo (Bion 1963; Billow 2003).
La
corteza cerebral del hombre es desarrolladísima, si se compara con la de otras
formas de vida, dándole nuevos matices e implicaciones a la vida social. Los
líderes humanos cuentan con el lenguaje y la metáfora, con la tecnología y la
posibilidad de elucubrar sobre el pasado y el futuro, con una cultura que
interpreta la comunidad y el ambiente. La posibilidad de la simbolización y la
dialéctica entre el consciente y el inconsciente dan complejidad a las
experiencias de dominación y sumisión, así como las de atracción y repudio, en
el contexto de la necesidad de un líder, un padre, fuerte y empático, sin él
una sensación de caos inminente invade al grupo, desorganizándolo. La vida comunitaria
parte de reacciones emocionales infantiles basadas en el deleite de experiencias
favorables, así como en el sufrimiento ante la adversidad (Rudden, et al 2008).
Hay
líderes que personifican la sed de espiritualidad, por ejemplo. Mientras forcejeaba
con estas palabras díscolas los noticieros televisivos narraban que el Papa Benedicto
XVI se retiraba. Al principio hubo una sensación inquietante de abandono. Era un
evento que no se presentaba desde hacía casi seiscientos años en la Edad Media.
Cuando quedó el trono vacío, el Papa se despidió emotivo desde el balcón ante
la feligresía conmovida en la Plaza de San Pedro. Entonces empezó el cónclave.
Y el mundo en vilo conjeturó que el nuevo Sumo Pontífice sería devoto y
creyente, pero también un ejecutivo capaz de afrontar el desprestigio de la
Iglesia y un administrador que guíe los destinos del Vaticano. El grupo define
al líder, y el líder al grupo, es una unidad indivisible. Hubo zozobra entre los
mil doscientos millones de cristianos durante este período de interinidad. Pero
no hubo vacío de poder. Lo reemplazó, mientras tanto, el cardenal Tarcicio
Bertone, vigente camarlengo. Sin embargo todos querían saber cómo se le diría
al Papa una vez retirado, cómo vestiría, a dónde viviría, cuánto costaría su
manutención, a qué dedicaría el tiempo libre. La Iglesia daba informes
discretos y precisos, no había lugar mensajes contradictorios. Y hubo humo
blanco. La multitud eufórica y aliviada presenció cuando el Cardenal Jean Louis
Tauran anunció que el nuevo Papa era el argentino Jorge Mario Bergoglio, ahora
Francisco I. El rito y la pompa sí son importantes para la psicología de las
masas: dignifican, embellecen, aportan suspenso, significado, emotividad a lo
que sucede en la colectividad, y en el universo cristiano lo saben muy bien,
llevan dos mil años haciéndolo. Hasta que por último el Papa recién elegido, un
hombre carismático, fotogénico y telegénico proyectó su imagen saludable, humilde,
apacible, equilibrada y confiable por todos los medios de comunicación del
mundo. Incluso dejando ver su afición por el fútbol, es hincha del San Lorenzo
de Almagro de su país.
Por
otro lado, también hay líderes que se hacen cargo de ideas vindicativas, racistas,
imperialistas y mesiánicas. Este es el caso de Adolfo Hitler. Lo eligieron al
principio por voto popular, mientras Mein Kampf (1924) el libro de su autoría que
sintetiza su sistema de pensamiento se vendía por todo el mundo desde hacía
años, y el partido Nazi ya era popular. Hitler representaba el sentimiento de
la mayoría en tiempos de dificultades económicas en Alemania, mientras pagaban
las indemnizaciones por los daños causados durante la Primera Guerra Mundial. Además
en esa época en el mundo estaba de moda la eugenética –un cultismo ideado por
el estadístico inglés Francis Galton (Black 2003) a partir de la teoría de Charles
Darwin, sobre la evolución de las especies mediante la selección natural;
concibió la idea de que la humanidad podría progresar si se depuraban los genes
promoviendo cruces entre individuos que consideraba superiores, más aptos para
la vida-, y además, al leer las notas de pie de página de mi edición inglesa del
volumen del Führer se descubre que muchas de su ideas sobre geopolítica,
nacionalismo, inmigración, entre otras, ya figuraban en los sistemas de
gobierno de Estados Unidos, Inglaterra y Francia, entre otros países. Pero Hitler
llevó al extremo la voluntad del pueblo. Los líderes siempre tienen la intuición
de articular las fantasías colectivas predominantes. Y, como decíamos, todo el
mundo se vincula al grupo según la estructura de su personalidad. A su círculo
íntimo solo pertenecían hombres, no había mujeres, se trataba de sus más
allegados y fieles colaboradores entre los que estaban Heinrich Himmler, Joseph
Goebbels, Hermann Goering, Rudolf Hess y Martin Bormann, personajes narcisistas
y psicópatas. Pero otros, con personalidades más saludables, se ubicaron en la
periferia. Este fue el caso de Albert Speer (Sereny 1995). Un arquitecto
brillante que llegó a director general de la industria bélica y coordinador del
sistema de trenes, que además transportaban los prisioneros hacia los campos de
concentración. En el juicio de Núremberg, al final de la Segunda Guerra
Mundial, no lo condenaron a la pena de muerte porque demostró que era ajeno a
las decisiones del Holocausto Nazi y desconocía los detalles sobre la carga que
cada tren contenía, además colaboró en el empalme con los aliados cuando
ocuparon Berlín y evitó que se cumpliera la orden del Führer de destruir la
poca infraestructura que todavía quedaba en pie. Otro caso de una personalidad
madura en el Tercer Reich fue el Mariscal de Campo Erwin Rommel. Un militar
brillante y dedicado a cumplir con su deber, hasta el punto que los oficiales
aliados lo admiraban y lo respetaban.
El
hombre expresa aspectos neuróticos, psicóticos y psicopáticos en la
colectividad. Lo constructivo y la agresión afloran independientemente de las
condiciones socioeconómicas, académicas y culturales. En los países siempre hay
crimen, mafia y corrupción, incluso en el Vaticano. La vida en el seno del
grupo nunca es apacible, lo habitual es la rebelión. Siempre hay un iconoclasta.
La tensión entre el individuo y la colectividad es lo usual, y aun cuando la
historia no es un círculo vicioso, esta dialéctica da la impresión de que el
ser humano está poseído de una compulsión a la repetición. Tucídides (404 AC)
ya había planteado que la historiografía era un género literario, una narrativa
que dependía del punto de vista del historiador que no predecía los
acontecimientos, ni servía para prevenirlos. Pero sí valía la pena estudiarlos
para comprenderlos. Y esta sigue siendo la perspectiva dominante. La historia
no es una ciencia, es un género literario, una manera de difundir valores y
cultura (Iggers 1997).
En
el siglo XIX colapsaron el imperio español y el portugués, liberando las
colonias americanas; también sucumbió el francés, el chino, el mongol y el
Sacro Santo Imperio Romano. El Japón se modernizó, combatió a la China, y
triunfó. Cayó el Imperio Otomano de donde surgió Serbia, Bulgaria, Montenegro y
Rumania luego de la Segunda Guerra Rusoturca y de la Guerra de Crimea. Prevaleció
el Imperio Británico. Controló la cuarta parte de la población mundial, y la
quinta parte de la superficie terrestre. Imperó una Pax Británica que promovió el comercio y luchó contra la piratería
marina. Aun cuando transcurría la Era Victoriana notoria por el trabajo no
remunerado, y en condiciones abyectas, de los niños en las fábricas y minas
inglesas, se abolió la esclavitud en muchos países. Proliferaron los inventos y
los descubrimientos, se hicieron mapas, crecieron los ferrocarriles; se difundió
el fútbol y otros deportes; además hubo desarrollo en todos los campos del
saber; y progresó la medicina, la población creció, la expectativa de vida
aumentó y muchas ciudades superaron el millón de habitantes. Se formaron asentamientos
en América y Australia. Por otro lado, Edward Shorter (1997), historiador de la
salud mental, planteó la noción de que estudiar y tratar la psiquis es una
necesidad que emanó de la modernización y la industrialización, de la vida
urbana. Estos síntomas se volvieron problemáticos cuando los espacios se
redujeron, pues la población migró a las ciudades. Después de todo, a donde
predominaba el modo de producción feudal la gente vivía en extensiones amplias,
despobladas, y estas afecciones eran casi imperceptibles, a lo sumo se
explicaban como posesión demoniaca.
Luego,
en el siglo XX vino la Revolución Bolchevique, la Primera Guerra Mundial, la
Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la Revolución Cubana y la liberación de
la mayoría de las colonias africanas, junto con muchos conflictos más.
Aparecieron grupos terroristas como Septiembre Rojo en Alemania, la ETA en
España y el IRA en Irlanda. Se construyeron rascacielos y hubo todavía más
progreso, incluso el hombre llegó a la Luna, continuó la creación de riqueza;
se desarrollaron los antibióticos y las vacunas, aumentando todavía más la
expectativa de vida, y se descubrió el ADN. Además se utilizó la radioactividad
como fuente energética y para promover la salud, pero también para fines
bélicos.. La liberación femenina, se dio en la mayoría de los países. La
violencia, el repudio y el menosprecio a ellas
dejaron de ser una tendencia cuya vigencia alteraba toda pretensión de
igualdad, solo se presenta en situaciones específicas. Dejó de ser una idea
dominante en la cultura para volverse un asunto judicial que requiere tratamiento
por especialistas en salud mental. La misoginia ya no es bien vista en
la actualidad de los discursos sobre los derechos.
Con
la llegada del siglo XXI el hombre llegó a Marte. La ciencia y la tecnología
avanzaron más todavía, y se hizo más consciencia de la importancia de la
ecología. Pero también perduró el conflicto entre las minorías, aumentaron las
víctimas de masacres, el desmembramiento de las comunidades, el despojo de la
propiedad. Mientras redacto estas palabras, por ejemplo, se desenvuelve una
matanza increíble en Siria ante los ojos impávidos de la humanidad. También hay
organizaciones yijadistas que aterrorizan
a Estados Unidos y a otros aliados, tal
vez sean los grupos más extremistas, temidos y beligerantes de la actualidad,
sin embargo no es raro conocer sobre otros actos violentos. Este es el caso de
la guerrilla colombiana. A propósito, hace unos años murió Manuel Marulanda,
alias Tirofijo, cabecilla y fundador de las FARC, un personaje que llegó a
tener la dudosa distinción de ser “El Guerrillero más Viejo del Mundo”. Para
los lectores internacionales, quiero precisar que mi generación en Colombia ha
padecido guerrilla, narcotráfico, paramilitarismo, delincuencia y corrupción. Todavía
recuerdo la época de la violencia promovida por los carteles de la droga y
luego por la guerrilla y el paramilitarismo. En esa época muchos pensaban que
este era el peor país del mundo, y algunos parecían complacidos con las
miserias de la patria, servía de objeto malo para dar rienda suelta a las ideas
paranoides. Llegó a ser un ambiente muy inhóspito.
Los
males de la humanidad se han atribuido a la presión del grupo, uno de los promotores
de esta idea fue Federico Nietzsche (1885). Su nueva cosmovisión fue la raíz
del existencialismo, la fenomenología y el posestructuralismo. Para él, la
tradición judeocristiana era un resentimiento, y la fe una actitud débil y
sumisa. Todos eran libres: no afirmaba al gran hombre poderoso, había igualdad
y derechos, era aceptable cualquier forma de vida. El cristianismo era una moral
de señores, diferente de la de los esclavos. La piedad era una forma de
plegarse ante el dominio de los fuertes. Una ideología que controlaba a la
muchedumbre, adaptándose a la traición. Los instintos buscaban desahogo sin
encontrarlo. Entonces se volvían hacia adentro en una creciente internalización
de donde surgía el alma. Formidables barrera que protegía la organización
social contra los viejos instintos de libertad, hasta que el mundo interior del
hombre se partió cuando la descarga externa quedó obstruida. Castigos contra
los instintos del salvaje libre y aventurero que se volvieron contra él mismo.
La enemistad, la crueldad, el placer en la persecución, la sorpresa, el cambio,
se volvieron instintos contra sus propios poseedores originando la mala
consciencia y la destructividad. Entonces el hombre aprisionado en la estrechez
opresiva de la costumbre, perseguido y maltratado, generó la enfermedad como
resultado de su ruptura violenta con su pasado animal. Una declaración de
guerra contra los instintos que fueron en alguna época su poder, alegría y
grandeza. El hombre primitivo exteriorizaba sus instintos, lo adaptaban al
medio, la selva y la guerra, el vagabundaje y la aventura, exteriorizaba la
dicha de la persecución y la cópula, había un instinto de expansión. Esta adaptación
no se hizo por gusto. Se impuso de manera violenta y cruel, el precio por la protección
y la paz, pero los instintos siguieron allí, subterráneos. Entonces se
volvieron hacia adentro al no poder realizarse, ni salir, el mundo interior
originalmente delgado, creció, adquirió profundidad. Y el hombre quedó inhibido,
enjaulado dentro de sí mismo. Una enfermedad grande y siniestra, el sufrimiento
del hombre por el hombre, separándolo de su pasado animal con un alma escindida
de sí misma, que le dio valor a lo egoísta.
Pero
la sociedad no domestica. En la actualidad, casi doscientos años después, la
cultura se aligeró y se trivializó (Vargas Llosa 2012). Los intelectuales se
ausentaron en gran medida de la civilización. Las imágenes, lo inmediato, lo
desechable, prevalecieron favoreciendo los intereses de egoístas capitalistas. Las
creaciones se volvieron objetos desechables y de consumo masivo, dejaron sus
aspiraciones de perdurar para la posteridad, y de transformar el mundo. La
civilización se volvió consumidora de espectáculo y de escándalo, las artes y
la política se volvieron ligeras. La vida sexual se hizo fácil: el romance
murió, y en cambio la pornografía proliferó. Ahora se toleran todas las permutaciones
y maneras de estar juntos. El ambiente se hizo todavía más propicio para
gratificar el narcisismo y voracidad individual. Prevaleció el egoísmo sobre el
altruismo, y aun así, los trastornos mentales aumentaron, tal es el caso de la
depresión, y su complicación mortal, el suicido, así como de la ansiedad, que
abarca las fobias y el trastorno obsesivo compulsivo, y el de las adicciones.
Los
conflictos esenciales del ser humano permanecen inalterados mientras la vida se
hizo más prolongada y confortable. Me pregunto cómo puede culparse a la cultura
por la adolescente con dificultades emocionales, empeñada en la búsqueda de las
proporciones ideales de la belleza cinematográfica mediante cirugías plásticas.
La colectividad no somete al adolescente caótico que se afilia a un grupo terrorista,
a uno neonazi, o que busca compañía para juergas inacabables; ni a la niña
melancólica con conflictos con su imagen corporal y su identidad sexual con
trastornos de alimentación, anorexia y bulimia. Los problemas emocionales individuales
determinan la experiencia y la manera de relacionarse con los demás. Incluso el
credo político que se profese, se escoge por razones emocionales como cualquier
otra elección, aun cuando esté sustentado con argumentos sólidos. Primero se
elige, y luego se legitiman las cosas dándoles vestiduras conscientes a lo
inconsciente.
Al
principio la psicología fue monopersonal. Los primeros psicoanalistas eran
espejos en que el paciente se reflejaba y se reconocía. Su mente era un objeto
aislado de estudio. La meta era hacer consciente lo inconsciente liberándolo de
los traumas infantiles que lo sometían, rompiendo ataduras y hábitos del
pensamiento que se traducían en síntomas. Y todavía hoy existe esta tendencia
monopersonal. De hecho, este enfoque es la mayor fuente de críticas al DSM V de
la psiquiatría actual. Un idioma que sirve para clasificar los trastornos
mentales, un modelo útil aun cuando imperfecto. Y en el ámbito de la filosofía
de la mente (Green 2010) se preguntan cómo puede clasificarse a la humanidad en
dos categorías, los enfermos y los sanos, formando subgrupos heterogéneos según
los diagnósticos. Categorías que no tienen límites claros, como sí sucede en el
caso de la diabetes, por ejemplo, a donde los enfermos tienen una alteración
bioquímica específica, con una historia natural homogénea y un esquema de
tratamiento probado y conocido. ¡Los trastornos mentales no son así!
Sigmund
Freud, el primer psicoanalista, descubrió el inconsciente y la técnica para
trabajarlo. Estos son sus mayores aportes. Y en varias oportunidades tocó el
antagonismo entre las pulsiones y la civilización, tal vez la revisión más
amplia y detallada apareció en El Malestar en la Cultura (1930 [1929]). Describe
el consciente, el preconsciente y el inconsciente. La razón no gobierna a los
impulsos instintivos, operan en tándem con el pensamiento consciente, racional,
aristotélico, y solo con la madurez se logra satisfacerlos de maneras
equilibradas consigo mismo y con los demás. ¡El desafío está en aplazar
gratificaciones! Realizarlas en circunstancias socialmente aceptadas, pues no
siempre la posición más cómoda es la más conveniente. También detalla las regiones
del psiquismo. El yo se construye a partir de la relación consigo mismo, con el
propio cuerpo, y también los padres, este es el complejo de edipo. El superyó
en cambio surge de la relación con la autoridad, pero además cuenta con una
faceta protectora, orientada a objetivos. Desde muy temprano los niños
introyectan normas e ideales que frenan la satisfacción inmediata y desmesurada
de las pulsiones provenientes del ello.
La
libertad no es un regalo de la civilización. Pero la cultura, de por sí, no es
nociva para la salud mental. Por el contrario, es objeto de identificaciones
que llevan al desarrollo psicológico, para bien y para mal. La sociedad regula
las relaciones humanas, incluso la sexualidad y la agresividad, mientras el
neurótico crea síntomas, inconscientemente, al buscar satisfacciones. En el
argot psicoanalítico el sustantivo ‘represión’ no es un fenómeno social, este junto
a los demás mecanismos de defensa de la personalidad morigeran esta tensión,
crean, subliman, aun cuando también causan síntomas en medio de un equilibrio
precario del conflicto entre las gratificaciones y las limitaciones que impone
la vida corriente. Y la angustia es el resultado de la tensión entre el querer
ser y el deber ser, una pugna inagotable.
En
la primera teoría instintiva el problema está en descargar los impulsos. El
desafío es satisfacerlos de una forma equilibrada entre los de autoconservación
y los sexuales, las pulsiones se gratifican catectizando objetos. Luego viene
la segunda teoría instintiva, aparece la contraposición entre la líbido
narcisista y la objetal, la dialéctica entre lo egoísta y lo altruista, y la
noción de que existe un narcisismo sano, saludable, que cuida de sí mismo como
lo haría con otra persona, pero también hay uno excluyente, enfermo, destructivo.
Hasta que, por último, llega la tercera teoría instintiva. La pulsión erótica
se gratifica al vincular, construir, crear, promover la civilización; mientras
la tanática, la nostalgia por lo inanimado, se sacia en la destrucción, la
disociación, lo agresivo, lo antisocial, en la guerra, por ejemplo. De manera
que lo neurótico, lo tanático, lleva al deterioro, el caos, la improductividad;
mientras lo saludable, lo erótico, desarrolla, la persona se cuida a sí misma y
a los demás. Claro que en la puga entre eros y tánatos siempre triunfará
tánatos, todos moriremos. Freud era escéptico de las posibilidades de vivir en
paz y armonía con libertad, igualdad y fraternidad: la agresividad y la
destrucción eran instintivos, vehementes y universales.
Con
el paso de los años, y el desarrollo del psicoanálisis, surgió la psicología
bipersonal con el modelo teórico kleiniano (1957). Nuestra disciplina se
transformó en el estudio sistemático del devenir de las relaciones humanas en la
antítesis entre lo narcisista y lo objetal, entre la envidia y la gratitud. Todo
tiene contexto, no hay una idea que sea el origen de todas las demás. Mediante la
transferencia y la contratransferencia –es decir de las respuestas
inconscientes del paciente en relación con las del psicoanalista-, con la
finalidad terapéutica de elaborar conflictos liberando al hombre de los
flagelos del sufrimiento causados por la neurosis para que solo queden los
inevitables, los de la vida cotidiana. La realidad es imperfecta. El contenido
latente se interpreta en relación con su aspecto manifiesto en la actualidad
del proceso psicoanalítico. Se trata de una búsqueda de verdades inconscientes que
en primera instancia no son del psicoanalista ni del analizando, y, al final, a
través de las interpretaciones, se descubren entre ambos. Un viaje fascinante
lleno de hallazgos en el interior de la mente.
Los
objetos internos personifican las relaciones yo, superyó y ello. Los personajes
principales son los padres que conforman el superyó, fuente de alivio, alegría
y protección, así como de persecución, miedo, culpa y desesperación. Mientras
el yo, el asiento del pensamiento estratégico y razonable, negocia entre el
sujeto y el objeto, sirve de intermediario entre lo individual y lo colectivo. El
ello, en cambio, abarca el inconsciente con las pulsiones, los mecanismos de
defensa y los afectos.
En
el principio, todo está escindido en bueno, cuando gratifica, y en malo, si
frustra. Se trata de la posición esquizoparanoide. El bebé busca fusionarse con
el objeto bueno y aniquilar al malo mediante la omnipotencia del pensamiento
infantil que luego el principio de realidad contradice, y utiliza su capacidad
de satisfacción alucinatoria para crear el objeto perdido. Pero al renunciar al
deseo reprime y simboliza, sustituyéndolo sin modificar el afecto. Toma el
símbolo como objeto, lo considera idéntico, lo emplea para negar la ausencia y
controlar lo persecutorio. Pensamiento regresivo, infantil, como decir, “Cristo
es el crucifijo que está en la cabecera de mi cama”. Predomina la
identificación proyectiva. Un mecanismo de defensa en que partes del sujeto se
proyectan al objeto con el que se ha identificado, una operación mental que
tiene un nivel normal y otro anormal. No solo es una fantasía inconsciente,
también es un medio de comunicación que supone adaptación (Bion 19363). Pero
también hay otros mecanismos de defensa que reparan la destrucción fantaseada
del objeto mediante lo obsesivo compulsivo y la manía, con negación, desdén,
triunfo y omnipotencia.
A
través del contraste entre la presencia y la ausencia se desarrolla la
personalidad. Sobreviene la diferenciación, la posición depresiva, con integración
del objeto, ambivalencia, culpa, temor ante la pérdida, duelo, necesidad
reparatoria, gratitud, y el predominio de la introyección como mecanismo de
defensa. Ahora el símbolo representa al objeto, desplaza la agresión, repara, gratifica,
recupera la pérdida, puede usarse para representar al objeto, tolerando la
separación, elabora y comunica, abre la posibilidad de manejar ansiedades y
conflictos. Consuela. Y los íconos son símbolos, como decir: “el crucifijo en la cabecera de mi
cama representa a Cristo”.
El
psicoanálisis es una terapéutica que parte de la premisa de que todo está
enraizado en el inconsciente, incluso los síntomas mentales y psicosomáticos. Hábitos
del pensamiento que perduran, pues en la infancia sirvieron para afrontar los
desafíos que la vida implica; pero al utilizarlos ahora, cuando las
circunstancias cambiaron, causan dificultades en las relaciones consigo mismo y
con los demás. El consciente y el inconsciente están presentes en todo. Siempre
hay un aspecto preverbal, emocional, que no es obvio, podríamos decir, es la urgencia
del momento de la sesión, la incógnita por resolver, la verdad por descubrir. El
paciente necesita saber que el psicoanalista tolera, y su comprensión de estos
elementos inconscientes surge del hecho seleccionado, el elemento que da
coherencia a lo que sucede en el momento en la sesión, por eso el psicoanalista
acalla su propia realidad. Así transcurre el proceso, este es un oficio
artesanal. El paciente aprende a partir de la experiencia psicoanalítica sobre sus
propios mecanismos mentales, información que le sirve afuera del consultorio
para vivir con satisfacción y comodidad, con tolerancia y creatividad. Consciente
e inconsciente siempre van juntos, en proporciones variables, y complementarias:
la oscilación constante entre la posición esquizoparanoide y la depresiva se da
en la medida en que nuevos eventos emergen perdiendo integraciones previas.
Estos movimientos pueden durar minutos, sesiones, meses o años, en un rango
emocional tolerable. Así se desarrolla el pensamiento. Simboliza el conflicto
expresándolo con la identificación proyectiva normal de la comunicación adulta.
Hay
quienes van al psicoanalista con una pregunta específica que contestan en una
sola sesión, pero también hay gente con inquietudes que toman años en resolver.
En todo caso, los cambios aparecen rápida y progresivamente, y son estables. El
psicoanálisis está indicado para la neurosis, cuando surgen elementos
psicóticos, como las conductas autodestructivas y las adicciones, por ejemplo,
y en pacientes psicopáticos, como los presos. Varias investigaciones con
diseños estadísticos con muestras de más de quinientos pacientes cada una,
hechas en varios países, confirman su eficacia (Barrios 2007; Leuzinger
- Bohleber, et al 2003; Sandell,
et al 2000; Vaughan, Roose 1995; Vaughan, et al 2000). También es útil para parejas
al identificar mecanismos inconscientes que los une, tanto como los que los
separa. Revela datos útiles para encontrar caminos novedosos, ya sea que
decidan seguir juntos, separarse, o cualquier otra de las incontables maneras
de estar en pareja. Siempre con la finalidad de que construyan con sus propios
medios y recursos formas mejores de vida. Y, por supuesto, también se emplea para
tratar a la familia completa, después de todo, es el modelo primigenio de la
vida social. Hasta aquí esta breve digresión sobre la teoría objetal del
psicoanálisis, su terapéutico y sus indicaciones.
El
psicoanálisis de grupo es el tratamiento simultáneo de varias personas, explorando
las fuerzas inconscientes que rigen la colectividad con la guía de la relación
transferencia contratransferencia (Bion 1963; Grotstein 2003). El líder es el
terapeuta. En él se proyectan fantasías infantiles omnipotentes, omnisapientes
y sobre su intencionalidad. Fantasías primitivas que se inoculan mediante la
identificación proyectiva, y movilizan a todos. El hombre es emocional, y depende
de comunicar sus afectos. Los pensamientos existen en sentido platónico,
requieren de una mente para pensarlos, y la meta del psicoanálisis es descubrirlos.
El proceso psicoanalítico es un método para seguir estas transformaciones. Siempre
hay deseos de amar y ser amado, de expresar la agresión sin retaliación y de comprender
y ser comprendido, permean las relaciones con los demás, con los objetos, las
ideas y los sentimientos.
Desde
mediados del siglo XX muchos psicoanalistas (Grinberg, Langer, Rodrigué 1957;
Bion 1963; Grotstein JS 2003; Billow 2003; Rudden, et al 2008) se pusieron manos a la obra a estudiar la
psicología de grupo con fines terapéuticos, individuos reunidos alrededor de
conflictos mentales, vinculados por ellos. A veces su eficacia depende del
efecto catártico de la confesión pública, pero, sobre todo, de la experiencia de
descubrir los factores que condicionan un buen espíritu de grupo. En ellos el
problema es colectivo, así suene a perogrullada. Surge de la relación
transferencia contratransferencia en la colectividad, y con el psicoanalista, mediante
la identificación proyectiva que opera la dinámica del grupo abriendo espacio para
discutir las implicaciones de los conflictos mentales en relación con los demás.
El paciente siempre está centrado en sí mismo, y se resistente a la
cooperación, casi nunca está en un ambiente en el que todos estén en igualdad
de condiciones; además no quiere tratarse, y cuando la desesperación lo lleva a
hacerlo, tampoco está del todo convencido.
El
primer desafío es formar el grupo. Un problema complejo mucho más abstracto que
la amenaza de perder un partido de fútbol, o peor aún, el campeonato, a donde
todo depende de dos factores: un adversario común, un objetivo concreto, y un director
técnico, que por su experiencia conoce sus limitaciones, respeta la integridad
del grupo, no busca sus simpatías, ni sus hostilidades, ocupa una posición de
responsabilidad en momentos de decisiones definitivas; es alguien que ostenta
autoridad cuando los demás no saben qué hacer, es digno de su investidura, vive
en estrecha relación con sus camaradas; y sabe que su tarea consiste en
producir hombres que se respeten a sí mismos adaptados a la comunidad asumiendo
sus responsabilidades libres de sentimientos de culpa que entorpezcan un funcionamiento
eficaz. La amenaza común para el grupo psicoterapéutico no es fácil encontrar. Las
amenazas neuróticas son variadísimas. El enemigo es la incapacidad del grupo
para funcionar con eficacia. El problema colectivo es la fuerza que se opone al
rendimiento, a lo constructivo; y ocuparse de ella es el objetivo terapéutico del
psicoanálisis de grupo, en pos de superar la resistencia colectiva.
Cada
miembro del grupo tiene una entrevista inicial. Del mismo modo que en el psicoanálisis
individual es imprescindible un límite, desarrolla la capacidad para pensar y
reflexionar. Así como el niño construye la habilidad para reflexionar a partir
de la experiencia de proyectar sus ansiedades en la madre, continente, quien se
las devuelve atenuadas, como pensamiento, hacer consciente la diferencia sujeto
objeto en las sesiones psicoanalíticas desarrolla esta capacidad, junto con la
de afrontar adversidades para tolerar la vida. Se requiere un lugar, un tiempo y
la descripción de la tarea, en el psicoanálisis de grupo el encuadre es tan
importante como para el individual. Así, en la sesión, el paciente puede ser
libre y espontáneo según sus conflictos. La agresividad, las relaciones con los
demás y la impotencia para actuar pasan de la teoría a la práctica. En la
medida en que la persona va en uno o en otro sentido dentro del campo de
observación del grupo hay cambios al elaborar conflictos inconscientes. Al
hablar de las cosas que emergen, y de sus marcos de referencia, se consideraran
las actividades como si fueran observadores externos promoviendo los
descubrimientos de los contenidos inconscientes al interior del grupo. Juzgan
la sinceridad de la motivación de la colectividad. Unos colaboran, otros no. Surgen
elementos terapéuticos al trabajar juntos. Nace el pensamiento, la discusión. Se
enfrentan varios tópicos: cómo la gente va y viene del grupo, cómo ingresan,
cómo se adaptan y cómo se despiden; cómo afectan las diferencias logradas
afuera del grupo, como las asimetrías generan inconformidad, tanto como agrado.
Se requiere que el psicoanalista sea intuitivo de la misma manera en que el
director técnico de un equipo de fútbol. Y, durante el proceso, las
dificultades giran alrededor de anteponer el bien colectivo al individual.
El
buen espíritu de grupo es tan difícil de definir como la noción de salud mental.
Es un propósito común. Pero también es reconocer los límites de la colectividad,
así como sus posiciones y funciones, además incluye la capacidad de recibir y de
despedir a los miembros sin temor a desintegrarse, es flexible, y cuando hay
subgrupos no tienen fronteras rígidas, no son excluyentes, tampoco están
centrados en un individuo y su valor se reconoce como general; se aprecia a cada
persona y su contribución, todos tienen libertad, son capaces de discrepar y de
resolver situaciones sin desarticularse. ¡Hasta aquí todo bien!
Pero
la humanidad es un conjunto de individuos. Los grupos nunca son apacibles, ni
siquiera los terapéuticos. Las personas tienen deseos y necesidades y metas. Así
como hay grupos productivos, verdaderos equipos de trabajo cohesionados y
dinámicos, también existen los regresivos, conflictivos y destructivos, funcionan
con identificaciones, fantasías poderosas con patrones que pueden conocerse. Supuestos
básicos sobre la integridad y la supervivencia de la colectividad que cambian
según la situación, la función y la historia. En primer lugar, de fuga y de
lucha. Un sentimiento con otro, sea externo, por ejemplo, un enemigo histórico,
o al interior, un subgrupo con un punto de vista peligroso o desleal que pueda vulnerar
la colectividad, incluso un líder opresivo o débil. Este sentimiento surge
alrededor del límite de la comunidad con preocupación por mantener la frontera
intacta, la pureza del grupo, su invulnerabilidad. En segundo lugar, existen
las fantasías de que el grupo pueda perder el amor del líder o, peor aún, la
razón, un sentimiento irreal y exagerado de dependencia del caudillo. Sin su
guía capaz surgen ansiedades de castración, impotencia, de ser inadecuados, de
exposición a fuerzas caóticas, y pueden incluir la sumisión a una divinidad o a
una ideología. En tercer lugar, hay fantasías de apareamiento. Ideas envidiosas
o voyeristas con amenazas a la estabilidad de la comunidad, como sucede entre
las agrupaciones fundamentalistas, por ejemplo. Giran alrededor alianzas con preocupación
erótica, buscando neutralizarla, hacerla aparecer irreal, con optimismo sexual.
Hasta podrían emerger fantasías sobre el nacimiento de un redentor en el seno
del grupo con un nexo especial con el líder y un dios. Los integrantes se
entusiasman al exhibir poder sexualizado, en especial en grupos omnipotentes. Por
último, en cuarto lugar, en las regresiones de grupos desestructurados hay
fantasías de fusión serenas, defensas contra una agresión intensa, usualmente
con envidia y tendencia hacia el pensamiento grupal que predomina por encima
del trabajo colectivo. En suma, hay que decir, los grupos incorporan diferentes
aspectos de estas fantasías. Verbigracia, los ultrapatrióticos pueden perderse de
manera irreflexiva en la idealización del país y de su líder, cediéndole el poder
sin cuestionarlo, luchan con fiereza contra fuerzas enemigas, como en el caso
del Holocausto Nazi.
La
identificación proyectiva es el vehículo de la fantasía regresiva dominante en
el grupo, lo moviliza al igual que a su líder, además el líder nominal no
siempre es el líder de facto: solo puede guiar cuando tiene libertad de articular
esos contenidos inconscientes de manera implícita o explícita, y dirige a la
colectividad de manera constructiva, o también podría explotarla. Semejante a
la simbolización individual, el líder motiva a la cooperación expresando las
ideas y la fantasía del grupo en el sentido de una labor. Como cuando expresa
poéticamente el anhelo de recibir al mesías aliviando el dolor ante la muerte,
el aislamiento y la incertidumbre, promoviendo soluciones realistas para
afrontar la enfermedad y el hambre, por ejemplo. En cambio la manipulación de
estas ideas beneficiaría solo al líder y a su círculo íntimo, llevando al grupo
en otro sentido muy diferente, verbigracia, el que está ligado por una religión
que ataca a otros con la noción de que controlar la región mejoraría su
posición relativa. El uso que hace el líder de las fantasías puede darse a
nivel inconsciente, intuitivo, aun cuando también consciente y premeditado. La
función de la comunidad debe ser clara, su estructura y liderazgo adecuadas,
para evitar que la colectividad se desarticule. El líder efectivo tolera
regresiones, está dotado de rasgos que le permiten mantener el contacto con la
realidad a la vez que conserva cierto potencial paranoide, reconoce amenazas, además
tiene el narcisismo que alimente su idea de que en efecto está capacitado para
liderar. De modo que hay fuerzas en el grupo que determinan el estilo del
liderazgo mucho más complejas que simplemente la personalidad del líder y los
resultados en cuanto a eficacia y satisfacción.
En
la metodología conductista se evalúa un modelo de refuerzo e intercambio, pero el
líder también tolera la agresión y la competencia desde el interior del grupo
reorientándola hacia la exploración colectiva de estas emociones y conductas. Otras
investigaciones se enfocan en las transformaciones, o el carisma del guía, se
apoyan en su capacidad visionaria y de motivación, incluso se basan en si tiene
un estilo tiránico o, por el contrario, uno democrático. El autoritarismo es deseable
si se requieren resultados rápidos; pero si lo primordial es la estabilidad del
grupo, son preferibles lo estilos participativas y democráticas. Otros trabajos
han considerado los valores y las motivaciones del grupo. Evaluaron esa
conexión entre el líder y la cultura y el desempeño teniendo en cuenta la
receptividad de los seguidores. Incluso algunos han medido la inteligencia
emocional del líder, su capacidad para manejar situaciones complejas. Y otros más
han definido sus habilidades con la finalidad de integrarlas y sistematizarlas
como talentos y competencias, rasgos de personalidad y estilos del líder
ejecutivo y exitoso. En todo caso, se busca un factor X que explique cómo
algunos son capaces de lograr el apoyo del grupo más allá de su habilidad de
estructurar tareas, resolver conflictos, tener consideración y capacidad
inspirar respuestas afectivas; algo que se atribuye a que el líder canaliza la
regresión destructiva de la colectividad transformándola en una experiencia que
lo fortalece.
Siempre
puede esperarse que haya desacuerdo, conflicto, búsqueda de control, tráfico de
influencias, así el grupo sea pequeño. No hay poder pequeño. Estas vicisitudes lo
estructuran, determinan su crecimiento, su evolución, sea reaccionario o
revolucionario. Y es terapéutica la experiencia de interpretar la respuesta
cuando una facción se revela, cómo reaccionan ante el conflicto, y cómo lo
resuelven. Se requiere libertad de pensamiento y de expresión para que haya
progreso y desarrollo colectivo, la rebelión implica autenticidad. Es una
estrategia de un grupúsculo, un último recurso. Un juicio que depende de la receptividad
de los demás, de la influencia del rebelde, se sienten sometidos ante los
principios y conductas del grupo. Sus premisas son irreconciliables, moralmente
absolutas, no están abiertas a la discusión, ni a la negociación, mucho menos a
descartarlas. Su protesta es legítima. No hay otro camino. La rebelión intenta
movilizar al grupo en otras direcciones, una estrategia de acción social para
modificar la situación actual sin cuestionamientos. Es inevitable. Y no siempre
se resuelve, a veces tiene éxito, entonces el grupo se rompe. Esto no siempre
es negativo abre la puerta a la discusión y al cambio. Pero protestar no es
rebelarse. Muchos pasan la vida entera quejándose sin abandonar el grupo,
incluso desobedecen, son refractarios y difíciles, pero en realidad no son
rebeldes porque no desafían la estructura de la colectividad, ni su
funcionamiento, no cuestionan sus valores, ni sus premisas. Siempre hay tensión
entre la sumisión adaptativa y la identidad individual, la seguridad del grupo
depende de los valores de la comunidad y del líder, se suele pensar, pero a la
docilidad le hace falta creatividad. Los conformistas suelen ser rígidos,
sexistas, moralistas, agresivos.
Existen
varias maneras de rebelarse. Primero, el desafío, la presión contra el proceso
y el contenido del grupo, un signo favorable de confianza y seguridad que
comunica progreso, pero también es una señal de necesidad de atención y de
diálogo, y puede ser amigable u hostil, abierta o sutil. En segundo lugar,
existe una tendencia a la secesión y el exilio. Exiliar al rebelde,
fragmentando el grupo, es una necesidad inconsciente, y al lograrlo, se sienten
culpables. Es el resultado de una ruptura en la comunicación, una solución
frecuente, y muy extrema para resolver diferencias. Pero también puede ser un
signo de madurez de la dinámica de grupo, pues el individuo ya no comparte los
ideales de la colectividad, y la comunidad hace el duelo para aceptar que se
vaya, y que llegue alguien más. En tercer lugar, existe la anarquía. Todo el
mundo se resiste a tolerar y a pensar sobre lo doloroso, para eso sirven los
mecanismos de defensa, los conflictos se proyectan en lugar de aceptarlos, entonces
se crean, inconscientemente, confusión, malos entendidos, desorden, todo con
tal de no pensar. Por eso el anarquista condena, repudia y desafía al grupo, y
hasta puede llegar a destruirlo. En cuarto lugar, la revolución. En este caso
la facción rebelde domina al grupo iniciando una nueva era para la
colectividad. No siempre son crudas, inmediatas ni evidentes, tampoco surgen de
un solo evento ni son dramáticas. Pero esta posibilidad origina defensas
paranoides, por eso asustan, sin embargo no siempre implican destrucción. De
las revoluciones también aparecen elementos constructivos.
Por
último, el psicoanalista también se rebela. Por una parte es quien genera la
sensación de cohesión, continuidad y regularidad en el grupo, pero también es
el instrumento del cambio. De modo que su función terapéutica es asumir todos
los papeles de la rebelión: desafía, instiga, es anarquista, exilia y es revolucionario,
según sea el momento del proceso. Lo constructivo es que el grupo florezca o se
desintegre, nunca que se indiferencie. Poner las cosas en palabras es el mayar
acto de rebelión, conmueve al grupo con la interpretación transferencial que lo
saca de su sentimiento grupal, colectivo. Intervenciones que impulsan a la
madurez. Sin embargo, el psicoanalista no es un oráculo. Se trata de un diálogo
honesto y humilde con la colectividad, una manifestación de empatía; claro que,
como cualquier otro miembro del grupo también tiene impulsos destructivos,
influyen su personalidad y sus limitaciones humanas (Billow 2003).
En
conclusión, el psicoanálisis del siglo XXI aporta a la psicología de las masas conocimiento
útil para fines terapéuticos, pero también en el campo organizacional, en la
industria, el comercio, las fuerzas militares, el estado, la academia. Sirve
para comprender y prevenir las consecuencias de las expresiones sociales
relacionadas con el conflicto, la segregación y la exclusión. El psicoanalista
contemporáneo también tiene mucho por hacer en el campo de la difusión y la
educación. La dinámica de grupo es un campo legítimo de investigación. Se estudian
las relaciones entre la colectividad y el líder capaz de tolerar las
regresiones inevitables, transformándolas en experiencias constructivas, de
manera que se mantenga la eficacia del equipo de trabajo.
Es
posible comprender teóricamente lo que hace a un buen líder al describir
operacionalmente los elementos que le permiten comprometer y dirigir al grupo
en sus vicisitudes. Es posible que todos aprendan, entiendan y afronten las
dificultades de la dinámica de las masas. Habrá mejor desempeño y satisfacción
cuando el líder es capaz de expresar la misión con claridad y adaptar la
estructura del grupo a su finalidad, cuando utiliza las fantasías de la
colectividad para motivarla al trabajo, reorienta actitudes destructivas que
interfieren con su desempeño, transformándolas en conductas útiles, tiene la
capacidad de afrontar subgrupos y grupos externos. En la Clínica Tavistock y en
el Instituto AK Rice, instituciones psicoanalíticas que operan en Londres,
desarrollaron una metodología para investigar cualitativa y cuantitativamente
la dinámica de los grupos. Incluye variables como el contexto, sus funciones y
su historia, las relaciones interiores y exteriores, sus supuestos básicos. Tiene
en cuenta la individualidad y la experiencia en grupo, además explora las
conductas del líder efectivo en un grupo de trabajo estructurado. Se interesa
por las interacciones entre el líder y el grupo, más que por sus rasgos de
carácter como individuo aislado. Al fin y al cabo, el líder y el grupo son
indisolubles. (Rudden, et al, 2008).
La
dialéctica entre el individuo y la colectividad ofrece una gama enorme de
posibilidades de todo tipo, satisfactorias y frustrantes. Así como los logros
artísticos y científicos son creaciones personales, el grupo es capaz de construir
las obras y las manifestaciones culturales más complejas y asombrosas. Además
la comunidad dura más que el individuo, y lo vimos recientemente con la muerte
de Hugo Chávez: el pueblo venezolano siguió adelante, elaborando el duelo colectivo
ante la pérdida del Comandante Presidente en medio de improvisaciones, dudas,
conjeturas y suspicacias. Cada cual se vincula al grupo según la estructura de
su personalidad. Así como hay colectividades eficaces y constructivas,
dedicadas al conocimiento y a la creación, también las hay violetas y
destructivas, cuya cohesión gira alrededor de una lógica paranoide. Todo
depende de las fantasías predominantes en el momento: de fuga y lucha, dependiente
del líder, de apareamiento y de fusión con ideas envidiosas. En todo caso, los
grupos están ligados por fantasías infantiles primitivas, creando nexos con el
líder, manifestaciones emocionales fundamentales del ser humano. De manera que
la dialéctica entre el individuo y la colectividad, aun cuando supone tensiones
constantes, es una fuente de gratificación que bruñe la personalidad. Madurez
es construir la capacidad de estar solos tanto como en comunidad de manera
satisfactoria y equilibrada.
El
psicoanálisis de grupo es una herramienta terapéutica cuyo efecto se basa en la
experiencia de vivir los aspectos inconscientes de cada cual en relación los
demás. Los desórdenes de la colectividad resultan de los síntomas mentales, el
objeto de estudio del grupo. Un enfoque útil para el tratamiento de los
conflictos en las relaciones con los demás. Aquí los síntomas se tratan como un
problema de grupo, siguiendo la relación transferencia contratransferencia. El
mecanismo inconsciente fundamental en la dinámica de grupos es la
identificación proyectiva. La sociedad, como los individuos, puede negarse a
tratar sus trastornos hasta el último momento, cuando ya se ven forzados a
hacerlo, pues se requiere introspección, y eso no es frecuente. La autonomía,
como la madurez, se logra, no se concede. La rebelión hace parte del trabajo
psicoanalítico en grupo, y siempre hay sumisión y rebelión, antagonismo entre el
narcisismo y la cooperación. Sin embargo, el hombre es dependiente y su
pensamiento es relacional, por ello el psicoanálisis de grupos revela facetas
que rara vez surgen en las sesiones individuales. Está indicado en los
problemas del carácter, en los hábitos y adicciones, en las dificultades en las
relaciones interpersonales.
El
psicoanálisis individual y el grupal son técnicas complementarias.
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