domingo, 28 de abril de 2013

¿Cómo Hablar Sobre Sexo con los Hijos?


Videoblog ¿Cómo Hablar Sobre Sexo con los Hijos



Las familias felices son todas parecidas; en cambio las infelices, son infelices de maneras particulares
León Tolstoi



Me parece que la respuesta más adecuada para la pregunta de cómo hablar sobre sexo con los hijos es: “de la manera más simple y llana que usted pueda hacerlo”.

Con simple, quiero decir que trate expresarse de una forma que corresponda a la inquietud del muchacho, sin dar más, ni menos información que la que pide, conteste como lo haría en la entrevista con el cónsul para sacar la visa americana. En estos diálogos es tan importante escuchar, como hablar. Se trata de conocer, valorar y medir cuál es el verdadero alcance de la duda, qué pasa en la vida del chino.

Por lo general las preguntas sobre la mecánica del amor no solo se refieren al procedimiento de la cópula, a la ciencia de la reproducción y a la técnica de la planificación familiar, tampoco se limitan al diagnóstico, el tratamiento y la prevención de las enfermedades de contagio sexual, sin duda información importantísima. Las inquietudes de los hijos van mucho más allá. Apuntan al sistema de valores, a la identidad sexual, a lo que se espera de ellos, a cómo deberían comportarse, en últimas, hasta donde pueden contar con los padres. Estas inquietudes surgen en relación con lo que está sucediendo en la vida corriente del muchacho, en su vida emocional, es una preocupación importante y compleja. Y en la medida en que los padres toleran la angustia que producen preguntas del estilo de, “¿cómo se hace el amor”, “¿cómo llegan los niños a la barriga de la mamá”, “¿una niña puede quedar embarazada con un beso en los labios”, los jóvenes reciben el mensaje de que sí se puede hablar con ellos, se preocupan por sus inquietudes, los toman en serio y los respetan. Se crea un ambiente abierto al diálogo, y no se trata de que sean amigos, sucede que los padres tienen la experiencia y el conocimiento sobre sexualidad que el pelao apenas empieza a construir.

Resulta que el desarrollo psicológico va de la mano del proceso de maduración del sistema nervioso central. Y los niños encuentran gratificaciones en el cuerpo desde el nacimiento, que al principio giran alrededor de la boca, lo cual es razonable, al fin y al cabo se trata de conductas que en primera instancia lo alimentan, pero también nutren el vínculo emocional con la madre, en condiciones ideales, claro está. Además surge el autoerotismo, por ello el chupo puede apaciguar a un bebé, se trata de una capacidad que perdura hasta la adultez. Luego, en la medida en que el niño crece, pasando de lactante a preescolar, además de los placeres orales el angelito descubre otras áreas agradables en el cuerpo, y la zona de mayor interés se traslada al ano. En esa época empieza a adquirir cierto dominio del mundo, logra caminar, por ejemplo, y también llega el entrenamiento del hábito intestinal y vesical a través del control de los esfínteres y del aplazamiento de las gratificaciones. Luego, con el tiempo, el niño sigue progresando y adquiere la palabra, su mundo crece todavía más, más gente participa en su vida en el sentido de que ahora es capaz de relacionarse con esas personas de maneras mucho más complejas: inicia la escolaridad. Además descubre que existen dos tipos de seres humanos, unos con pene y otros sin él. Se pregunta sobre estas diferencias, siente curiosidad. Suele pensar que ella lo perdió, que la castración es un castigo plausible, y, por otra parte, cuando se trata de una niña, lo anhela, incluso, en algunos casos, lo envidia. En todo caso el niño es diferente de la niña, y ambos sienten curiosidad, exploran su propio cuerpo y el del otro sexo. Además, de nuevo, en condiciones ideales, el hijo se identifica con la madre y con el padre, toma más de sus gestos, conductas y expresiones, pero también asimila sus valores, ideales y prohibiciones. Descubre que la madre que antes solo consideraba buena cuando lo complacía y mala cuando lo frustraba, es la misma persona que funciona en distintas instancias de la vida familiar, aprende sobre gratitud. Después el muchacho entra en una etapa en la que los asuntos de la sexualidad pasan a un segundo plano, en su lugar su universo crece todavía más, construyendo cada vez más autonomía. Hasta que por último, llegan a la adolescencia. Época en que retoman el interés preeminente por la sexualidad, solo que ahora está dotado de un cuerpo capaz de procrear. Su genital adquiere características adultas, los senos se desarrollan, aparece el vello corporal, la voz cambia, hasta que al final de este proceso vertiginoso termina transformado en un adulto joven.

De manera que, las respuestas a las inquietudes sexuales del muchacho deben ser simples, teniendo en cuenta su edad, el momento histórico de su vida, las vicisitudes emocionales de la actualidad. No es lo mismo hablar sobre sexo con un niño en los primeros años del colegio fascinado con su profesora de inglés, que conversar con un adolescente encarando el primer amor, que deja huellas tan definitivas en el corazón, tanto por lo bueno como por lo malo que hay en él; ni qué decir del muchacho con inclinaciones homosexuales que lucha por su libertad, o del universitario que integra su carrera con las mieles del amor, pues con ella ha tenido momentos fabulosos, noches inolvidables; y qué tal comentar los asuntos del vivir doméstico con el hijo adulto, el padre los nietos que afronta un divorcio, una viudez, o una enfermedad catastrófica, por ejemplo. En fin, a lo largo de toda la vida se habla sobre sexo con los hijos.

Y también las respuestas a estas inquietudes deben ser llanas, como decíamos, porque se trata de tópicos que angustian a los padres. Los confrontan. Los ponen al límite de sus conocimientos científicos, desafían sus valores, sus creencias y su moral. Además los conmueve el sufrimiento del hijo: nada es peor que ver a un muchacho padeciendo por un amor desairado, el dolor de los cuernos, por ejemplo. Además los padres se preocupan por las consecuencias psicológicas, sociales y económicas de los avatares de las prácticas sexuales del hijo. En medio de la zozobra que producen las dudas sexuales, verbigracia, frente a un embarazo en la adolescencia, y a verse avocados a afrontar la decisión de tener a la criaturita o de abortarla, los padres pueden refugiarse en la autoridad y la represión y en las amenazas, o utilizan el circunloquio, el retruécano y vocabulario elevado, creando todavía más confusión. Llevando al muchacho a perderse todavía más en los meandros de la sexualidad juvenil. Además la vida íntima de los hijos pone a los padres en una situación de impotencia. Está por fuera de su control. De manera que, en últimas, hay que confiar en lo que los hijos han aprendido en el seno familiar desde su infancia, hay que creer en su buen juicio, en su sentido común, en suma, en su salud mental.

La sexualidad no es solo coito. Es la tendencia a procurarse satisfacciones, abarcando el cuidado por sí mismo, y lo constructivo. Elementos que tienen mucho que ver con la estructura de la personalidad. Están presentes en la manera de concebir la vida y el mundo y las otras personas. Rasgos de personalidad que empiezan desde el nacimiento, y que esquemáticamente podrían plantearse dentro de una gama de posibilidades que van desde el hedonismo más irreflexivo hasta el enfoque epicúreo más responsable. Todo depende del sistema de valores, creencias e ideales de la familia, pero también de elementos propios del muchacho y de su comprensión de la vida.

El hedonismo es la búsqueda del pacer como el único bien posible, excluyendo el dolor, el sufrimiento y el penar por completo; todos tienen el derecho de hacer lo que esté en su poder para procurarse el mayor goce. Una noción que se atribuye a Aristipo, estudiante de Sócrates en la Antigua Grecia. Y bien vale la pena recordar a este pensador ahora porque su ética es cada día más vigente en este mundo moderno, interconectado y muy confortable para todos, para la creciente clase media, la gran masa de consumidores que mantienen saludable de la economía global. Mario Vargas Llosa, por ejemplo, sostiene que así la cultura se trivializó, se hizo ligera, intrascendente. Los creadores ya no aspiran a generar transformaciones fundamentales que perduren para la posteridad, solo los mueve acceder al mercado masivo de lo desechable que enriquece todavía más a egoístas capitalistas. Además advierte que el romance murió, y lo reemplazó la pornografía. De modo que así como hay deleite en el deporte, el arte y la intelectualidad, también lo hay en saciarse la panza, en el uso de sustancias psicoactivas, y, naturalmente, en el sexo. Entonces, con el progreso, fornicar de todas las maneras concebibles, indiscriminadamente, se volvió aceptable. En este mundo ancho y ajeno, hay incontables fuentes de satisfacción, la creatividad humana es inagotable.

Pero no todos han estado de acuerdo con Aristipo. Epicuro, un materialista griego que iba en contra de la superstición, y era ateo, planteó que el mayor bien era buscar un placer modesto y duradero, sereno y sin miedo, evitando el dolor y el sufrimiento para sí mismo y los demás, al reconocer las limitaciones del cuerpo.  Promovía los placeres sencillos evitando excesos. Un goce maduro que se logra a través del saber y la reflexión, de la amistad y el amor, de una vida virtuosa y de templanza, sin herir ni ser herido. Para él, el placer es imposible sin sabiduría, bondad y justicia. Las adicciones, la gula y los excesos sexuales no son satisfactorias, incluso desaconseja participar en política. Pensaba que solo así se lograba la felicidad, y ataraxia fue el nombre que le dió esta lógica.

Así que la manera de vivir y de disfrutar, la forma de relacionarse con los demás y la de solucionar los conflictos en el seno de la familia enseña a los hijos mucho más que los discursos más elocuentes y sesudos. Lo fundamental  es la coherencia entre lo que se dice y lo que hace. De modo que hablar con ellos sobre sexo es una oportunidad invaluable que se logra, poco a poco, desde la infancia. Si bien es un campo inquietante, también abre la puerta para la relación con el muchacho sea cercana, cálida, abierta y constructiva. Y desde el punto de vista de la forma, como ya lo dijimos, lo mejor es hablarles de una manera simple y llana, teniendo en cuento el momento que están viviendo. Después de todo, este interrogante ha rondado la cabeza de generaciones, y generaciones, de padres de familia, al menos dentro de la tradición judeocristiana. Me expreso así porque lo que se considera buenas costumbres es central a la hora de tratar este tema. No me sorprendería que entre los progenitores educados en otras culturas y credos también existieran estas preocupaciones. 

viernes, 12 de abril de 2013

Lo egoísta y lo altruista



Santiago Barrios Vásquez. Psicoanalista. Clínica Reina Sofía, Bogotá, Colombia. 

Resumen: El grupo no domina al individuo, le da objeto de identificación, lo define por lo que es y por lo que no es. En la familia  empieza la dialéctica entre la individualidad y la colectividad, facetas ineludibles del hombre. Las fantasías colectivas permiten aplicar la teoría psicoanalítica a las comunidades de trabajo y las organizaciones. Hay niveles en la rebelión: desafío, secesión o exilio, anarquía y revolución. El psicoanálisis de grupos, que complementa al individual, es la relación terapéutica guiada por la relación transferencia contratransferencia, indicada en problemas de carácter, hábitos y adicciones, en dificultades en las relaciones interpersonales.

Abstract: The group does not dominate the individual. It is the object of identifications, it defines us by whom we are and whom we are not. Family is the origin of the dialectic between individuality and collectivity, inescapable facets of man. Collective fantasies are studied by psychoanalytic theory in work communities and other organizations. There are levels in rebellion: challenge, secession or exile, anarchy and revolution. Group psychoanalysis complements individual sessions, it is the therapeutic relationship based on transference an countertransference. It is indicated on character issues, habits and addictions, difficulties in interpersonal relations.

Palabras clave: psicoanálisis, grupo, transferencia, contratransferencia, relación objetal, identificación proyectiva, supuestos básicos, rebelión, inconsciente


El grupo no avasalla. Por el contrario, revela lo mejor y lo peor que de por sí hay en el hombre. Da vitalidad, desarrolla la personalidad tanto en el sentido constructivo como en el destructivo. La relación con los demás es central. Testigos participantes de la existencia propia que gratifican, complementan y enseñan, así como frustran, segregan y excluyen. La primera experiencia en comunidad es nacer en una familia, padre, madre e hijo, o en cualquier otra circunstancia -tenga en cuenta que el mínimo grupo es de tres personas, pues se producen cambios cualitativos en las relaciones, mientras que en pareja predomina la psicología individual-, así que la colectividad no desdibuja la identidad, hace parte de quien se es. Incluso el ermitaño más ascético que pueda concebirse tiene un lugar en la sociedad. Las personas se describen según su relación con los demás: ya sea terrorista, delincuente, soldado, o policía; niño, mayor de edad, o persona de la tercera edad; industrial, mendigo, sacerdote, o psicoanalista. Integrarse a la comunidad gratifica. Identificarse es una elección inconsciente, activa, incluye sentimientos, recuerdos, valores y modelos de relación. Las personas se vinculan según sus vicisitudes psíquicas que determinan el papel que desempeñan: sea líder o, por el contrario, seguidor, sea integrador o rebelde. Incluso hay aspectos sociales al redactar estas palabras esperanzadas en encontrar lectores que reflexionen conmigo desde la óptica psicoanalítica del siglo XXI a cerca de la dialéctica entre lo egoísta y lo altruista. Se justifica el estudio de las regularidades en la psicología de las masas, “el hombre es el animal político”, en palabras de Aristóteles.

Piense en el caso del fútbol, no quiero que este sea un artículo libresco, lo prefiero terrenal. Las personas escogen el equipo de sus amores por muchas razones: sus atributos, lo que representa, la tradición, la nacionalidad, en fin, por innumerables motivos subjetivos. Y cuando tiene partido, en especial si es un clásico, unos hinchas se congregan alrededor del televisor en la casa o en lugares públicos, los demás van al estadio. En esos días los pacientes dejan de asistir al consultorio del psicoanalista. En los corredores del centro médico puede oírse la narración de los comentaristas en los televisores de las salas de espera, intercalados con salvas de aplausos e interjecciones ante alguna jugada meritoria o cuando meten un gol, y en especial si no lo logran. Los hinchas son sabios en materia de estrategia futbolera. Entre los que van al estadio también opera la psicología de grupo: se aglutinan, olvidan las diferencias, pierde importancia la actualidad nacional y los problemas. La identidad se diluye sin perderse, y la colectividad no obliga a nadie. Los entusiastas del mejor espectáculo del mundo se reúnen, desinhibiéndose, actúan de maneras que no lo harían individualmente. En medio de la vorágine gritan, sufren, se alegran, se enfurecen, lloran, aportan nuevas palabras y giros lingüísticos al idioma. Un columnista connotado me explicó que su magia estaba en que era una experiencia catártica como una tragedia griega. Se sabe que habrá un triunfador y un perdedor, pero solo los dioses conocen el destino. Mientras tanto, el hombre ignorante debe descubrirlo poco a poco en el frenesí de los noventa minutos del partido. Y un empresario me aclaró que este deporte se pone en escena con los mejores jugadores posibles, los más caros por lo general, y de allí proviene el prestigio del club, la taquilla que recauda, los precios de los derechos radiales y televisivos. ¡La pasión del fútbol se vive, se siente! No solo en el apogeo del partido, en ocasiones hay peleas a trompadas durante y después del encuentro. La autoridad ya lo sabe, de modo que en el estadio no se permite el consumo de licor, ni el porte de armas, la seguridad está garantizada por un grupo antimotines de la policía. Pero también hay una facción extrema: las barras bravas, que en países angloparlantes se les conoce como hooligans. Se trata de grupos juveniles en que los mayores suelen ser líderes carismáticos, que dedican la vida entera a su equipo predilecto. Lo siguen a donde vaya. Forman congregaciones que invierten energía, tiempo y dinero rindiéndole culto. Incluso entre ellos hay parejas estables. Y algunos llegan al estadio ya bajo los efectos del licor y los estupefacientes. Lo que los caracteriza es la conducta intolerante, xenofóbica, sectaria,  atacan despiadados a los hinchas de otros equipos en batallas campales con lesiones personales y muerte y vandalismo. En suma, hay hinchas de todos los pelambres, depende de la personalidad de cada uno. Aun cuando la conducta grupal es regresiva –y tenga en cuenta que en este documento el adjetivo ‘regresivo’ se refiere a una forma del recuerdo que trae al presente funcionamientos infantiles de la personalidad, de manera inconsciente, no alude a la hipnosis, ni a la exploración de las vidas pasadas en el contexto de los que creen en la reencarnación-, no enajena al individuo, por el contrario, le abre espacio para expresar aspectos primitivos de su mentalidad.

El comportamiento gregario es natural. Cuenta con millones de años de evolución, así se explica esta tendencia entre los primates y, por supuesto, en el hombre. El grupo aumenta la probabilidad de sobrevivir y reproducirse cuando los depredadores atacan la horda, o los fenómenos naturales la desafían, entonces se pone a prueba la colectividad. Además en la naturaleza predomina la organización piramidal con un macho dominante en el vértice controlando las hembras y los recursos. La relación entre el líder y el grupo es compleja, implica alianzas, confianza en que la colectividad perdurará, en especial, la disponibilidad de alimentos, además regula el ambiente social para que siga estable y predecible en caso de un relevo en el poder. La conjetura de la etología es que existe una base biológica para el comportamiento social que tiende a formar comunidades bajo la égida y la tutela de un líder elegido por su fuerza, inteligencia, desempeño sexual y afecto. En todo caso, el grupo no puede aislarse del líder, es una unidad indivisible. Y una paradoja es que forma parte de la comunidad a la vez que es capaz de verla desde la distancia en una suerte de identificación parcial, una integración peculiar de su narcisismo con el socialismo (Bion 1963; Billow 2003).
La corteza cerebral del hombre es desarrolladísima, si se compara con la de otras formas de vida, dándole nuevos matices e implicaciones a la vida social. Los líderes humanos cuentan con el lenguaje y la metáfora, con la tecnología y la posibilidad de elucubrar sobre el pasado y el futuro, con una cultura que interpreta la comunidad y el ambiente. La posibilidad de la simbolización y la dialéctica entre el consciente y el inconsciente dan complejidad a las experiencias de dominación y sumisión, así como las de atracción y repudio, en el contexto de la necesidad de un líder, un padre, fuerte y empático, sin él una sensación de caos inminente invade al grupo, desorganizándolo. La vida comunitaria parte de reacciones emocionales infantiles basadas en el deleite de experiencias favorables, así como en el sufrimiento ante la adversidad (Rudden, et al 2008).

Hay líderes que personifican la sed de espiritualidad, por ejemplo. Mientras forcejeaba con estas palabras díscolas los noticieros televisivos narraban que el Papa Benedicto XVI se retiraba. Al principio hubo una sensación inquietante de abandono. Era un evento que no se presentaba desde hacía casi seiscientos años en la Edad Media. Cuando quedó el trono vacío, el Papa se despidió emotivo desde el balcón ante la feligresía conmovida en la Plaza de San Pedro. Entonces empezó el cónclave. Y el mundo en vilo conjeturó que el nuevo Sumo Pontífice sería devoto y creyente, pero también un ejecutivo capaz de afrontar el desprestigio de la Iglesia y un administrador que guíe los destinos del Vaticano. El grupo define al líder, y el líder al grupo, es una unidad indivisible. Hubo zozobra entre los mil doscientos millones de cristianos durante este período de interinidad. Pero no hubo vacío de poder. Lo reemplazó, mientras tanto, el cardenal Tarcicio Bertone, vigente camarlengo. Sin embargo todos querían saber cómo se le diría al Papa una vez retirado, cómo vestiría, a dónde viviría, cuánto costaría su manutención, a qué dedicaría el tiempo libre. La Iglesia daba informes discretos y precisos, no había lugar mensajes contradictorios. Y hubo humo blanco. La multitud eufórica y aliviada presenció cuando el Cardenal Jean Louis Tauran anunció que el nuevo Papa era el argentino Jorge Mario Bergoglio, ahora Francisco I. El rito y la pompa sí son importantes para la psicología de las masas: dignifican, embellecen, aportan suspenso, significado, emotividad a lo que sucede en la colectividad, y en el universo cristiano lo saben muy bien, llevan dos mil años haciéndolo. Hasta que por último el Papa recién elegido, un hombre carismático, fotogénico y telegénico proyectó su imagen saludable, humilde, apacible, equilibrada y confiable por todos los medios de comunicación del mundo. Incluso dejando ver su afición por el fútbol, es hincha del San Lorenzo de Almagro de su país.

Por otro lado, también hay líderes que se hacen cargo de ideas vindicativas, racistas, imperialistas y mesiánicas. Este es el caso de Adolfo Hitler. Lo eligieron al principio por voto popular, mientras Mein Kampf (1924) el libro de su autoría que sintetiza su sistema de pensamiento se vendía por todo el mundo desde hacía años, y el partido Nazi ya era popular. Hitler representaba el sentimiento de la mayoría en tiempos de dificultades económicas en Alemania, mientras pagaban las indemnizaciones por los daños causados durante la Primera Guerra Mundial. Además en esa época en el mundo estaba de moda la eugenética –un cultismo ideado por el estadístico inglés Francis Galton (Black 2003) a partir de la teoría de Charles Darwin, sobre la evolución de las especies mediante la selección natural; concibió la idea de que la humanidad podría progresar si se depuraban los genes promoviendo cruces entre individuos que consideraba superiores, más aptos para la vida-, y además, al leer las notas de pie de página de mi edición inglesa del volumen del Führer se descubre que muchas de su ideas sobre geopolítica, nacionalismo, inmigración, entre otras, ya figuraban en los sistemas de gobierno de Estados Unidos, Inglaterra y Francia, entre otros países. Pero Hitler llevó al extremo la voluntad del pueblo. Los líderes siempre tienen la intuición de articular las fantasías colectivas predominantes. Y, como decíamos, todo el mundo se vincula al grupo según la estructura de su personalidad. A su círculo íntimo solo pertenecían hombres, no había mujeres, se trataba de sus más allegados y fieles colaboradores entre los que estaban Heinrich Himmler, Joseph Goebbels, Hermann Goering, Rudolf Hess y Martin Bormann, personajes narcisistas y psicópatas. Pero otros, con personalidades más saludables, se ubicaron en la periferia. Este fue el caso de Albert Speer (Sereny 1995). Un arquitecto brillante que llegó a director general de la industria bélica y coordinador del sistema de trenes, que además transportaban los prisioneros hacia los campos de concentración. En el juicio de Núremberg, al final de la Segunda Guerra Mundial, no lo condenaron a la pena de muerte porque demostró que era ajeno a las decisiones del Holocausto Nazi y desconocía los detalles sobre la carga que cada tren contenía, además colaboró en el empalme con los aliados cuando ocuparon Berlín y evitó que se cumpliera la orden del Führer de destruir la poca infraestructura que todavía quedaba en pie. Otro caso de una personalidad madura en el Tercer Reich fue el Mariscal de Campo Erwin Rommel. Un militar brillante y dedicado a cumplir con su deber, hasta el punto que los oficiales aliados lo admiraban y lo respetaban.

El hombre expresa aspectos neuróticos, psicóticos y psicopáticos en la colectividad. Lo constructivo y la agresión afloran independientemente de las condiciones socioeconómicas, académicas y culturales. En los países siempre hay crimen, mafia y corrupción, incluso en el Vaticano. La vida en el seno del grupo nunca es apacible, lo habitual es la rebelión. Siempre hay un iconoclasta. La tensión entre el individuo y la colectividad es lo usual, y aun cuando la historia no es un círculo vicioso, esta dialéctica da la impresión de que el ser humano está poseído de una compulsión a la repetición. Tucídides (404 AC) ya había planteado que la historiografía era un género literario, una narrativa que dependía del punto de vista del historiador que no predecía los acontecimientos, ni servía para prevenirlos. Pero sí valía la pena estudiarlos para comprenderlos. Y esta sigue siendo la perspectiva dominante. La historia no es una ciencia, es un género literario, una manera de difundir valores y cultura (Iggers 1997).

En el siglo XIX colapsaron el imperio español y el portugués, liberando las colonias americanas; también sucumbió el francés, el chino, el mongol y el Sacro Santo Imperio Romano. El Japón se modernizó, combatió a la China, y triunfó. Cayó el Imperio Otomano de donde surgió Serbia, Bulgaria, Montenegro y Rumania luego de la Segunda Guerra Rusoturca y de la Guerra de Crimea. Prevaleció el Imperio Británico. Controló la cuarta parte de la población mundial, y la quinta parte de la superficie terrestre. Imperó una Pax Británica que promovió el comercio y luchó contra la piratería marina. Aun cuando transcurría la Era Victoriana notoria por el trabajo no remunerado, y en condiciones abyectas, de los niños en las fábricas y minas inglesas, se abolió la esclavitud en muchos países. Proliferaron los inventos y los descubrimientos, se hicieron mapas, crecieron los ferrocarriles; se difundió el fútbol y otros deportes; además hubo desarrollo en todos los campos del saber; y progresó la medicina, la población creció, la expectativa de vida aumentó y muchas ciudades superaron el millón de habitantes. Se formaron asentamientos en América y Australia. Por otro lado, Edward Shorter (1997), historiador de la salud mental, planteó la noción de que estudiar y tratar la psiquis es una necesidad que emanó de la modernización y la industrialización, de la vida urbana. Estos síntomas se volvieron problemáticos cuando los espacios se redujeron, pues la población migró a las ciudades. Después de todo, a donde predominaba el modo de producción feudal la gente vivía en extensiones amplias, despobladas, y estas afecciones eran casi imperceptibles, a lo sumo se explicaban como posesión demoniaca.

Luego, en el siglo XX vino la Revolución Bolchevique, la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la Revolución Cubana y la liberación de la mayoría de las colonias africanas, junto con muchos conflictos más. Aparecieron grupos terroristas como Septiembre Rojo en Alemania, la ETA en España y el IRA en Irlanda. Se construyeron rascacielos y hubo todavía más progreso, incluso el hombre llegó a la Luna, continuó la creación de riqueza; se desarrollaron los antibióticos y las vacunas, aumentando todavía más la expectativa de vida, y se descubrió el ADN. Además se utilizó la radioactividad como fuente energética y para promover la salud, pero también para fines bélicos.. La liberación femenina, se dio en la mayoría de los países. La violencia, el repudio y el menosprecio a ellas dejaron de ser una tendencia cuya vigencia alteraba toda pretensión de igualdad, solo se presenta en situaciones específicas. Dejó de ser una idea dominante en la cultura para volverse un asunto judicial que requiere tratamiento por especialistas en salud mental. La misoginia ya no es bien vista en la actualidad de los discursos sobre los derechos.

Con la llegada del siglo XXI el hombre llegó a Marte. La ciencia y la tecnología avanzaron más todavía, y se hizo más consciencia de la importancia de la ecología. Pero también perduró el conflicto entre las minorías, aumentaron las víctimas de masacres, el desmembramiento de las comunidades, el despojo de la propiedad. Mientras redacto estas palabras, por ejemplo, se desenvuelve una matanza increíble en Siria ante los ojos impávidos de la humanidad. También hay organizaciones yijadistas que aterrorizan a Estados Unidos y a otros aliados,  tal vez sean los grupos más extremistas, temidos y beligerantes de la actualidad, sin embargo no es raro conocer sobre otros actos violentos. Este es el caso de la guerrilla colombiana. A propósito, hace unos años murió Manuel Marulanda, alias Tirofijo, cabecilla y fundador de las FARC, un personaje que llegó a tener la dudosa distinción de ser “El Guerrillero más Viejo del Mundo”. Para los lectores internacionales, quiero precisar que mi generación en Colombia ha padecido guerrilla, narcotráfico, paramilitarismo, delincuencia y corrupción. Todavía recuerdo la época de la violencia promovida por los carteles de la droga y luego por la guerrilla y el paramilitarismo. En esa época muchos pensaban que este era el peor país del mundo, y algunos parecían complacidos con las miserias de la patria, servía de objeto malo para dar rienda suelta a las ideas paranoides. Llegó a ser un ambiente muy inhóspito.

Los males de la humanidad se han atribuido a la presión del grupo, uno de los promotores de esta idea fue Federico Nietzsche (1885). Su nueva cosmovisión fue la raíz del existencialismo, la fenomenología y el posestructuralismo. Para él, la tradición judeocristiana era un resentimiento, y la fe una actitud débil y sumisa. Todos eran libres: no afirmaba al gran hombre poderoso, había igualdad y derechos, era aceptable cualquier forma de vida. El cristianismo era una moral de señores, diferente de la de los esclavos. La piedad era una forma de plegarse ante el dominio de los fuertes. Una ideología que controlaba a la muchedumbre, adaptándose a la traición. Los instintos buscaban desahogo sin encontrarlo. Entonces se volvían hacia adentro en una creciente internalización de donde surgía el alma. Formidables barrera que protegía la organización social contra los viejos instintos de libertad, hasta que el mundo interior del hombre se partió cuando la descarga externa quedó obstruida. Castigos contra los instintos del salvaje libre y aventurero que se volvieron contra él mismo. La enemistad, la crueldad, el placer en la persecución, la sorpresa, el cambio, se volvieron instintos contra sus propios poseedores originando la mala consciencia y la destructividad. Entonces el hombre aprisionado en la estrechez opresiva de la costumbre, perseguido y maltratado, generó la enfermedad como resultado de su ruptura violenta con su pasado animal. Una declaración de guerra contra los instintos que fueron en alguna época su poder, alegría y grandeza. El hombre primitivo exteriorizaba sus instintos, lo adaptaban al medio, la selva y la guerra, el vagabundaje y la aventura, exteriorizaba la dicha de la persecución y la cópula, había un instinto de expansión. Esta adaptación no se hizo por gusto. Se impuso de manera violenta y cruel, el precio por la protección y la paz, pero los instintos siguieron allí, subterráneos. Entonces se volvieron hacia adentro al no poder realizarse, ni salir, el mundo interior originalmente delgado, creció, adquirió profundidad. Y el hombre quedó inhibido, enjaulado dentro de sí mismo. Una enfermedad grande y siniestra, el sufrimiento del hombre por el hombre, separándolo de su pasado animal con un alma escindida de sí misma, que le dio valor a lo egoísta.

Pero la sociedad no domestica. En la actualidad, casi doscientos años después, la cultura se aligeró y se trivializó (Vargas Llosa 2012). Los intelectuales se ausentaron en gran medida de la civilización. Las imágenes, lo inmediato, lo desechable, prevalecieron favoreciendo los intereses de egoístas capitalistas. Las creaciones se volvieron objetos desechables y de consumo masivo, dejaron sus aspiraciones de perdurar para la posteridad, y de transformar el mundo. La civilización se volvió consumidora de espectáculo y de escándalo, las artes y la política se volvieron ligeras. La vida sexual se hizo fácil: el romance murió, y en cambio la pornografía proliferó. Ahora se toleran todas las permutaciones y maneras de estar juntos. El ambiente se hizo todavía más propicio para gratificar el narcisismo y voracidad individual. Prevaleció el egoísmo sobre el altruismo, y aun así, los trastornos mentales aumentaron, tal es el caso de la depresión, y su complicación mortal, el suicido, así como de la ansiedad, que abarca las fobias y el trastorno obsesivo compulsivo, y el de las adicciones.

Los conflictos esenciales del ser humano permanecen inalterados mientras la vida se hizo más prolongada y confortable. Me pregunto cómo puede culparse a la cultura por la adolescente con dificultades emocionales, empeñada en la búsqueda de las proporciones ideales de la belleza cinematográfica mediante cirugías plásticas. La colectividad no somete al adolescente caótico que se afilia a un grupo terrorista, a uno neonazi, o que busca compañía para juergas inacabables; ni a la niña melancólica con conflictos con su imagen corporal y su identidad sexual con trastornos de alimentación, anorexia y bulimia. Los problemas emocionales individuales determinan la experiencia y la manera de relacionarse con los demás. Incluso el credo político que se profese, se escoge por razones emocionales como cualquier otra elección, aun cuando esté sustentado con argumentos sólidos. Primero se elige, y luego se legitiman las cosas dándoles vestiduras conscientes a lo inconsciente.

Al principio la psicología fue monopersonal. Los primeros psicoanalistas eran espejos en que el paciente se reflejaba y se reconocía. Su mente era un objeto aislado de estudio. La meta era hacer consciente lo inconsciente liberándolo de los traumas infantiles que lo sometían, rompiendo ataduras y hábitos del pensamiento que se traducían en síntomas. Y todavía hoy existe esta tendencia monopersonal. De hecho, este enfoque es la mayor fuente de críticas al DSM V de la psiquiatría actual. Un idioma que sirve para clasificar los trastornos mentales, un modelo útil aun cuando imperfecto. Y en el ámbito de la filosofía de la mente (Green 2010) se preguntan cómo puede clasificarse a la humanidad en dos categorías, los enfermos y los sanos, formando subgrupos heterogéneos según los diagnósticos. Categorías que no tienen límites claros, como sí sucede en el caso de la diabetes, por ejemplo, a donde los enfermos tienen una alteración bioquímica específica, con una historia natural homogénea y un esquema de tratamiento probado y conocido. ¡Los trastornos mentales no son así!

Sigmund Freud, el primer psicoanalista, descubrió el inconsciente y la técnica para trabajarlo. Estos son sus mayores aportes. Y en varias oportunidades tocó el antagonismo entre las pulsiones y la civilización, tal vez la revisión más amplia y detallada apareció en El Malestar en la Cultura (1930 [1929]). Describe el consciente, el preconsciente y el inconsciente. La razón no gobierna a los impulsos instintivos, operan en tándem con el pensamiento consciente, racional, aristotélico, y solo con la madurez se logra satisfacerlos de maneras equilibradas consigo mismo y con los demás. ¡El desafío está en aplazar gratificaciones! Realizarlas en circunstancias socialmente aceptadas, pues no siempre la posición más cómoda es la más conveniente. También detalla las regiones del psiquismo. El yo se construye a partir de la relación consigo mismo, con el propio cuerpo, y también los padres, este es el complejo de edipo. El superyó en cambio surge de la relación con la autoridad, pero además cuenta con una faceta protectora, orientada a objetivos. Desde muy temprano los niños introyectan normas e ideales que frenan la satisfacción inmediata y desmesurada de las pulsiones provenientes del ello.

La libertad no es un regalo de la civilización. Pero la cultura, de por sí, no es nociva para la salud mental. Por el contrario, es objeto de identificaciones que llevan al desarrollo psicológico, para bien y para mal. La sociedad regula las relaciones humanas, incluso la sexualidad y la agresividad, mientras el neurótico crea síntomas, inconscientemente, al buscar satisfacciones. En el argot psicoanalítico el sustantivo ‘represión’ no es un fenómeno social, este junto a los demás mecanismos de defensa de la personalidad morigeran esta tensión, crean, subliman, aun cuando también causan síntomas en medio de un equilibrio precario del conflicto entre las gratificaciones y las limitaciones que impone la vida corriente. Y la angustia es el resultado de la tensión entre el querer ser y el deber ser, una pugna inagotable.

En la primera teoría instintiva el problema está en descargar los impulsos. El desafío es satisfacerlos de una forma equilibrada entre los de autoconservación y los sexuales, las pulsiones se gratifican catectizando objetos. Luego viene la segunda teoría instintiva, aparece la contraposición entre la líbido narcisista y la objetal, la dialéctica entre lo egoísta y lo altruista, y la noción de que existe un narcisismo sano, saludable, que cuida de sí mismo como lo haría con otra persona, pero también hay uno excluyente, enfermo, destructivo. Hasta que, por último, llega la tercera teoría instintiva. La pulsión erótica se gratifica al vincular, construir, crear, promover la civilización; mientras la tanática, la nostalgia por lo inanimado, se sacia en la destrucción, la disociación, lo agresivo, lo antisocial, en la guerra, por ejemplo. De manera que lo neurótico, lo tanático, lleva al deterioro, el caos, la improductividad; mientras lo saludable, lo erótico, desarrolla, la persona se cuida a sí misma y a los demás. Claro que en la puga entre eros y tánatos siempre triunfará tánatos, todos moriremos. Freud era escéptico de las posibilidades de vivir en paz y armonía con libertad, igualdad y fraternidad: la agresividad y la destrucción eran instintivos, vehementes y universales.

Con el paso de los años, y el desarrollo del psicoanálisis, surgió la psicología bipersonal con el modelo teórico kleiniano (1957). Nuestra disciplina se transformó en el estudio sistemático del devenir de las relaciones humanas en la antítesis entre lo narcisista y lo objetal, entre la envidia y la gratitud. Todo tiene contexto, no hay una idea que sea el origen de todas las demás. Mediante la transferencia y la contratransferencia –es decir de las respuestas inconscientes del paciente en relación con las del psicoanalista-, con la finalidad terapéutica de elaborar conflictos liberando al hombre de los flagelos del sufrimiento causados por la neurosis para que solo queden los inevitables, los de la vida cotidiana. La realidad es imperfecta. El contenido latente se interpreta en relación con su aspecto manifiesto en la actualidad del proceso psicoanalítico. Se trata de una búsqueda de verdades inconscientes que en primera instancia no son del psicoanalista ni del analizando, y, al final, a través de las interpretaciones, se descubren entre ambos. Un viaje fascinante lleno de hallazgos en el interior de la mente.

Los objetos internos personifican las relaciones yo, superyó y ello. Los personajes principales son los padres que conforman el superyó, fuente de alivio, alegría y protección, así como de persecución, miedo, culpa y desesperación. Mientras el yo, el asiento del pensamiento estratégico y razonable, negocia entre el sujeto y el objeto, sirve de intermediario entre lo individual y lo colectivo. El ello, en cambio, abarca el inconsciente con las pulsiones, los mecanismos de defensa y los afectos.

En el principio, todo está escindido en bueno, cuando gratifica, y en malo, si frustra. Se trata de la posición esquizoparanoide. El bebé busca fusionarse con el objeto bueno y aniquilar al malo mediante la omnipotencia del pensamiento infantil que luego el principio de realidad contradice, y utiliza su capacidad de satisfacción alucinatoria para crear el objeto perdido. Pero al renunciar al deseo reprime y simboliza, sustituyéndolo sin modificar el afecto. Toma el símbolo como objeto, lo considera idéntico, lo emplea para negar la ausencia y controlar lo persecutorio. Pensamiento regresivo, infantil, como decir, “Cristo es el crucifijo que está en la cabecera de mi cama”. Predomina la identificación proyectiva. Un mecanismo de defensa en que partes del sujeto se proyectan al objeto con el que se ha identificado, una operación mental que tiene un nivel normal y otro anormal. No solo es una fantasía inconsciente, también es un medio de comunicación que supone adaptación (Bion 19363). Pero también hay otros mecanismos de defensa que reparan la destrucción fantaseada del objeto mediante lo obsesivo compulsivo y la manía, con negación, desdén, triunfo y omnipotencia.

A través del contraste entre la presencia y la ausencia se desarrolla la personalidad. Sobreviene la diferenciación, la posición depresiva, con integración del objeto, ambivalencia, culpa, temor ante la pérdida, duelo, necesidad reparatoria, gratitud, y el predominio de la introyección como mecanismo de defensa. Ahora el símbolo representa al objeto, desplaza la agresión, repara, gratifica, recupera la pérdida, puede usarse para representar al objeto, tolerando la separación, elabora y comunica, abre la posibilidad de manejar ansiedades y conflictos. Consuela. Y los íconos son símbolos, como  decir: “el crucifijo en la cabecera de mi cama representa a Cristo”.

El psicoanálisis es una terapéutica que parte de la premisa de que todo está enraizado en el inconsciente, incluso los síntomas mentales y psicosomáticos. Hábitos del pensamiento que perduran, pues en la infancia sirvieron para afrontar los desafíos que la vida implica; pero al utilizarlos ahora, cuando las circunstancias cambiaron, causan dificultades en las relaciones consigo mismo y con los demás. El consciente y el inconsciente están presentes en todo. Siempre hay un aspecto preverbal, emocional, que no es obvio, podríamos decir, es la urgencia del momento de la sesión, la incógnita por resolver, la verdad por descubrir. El paciente necesita saber que el psicoanalista tolera, y su comprensión de estos elementos inconscientes surge del hecho seleccionado, el elemento que da coherencia a lo que sucede en el momento en la sesión, por eso el psicoanalista acalla su propia realidad. Así transcurre el proceso, este es un oficio artesanal. El paciente aprende a partir de la experiencia psicoanalítica sobre sus propios mecanismos mentales, información que le sirve afuera del consultorio para vivir con satisfacción y comodidad, con tolerancia y creatividad. Consciente e inconsciente siempre van juntos, en proporciones variables, y complementarias: la oscilación constante entre la posición esquizoparanoide y la depresiva se da en la medida en que nuevos eventos emergen perdiendo integraciones previas. Estos movimientos pueden durar minutos, sesiones, meses o años, en un rango emocional tolerable. Así se desarrolla el pensamiento. Simboliza el conflicto expresándolo con la identificación proyectiva normal de la comunicación adulta.

Hay quienes van al psicoanalista con una pregunta específica que contestan en una sola sesión, pero también hay gente con inquietudes que toman años en resolver. En todo caso, los cambios aparecen rápida y progresivamente, y son estables. El psicoanálisis está indicado para la neurosis, cuando surgen elementos psicóticos, como las conductas autodestructivas y las adicciones, por ejemplo, y en pacientes psicopáticos, como los presos. Varias investigaciones con diseños estadísticos con muestras de más de quinientos pacientes cada una, hechas en varios países, confirman su eficacia (Barrios 2007; Leuzinger - Bohleber, et al 2003; Sandell, et al 2000; Vaughan, Roose 1995; Vaughan, et al 2000). También es útil para parejas al identificar mecanismos inconscientes que los une, tanto como los que los separa. Revela datos útiles para encontrar caminos novedosos, ya sea que decidan seguir juntos, separarse, o cualquier otra de las incontables maneras de estar en pareja. Siempre con la finalidad de que construyan con sus propios medios y recursos formas mejores de vida. Y, por supuesto, también se emplea para tratar a la familia completa, después de todo, es el modelo primigenio de la vida social. Hasta aquí esta breve digresión sobre la teoría objetal del psicoanálisis, su terapéutico y sus indicaciones.

El psicoanálisis de grupo es el tratamiento simultáneo de varias personas, explorando las fuerzas inconscientes que rigen la colectividad con la guía de la relación transferencia contratransferencia (Bion 1963; Grotstein 2003). El líder es el terapeuta. En él se proyectan fantasías infantiles omnipotentes, omnisapientes y sobre su intencionalidad. Fantasías primitivas que se inoculan mediante la identificación proyectiva, y movilizan a todos. El hombre es emocional, y depende de comunicar sus afectos. Los pensamientos existen en sentido platónico, requieren de una mente para pensarlos, y la meta del psicoanálisis es descubrirlos. El proceso psicoanalítico es un método para seguir estas transformaciones. Siempre hay deseos de amar y ser amado, de expresar la agresión sin retaliación y de comprender y ser comprendido, permean las relaciones con los demás, con los objetos, las ideas y los sentimientos.

Desde mediados del siglo XX muchos psicoanalistas (Grinberg, Langer, Rodrigué 1957; Bion 1963; Grotstein JS 2003; Billow 2003; Rudden, et al 2008)  se pusieron manos a la obra a estudiar la psicología de grupo con fines terapéuticos, individuos reunidos alrededor de conflictos mentales, vinculados por ellos. A veces su eficacia depende del efecto catártico de la confesión pública, pero, sobre todo, de la experiencia de descubrir los factores que condicionan un buen espíritu de grupo. En ellos el problema es colectivo, así suene a perogrullada. Surge de la relación transferencia contratransferencia en la colectividad, y con el psicoanalista, mediante la identificación proyectiva que opera la dinámica del grupo abriendo espacio para discutir las implicaciones de los conflictos mentales en relación con los demás. El paciente siempre está centrado en sí mismo, y se resistente a la cooperación, casi nunca está en un ambiente en el que todos estén en igualdad de condiciones; además no quiere tratarse, y cuando la desesperación lo lleva a hacerlo, tampoco está del todo convencido.

El primer desafío es formar el grupo. Un problema complejo mucho más abstracto que la amenaza de perder un partido de fútbol, o peor aún, el campeonato, a donde todo depende de dos factores: un adversario común, un objetivo concreto, y un director técnico, que por su experiencia conoce sus limitaciones, respeta la integridad del grupo, no busca sus simpatías, ni sus hostilidades, ocupa una posición de responsabilidad en momentos de decisiones definitivas; es alguien que ostenta autoridad cuando los demás no saben qué hacer, es digno de su investidura, vive en estrecha relación con sus camaradas; y sabe que su tarea consiste en producir hombres que se respeten a sí mismos adaptados a la comunidad asumiendo sus responsabilidades libres de sentimientos de culpa que entorpezcan un funcionamiento eficaz. La amenaza común para el grupo psicoterapéutico no es fácil encontrar. Las amenazas neuróticas son variadísimas. El enemigo es la incapacidad del grupo para funcionar con eficacia. El problema colectivo es la fuerza que se opone al rendimiento, a lo constructivo; y ocuparse de ella es el objetivo terapéutico del psicoanálisis de grupo, en pos de superar la resistencia colectiva.

Cada miembro del grupo tiene una entrevista inicial. Del mismo modo que en el psicoanálisis individual es imprescindible un límite, desarrolla la capacidad para pensar y reflexionar. Así como el niño construye la habilidad para reflexionar a partir de la experiencia de proyectar sus ansiedades en la madre, continente, quien se las devuelve atenuadas, como pensamiento, hacer consciente la diferencia sujeto objeto en las sesiones psicoanalíticas desarrolla esta capacidad, junto con la de afrontar adversidades para tolerar la vida. Se requiere un lugar, un tiempo y la descripción de la tarea, en el psicoanálisis de grupo el encuadre es tan importante como para el individual. Así, en la sesión, el paciente puede ser libre y espontáneo según sus conflictos. La agresividad, las relaciones con los demás y la impotencia para actuar pasan de la teoría a la práctica. En la medida en que la persona va en uno o en otro sentido dentro del campo de observación del grupo hay cambios al elaborar conflictos inconscientes. Al hablar de las cosas que emergen, y de sus marcos de referencia, se consideraran las actividades como si fueran observadores externos promoviendo los descubrimientos de los contenidos inconscientes al interior del grupo. Juzgan la sinceridad de la motivación de la colectividad. Unos colaboran, otros no. Surgen elementos terapéuticos al trabajar juntos. Nace el pensamiento, la discusión. Se enfrentan varios tópicos: cómo la gente va y viene del grupo, cómo ingresan, cómo se adaptan y cómo se despiden; cómo afectan las diferencias logradas afuera del grupo, como las asimetrías generan inconformidad, tanto como agrado. Se requiere que el psicoanalista sea intuitivo de la misma manera en que el director técnico de un equipo de fútbol. Y, durante el proceso, las dificultades giran alrededor de anteponer el bien colectivo al individual.

El buen espíritu de grupo es tan difícil de definir como la noción de salud mental. Es un propósito común. Pero también es reconocer los límites de la colectividad, así como sus posiciones y funciones, además incluye la capacidad de recibir y de despedir a los miembros sin temor a desintegrarse, es flexible, y cuando hay subgrupos no tienen fronteras rígidas, no son excluyentes, tampoco están centrados en un individuo y su valor se reconoce como general; se aprecia a cada persona y su contribución, todos tienen libertad, son capaces de discrepar y de resolver situaciones sin desarticularse. ¡Hasta aquí todo bien!

Pero la humanidad es un conjunto de individuos. Los grupos nunca son apacibles, ni siquiera los terapéuticos. Las personas tienen deseos y necesidades y metas. Así como hay grupos productivos, verdaderos equipos de trabajo cohesionados y dinámicos, también existen los regresivos, conflictivos y destructivos, funcionan con identificaciones, fantasías poderosas con patrones que pueden conocerse. Supuestos básicos sobre la integridad y la supervivencia de la colectividad que cambian según la situación, la función y la historia. En primer lugar, de fuga y de lucha. Un sentimiento con otro, sea externo, por ejemplo, un enemigo histórico, o al interior, un subgrupo con un punto de vista peligroso o desleal que pueda vulnerar la colectividad, incluso un líder opresivo o débil. Este sentimiento surge alrededor del límite de la comunidad con preocupación por mantener la frontera intacta, la pureza del grupo, su invulnerabilidad. En segundo lugar, existen las fantasías de que el grupo pueda perder el amor del líder o, peor aún, la razón, un sentimiento irreal y exagerado de dependencia del caudillo. Sin su guía capaz surgen ansiedades de castración, impotencia, de ser inadecuados, de exposición a fuerzas caóticas, y pueden incluir la sumisión a una divinidad o a una ideología. En tercer lugar, hay fantasías de apareamiento. Ideas envidiosas o voyeristas con amenazas a la estabilidad de la comunidad, como sucede entre las agrupaciones fundamentalistas, por ejemplo. Giran alrededor alianzas con preocupación erótica, buscando neutralizarla, hacerla aparecer irreal, con optimismo sexual. Hasta podrían emerger fantasías sobre el nacimiento de un redentor en el seno del grupo con un nexo especial con el líder y un dios. Los integrantes se entusiasman al exhibir poder sexualizado, en especial en grupos omnipotentes. Por último, en cuarto lugar, en las regresiones de grupos desestructurados hay fantasías de fusión serenas, defensas contra una agresión intensa, usualmente con envidia y tendencia hacia el pensamiento grupal que predomina por encima del trabajo colectivo. En suma, hay que decir, los grupos incorporan diferentes aspectos de estas fantasías. Verbigracia, los ultrapatrióticos pueden perderse de manera irreflexiva en la idealización del país y de su líder, cediéndole el poder sin cuestionarlo, luchan con fiereza contra fuerzas enemigas, como en el caso del Holocausto Nazi.

La identificación proyectiva es el vehículo de la fantasía regresiva dominante en el grupo, lo moviliza al igual que a su líder, además el líder nominal no siempre es el líder de facto: solo puede guiar cuando tiene libertad de articular esos contenidos inconscientes de manera implícita o explícita, y dirige a la colectividad de manera constructiva, o también podría explotarla. Semejante a la simbolización individual, el líder motiva a la cooperación expresando las ideas y la fantasía del grupo en el sentido de una labor. Como cuando expresa poéticamente el anhelo de recibir al mesías aliviando el dolor ante la muerte, el aislamiento y la incertidumbre, promoviendo soluciones realistas para afrontar la enfermedad y el hambre, por ejemplo. En cambio la manipulación de estas ideas beneficiaría solo al líder y a su círculo íntimo, llevando al grupo en otro sentido muy diferente, verbigracia, el que está ligado por una religión que ataca a otros con la noción de que controlar la región mejoraría su posición relativa. El uso que hace el líder de las fantasías puede darse a nivel inconsciente, intuitivo, aun cuando también consciente y premeditado. La función de la comunidad debe ser clara, su estructura y liderazgo adecuadas, para evitar que la colectividad se desarticule. El líder efectivo tolera regresiones, está dotado de rasgos que le permiten mantener el contacto con la realidad a la vez que conserva cierto potencial paranoide, reconoce amenazas, además tiene el narcisismo que alimente su idea de que en efecto está capacitado para liderar. De modo que hay fuerzas en el grupo que determinan el estilo del liderazgo mucho más complejas que simplemente la personalidad del líder y los resultados en cuanto a eficacia y satisfacción.

En la metodología conductista se evalúa un modelo de refuerzo e intercambio, pero el líder también tolera la agresión y la competencia desde el interior del grupo reorientándola hacia la exploración colectiva de estas emociones y conductas. Otras investigaciones se enfocan en las transformaciones, o el carisma del guía, se apoyan en su capacidad visionaria y de motivación, incluso se basan en si tiene un estilo tiránico o, por el contrario, uno democrático. El autoritarismo es deseable si se requieren resultados rápidos; pero si lo primordial es la estabilidad del grupo, son preferibles lo estilos participativas y democráticas. Otros trabajos han considerado los valores y las motivaciones del grupo. Evaluaron esa conexión entre el líder y la cultura y el desempeño teniendo en cuenta la receptividad de los seguidores. Incluso algunos han medido la inteligencia emocional del líder, su capacidad para manejar situaciones complejas. Y otros más han definido sus habilidades con la finalidad de integrarlas y sistematizarlas como talentos y competencias, rasgos de personalidad y estilos del líder ejecutivo y exitoso. En todo caso, se busca un factor X que explique cómo algunos son capaces de lograr el apoyo del grupo más allá de su habilidad de estructurar tareas, resolver conflictos, tener consideración y capacidad inspirar respuestas afectivas; algo que se atribuye a que el líder canaliza la regresión destructiva de la colectividad transformándola en una experiencia que lo fortalece.
Siempre puede esperarse que haya desacuerdo, conflicto, búsqueda de control, tráfico de influencias, así el grupo sea pequeño. No hay poder pequeño. Estas vicisitudes lo estructuran, determinan su crecimiento, su evolución, sea reaccionario o revolucionario. Y es terapéutica la experiencia de interpretar la respuesta cuando una facción se revela, cómo reaccionan ante el conflicto, y cómo lo resuelven. Se requiere libertad de pensamiento y de expresión para que haya progreso y desarrollo colectivo, la rebelión implica autenticidad. Es una estrategia de un grupúsculo, un último recurso. Un juicio que depende de la receptividad de los demás, de la influencia del rebelde, se sienten sometidos ante los principios y conductas del grupo. Sus premisas son irreconciliables, moralmente absolutas, no están abiertas a la discusión, ni a la negociación, mucho menos a descartarlas. Su protesta es legítima. No hay otro camino. La rebelión intenta movilizar al grupo en otras direcciones, una estrategia de acción social para modificar la situación actual sin cuestionamientos. Es inevitable. Y no siempre se resuelve, a veces tiene éxito, entonces el grupo se rompe. Esto no siempre es negativo abre la puerta a la discusión y al cambio. Pero protestar no es rebelarse. Muchos pasan la vida entera quejándose sin abandonar el grupo, incluso desobedecen, son refractarios y difíciles, pero en realidad no son rebeldes porque no desafían la estructura de la colectividad, ni su funcionamiento, no cuestionan sus valores, ni sus premisas. Siempre hay tensión entre la sumisión adaptativa y la identidad individual, la seguridad del grupo depende de los valores de la comunidad y del líder, se suele pensar, pero a la docilidad le hace falta creatividad. Los conformistas suelen ser rígidos, sexistas, moralistas, agresivos.

Existen varias maneras de rebelarse. Primero, el desafío, la presión contra el proceso y el contenido del grupo, un signo favorable de confianza y seguridad que comunica progreso, pero también es una señal de necesidad de atención y de diálogo, y puede ser amigable u hostil, abierta o sutil. En segundo lugar, existe una tendencia a la secesión y el exilio. Exiliar al rebelde, fragmentando el grupo, es una necesidad inconsciente, y al lograrlo, se sienten culpables. Es el resultado de una ruptura en la comunicación, una solución frecuente, y muy extrema para resolver diferencias. Pero también puede ser un signo de madurez de la dinámica de grupo, pues el individuo ya no comparte los ideales de la colectividad, y la comunidad hace el duelo para aceptar que se vaya, y que llegue alguien más. En tercer lugar, existe la anarquía. Todo el mundo se resiste a tolerar y a pensar sobre lo doloroso, para eso sirven los mecanismos de defensa, los conflictos se proyectan en lugar de aceptarlos, entonces se crean, inconscientemente, confusión, malos entendidos, desorden, todo con tal de no pensar. Por eso el anarquista condena, repudia y desafía al grupo, y hasta puede llegar a destruirlo. En cuarto lugar, la revolución. En este caso la facción rebelde domina al grupo iniciando una nueva era para la colectividad. No siempre son crudas, inmediatas ni evidentes, tampoco surgen de un solo evento ni son dramáticas. Pero esta posibilidad origina defensas paranoides, por eso asustan, sin embargo no siempre implican destrucción. De las revoluciones también aparecen elementos constructivos.

Por último, el psicoanalista también se rebela. Por una parte es quien genera la sensación de cohesión, continuidad y regularidad en el grupo, pero también es el instrumento del cambio. De modo que su función terapéutica es asumir todos los papeles de la rebelión: desafía, instiga, es anarquista, exilia y es revolucionario, según sea el momento del proceso. Lo constructivo es que el grupo florezca o se desintegre, nunca que se indiferencie. Poner las cosas en palabras es el mayar acto de rebelión, conmueve al grupo con la interpretación transferencial que lo saca de su sentimiento grupal, colectivo. Intervenciones que impulsan a la madurez. Sin embargo, el psicoanalista no es un oráculo. Se trata de un diálogo honesto y humilde con la colectividad, una manifestación de empatía; claro que, como cualquier otro miembro del grupo también tiene impulsos destructivos, influyen su personalidad y sus limitaciones humanas (Billow 2003).

En conclusión, el psicoanálisis del siglo XXI aporta a la psicología de las masas conocimiento útil para fines terapéuticos, pero también en el campo organizacional, en la industria, el comercio, las fuerzas militares, el estado, la academia. Sirve para comprender y prevenir las consecuencias de las expresiones sociales relacionadas con el conflicto, la segregación y la exclusión. El psicoanalista contemporáneo también tiene mucho por hacer en el campo de la difusión y la educación. La dinámica de grupo es un campo legítimo de investigación. Se estudian las relaciones entre la colectividad y el líder capaz de tolerar las regresiones inevitables, transformándolas en experiencias constructivas, de manera que se mantenga la eficacia del equipo de trabajo.

Es posible comprender teóricamente lo que hace a un buen líder al describir operacionalmente los elementos que le permiten comprometer y dirigir al grupo en sus vicisitudes. Es posible que todos aprendan, entiendan y afronten las dificultades de la dinámica de las masas. Habrá mejor desempeño y satisfacción cuando el líder es capaz de expresar la misión con claridad y adaptar la estructura del grupo a su finalidad, cuando utiliza las fantasías de la colectividad para motivarla al trabajo, reorienta actitudes destructivas que interfieren con su desempeño, transformándolas en conductas útiles, tiene la capacidad de afrontar subgrupos y grupos externos. En la Clínica Tavistock y en el Instituto AK Rice, instituciones psicoanalíticas que operan en Londres, desarrollaron una metodología para investigar cualitativa y cuantitativamente la dinámica de los grupos. Incluye variables como el contexto, sus funciones y su historia, las relaciones interiores y exteriores, sus supuestos básicos. Tiene en cuenta la individualidad y la experiencia en grupo, además explora las conductas del líder efectivo en un grupo de trabajo estructurado. Se interesa por las interacciones entre el líder y el grupo, más que por sus rasgos de carácter como individuo aislado. Al fin y al cabo, el líder y el grupo son indisolubles.  (Rudden, et al, 2008).

La dialéctica entre el individuo y la colectividad ofrece una gama enorme de posibilidades de todo tipo, satisfactorias y frustrantes. Así como los logros artísticos y científicos son creaciones personales, el grupo es capaz de construir las obras y las manifestaciones culturales más complejas y asombrosas. Además la comunidad dura más que el individuo, y lo vimos recientemente con la muerte de Hugo Chávez: el pueblo venezolano siguió adelante, elaborando el duelo colectivo ante la pérdida del Comandante Presidente en medio de improvisaciones, dudas, conjeturas y suspicacias. Cada cual se vincula al grupo según la estructura de su personalidad. Así como hay colectividades eficaces y constructivas, dedicadas al conocimiento y a la creación, también las hay violetas y destructivas, cuya cohesión gira alrededor de una lógica paranoide. Todo depende de las fantasías predominantes en el momento: de fuga y lucha, dependiente del líder, de apareamiento y de fusión con ideas envidiosas. En todo caso, los grupos están ligados por fantasías infantiles primitivas, creando nexos con el líder, manifestaciones emocionales fundamentales del ser humano. De manera que la dialéctica entre el individuo y la colectividad, aun cuando supone tensiones constantes, es una fuente de gratificación que bruñe la personalidad. Madurez es construir la capacidad de estar solos tanto como en comunidad de manera satisfactoria y equilibrada.

El psicoanálisis de grupo es una herramienta terapéutica cuyo efecto se basa en la experiencia de vivir los aspectos inconscientes de cada cual en relación los demás. Los desórdenes de la colectividad resultan de los síntomas mentales, el objeto de estudio del grupo. Un enfoque útil para el tratamiento de los conflictos en las relaciones con los demás. Aquí los síntomas se tratan como un problema de grupo, siguiendo la relación transferencia contratransferencia. El mecanismo inconsciente fundamental en la dinámica de grupos es la identificación proyectiva. La sociedad, como los individuos, puede negarse a tratar sus trastornos hasta el último momento, cuando ya se ven forzados a hacerlo, pues se requiere introspección, y eso no es frecuente. La autonomía, como la madurez, se logra, no se concede. La rebelión hace parte del trabajo psicoanalítico en grupo, y siempre hay sumisión y rebelión, antagonismo entre el narcisismo y la cooperación. Sin embargo, el hombre es dependiente y su pensamiento es relacional, por ello el psicoanálisis de grupos revela facetas que rara vez surgen en las sesiones individuales. Está indicado en los problemas del carácter, en los hábitos y adicciones, en las dificultades en las relaciones interpersonales.

El psicoanálisis individual y el grupal son técnicas complementarias.



Referencias

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martes, 9 de abril de 2013

Margaret Thatcher (1925-2013)



Desde hace por lo menos dos décadas he admirado a Margaret Thatcher. No la conocí en persona, ni soy ciudadano británico, tampoco trabajo en la diplomacia, ni en el mundo de la geopolítica. Ella me atrajo por ser una mujer sesuda. Fue Primer Ministro de Inglaterra cuando nadie se lo esperaba, de hecho, hasta Winston Churchill ya había escrito un editorial ameno y divertido, como todos sus textos, en que explicaba más allá de cualquier duda por qué una mujer jamás sería Primer Ministro de Inglaterra. Estaba equivocado, aun cuando sus aseveraciones se consideraban dogma. Ella lo logró, no sin dificultades, claro está. Era una mujer de mente desarrollada, o en palabras de mi papá: una mujer de esas que intimidan a los hombres.

Su autobiografía abarca dos tomos muy interesantes, sí, aun cuando también muy aburridos. Al terminarlos me prometí que jamás volvería a leer libros completos tan solo por disciplina. Se trata de un par de volúmenes construidos con una prosa muy al punto, con adjetivos y adverbios opacos, llenos de lugares comunes, casi sin metáforas, además dotados de descripciones chatas, chistes fallidos y detalles excesivos que no dejan nada a la imaginación del lector. Tienen un tono altisonante, fastidioso. Pero qué se puede hacer, nadie se las sabe todas.

Nació en Gratham -ciudad inglesa que también fue la cuna de sir Isaac Newton, motivo de orgullo para ella-, en el seno de una familia tradicional y apacible. La frugalidad era una fascinación para ellos. Su primer recuerdo infantil era el tráfico furioso y abarrotado de su pueblo natal. Amaba a su padre por encima de todas las cosas. Un jugador de bolos y un fumador incansable, pero también era un metodista devoto, un patriota y, además de ser tendero, era un hombre con un extraordinario sentido del deber que en sus escasos ratos libres participaba en el Club de los Rotarios y en otras actividades comunitarias organizadas por el partido conservador, claro está. Así ella supo sobre política desde muy niña, y pronto descubrió que hablar sobre actualidad nacional, e internacional, era la vía regia para cautivar la atención de su amado padre. Ella no era deportista, más bien disfrutaba de la lectura, así como de la música apacible, y sin sobresaltos, pero sobre todo de las películas románticas de los pensadores de Hollywood. Luego vino la Segunda Guerra Mundial. Para cuando terminó, llegado el momento, estudió ingeniería química en Oxford. Era buena estudiante, pero también era una rubia chusca, además de discreta y seria, juiciosa y dirigida a realizar metas. Como dicen las mamás bogotanas: era una niña que no daba qué hacer. Pero no era dócil. Muy por el contrario, era bastante llevada de su parecer. Y en el club de debate de la universidad descubrió que era una oradora incendiaria y convincente.

También por esa misma época conoció a Dennis Thatcher –y hay que anotar que su apellido de soltera era Roberts, Thatcher era el de casada-, se trataba de un muchacho apuesto dotado de una considerable fortuna congénita que había asumido con responsabilidad. En esa época él manejaba un Jaguar convertible, último modelo. Un carro importantísimo para ella porque allí nació esa pasión ecuánime que los unió hasta el final de sus días. En su primera cita hablaron durante horas, hasta el alba, sobre asuntos técnicos de la fórmula química de una nueva pintura para aviones que una empresa de Dennis había lanzado recientemente al mercado. Así es el amor, misterioso. Y desde esa noche fue su compañero inseparable. Asumió con facilidad el papel del príncipe consorte: la acompañaba a sus labores políticas, discretamente, y se alegraba cuando le iba bien, mientras que cuando tenía reveces en sus gestas electorales la invitaba a comer a un buen restaurante y le regalaba alguna joya, generalmente un diamante. Con el tiempo se casaron y luego tuvieron a los gemelos. Poco después ella ingresó a la facultad de derecho. Y al terminar sus estudios se dedicó de lleno a la política, hasta que llegó a ser Primer Ministro, y luego la reeligieron. Mientras la familia Thatcher vivió en el Diez de Downing Street, la famosísima dirección de la casa del Ministro Inglés, Margaret y Dennis continuaron con sus vidas ajetreadas y se reunían a principios de cada año, con agendas en mano, para ponerse de acuerdo sobre qué eventos compartirían, y cuáles no. Eran una pareja flemática y organizada.

Su gobierno sorteó, por ejemplo, la desaparición de su hijo en el Rally de Paris Dakar, las decisiones militares de la guerra de las Malvinas y las de la Primera Guerra de Iraq, además hubo grandes dificultades económicas en su país con protestas populares que terminaron en la muerte de varios huelguistas, a causa de su huelga de hambre. También estuvo al mando durante la Caída del Muro de Berlín. Y ella, impávida, se mantuvo en el poder, por eso la llamaban “La Dama de Hierro”. En Rusia gobernaba Mijail Gorbachov, quien le parecía sospechoso, en cambio en Francia estaba Francois Mitterrand, con quien tuvo una relación entrañable, lo consideraba un hombre fascinante, y en Estados Unidos el presidente era Ronald Regan, con él tuvo una amistad tan cercana que en alguna oportunidad él dijo públicamente: Margaret es el mejor hombre que hay en Inglaterra. En todo caso, personajes con los que tuvo relaciones cómodas y definitivas para los eventos de finales del siglo XX en el mundo. Líderes que guiaron a gran parte de la humanidad en tiempos difíciles. Como la Perestroika, el colapso definitivo del comunismo, al igual que el surgimiento del modelo neoliberal, en muchos países, con estados más pequeños dedicados exclusivamente a gobernar, y por esa misma razón privatizaron tantas empresas públicas, negocios que no eran su vocación primordial. Hasta que por último salió del poder cuando su partido le quitó el respaldo después de haberse equivocado al menos tres veces: en el manejo de la crisis económica en Inglaterra; al subestimar a Nelson Mandela y soslayar los cambios en la política antisegregación racial que se dieron en Sudáfrica; y al oponerse con vehemencia a la unificación de Alemania. ¡Nadie es perfecto, como ya anotamos!

Entonces desapareció de la luz pública, tuvo la sabiduría de reconocer cuándo dejar de mandar. Y hace un par de años hicieron una película sobre ella, se titulaba, como era de esperarse, La Dama de Hierro. La protagonizó Meryl Streep, quien ganó el Premio Óscar por su interpretación del personaje. En este film los pensadores de Hollywood la pintaron como viuda solitaria y sometida por la demencia senil quien recordaba su vida política con nostalgia y sin mayor coherencia. No sé qué tan autobiográfica haya sido esta cinta, en todo caso, me pareció un retrato bastante desafortunado.

Y ahora me conmueve la muerte de Margaret Thatcher, por eso redacté esta nota necrológica sentida.